El verdadero protagonista yacía trabado del pesuño a la reja desde muy temprano, con su punto de recelo en sus abotagados ojos y rítmicos gruñidos de obeso. Le hacía pared un rimero de aliagas que trajo Evaristo a lomos de burro, sucedáneos de jabón de afeitar y crema reblandecedora. En la casa aún con mayor antelación, se habían dispuesto prevenciones de recipientes y especias, para que al equipo defenestrador nada faltara. Aquilino el de la posada había servido el pimentón, dulce y picante, cuatro mazos de tripas, y tres cuartillas de sal gorda. Un vendedor ambulante tras laborioso toma y daca, las ristras de ajos. De la huerta de Andrea las cebollas y de la tienda de la Currita, la pimienta en grano que la tenía muy fina. Un rollo de cuerda delgada de la espartería con la máquina de llenar que prestó Genaro, totalizó el apaño. El matarife, Dominguín y la aliñadora, la Irene, que tampoco hacía el jabón. Regarían estos menesteres una botella de aguardiente de Cazalla y media arroba de vino de la Palma del Condado, ambos por aquí muy acreditados y traídos de casa de Peral. A todo esto, había que añadir otro grupo de personal no cualificado y una batería heterogénea, que también merece nuestra atención. La vejiga de la orina a fuerza de soplarla y batirla, era un bonito globo de duración indefinida cuya propiedad se dirimía a mamporros entre la gente menuda. A partir de aquí este rito perdía interés; solo la cabeza del protagonista en el centro de un lebrillo como un señor gordo en la playa, acusaba en silencio. Pasado el frío de la mañana y agotado el Cazalla, se mantenía el ritmo de trabajo con el vino de la Palma y se asaban los hígados para acompañarle. Los trapos blancos, la manteca que funde y puede ser colorada o alba, la cebolla cociendo para la morcilla, los lomos y las costillas friendo con una hoja de laurel, y sus orzas con las bocas abiertas esperándolos para guardarlos un año en su vientre; los cajones de tocino con sal nueva (la del año anterior se tiró porque tenía "saltones") donde reposan las hojas unas sobre otras como la ropa de la cama... Esta sabrosa artesanía llena de defectos y virtudes, que se nos ha ido. El amo señor de la casa y del gorrino, acompañado de su consorte, estratega capital; algún invitado, la maritornes, fámulas | adheridas y chiquillos. Siempre muchos chiquillos. En el patio y la despensa de la casa, distribuidas con avezada experiencia, las orzas; unas para manteca, otras para aceites, los lebrillos para la sangre y las masas de chorizo y morcillas, el caldero con agua hirviendo en la chimenea, los cajones para el tocino y huesos y la mesa tocinera, ara renegrida, piedra de sacrificio de Dios sabe cuántos delitos, de altura y solidez bien medida y desarrapado perfil. Con la llegada de Dominguín el jifero, portando bajo el brazo liados dos chuchillos y la chaira, avivaba el ritmo y se disponía la consumación del pragmático sacrificio. Se tomaban unas copas de aguardiente, se "arremangaban todos" y a partir de aquí se entraba en un "allegro in crescendo" El guarro conducido quiera que no a la mesa, grita como poseído. El matancero y ayudantes, utilizando orejas y rabo por asas, lo aúpan hasta dejarlo situado en el altar del holocausto, donde es inmovilizado preso de jamón y paletilla. Todos con caras asesinas y gestos contraídos contribuyen al acto. El carnicero lo degüella, la matancera da vueltas con la mano a la sangre que recibe en un lebrillo directamente de la herida, el resto de testigos se reparte la complicidad de acogotar el moribundo que gorgojea y, un niño voltea el rabo como una manivela, porque así sale toda la sangre. Una vez comprobado el fallecimiento, la primera operación a ejecutar es la rasura del suido. La mata de abulaga pisada y una vez incendiada puesta sobre la piel, hace con el cuchillo la labor del barbero en el cerdo, que una vez raspado y puesta a la luz la sonrosada piel, comienza a inspirar esbozos de lástima. Siempre alguien dice ¡¡animalito!! También es el momento de calcular el número de cuelgas de embutidos que penderán de las varas de castaño del doblado. Abierto el animal en sección bilateral y sin pudor las vísceras al público, también es frecuente la segunda y última exposición de sentimiento por la víctima en la cita del socorrido refrán "abre un puerco y verás tu cuerpo". Después ya todo es alegría. Salen lomos, solomillos, espinazos, costillas, jamones, tocinos... ¡¡Ah!! ¡Qué no se olvide!, la muestra del veterinario que no sea breve, y el funcionario municipal que dio la licencia, que venga y lo pruebe. |
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AutorAsociación Cultural LA MEMORIA PRODIGIOSA.
José Mª Durán Ayo ARTÍCULOS DE José Mª Durán Ayo MÁS ALLÁ DE MI MEMORIA. José María Odriozola Sáez CUADERNILLOS DEL ARCA DEL AGUA. Luis Odriozola Ruiz Archivos del blog por MES
Noviembre 2022
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