"Yo no he hecho más que trabajar, mire Vd." Fuimos ocho hermanos y con el tiempo, cinco fueron buenos y tres malos. Mi padre, que llevaba arrendado Candelero, allí nos crió y nos enseñó los oficios del campo, y mi madre con mis hermanas, llevaba la casa y arreglaban la ropa de los siete gañanes que nos juntábamos. Cocían el pan, hacían los quesos y todavía les restaba tiempo para tener macetas y flores. Desde el más chico, Joselín, que era el cabrero, hasta el mayor, Carmelo, que sabía de cuentas, todo el trabajo estaba repartido y administrado por el viejo sin una disputa. En el invierno todos sentados a la lumbre, y en el verano al sereno. Estas cosas me barbotaba mi amigo Antonio el de Candelero, como todo el mundo le decía, con media tagarnina en la boca y derramando el café con los giros de la cucharilla. Esta mañana lo encontré aliquebrado, por primera vez descubrí algo de chepa en sus cuadradas espaldas del siglo pasado. Cuando murió mi padre, que era un hombre de mucho valer, podíamos haber comprado la finca, pero se casaron las hembras, Paco se fue al pueblo y tuvimos que desgraciarlo todo, desde el ganado hasta los aperos. Y aunque parecía que teníamos algo, al repartirlo, fuimos pobres. Carmelo, Manuel y yo nos quedamos en arrendamiento con Garrapanes y allí nos casamos, nos hicimos de unas ovejas y ayudados por las labores, que no salieron malas, de nuevo entre los tres levantamos nuestras casas. Porque mire Vd. ¡si nosotros no hemos hecho otra cosa más que trabajar! Carmelo se encargaba de las vacas, Manuel de las ovejas, yo con los cochinos; y las siembras entre los tres. De los bichos había escogido llevar cada uno lo que más le gustaba; así no había disgustos. Había regado la mesa con el café, gastado media caja de cerillas y se había comido del purillo, que no era cárdena. Se colocó otra media breva en la boca, sacudió la ceniza del pecho y sin darme respiro, siguió: "Mire usted, en el año veintiocho me ofreció el señorito la finca con muchas facilidades y, sabe usted lo primero que hice?, reunir a mis hermanos y a mis cuñados para comprarla entre todos. ¡Si sería inocente! Unos por miedo, otros por perros, porque todo hay que decirlo; y otros por las mujeres que no querían más que pueblo, me dejaron solo. Me estreché para hacerlo con Carmelo y Manuel, pero ya no había avenencia entre nuestras compañeras, ¡las mujeres son las mujeres! Había habido disgustos entre ellas, porque nosotros no tuvimos ni un s¡, ni un no. Partimos de nuevo y empecé a pagar y a llenar el cortijo de chiquillos". Aquí se le revinieron los ojos y le temblequeó el mentón. Hizo un silencio, encendió y chupó el puro y quedó repicando la mesa con los dedos. Yo supuse la charla por terminada; pedí la cuenta de los cafés y me aprestaba a levantarme, cuando me puso una mano en la rodilla y me dijo: " ¡¡ Los hijos, que desengaño!! No haga usted nunca lo que yo. Todo lo repartí, hasta mi casa, y ahora en todas partes estorbo... El dieciocho de Julio me cogió en Sevilla porque fui a pagarle a D. Enrique el último plazo de la finca y, cómo estarían las cosas, que a pocas me tengo que traer el dinero de vuelta, porque no me abrían el portón. A mí me apreciaban él y la señora, porque sabían que era honrado. Nunca me ha importado quitarme la gorra para saludar a un señor; ellos también se quitan el sombrero y además a eso me enseñó mi padre, a tener educación... Cuando haya posibilidad de salir a la calle, tendrá usted la escritura, me dijo al rematar las cuentas. Y cuando creí que la finca era mía y que nadie me la podía quitar porque tenía | los papeles, me dijeron en el Ayuntamiento que todos los bienes eran “del pueblo". Como antes se humedecieron, ahora sus ojos se secaron, y dos arrugas serias le corrieron de los pómulos a las comisuras de la boca. Estaba viviendo aquel momento de animal acorralado, pero sólo fue un instante; Volvió a reír y siguió. "La política es un veneno malo, mis tres hermanos que eran tres pedazos de pan, que se habían comido a lo bobo lo que les correspondió en la herencia de nuestro padre, ¡porque ya lo sabe usted!, unos salen maestros y otros nunca sirven para nada, y que arrastrados por mis cuñados no salían de los sindicatos si no era para entrar en la taberna, se avergonzaban de nosotros que rara vez aparecíamos por el pueblo, y nos llamaban carcas. Ellos eran los buenos y nosotros los malos... En una ocasión que nos asignaron tres obreros forzosos, pedí que fueran cinco y nos mandaran a mis hermanos y cuñados, que estaban parados. A esto respondieron que preferían ir con otro que fuera menos explotador del obrero. Y así, humillado, perseguido, robado y amenazado andábamos en el campo procurando pasar desapercibidos. Sólo iba al pueblo cuando se acababa el café y el tabaco… ...Y un día vinieron los soldados; corrió la sangre, los valientes se escondían y no se veía más que denuncias y venganzas". Bueno Antonio; todo eso queda ya muy lejos, esa locura ya pasó. La gente que vivió esa tragedia casi ha desaparecido, hay una generación nueva... corté yo, intentando quitar hierro a sus emociones. "Si me deja usted terminar... y, como le iba diciendo, entraron los soldados y mi hermano Manuel vino corriendo a por mí, pues nuestras hermanas estaban presas en Cazalla. Llegamos a tiempo los tres hermanos malos, de salvarles la vida; pero ya las habían humillado con el pelado. Todos los varones de la familia, excepto nosotros tres, habían huido, y a las cinco familias recogimos y protegimos. Luego de casa en casa solicitando favores para que pudieran volver sin daño, y después, en los años del hambre, darles trabajo y comida para sus hijos. Entonces fuimos buenos nosotros". Bien Antonio, eso era de esperar en usted, y supongo que se habrán agradecido. "¡Agradecido! Ahora le voy a completar. De todo esto han pasado muchos años; algunos han muerto, otros emigraron a Barcelona y a mí me jubiló la mujer que se le trastornó la cabeza. Vendí la finca, los ganados y la casa del pueblo... y repartí los dineros entre mis once hijos, que ninguno es del campo. ¿Si estaría loco? Me quedó sólo la paguilla de obrero agrícola, y ayer, cuando comentaba en la taberna con otros viejos como yo, la miseria de pensión que nos había quedado, porque, ¡yo no he hecho más que trabajar!, uno de mis sobrinos, de los que di de comer y saqué adelante, me soltó a quemarropa, que demasiado me daba el gobierno, pues había sido un fascista esquirol de los señoritos y abusador de la ignorancia de mis hermanos, a los que robé el capital del abuelo. Así lo soltó, de una vez. No abrí el pico. Otra vez somos tres malos y cinco buenos, pensé, pero no; ya han muerto cuatro: Manuel, Carmelo, Aurora y el chico Joselín; malo, sólo quedo yo. Cogí la gorrilla y el bastón y me fui triste para la casa, pidiendo a la Providencia que todo siguiera como ahora y no volvieran los tiempos a convertirme en bueno; porque ya no tengo fuerzas para hacer lo mismo". Yo también di por terminada la conversación con el pico cerrado. Porque... ¿qué se puede decir para rematar esta charla airosamente? |
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AutorAsociación Cultural LA MEMORIA PRODIGIOSA.
José Mª Durán Ayo ARTÍCULOS DE José Mª Durán Ayo MÁS ALLÁ DE MI MEMORIA. José María Odriozola Sáez CUADERNILLOS DEL ARCA DEL AGUA. Luis Odriozola Ruiz Archivos del blog por MES
Noviembre 2022
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