¡Madre! He vendido el cortinal. Ayer muy temprano, antes que cantara el mirlo, ya estaba entre sus piedras mojadas de rocío, con mis ojos húmedos de recuerdos. Solo nosotros reconoceríamos aquel jardín donde me criaste. ¿Recuerdas? "La cañada de gamonitas con sus flores blancas siempre encharcadas. Nuestra punta de retintos cornilargos en un frutaje recargado de color. Su cucar en la primavera entre el violeta del cantueso y el amarillo oro de la aulaga. La encina grande sobre la zahúrda de piedra que nos salpicaba las bellotas por fanegas y propinaba con sombra espesa. La cosecha fija de los guaperos injertados por el abuelo. Los arrayanes y lentiscos de las lindes donde anidaba el alcaudón. Los pesebres de piedra ahuecados con punterolas de picapedreros en la porrilla que va emergiendo del suelo. EI pocillo de agua canita y ranas de San Antón que siempre rebosaba. La higuera que daba sombra a la pila de lavar, cuyo granito puliste con tus manos y donde se batía la guadaña del heno. Tu ropa blanca soleada y perfumada en el prado natural de mastranzo y poleo. Los grandes lagartos verdes tomando el sol en las piedras del cerro. El canto del cucú a media mañana. La chicharra de las siestas sudorosas. | Los títeres para capturar a los irascibles enjambres de nuestras colmenas de corchos, siempre pendientes de la rama más alta... Arrullaba la tórtola en el aguadero y daba de pie la perdiz en el collado... ¡Madre! de todo esto y de la mujer que era mía, ¿qué queda? El pozo no pudo con tantos años secos y arrastró en su agonía a la cañada con sus berros, juncos, mastranzos y gamonitas. La membrillera también se fue y la higuera con ramas desesperadas tira sus higos amarillos y sin tamaño. Nuestras vacas se devoraron a sí mismas por el pienso que consumieron. Una nueva enfermedad nos prohíbe el cochinillo que regalaba arrobas de carne sacadas de entre las piedras. La miel para nuestros piñonates y pestiños escasea. Un feroz enemigo, los insecticidas, rehabilitaron al tejón y al abejaruco. El ayuntamiento nos ha domiciliado las basuras, que ya no son estercoleros sino montañas malolientes de residuos eternos. Y como final, lo que yo creí inmutable, las piedras, pues tampoco. Una empresa foramontana con mastodónticas maquinarias las arrancan, las parten y se las llevan cuadriculadas. Ya no nos queda nada. Por eso he vendido, Madre... y porque ella se ha ido. |
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AutorAsociación Cultural LA MEMORIA PRODIGIOSA.
José Mª Durán Ayo ARTÍCULOS DE José Mª Durán Ayo MÁS ALLÁ DE MI MEMORIA. José María Odriozola Sáez CUADERNILLOS DEL ARCA DEL AGUA. Luis Odriozola Ruiz Archivos del blog por MES
Noviembre 2022
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