Como cuando se raja un costal, por el sonido; y por el olor, el azufrado que dicen es patrimonio del ángel malo, así me entró por los sentidos. Porque la luz no la vi, que me cegó el blao, y el resto de mis facultades las dediqué a ponerme a bien con Dios, seguro de la inminencia del tránsito. ¡¡¡Qué tormenta, Virgen del Espino!!! De la encina, bajo la que sesteaban cien borregos, no quedaban más que pedazos humeantes a cincuenta varas y de mí, mejor no hablar; pues no quedé para recibo. Desde entonces, cuando suena un trueno, las secreciones, unas se me engalgan y otras se me aguijan. Aún andaba traspuesto, y ya se me presentaban los recuerdos de aquel factor de los ferrocarriles, al que el rayo aprovechó que hablaba por el teléfono para colársele por la oreja, como un mal zumbido. Seguía más turbio que las aguas del regajo y traía a mientes a esa lancha que todos llaman la piedra del rayo, que no anda lejos y de la que a la primera nube, todos huyen ¡¡por algo será!!... y muchas más razones para temerlas se me iban ocurriendo… ...En las dehesas las vacas y las yeguas, las noches de tempestad en las que los lobos acompañan a las centellas, se rodean en un collado con las testuces frente al peligro y tras las ancas las crías, mientras los sementales patrullan alrededor. Contaba un viejo vaquero de la Jarosa, que de su padre y de su abuelo había sabido, que las "lobadas" amenazan esas noches cargadas de electricidad para que el ganado adoptara estas defensas, sabedoras de la atracción que ejerce sobre el rayo el bosque de cuernas reunidas en un altor. Este lo acreditaba, narrando la mañana que descubrió catorce vacas muertas en círculo, mordidas solo algunas en la tripa del cagalar. Porque es conocido que estas carnes no son "aprovechables con satisfacción ni por los carniceros silvestres; la sangre se hace un taco en las venas y la orina en la vejiga se cristaliza. Hasta la madera del árbol herido se corta mal; no sirve para labrarla y en el boliche se rebela no transformándose en carbón, y quedando siempre tizo… Cuando cayó la exhalación en el transformador del callejón de la luz, no derivó a tierra como era de esperar, sino que salió a la calle reventando el alojamiento de un contador de agua; se paseó sin daño calle abajo entre las piernas de varias mujeres que ni vieron el meteoro en forma de melón azul y se perdió en la fragua. Tan solo aulló un perro… Don Hilario quiso hacer un palomar en la Umbría del Aliso y lo situaron en la cumbre | que mira hacia el Parroso. Ya estaba arrimada la piedra, y para protegerse los albañiles del sol y de las tormentas de Mayo, habían fabricado un chozo con techo de monte. Aquel día revisaba Severo el encargado, con Lucas el maestro albañil, las obras; cuando surgió casi de repente una pequeña nube que no llegaba a tapar el sol, y que soltaba goterones como huevos. Severo, Lucas y el guarda buscaron abrigo en el chamizo, y aún liaban el cigarro cuando entró el centellón por el pináculo de la chaparrera, tomando tierra en Severo y encendiendo las retamas y tamujos del techo. Lucas y el guarda también pudieron morir abrasados, el cabrero que acudió al fuego y los sacó por los chamuscados; a ellos dos y al muerto. También allí barruntaron los animales la muerte y alertaron al cabrero, que solo oyó el trueno; pero las cabras se le desmadraron extrañamente. Allí quedó la ruina del palomar, después don Hilario seguramente consideró desafortunada la colocación de la primera piedra... En cambio, el burro del bizco Cepeda ni se enteró cuando a su jinete le entró la centella por la aguja de coser de los sacos que siempre llevaba pinchada en el sombrero. Se desplomó de la cabalgadura, y el asno, que era poco diligente, allí se quedó clavado hasta que llegó el juez y se lo llevaron a la cuadra. Dicen algunos que a consecuencia de este accidente perdió todas las muelas y acabó en el matadero; otros lo niegan y se lo achacaron a los años... Y como siempre surge el milagro; y para triste ironía, se realiza en el tuerto; y lo que es el destino, todo fue porque se le gastó la piedra del mechero, porque si hubiera encendido el cigarro, no se habría acercado a la casa del pastor a pedir candela, ni la mujer le hubiera dicho que si quería una latilla de café, ni se hubiera sentado en la chimenea. Como estaba lloviendo, calzaba unas botas de goma, y con la tercerola entre las piernas, sentado sobre un corcho, le sorprendió el rayo que bajó por la chimenea y tomó el cañón de la carabina por el punto de mira y salió por la culata. La suerte le ayudó más, tenía el arma sujeta por la caja, que como madera ardió y el resto de los hierros se fundieron. Él quedó trastornado y con quemaduras, lo llevaron al hospital, se repuso y por ahí anda...; anda y mal. El rayo le varió la condición; como al árbol, le estropeó la madera. Todavía no he visto el juicio; porque entre el tuerto y su hijo mataron a Emilito el de los Conejos una mañana de cacería. |
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AutorAsociación Cultural LA MEMORIA PRODIGIOSA.
José Mª Durán Ayo ARTÍCULOS DE José Mª Durán Ayo MÁS ALLÁ DE MI MEMORIA. José María Odriozola Sáez CUADERNILLOS DEL ARCA DEL AGUA. Luis Odriozola Ruiz Archivos del blog por MES
Noviembre 2022
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