"Aquí yacen los restos mortales de Emma Pool, viuda de D. Francisco López hija de Tomás e Isabel Parks. Nació en el condado de Staffordshire, parroquia de Dipton. Murió el 26 de Agosto de 1858 a la edad de29 años, 10 meses y 26 días, hija obediente y virtuosa, fiel esposa y tierna madre" Así estaba grabada la lápida, que hube de encajar en sus porciones como rompecabezas y que se cubría con el pasto” Había entrado por curiosear en el antiguo cementerio de aquella aldea, dormitorio de unos Altos Hornos de mediados del siglo pasado, hoy ruinas, en la Sierra Norte de Sevilla. Quizás por el exotismo de los apellidos, hice propósito de indagar quién pudo ser esta inglesa en Sierra Morena; pero tan solo en el archivo parroquial aclaré que se hizo católica al casarse en España, y que procedía de Riotinto. Huérfana de madre e hija de un forjador, casó con un capataz de minas asturiano que murió en circunstancias extrañas. A estas frías noticias le he entallado unos confusos rumores que oí a un viejo barrendero hace muchos años. -En el otoño de 1850 atracó en Huelva el paquebote inglés de ruedas "Ivanhoe", procedente de Cardiff. De él desembarcó con su padre una joven de cabellera encendida y asombrados ojos de aguamarina, camino de los cobres de Riotinto, donde su padre, míster Pool, iba destinado como especialista. Su blanca piel y talle de junco de las orillas del Severn turbó el orden en la diligencia y postas hasta su destino; ya en las minas vivió en los cerrados clubes británicos de la explotación sus últimos días en el ambiente que la vio nacer. Mejores condiciones económicas movieron a Mr. Pool a viajar por aquélla Andalucía de Gustavo Doré, repleta de bandoleros, contrabandistas y toreros, hasta los Altos Hornos de Fábrica de El Pedroso. Excitante aventura hasta Sevilla, pasaba a ser peligrosa desde Lora Diligencia de Carmona la que por la vega pasa... En su nuevo domicilio, Emma pasa inmediatamente a ser blanco de todas las miradas, atenciones y piropos que no comprende; nunca llegó a expresarse medianamente en castellano, ni a entender a la nueva sociedad en la que le toca vivir. Fue en los bailes de aquel Carnaval cuando conoció a Francisco, joven capataz asturiano de nacimiento, buen mozo de presencia y abanto de carácter. Despilfarrador y mujeriego, cerraba todas las cantinas y se rodeaba de cierto prestigio en la mina. No es necesario explicar que entre la nube de admiradores que rodeaban a esta deliciosa inglesita, un ingeniero y varios terratenientes incluidos, escogió Emma al capataz, al que se entregó con una pasión causa de escándalo por la ingenuidad de ella y la fatuidad del minero. Doblegada a la voluntad del novio, se encerró en su casa y se bautizó por la Iglesia Católica para llegar al matrimonio dignamente. Todas estas vicisitudes, y muchas más cuya intimidad se nos escapan, abocaron en la seria discrepancia entre Mr. Pool y su hija Emma, que finalizan con el abandono de la casa paterna y el refugio de la conversa en la posada de su amante. El Párroco, el director de la mina y las beatas, se despliegan para la legalización de este enredo, el anglicano progenitor se reembarca en Sevilla camino del Reino Unido, el pueblo ruge de emoción y el embaucador, comienza a poner obstáculos a la obsesión de todo el vecindario: casarlos. Se consigue al fin el objetivo, ayudados los argumentos morales por una amenaza patronal muy seria, y la boda se celebra de | madrugada con recogimiento monacal. Sigue ella de casada más atractiva que nunca y el marido, igual de calavera; sigue también sin explicación tanta entrega encendida con tan botarate destino. Una madrugada cualquiera, por entresijos de faldas, dos mineros ofendidos clavaron en una puerta al asturiano. Paró la mina, se movió el pueblo y se hacinaron las mujeres en las esquinas, al estilo de las tragedias griegas. Días antes había parido Emma gemelas; Emma y Espino, y la madre, muy debilitada, no quiso reponerse. Perdió la razón y en su amor y locura, no quiso admitir la naturaleza de la muerte de su marido, atribuyéndolo a un accidente en la mina. Por ello, se escapaba de la solicitud de las vecinas de clamar a las bocas de las simas de Monteagudo con acento sajón ¡¡¡Francisco!!! ¡¡¡Francisco!!! Allí la encontró la guardia civil con los tres rojos mezclados: el polvo de la hematites de la mina, su sangre y el escarlata de su pelo, acompañando a la clara confianza de sus ojos abiertos la determinación amorosa de su boca. Han pasado ciento cinco años desde que ocurrieron estos sucesos que tanto conmovieron en su día y que nadie sabe actualmente no inspiran la menor curiosidad. Las minas en todo este tiempo han atravesado épocas de distintas fortunas, desde el abandono total a febriles actividades. Los hombres han seguido sacando el mineral o buscando la seguridad de su jornal como han podido... Llegué al pueblo la última vez coincidiendo con uno de esos periodos de euforia minera. Todos los vecinos tenían oferta de trabajo, era difícil contratar los jornaleros necesarios para la recolección de la aceituna. Corría el dinero y había satisfacción y confianza… Hasta aquella tarde. Se pararon las máquinas de la mina, salieron formando grupos los mineros tiznados, corrió la ambulancia hacia las oficinas y el Land Rover de la guardia civil pasó con el juez y el médico. Cien mujeres pedían egoístamente a Dios que el suyo no fuera el muerto. Cien viejos blasfemaban y todo el pueblo esperaba un nombre. Están todos contados. Es Pedro: Un liso de toneladas tiene su cuerpo contra el suelo. Paró la mina, se dijo misa, habló el cura y se enterró. Pregunté: ¿Tenía familia? - Sí, casado y con dos hijos- Aun no se había decantado la impresión popular del accidente, cuando una mañana frente el Ayuntamiento observé gran revuelo de mujeres; pregunté qué pasaba y una vieja de ascendientes plañideras me contestó: -Se llevan a la Espino pa ingresarla - ¿Quién es la Espino? -La mujer de Pedro, el que le cayó la piedra en la mina - ¿Y qué le pasa? -Pues que ha perdido la cabeza y que cuando la dejan sola se va al barranco de la mina a llamar al marido. Me acerqué a la ambulancia y vi una mujer joven con el pelo como los madroños maduros de las Umbrías, los ojos color de uvas verdes y el talle de mimbre del Huesna. Era tataranieta de Emma y ella no lo sabía ... y cantan los mineros Todos le llaman la Santa a la hija de Agustina todos le llaman la Santa se ve a la boca la mina a rezarle a una esperanza una esperanza perdida. |
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AutorAsociación Cultural LA MEMORIA PRODIGIOSA.
José Mª Durán Ayo ARTÍCULOS DE José Mª Durán Ayo MÁS ALLÁ DE MI MEMORIA. José María Odriozola Sáez CUADERNILLOS DEL ARCA DEL AGUA. Luis Odriozola Ruiz Archivos del blog por MES
Noviembre 2022
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