Porque no me viesen llorar ayer tarde bajé al rio y ¡¡tanto y tanto lloré!! que sus aguas igual que el mar mis lágrimas salaron y no se podían beber. Hay unos helechos muy tupidos al mismo borde del arroyo, en un sitio que llaman el Charco de la Piedra; allí estaba yo embeleñado. Al mismo pie jugueteaba en el agua mi pato. Decía mi padre que era un capricho tonto el mantener a este animal y seguramente disculparía mi madre llorosa: ¡¡Para el tiempo que va a vivir!! ¡Se creían ellos que yo no estaba percatado! Los tísicos son caminantes de veredas cortas, me dijo el capador cuando vino a castrar el guarro; y yo estaba tísico. Poco apetito, menos carnes y las calenturas por las tardes. Así es que como andaba tristón y ético, nadie me encomendaba trabajo y me pasaba los días en largas siestas, o perezoso, arrastrando los huesos regajo arriba y abajo, con un pato pequeño que cambié en el pueblo por un manojo de orégano. Me gustaba echarme en la frescura de aquel lugar, hacer recuento de mis amargos dieciocho años y, sobre todo, vigilar por las mañanas la casa del guarda que estaba aguas arriba, de la que bajaba a lavar la guardesa y siempre se arremangaba la bata para hacer lo mismo con su rollizo cuerpo. ¡A lo mejor si yo le hubiera dicho algo...! ¿Quién sabe?; pero se me adelantó "El Chato". Yo les veía muchas veces revolcarse bajo el fresno gordo y, ¡¡cómo se abrazaban, Dios mío!! "El Chato" era un chulo, chulo y fanfarrón. ¡Más vale que atendiera a su familia y en particular a su mujer, que tampoco andaba la pobre buena del corazón! La guardesa no es que fuera mala, yo la veía como una mujer con mucha fuerza y el marido no podía con los pantalones. Pero no debió aceptar a "El Chato" que es un chulo y presume de matón. Siempre con la escopeta…, es un furtivo que hiere mucho y cobra poco, No debía esa mujer hacer eso con ese matachín, pues su marido es bueno…, pero no vale para nada... Estas cosas medio trasoñaba cuando me despabiló con sobresalto el estampido del tiro, que fue casi a quemarropa. Mi pato que tan dulce acudía por su nombre, Pato Zapato, que tenía poca más carne que una tórtola y algo menos que yo, se trocó en un puñado de plumas con sangre que arrastraba la corriente. En la orilla opuesta, "El Chato" soplaba el humo del cañón de su escopeta y me decía riendo el mal negocio que había hecho, pues más valía el cartucho que la pieza y que los patos saben a sapos y cienos. Él sabía que el pato era mío, además era blanco; lo que quería era cachondearse de mí. Descompuesto atravesé la charca por las piedras y llorando como un niño lo insulté, lo increpé, lo maldije a él y a toda su ralea, como no me creí capaz ante un hombre tan fuerte. Pero el criminal, sin prestarme atención, reía mientras se guardaba en el zurrón la cacería. Perdido el control recurrí, por hacerle algún daño, a amenazarle con denunciar al guarda dónde se veía con su mujer. Ahí su risa paró y con su tremendo brazo izquierdo me sujetó, abofeteándome con la mano derecha; la que tiene desfigurada por el reventón de un escopetucho. "¡Óyeme, espía, soplón, alcahuete; si haces eso te curo la endeblez con todos los perdigones que llevo en la canana!", me dijo al tiempo que con una sacudida me hacía rodar entre aguas y guijarros. El golpe, la ira y la humillación me nublaron la vista y el entendimiento. Cuando intentaba levantarme, y él se colocaba la escopeta sobre el hombro, con el dedo extendido hacia mí y el ceño bestial, repitió: "no lo olvides maricón, procura cerrar el pico, que te hablo en serio". Y le echó ante mis narices lo que restaba de mi Pato Zapato a un perro garabito y hambrón que le seguía. | No sé de dónde saqué la fuerza y el valor; lo cierto es que cuando se volvía, con un ripio de buen tamaño que a mis manos estaba, le alcancé en la cabeza sobre la oreja, que sonó como la trompada de dos carneros. Azogado por el pánico, lo vi derrumbarse de bruces sobre el arroyo y quedar con la cabeza sumergida en el agua. Como le notara moverse y hacer intención de respirar, salté sobre sus hombros y con otro matacán le volví a dar en la calavera y me senté sobre su nuca hasta que dejó de hacer gorgoritas, Mientras todo esto hacía, recordaba y me identificaba con un grabado de mi enciclopedia, en el que David decapitaba a Goliat con una sonrisa angélica. Luego corté una caña de la orilla con la que hice un canuto, se la metí en la boca y le soplé más de cien buches de agua por el garguero, para que el juez y la guardia civil no dudaran que se había ahogado y quitaran importancia a las pedradas. …El porquero lo encontró a la tarde siguiente cuando los cochinos ya tiraban de su cuerpo; …y todo el mundo sabe que murió ahogado tontamente cuando iba de cacería. "El Chato" murió ahogado en la pasada del Charco de la Piedra por resbalar y golpearse la cabeza quedando traspuesto; algo parecido a lo que le pasó a Espárrago, porque así puede acabar un hombre fuerte en la bañera de un niño. …Y siguió otro año la guardesa levantándose la ropa para lavarse bajo el aliso; y yo, acechando entre los helechos dudando siempre el momento de "echarle los tejos". Yo lo comprendo, tanto esperé, tanto vacilé, que se me adelantó el arriero, Bautista, ese que siempre va cantando en el burro montado a la mujeriega. Cuando le oía tararear por el camino, me iba a la escucha y desde allí lo veía trabar el burro bajo el fresno y llamar a la guardesa con un rebuzno de gran propiedad, a la que acudía esta como una perra salida. Muchas veces los aceché, y cuando me quise dar cuenta, odiaba más al bullanguero Bautista que a "El Chato", que en paz descanse. Una mañana le falló el reclamo al burrero; a su rebuzno salió el marido y el alegre burlador, al que tenía que reconocer le sobraban recursos, salvó la situación sacando un trasmallo del aparejo de su bestia y simulando pescar. Advirtiéndolo así distraído, me acerqué despacio sin propósito definido y allí en la corriente, con los pantalones remangados, canturreaba Bautista mientras pescaba, sin perder de vista al guarda que trasponía con el caballo. Al verle gacho y suponer que no me había visto, no sé qué me entró; cogí un rebollo y cuando le iba a dar en la chola, se volvió riendo con un pez en la mano y me dijo: "toma muchacho esta boga y dile a tu madre que te la adobe, a ver si te muda el pelo y echas la ruina fuera"; y siguió encachado calando la red. Fui a darle otra vez... pero... ¿no serían muchos ahogados en el mismo sitio? Mientras esto pensaba, el arriero seguía de espaldas en cuclillas con las manos en el agua y con un fandango entre dientes. Si lo hiciera, la justicia sospecharía del marido y no de mí y si fuere necesario, para defenderme yo cantaría lo que veía". !!!Ahora es¡¡¡ pensé al voltear el brazo y... fue entonces cuando rebuznó el burro, que no el burrero; y se parecían tanto, que la guardesa abrió su puerta encaminándose con un cubo al regajo, y Bautista riendo le fue al encuentro. Yo quedé de piedra. Todo esto lo recuerdo desde el sanatorio, ya no me puedo mover de la cama; como adivino que el fin está muy cerca, pensé contarlo todo, pero no, no se lo digo a nadie porque me he dado cuenta que yo no ahogué al matón de "El Chato" que en gloria esté, por lo que hizo a mi pato, porque a Bautista el arriero le libró un rebuzno y me había dado un pez. Los hubiera ahogado a los dos, ¡ya lo creo!, pero la culpa, ahora lo comprendo, la tenía la guardesa. Que no era mala, lo que pasaba era que el marido era un calzonazos. |
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AutorAsociación Cultural LA MEMORIA PRODIGIOSA.
José Mª Durán Ayo ARTÍCULOS DE José Mª Durán Ayo MÁS ALLÁ DE MI MEMORIA. José María Odriozola Sáez CUADERNILLOS DEL ARCA DEL AGUA. Luis Odriozola Ruiz Archivos del blog por MES
Noviembre 2022
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