Todo el mundo lo decía. Mientras viva su madre, Don Carlos no se casa. No solo esto, sino que acudirá a cenar a las nueve con ella y seguirá de madrugada recogiendo la merienda y el caballo que le tiene aparejado Silencio el albarrán. Con aguas y vientos, hielos o bochornos, Don Carlos entraba al alba por un postigo del viejo caserón que daba a las cuadras, donde le esperaba el mozo para entregarle las alforjas, una jaca colina y un escopetón damasquinado. Si el tiempo era bonancible, castañeteaban los cascos de la montura con los pájaros; si la tempestad hacía barbotar a las canales, parecía de una a otra farola una pesadilla bajo el capote embreado. Un día Don Froilán le apuntó a Doña Justa: ya que viven juntos hace tantos años y que esta situación es irreversible, ¿por qué no los legalizamos ante Dios y los hombres y acallamos el viejo escándalo? No sea ingenuo señor Cura, contestó la madre. Mi hijo esta amancebado con esa putaña tan solo atraído por su juventud. Él no quiso más que a su novia y desde que faltó ella, hace ya treinta años, se le han contado cinco rabonas. Y Don Carlos con sus sesenta años un día tras otro seguía administrando los bienes de la madre, acompañándola a la mesa y compartiendo el lecho con Anita la del Santo. ¡Es una lástima!, decían las mujeres que le conocieron. ¡Un hombre de su posición, tan fino y bien parecido...porque todavía lo es...murió la novia y se achabacanó! Y efectivamente, aunque taciturno, era educado, elegante y de una gran regularidad en sus costumbres. Al campo iba y venía con las estrellas, en una discreta taberna hacía tertulia con otros propietarios y a las nueve en punto sentado frente a Doña Justa, consumía un refrigerio monacal. La madre que ya palpaba los noventa derrochaba vitalidad y hasta casi ayer, andaba amazona en una burra recorriendo sus cortijos y apreciando el ganado. Según ella, a esto le obligó la prematura muerte del marido y la gente malicia, que no se fía ni de su hijo. Madre, dígale a Carmensina que me ponga una telera entera. - ¿Otra vez te ha pedido el pan ese facineroso? - Si, ayer me estaba esperando en la vereda de Lobón. - ¡No sé para qué sirve la Guardia Civil!, debes decírselo al brigada, ese hombre es ya un bandolero. -No es malo. Solo me pide el pan y hasta me pregunta por ti. Esta conversación no era nueva entre la madre y el hijo. En los diálogos Que a manera de parte diario mantenía Doña Justa con su hijo, más de una vez comentaron la espantada de aquel mulero de la casa, que aburrió el trabajo y se amontó. - ¡Buenos días Don Carlos! - Buenos días Francisco - ¿Trae usted mucho pan? - Solo el mío - ¡Bueno! Usted puede pedir un cacho a la casera y yo hace tres días que no lo pruebo. - ¡Ya te buscan Pernales! El robo del Inquisidor ha echado a los civiles en tu rastro y yo tengo que decir cuando llegue al pueblo, que te he visto. -Usted me da al pan y a la noche lo dice en el cuartel. ¡Buenos días Don Carlos! ¡Expresiones a Doña Justa! - ¡Ve con Dios Francisco! Estas palabras cruzaron la última vez que se vieron y… ya, pocos cuartalás más, remató Don Carlos haciendo tostadas en la chimenea del cortijo de la Sierra de la Grana... La jaca colina atravesó el pueblo arrastrando el capote con las campanas de misa y el estupor de los hombres que asomaban a las tabernas. A la puerta de la cuadra seguida de curiosos, llegó a golpear con la mano y a esperar como siempre a Silencio que la desensillara. Silencio el albarrán de la casa, Silencio el mudo, que en aquellos corrales y establos se hizo viejo y que en esta ocasión no se acercó al caballo para librarle del bocado y la montura, sino para comprobar la falta del encaro en su funda y del contenido del secreto bajo la zalea de la guarnición. ¡¡¡ A Don Carlos no lo había desmontado un resabio del caballo!!! Al atardecer las mujeres tras los visillos y los hombres en las esquinas, lo vieron por última | vez a lomos de un burdégano sostenido desde atrás por el Mudo. Docenas de brazos lo llevaron en volandas de la albarda de la bestia a la tallada cama de Doña Justa y detrás iba Carmensita implorando a Dios y con una aljofifa borrando la sangre. En la luna negra de los bandoleros cantan las espuelas. Caballito negro ¿dónde llevas tu jinete muerto? ¡Es un trabucazo a quemarropa! Poco hay que hacer, dijo el médico. ¡Puede hablar?, preguntó el juez. Pero de nada sirvió lo poco que dijo. Don Carlos no había reconocido al hombre que en la sombra le dio el alto en el camino de las Navas. Solo aclaró que creyó era el Pernales y al hacer intención de darle las alforjas, el emboscado le disparó el naranjero. Esto fue suficiente para que la galería tuviera por cierto que el Pernales había herido de muerte a su antiguo amo para robarle... "Don Froilán me estoy muriendo. Quiero ponerme a bien con Dios. Mande usted llamar a la Anita, ya sabe quién es, y haga lo que crea necesario. Estas fueron sus disposiciones finales". Comunicó inmediatamente el cura a la madre el deseo de su hijo y esta, con gran sorpresa del párroco, le contestó que iría ella en persona. Aquella madrugada acompañada del Mudo, Doña Justa subía los escalones de la antigua judería camino de la casa de Anita la del Santo. Nadie sabe que hablaron las dos mujeres, quizá Silencio oyera algo, pero este es dos veces mudo, lo cierto es que al amanecer expiró Don Carlos y la manceba no compareció. Luego en la misa del difunto, comentarios, rumores disparatados, detalles olvidados... ¿Quiénes sabían que aquella mañana iría Don Carlos a las Navas? ¿Quién conocía que llevaba diez mil reales para comprar los primales? El secreto de la montura donde iban los columnarios, era artesanía del Mudo que solo una persona advertida podía descubrir. Nadie más que el albarrán, la madre y... seguramente Anita conocían estos detalles. Aún andaba alterado el cotarro con estos sucesos, cuando uno nuevo desquició totalmente el diario trajín de la villa. ¡¡¡Han matado a Don Antonio Moscoso!!! Esto vino gritando el aperador de Charco Redondo. ¡¡El Niño Gloria y el Pernales han matado a Don Antonio!! Los dos vestidos de guardas rurales entraron en el cortijo sorprendiendo a los criados; se han llevado mil duros en dinero, la tercerola y una yegua con su montura. Al amo lo ha matado el Pernales por gritar pidiendo ayuda. Se llenaron los montes de guardias civiles a caballo con sus capas al viento y los tricornios con barbuquejo y se dieron armas en el pueblo a la guardia municipal y a los serenos y la tensión aumentó todavía más al correrse la voz: ¡¡Están presos Anita la del Santo y su hermano!! ¿De dónde había sacado el Guto el dineral que pagó por el corralón y el tinado?, se decía. Al interrogarle la Benemérita escupió insolente que pertenecían a su hermana Anita. Y... ¿de dónde le viene a ella ese caudal? Porque en vida de su amante no le faltaba nada, pero nunca pudo hacer estas ostentaciones; comentaba el pueblo. ¡Mal los tenían tratados cuando llegó Don Froilán a sacarlos! ¡lo que pueden las sotanas! ¡Y el dinero! Porque el cura fue mandado por Doña Justa, ¡Sí, por Doña Justa!, ya que Anita cantó que la madre de Don Carlos le llevó a su domicilio una talega de duros de plata, por no acudir a casarse con su hijo la noche que agonizaba. Al Pernales y al Niño del Arahal los mataron allá por la Sierra de Segura la Santa Hermandad y el Niño Gloria había tenido igual fin poco antes, de forma que esta historia hubiera quedado así, a no ser por el accidente que costó la vida al Guto. Esto fue mucho tiempo después que Anita su hermana, tomara el portante y de ella nunca más se supiera. Al Guto en un puesto de perdiz se le disparó la escopeta y quedó muerto sobre la jaula. Una preciosa escopeta damasquinada, que hasta el Mudo que andaba chocho reconoció llorando. Era el retaco de Don Carlos. |
0 Comentarios
Deja una respuesta. |
AutorAsociación Cultural LA MEMORIA PRODIGIOSA.
José Mª Durán Ayo ARTÍCULOS DE José Mª Durán Ayo MÁS ALLÁ DE MI MEMORIA. José María Odriozola Sáez CUADERNILLOS DEL ARCA DEL AGUA. Luis Odriozola Ruiz Archivos del blog por MES
Noviembre 2022
|