Él era un producto de la chatarra de la guerra conducido por militares; yo, lleno de vida dando patadas a una mala pelota en el centro de la calle. Cuando aquella bocina de goma dio su grito, la pelota y el pelotari buscábamos sitio entre las ruedas del artefacto, El baloncillo corrió en vecindad con el tubo de escape entre las cuatro ruedas y yo aferrado al parachoques delantero iba arrastrando entre las ruedas, puliéndome las rodillas. Minutos antes me besó mi padre al paso, camino del hospital donde prestaba servicios y yo seguí tirando patadas al duro pelotón de cuero, beneficio del cuartel de Flechas o el de Pelayos. El estadio, aquel tramo de calle polvorienta, tenía por jueces de línea dos centinelas que vigilaban las ventanas del antiguo Instituto, entonces prisión de aquellos gudaris que no cabían en el penal del Dueso. Toda la noche de este edificio los ventanales encendidos y orden de disparar a quien asomara la figura. Como yo iba a mi colegio por una veredilla de aquel jardín de la mano de mi hermana, allí nos topamos con el burro muerto al que en las penumbras la vigilancia de este centro confundió con el enemigo. ¡Y muchos desfiles! ¡falangistas, requetés, italianos, alemanes con aquella canción: "Yo tenía un camarada, entre todos el mejor...". Al hospital me llevaron contra mis protestas de sanidad y mi reiterativa proclama de que no se lo dijeran a mi padre. Lógicamente me preguntaron quién era mi padre y mi ingenuidad aclaró mi procedencia. ¡No quiero recordar la cara del autor de mis días al verme en la camilla repleta las piernas de yodo! Peor fue la arribada a casa donde mi madre estaba advertida. Ella era una andaluza que me sometía con su dulce y cariño férreo a un relativo control a mis disparates. Recuerdo unas veces contrito, otras avergonzado, un algo orgulloso por mi honradez, el desenlace del apedreo desde la escalera de mi amigo Maurolagoitia a las claraboyas de vidrio que "Conservas Albo" tenían a nuestros pies. Cuando sonó el timbre nuestras madres charlaban en el salón y nosotros, los delincuentes, ocultos en una habitación de trastos. Aquel hombre empleado de la fábrica que | llegaba a reclamar justicia y reparación de bienes, llegaba airado. Mi compañero lo negaba todo, su madre muda ante el estropicio y la mía indagando una y otra vez ¿Verdad que tú no lo has hecho, Luisito? ¿A que tú no has sido? insistía el responsable de la denuncia que nos vio por la ventana tirando cantos al tejado del local. Pero la pobre de mi madre utilizó in extremis su prueba de los nueves para acabar con las dudas. ¿Por mi salud, hijo mío, que tú no has sido? Mi contestación fue categórica (mi madre padecía del corazón y aunque así no fuera). ¡No, mamá, por tu salud, no! Precisamente esto ocurrió allí porque mi hermana, que se había deleitado en la contemplación de una niña de su edad, funámbula, quiso imitarla sobre el alambre de tender la ropa del corral de Colasín y en esta práctica se fracturó un dedo y como mi padre estaba ausente, fuimos a la consulta del progenitor de mi amigo tan troglodita como yo. Pero volvamos a mi primer percance, aquel en que me remolcó el coche. Testigo desde su cierro de cristales, fue de mi accidente una mujer que soñaba con su marido preso en el penal del Dueso donde mi padre era el Médico y aprovechó la ocasión en la playa de San Martín de Santoña para hacer amistad y lágrimas con la esposa del médico del penal. Tal como se consolaron de la guerra y sus horrores, fraternizaron y llevaron contacto en algún chocolate y bizcochos de la que la amiga de mi madre era maestra. Fue un día cuando en su encuentro la esposa del gudari preso, a mi dulce progenitora le expuso la falta de comunicación con su marido y los defectos de la deficiente alimentación. Sutilmente a su amiga le rogó, pues el control era muy restringido, acercara mi madre en su coche oficial para garantía y recibo, un bizcocho de su mujer. Convenció a mi madre en su bondad a las reticencias de mi padre y se hizo correo por caridad, y más y más… Mi padre volvió del penal más temprano y con enorme altercado con mi madre. ¡Traía en una caja de zapatos parte del bizcocho y un papelín enrollado en los dentros con lo que se interpretó como llamadas de amor! |
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AutorAsociación Cultural LA MEMORIA PRODIGIOSA.
José Mª Durán Ayo ARTÍCULOS DE José Mª Durán Ayo MÁS ALLÁ DE MI MEMORIA. José María Odriozola Sáez CUADERNILLOS DEL ARCA DEL AGUA. Luis Odriozola Ruiz Archivos del blog por MES
Noviembre 2022
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