Antonio Villalba, nos hace un detallado y ameno relato, y no por ameno menos real y documentado, de la época en que los románticos viajeros ingleses, herederos de los ilustrados del XVIII, buscaban no sólo el exotismo de aquella España, sino también los adelantos que se producían. Y en este caso, la importante industrialización que daba sus primeros pasos en Andalucía, y concretamente a seis kilómetros de un pueblo de la Sierra Morena de Sevilla, El Pedroso, donde en 1817, un grupo de emprendedores había creado la COMPAÑÍA DE MINAS DE HIERRO DE EL PEDROSO Y AGREGADOS.
CRÓNICAS BLOG - A.C. LA FUNDICIÓN
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Antonio Villalba Ramos
Investigador y escritor
Los Pirineos no son sólo una barrera geográfica en medio de dos espacios física y humanamente distintos, sino que, además, han sido la puerta de entrada a un universo lleno de contrastes y sensaciones entre la vieja Europa, refinada y culta, subida al caballo de la industrialización, y la España rural, tosca y pícara venida a menos. Ese mundo fue especialmente atractivo para los viajeros “románticos” del XIX que buscaban nuevas sensaciones no demasiado lejos de casa. España y los españoles ofrecían naturaleza virgen, pueblos encantadores, costumbres sorprendentes, aventuras, y el encanto de sus pasadas culturas. Unas posibilidades que no pasaron desapercibidas para Víctor Hugo, Alejandro Dumas: Lord Byron; Prosper Mérimée; Christian Andersen, Washington Irving, y otros tantos. Todos ellos, embrujados por su encanto, contribuyeron a crear, a través de sus experiencias y fantasías, una idea romántica de nuestro país, dibujando muchas veces la imagen distorsionada de una tierra que sólo existía en sus deslumbrantes imaginaciones.
Investigador y escritor
Los Pirineos no son sólo una barrera geográfica en medio de dos espacios física y humanamente distintos, sino que, además, han sido la puerta de entrada a un universo lleno de contrastes y sensaciones entre la vieja Europa, refinada y culta, subida al caballo de la industrialización, y la España rural, tosca y pícara venida a menos. Ese mundo fue especialmente atractivo para los viajeros “románticos” del XIX que buscaban nuevas sensaciones no demasiado lejos de casa. España y los españoles ofrecían naturaleza virgen, pueblos encantadores, costumbres sorprendentes, aventuras, y el encanto de sus pasadas culturas. Unas posibilidades que no pasaron desapercibidas para Víctor Hugo, Alejandro Dumas: Lord Byron; Prosper Mérimée; Christian Andersen, Washington Irving, y otros tantos. Todos ellos, embrujados por su encanto, contribuyeron a crear, a través de sus experiencias y fantasías, una idea romántica de nuestro país, dibujando muchas veces la imagen distorsionada de una tierra que sólo existía en sus deslumbrantes imaginaciones.
Uno de los destinos obligados para esos curiosos viajeros fue Andalucía, que era la que ofrecía una mayor variedad de posibilidades, además de los testimonios impresionantes de su pasado musulmán. Pero no sólo nos visitaron personajes interesados en nuestras gentes, nuestros paisajes y nuestras costumbres, sino que también hubo quien vino atraído por nuestros progresos industriales y nuestras fábricas. De todos ellos hemos elegido al capitán inglés Samuel Edward Cook (1787-18569, quien en los años treinta del siglo XIX realizó un viaje por tierras españolas, recalando en la Sierra Morena sevillana, y más concretamente en la Fábrica de “El Pedroso”, de cuya experiencia dejó escrita una crónica que nos ayuda a entender muchas de las cuestiones que nos planteamos sobre los comienzos de la fábrica, y que ni siquiera Pascual Madoz en su famoso “Diccionario…” nos despejó.
Nuestro personaje ya había hecho un recorrido por España entre 1829 y 1832, fruto del cual escribió una obra titulada “sketches in Spain” (Bosquejos sobre España). La obra que nosotros hemos manejado y traducido del inglés, titulada: “Spain and the Spaniards, in 1843” (España y los españoles, en 1843) (1), es el resultado de sus segundo viaje por estas tierras y fue publicada en Londres en 1844. Las críticas de la época, como la aparecida en el Metropolitan, decían que nadie podía escribir o conversar sobre España sin haber leído antes ese instructivo libro. Para entonces, Samuel, y desde 1840, ya había adoptado el apellido Widddrington en sustitución de Cook.
Edward llegó a nuestro país a finales del mes de marzo de 1844 para realizar el mismo itinerario que había realizado en 1829. Ahora, sin embargo, acompañaba al científico Charles G. B. Daubeny (1795-1867), que había sido catedrático de química y botánica en la universidad de Oxford, además de un especializado vulcanólogo (2). Ambos viajeros eligieron la ciudad de Bayona como punto de partida de su recorrido, siguiendo luego por. Miranda de Ebro; Burgos; Buitrago; Madrid; Talavera; Almaraz; Miravete; Jaraicejo; Trujillo: Logrosan; Cañamero; Guadalupe; Talarrubias; Almadén; Santa Eufemia; Hinojosa; Belmez, Peñarrolla: Fuente Ovejuna; Azuaga; y Malcocinado, población de la que hizo un simpático comentario: “A corta distancia llegamos a una villa llamada con el singular nombre de Mal Cocida (Mal hecha o cocinada, precisaba), no sé por qué razón. Era imposible comer en ese lugar, con ese inhospitalario nombre y pasamos por ella sin vacilar…” (3). Uno de los puntos de destino en el itinerario de nuestro viajero fue la Factoría de “El Pedroso”, atraído por la labor que estaba llevando a cabo en ella D. Antonio de Elorza y Aguirre, el militar español que dio a la fundición serrana un empuje decisivo, tal y como hemos explicado en otros trabajos.
Al salir de Malcocinado Edward y su acompañante dudaron entre seguir la ruta a través de Cazalla, que suponía una mayor distancia pero con mejor camino, o a través de la rivera del Huesna, con peor camino, pero menor distancia, eligiendo este último. Él y el Dr. Daubeny descendieron al valle con sus mulas y pasaron por el Cortijo de San Miguel, una hermosa finca que antes de las leyes desamortizadoras de Mendizábal (18359 había sido propiedad del monasterio cartujo de Cazalla de la Sierra.
Dice el autor que cuando en 1831 visitó por primera vez la ferrería estaba en sus comienzos, y sólo se habían levantado unos pocos edificios temporales para el alojamiento del coronel Elorza y los ayudantes que estaban empleados a sus órdenes. Todo el terreno que había a su alrededor era abrupto e inculto. Desde entonces el lugar había asumido la apariencia de una colonia regular, con amplios edificios de todas las clases. Señalando que había unos 500 trabajadores empleados en las diversas tareas de la fábrica. En el lugar donde antes sólo había un terreno agreste, en el que dominaba el jaral, ahora había jardines, guarderías y nuevos cultivos, pululando la vida y la actividad.
El aventurero no escatimaba la oportunidad de hacer una descripción de todo cuanto veía y hacía: “Después de la cena hicimos un descanso para ver la ráfaga de aire caliente que inyectaban en los hornos cuando se producía la operación de llenado, última mejora introducida por Elorza” (4).
Nuestro personaje ya había hecho un recorrido por España entre 1829 y 1832, fruto del cual escribió una obra titulada “sketches in Spain” (Bosquejos sobre España). La obra que nosotros hemos manejado y traducido del inglés, titulada: “Spain and the Spaniards, in 1843” (España y los españoles, en 1843) (1), es el resultado de sus segundo viaje por estas tierras y fue publicada en Londres en 1844. Las críticas de la época, como la aparecida en el Metropolitan, decían que nadie podía escribir o conversar sobre España sin haber leído antes ese instructivo libro. Para entonces, Samuel, y desde 1840, ya había adoptado el apellido Widddrington en sustitución de Cook.
Edward llegó a nuestro país a finales del mes de marzo de 1844 para realizar el mismo itinerario que había realizado en 1829. Ahora, sin embargo, acompañaba al científico Charles G. B. Daubeny (1795-1867), que había sido catedrático de química y botánica en la universidad de Oxford, además de un especializado vulcanólogo (2). Ambos viajeros eligieron la ciudad de Bayona como punto de partida de su recorrido, siguiendo luego por. Miranda de Ebro; Burgos; Buitrago; Madrid; Talavera; Almaraz; Miravete; Jaraicejo; Trujillo: Logrosan; Cañamero; Guadalupe; Talarrubias; Almadén; Santa Eufemia; Hinojosa; Belmez, Peñarrolla: Fuente Ovejuna; Azuaga; y Malcocinado, población de la que hizo un simpático comentario: “A corta distancia llegamos a una villa llamada con el singular nombre de Mal Cocida (Mal hecha o cocinada, precisaba), no sé por qué razón. Era imposible comer en ese lugar, con ese inhospitalario nombre y pasamos por ella sin vacilar…” (3). Uno de los puntos de destino en el itinerario de nuestro viajero fue la Factoría de “El Pedroso”, atraído por la labor que estaba llevando a cabo en ella D. Antonio de Elorza y Aguirre, el militar español que dio a la fundición serrana un empuje decisivo, tal y como hemos explicado en otros trabajos.
Al salir de Malcocinado Edward y su acompañante dudaron entre seguir la ruta a través de Cazalla, que suponía una mayor distancia pero con mejor camino, o a través de la rivera del Huesna, con peor camino, pero menor distancia, eligiendo este último. Él y el Dr. Daubeny descendieron al valle con sus mulas y pasaron por el Cortijo de San Miguel, una hermosa finca que antes de las leyes desamortizadoras de Mendizábal (18359 había sido propiedad del monasterio cartujo de Cazalla de la Sierra.
Dice el autor que cuando en 1831 visitó por primera vez la ferrería estaba en sus comienzos, y sólo se habían levantado unos pocos edificios temporales para el alojamiento del coronel Elorza y los ayudantes que estaban empleados a sus órdenes. Todo el terreno que había a su alrededor era abrupto e inculto. Desde entonces el lugar había asumido la apariencia de una colonia regular, con amplios edificios de todas las clases. Señalando que había unos 500 trabajadores empleados en las diversas tareas de la fábrica. En el lugar donde antes sólo había un terreno agreste, en el que dominaba el jaral, ahora había jardines, guarderías y nuevos cultivos, pululando la vida y la actividad.
El aventurero no escatimaba la oportunidad de hacer una descripción de todo cuanto veía y hacía: “Después de la cena hicimos un descanso para ver la ráfaga de aire caliente que inyectaban en los hornos cuando se producía la operación de llenado, última mejora introducida por Elorza” (4).
Cuando hablaba de la ribera nos decía que aprovechando las aguas del Huesna, una gran rueda hidráulica daba la fuerza motriz necesaria a la potente maquinaria que tenía instalada la fábrica, hecha con la mejor y más moderna construcción que existía, un detalle que destacaría Pascual Madoz, cuando decía que la rueda hidráulica de “El Pedroso” era de las más grandes de Europa (5). Las aguas del río se detenían en una presa de forma convexa, construida maravillosamente entre las rocas, lo que le daba una gran fuerza y solidez. De ella sobresalía un enorme sauce babilónico que nuestro viajero decía que tenía el aspecto de tener al menos medio siglo de existencia.
Edward decía que la factoría era propiedad de una empresa que residía principalmente en Sevilla y Cádiz. Una sociedad que había tenido que realizar un gran desembolso para crearla, pues estaba situada en un lugar donde no había más que madera, y estaban obligados a traer el mineral desde cierta distancia.
Edward decía que la factoría era propiedad de una empresa que residía principalmente en Sevilla y Cádiz. Una sociedad que había tenido que realizar un gran desembolso para crearla, pues estaba situada en un lugar donde no había más que madera, y estaban obligados a traer el mineral desde cierta distancia.
También habían gastado una suma considerable en la compra y alquiler de tierras, con la idea de conseguir la leña y el carbón vegetal que necesitaban, de manera que en pocos años pudieran ser autosuficientes. Sin embargo, el retraso en el pago de dividendos, que era una consecuencia inevitable para un establecimiento industrial que estaba buscando su espacio en el mercado, había producido mucho descontento entre los accionistas, por lo que tratar con ellos no era una tarea fácil. Todos describían al presidente de la compañía, como una persona harto difícil. El viajero inglés pudo reunirse con Elorza al haber tenido este que aplazar un viaje a Alemania a causa de una enfermedad que le obligo a volver a Sevilla. El militar vasco vivía en la factoría, y así fue durante años mientras su presencia fue absolutamente necesaria, luego, cuando la familia creció se retiró a Sevilla. Su lugar en la empresa la ocupó un compañero que trabajó a sus órdenes. En otros trabajos hemos dicho que Elorza se retiraba temporalmente a Sevilla y Chiclana a principios de junio, a causa de la malaria que azotaba la sierra cuando llegaba la canícula, volviendo a la fábrica bien entrado el otoño (6).
Edward también estaba sorprendió por la cantidad de árboles que habían crecido en el valle por donde discurre el Huesna. Comentando que álamos que se habían plantado hacía diez años tenían cuarenta pies (*) de altura (unos 12 m. aprox.). El autor decía que los terrenos de la ribera situados junto al río ofrecían el lugar apropiado para realizar un paseo delicioso hasta la factoría cuando al atardecer disminuye el calor del Sol.
Samuel no habla en su obra de una serie de edificaciones a las que nunca antes se había referido ninguno de los viajeros que habían recalado en la fábrica, me refiero a unas chozas que en su base estaban formadas por un círculo de piedra, sobre el que se había construido una cubierta cónica hecha de madera y ramas de diversos arbustos, al estilo de las que él había visto en la zona de la Maremme, en la Toscana (Italia). Decía que había muchas, y que eran las viviendas de un grupo de campesinos de la mancha que habían huido de sus tierra para evitar los robos y las violaciones de la banda de un tal “Palillos”, durante la primera guerra carlista. Aquí habían encontrado el sosiego y la seguridad que no tenían en su tierra. Esos sucesos se hicieron cotidianos a la muerte del truculento Fernando VII, pues muchos de los guerrilleros que habían combatido contra la invasión francesa en la Guerra de la Independencia volvieron a las armas para apoyar a D. Carlos María Isidro, frente a Isabel II, protegidos y alentados por el clero. Muchos de esos héroes populares en la guerra contra el francés como: “El Locho”, “Chaleco”, “El Rubio”, “Palillos”, “Orejita”, y otros (7), respaldados por sus “partidas” descargaron toda su primitiva rebeldía y violencia contra la población indefensa, en pro de la causa carlista. Los manchegos fueron recibidos con amabilidad en la sierra, y como eran muy apreciados por su trabajo, fueron gradualmente absorbidos por el establecimiento, donde los informes eran tan favorables que se les permitía trabajar el tiempo que quisieran.
Dice nuestro viajero que en el primer establecimiento de la fundición se habían empleado setenta pares de bueyes, que cuando él estuvo en la fábrica habían sido sustituidos por mulas y asnos, unos animales que en la rutina ordinaria de la zona eran utilizados para el trabajo pesado. Nos dice, así mismo, que los compraban en Extremadura, y que estaban muy bien criados y mantenidos, con lo que tenían un aspecto noble. El precio de adquisición era, aproximadamente, de treinta dólares cada uno, y en el estado que estaban algunos de ellos podrían valer en Londres tres veces aquella suma. “Además de los que tienen en propiedad, tienen un gran número alquilados, y pienso que dijeron que fueron empleados unos 150 yugos en esta estación” (8), apostillaba el narrador. Una de las cuestiones que las que hace hincapié es en la ampliación del territorio de la primera fábrica, a la que dice que apenas se le había concedido poco menos de un acre de tierra (unos 4 Km2), mientras que ahora, gracias a las concesiones de los municipios de Cazalla y El Pedroso, además del terreno que habían adquirido a los campesinos del lugar, tenía una extensión de ocho millas o dos leguas cuadradas 8*), de territorio (unos 62,72 Km2). Comenta que para llegar a esta situación tuvieron que luchar contra la absurda ley de bosques por la que ciertas juntas tenían el derecho de apropiarse de cada árbol o arbusto que pensaran que era apropiado para el uso de la marina. Las sierras de Cazalla y El Pedroso estaban en su radio de acción. Añadiendo que esa ridícula y ruinosa ley era una de las maldiciones de la economía española, señalando que había sido derogada por las Cortes de Cádiz, restaurada nuevamente por Fernando VII, y derogada nuevamente en 1836. Sin su supresión, dice, no hubiese existido la Fábrica de “El Pedroso”. Sin embargo, los beneficios llegaron a ella no sólo por la derogación, sino que además lo fue por el coraje de Elorza; la compra de tierras a los campesinos del lugar y, sobre todo, por la ley que permitía a los ayuntamientos disponer de los terrenos comunales. Estos se cedían por un alquiler muy bajo a la factoría, por tiempo indefinido, aunque podían ser redimidos en cualquier momento mediante el pago de un 3 % por el arrendatario, eso sí, los propietarios no podían ejercer ninguna demanda contra la fábrica por las mejoras que hubiesen hecho en ellos. Era mejor negociar cesiones con los ayuntamientos que comprar a los particulares, cuestión que acarreaba muchas dificultades y no por parte de los campesinos, sino de los escribanos que usaban de su influencia para dificultar en lo posible la compra-venta de los mismos. Apuntaba Edward que las tierras adquiridas tenían poco valor en el momento de la compra, sin embargo, se pangaban buenos precios por ellas. El precio lo fijaba el estado, y en la mayoría de los casos estaban relacionados con su situación respecto a un manantial o una corriente de agua, tan necesaria en un clima áspero y cálido como el de la serranía sevillana. Dice Samuel que en cierta ocasión la fábrica tuvo que pagar un precio muy elevado por un pedazo de tierra cercano a ella, ya que el dueño del terreno, consciente de la importancia de su situación, subió considerablemente su valor. Las tierras adquiridas estaban bajo la consideración de dehesas, cubiertas de jaras y otros arbustos, como remanente de una arboleda que en otra época había sido exuberante.
La primera tarea que se impuso la dirección era convertir esos terrenos áridos en productivos, tanto para la creación de bosques como para reservar ciertos campos cercanos al río para la siembra de maíz y heno para uso del establecimiento. Los trozos improductivos se desmontaban, quemándose la leña, para luego sembrar en ellos trigo y cebada. Cuando se recogía la cosecha se sembraban piñones, que agarraban perfectamente. Los progresos alcanzados por ese sistema de plantación en un clima como el serrano fueron increíbles, y había dado un excelente resultado. De esa forma habían sembrado dos mil celemines (*) de piñones (unos 9.200 kg.). Los pinos más altos, aunque sólo tenía seis años, alcanzaban ya doce pies de alto (unos 4 metros). Otra de las novedades que nos aporta Edward cuando nos habla de la Ferrería de “El Pedroso”, surge al decirnos que al principio fue muy difícil hacerse con los piñones, pues había una gran dificultad en que los lugareños pudieran recogerlos. La empresa pensó en traerlos de Francia, pero el transporte era demasiado caro y al final, aprovechando los contactos que tenía Elorza en Galicia, realizaron allí sus compras, ya que los lugareños los recogían fácilmente. A finales de 1839, principios de 1840, la fundición tenía adquiridos terrenos con más de tres leguas cuadradas de superficie destinados a la plantación de pinos, donde se criaban 7.890.000 árboles de diferentes especies y edades (9).
Edward también estaba sorprendió por la cantidad de árboles que habían crecido en el valle por donde discurre el Huesna. Comentando que álamos que se habían plantado hacía diez años tenían cuarenta pies (*) de altura (unos 12 m. aprox.). El autor decía que los terrenos de la ribera situados junto al río ofrecían el lugar apropiado para realizar un paseo delicioso hasta la factoría cuando al atardecer disminuye el calor del Sol.
Samuel no habla en su obra de una serie de edificaciones a las que nunca antes se había referido ninguno de los viajeros que habían recalado en la fábrica, me refiero a unas chozas que en su base estaban formadas por un círculo de piedra, sobre el que se había construido una cubierta cónica hecha de madera y ramas de diversos arbustos, al estilo de las que él había visto en la zona de la Maremme, en la Toscana (Italia). Decía que había muchas, y que eran las viviendas de un grupo de campesinos de la mancha que habían huido de sus tierra para evitar los robos y las violaciones de la banda de un tal “Palillos”, durante la primera guerra carlista. Aquí habían encontrado el sosiego y la seguridad que no tenían en su tierra. Esos sucesos se hicieron cotidianos a la muerte del truculento Fernando VII, pues muchos de los guerrilleros que habían combatido contra la invasión francesa en la Guerra de la Independencia volvieron a las armas para apoyar a D. Carlos María Isidro, frente a Isabel II, protegidos y alentados por el clero. Muchos de esos héroes populares en la guerra contra el francés como: “El Locho”, “Chaleco”, “El Rubio”, “Palillos”, “Orejita”, y otros (7), respaldados por sus “partidas” descargaron toda su primitiva rebeldía y violencia contra la población indefensa, en pro de la causa carlista. Los manchegos fueron recibidos con amabilidad en la sierra, y como eran muy apreciados por su trabajo, fueron gradualmente absorbidos por el establecimiento, donde los informes eran tan favorables que se les permitía trabajar el tiempo que quisieran.
Dice nuestro viajero que en el primer establecimiento de la fundición se habían empleado setenta pares de bueyes, que cuando él estuvo en la fábrica habían sido sustituidos por mulas y asnos, unos animales que en la rutina ordinaria de la zona eran utilizados para el trabajo pesado. Nos dice, así mismo, que los compraban en Extremadura, y que estaban muy bien criados y mantenidos, con lo que tenían un aspecto noble. El precio de adquisición era, aproximadamente, de treinta dólares cada uno, y en el estado que estaban algunos de ellos podrían valer en Londres tres veces aquella suma. “Además de los que tienen en propiedad, tienen un gran número alquilados, y pienso que dijeron que fueron empleados unos 150 yugos en esta estación” (8), apostillaba el narrador. Una de las cuestiones que las que hace hincapié es en la ampliación del territorio de la primera fábrica, a la que dice que apenas se le había concedido poco menos de un acre de tierra (unos 4 Km2), mientras que ahora, gracias a las concesiones de los municipios de Cazalla y El Pedroso, además del terreno que habían adquirido a los campesinos del lugar, tenía una extensión de ocho millas o dos leguas cuadradas 8*), de territorio (unos 62,72 Km2). Comenta que para llegar a esta situación tuvieron que luchar contra la absurda ley de bosques por la que ciertas juntas tenían el derecho de apropiarse de cada árbol o arbusto que pensaran que era apropiado para el uso de la marina. Las sierras de Cazalla y El Pedroso estaban en su radio de acción. Añadiendo que esa ridícula y ruinosa ley era una de las maldiciones de la economía española, señalando que había sido derogada por las Cortes de Cádiz, restaurada nuevamente por Fernando VII, y derogada nuevamente en 1836. Sin su supresión, dice, no hubiese existido la Fábrica de “El Pedroso”. Sin embargo, los beneficios llegaron a ella no sólo por la derogación, sino que además lo fue por el coraje de Elorza; la compra de tierras a los campesinos del lugar y, sobre todo, por la ley que permitía a los ayuntamientos disponer de los terrenos comunales. Estos se cedían por un alquiler muy bajo a la factoría, por tiempo indefinido, aunque podían ser redimidos en cualquier momento mediante el pago de un 3 % por el arrendatario, eso sí, los propietarios no podían ejercer ninguna demanda contra la fábrica por las mejoras que hubiesen hecho en ellos. Era mejor negociar cesiones con los ayuntamientos que comprar a los particulares, cuestión que acarreaba muchas dificultades y no por parte de los campesinos, sino de los escribanos que usaban de su influencia para dificultar en lo posible la compra-venta de los mismos. Apuntaba Edward que las tierras adquiridas tenían poco valor en el momento de la compra, sin embargo, se pangaban buenos precios por ellas. El precio lo fijaba el estado, y en la mayoría de los casos estaban relacionados con su situación respecto a un manantial o una corriente de agua, tan necesaria en un clima áspero y cálido como el de la serranía sevillana. Dice Samuel que en cierta ocasión la fábrica tuvo que pagar un precio muy elevado por un pedazo de tierra cercano a ella, ya que el dueño del terreno, consciente de la importancia de su situación, subió considerablemente su valor. Las tierras adquiridas estaban bajo la consideración de dehesas, cubiertas de jaras y otros arbustos, como remanente de una arboleda que en otra época había sido exuberante.
La primera tarea que se impuso la dirección era convertir esos terrenos áridos en productivos, tanto para la creación de bosques como para reservar ciertos campos cercanos al río para la siembra de maíz y heno para uso del establecimiento. Los trozos improductivos se desmontaban, quemándose la leña, para luego sembrar en ellos trigo y cebada. Cuando se recogía la cosecha se sembraban piñones, que agarraban perfectamente. Los progresos alcanzados por ese sistema de plantación en un clima como el serrano fueron increíbles, y había dado un excelente resultado. De esa forma habían sembrado dos mil celemines (*) de piñones (unos 9.200 kg.). Los pinos más altos, aunque sólo tenía seis años, alcanzaban ya doce pies de alto (unos 4 metros). Otra de las novedades que nos aporta Edward cuando nos habla de la Ferrería de “El Pedroso”, surge al decirnos que al principio fue muy difícil hacerse con los piñones, pues había una gran dificultad en que los lugareños pudieran recogerlos. La empresa pensó en traerlos de Francia, pero el transporte era demasiado caro y al final, aprovechando los contactos que tenía Elorza en Galicia, realizaron allí sus compras, ya que los lugareños los recogían fácilmente. A finales de 1839, principios de 1840, la fundición tenía adquiridos terrenos con más de tres leguas cuadradas de superficie destinados a la plantación de pinos, donde se criaban 7.890.000 árboles de diferentes especies y edades (9).
Al plantarse los pinos, y mientras estos ganaban altura, el terreno daba al poco tiempo una hierba que era aprovechada para pastar los bueyes. Una de las normas del establecimiento era la prohibición rigurosa de tener cabras, que eran, al entender del autor, causa de la destrucción de los bosques de España. Cuenta la anécdota de que un día, caminando por la finca con el superintendente de la fábrica, vieron una cabra atada junto a una cabaña, violando la prohibición, cuando preguntaron qué hacía allí el animal les dijeron que era para el uso de una persona enferma, por lo que autorizaron su permanencia. Independientemente de la madera para el carbón de leña que extraían, que era el objetivo prioritario de la factoría, esos campos alimentaban a diversos animales en las diferentes épocas del año, tan pronto como el bosque estaba en condiciones de recibirlos. Proporcionando a los propietarios un considerable beneficio. En otoño las manadas de cerdos se alimentaban de las bellotas (la montanera), de igual modo que en invierno las ovejas encontraban abundante alimento. Para cada una de esas ocupaciones se pagaba un alquiler a la compañía, a satisfacción de las partes, sin demasiado coste, apostillaba el narrador. Decía que el principal árbol de esos bosques era la encina, seguido del alcornoque, el quejigo, los lentiscos y, en las zonas húmedas, los chopos.
El pino piñonero (Pinus pinea), se cultivaba como el pinaster (Pinus pinaster), aunque es menos abundante debido a la dificultad de adquirir sus semillas y el crecimiento más lento, lo que hacía que fuese menos rentable para la extracción de carbón, aunque la madera era más valiosa que la de su congénere. Encontraron muchas dificultades para realizar las primeras plantaciones, debido a que el calor del verano los quemaba antes de que las raíces hubiesen penetrado lo suficiente en la tierra para proteger la planta contra los efectos del Sol. Dice el autor que él sugirió que se cubriesen con la paja reservada para las mulas, y les recomendó la plantación del Pinus hispánica (posiblemente el actual Pinus alepensis o pino blanco), pero también había dificultades para conseguir las semillas. La empresa tenía sus propios viveros, y Samuel había mantenido una correspondencia con Elorza para estar al tanto de la evolución de los planteles, considerando que la madera del Pinus hispánica era la que mejor podía sustituir a la del piñonero.
Al referirse a los depósitos de mineral que utilizaba la factoría dice que uno de ellos era de vetas gruesas y de inferior calidad, por estar ligado a la serpentina. Ese yacimiento estaba situado en un lugar no muy distante de la fundición. El otro era de una calidad superior y lo extraían en grandes cantidades de San Nicolás del Puerto. Decía Edward que en aquel tiempo se veían obligados a comprar una gran cantidad de carbón, pero que cuando se produjeran las mejoras en la tierra, y se completasen los bosques, esperaban hacer el hierro más barato que en Inglaterra, el gran objetivo de los economistas españoles. El establecimiento estaba evolucionando con el principio llamado de “festina lente” (una locución latina que se traduce como “apresúrate lentamente”), que no siempre era compartido por los accionistas, deseosos de que sus inversiones les reportasen beneficios lo más rápidamente posible. La situación geográfica de la factoría, unida a las dificultades medioambientales, y la deficiencia de las comunicaciones, no podía contrarrestarse con un plan de crecimiento rápido, sino con unas medidas tomadas con pasos firmes y seguros.
El pino piñonero (Pinus pinea), se cultivaba como el pinaster (Pinus pinaster), aunque es menos abundante debido a la dificultad de adquirir sus semillas y el crecimiento más lento, lo que hacía que fuese menos rentable para la extracción de carbón, aunque la madera era más valiosa que la de su congénere. Encontraron muchas dificultades para realizar las primeras plantaciones, debido a que el calor del verano los quemaba antes de que las raíces hubiesen penetrado lo suficiente en la tierra para proteger la planta contra los efectos del Sol. Dice el autor que él sugirió que se cubriesen con la paja reservada para las mulas, y les recomendó la plantación del Pinus hispánica (posiblemente el actual Pinus alepensis o pino blanco), pero también había dificultades para conseguir las semillas. La empresa tenía sus propios viveros, y Samuel había mantenido una correspondencia con Elorza para estar al tanto de la evolución de los planteles, considerando que la madera del Pinus hispánica era la que mejor podía sustituir a la del piñonero.
Al referirse a los depósitos de mineral que utilizaba la factoría dice que uno de ellos era de vetas gruesas y de inferior calidad, por estar ligado a la serpentina. Ese yacimiento estaba situado en un lugar no muy distante de la fundición. El otro era de una calidad superior y lo extraían en grandes cantidades de San Nicolás del Puerto. Decía Edward que en aquel tiempo se veían obligados a comprar una gran cantidad de carbón, pero que cuando se produjeran las mejoras en la tierra, y se completasen los bosques, esperaban hacer el hierro más barato que en Inglaterra, el gran objetivo de los economistas españoles. El establecimiento estaba evolucionando con el principio llamado de “festina lente” (una locución latina que se traduce como “apresúrate lentamente”), que no siempre era compartido por los accionistas, deseosos de que sus inversiones les reportasen beneficios lo más rápidamente posible. La situación geográfica de la factoría, unida a las dificultades medioambientales, y la deficiencia de las comunicaciones, no podía contrarrestarse con un plan de crecimiento rápido, sino con unas medidas tomadas con pasos firmes y seguros.
Dice que al principio sólo hubo tres fundidores extranjeros empleados en la fábrica, a los que se les dio la responsabilidad en los departamentos de su especialidad. Estaban bien pagados, dándoles no menos de cuatro libras esterlinas por semana, equivalente al doble de esa suma en su país, y con la condición de no permanecer en la fábrica en los meses de verano, cuando las tercianas arreciaban. Estando obligados a visitar las obras una vez cada diez días, pagándoles el mismo salario en todo momento.
Uno de esos ingleses había adquirido perfectamente el lenguaje y el estilo andaluz, lo que unido a su complexión y aspecto, podría llevar a que cualquiera lo tomase por un nativo. Uno de ellos había sido herido gravemente por un disparo en un brazo, quedándose la mano derecha discapacitada de por vida. El suceso había ocurrido a las puertas de Sevilla, cuando un grupo de rateros le asaltaron al anochecer. Los bandidos le dispararon por la espalda, y cuando cayó al suelo le quitaron el caballo, que ya no recuperó. Ese incidente, que providencialmente no fue mortal como los autores pretendían, lo causó su propia imprudencia, dice el autor, por haberse parado en una venta frecuentada por mala gente, y permanecer allí hasta el atardecer, cuando algunos de sus compañeros de “copas” le esperaban a la salida para atracarlo. A pesar de que su mano estaba incapacitada para trabajar en su tarea habitual, se le permitió que le ayudase su hijo para compensar sus deficiencias, pagándole lo mismo.
Edward dice que cuando estuvo en la factoría se construyó una espaciosa nave para los moldes, permitiendo a los operarios hacer el trabajo con más holgura, ya que antes era muy dificultoso, por falta de espacio. La estructura principal del edificio estaba hecha con la madera de un magnífico Pinus Hispánica de la Sierra de Segur que había costado miles de reales o alrededor de diez libras esterlinas, y tenía dos pies cuadrados en toda su extensión.
Al concluir su descripción sobre “El Pedroso” el autor decía: “al presente la producción de la fábrica está sobre 20.000 quintales anuales de hierro, una pequeña cantidad para nuestra escala de operaciones, pero una considerable producción para la ferrería española (10). No sabemos si él ignoraba que a pesar de la modesta estimación que hacía de la producción de la ferrería sevillana, tanto ella como La Constancia, La Concepción y El Ángel, fueron la punta de lanza de la producción siderúrgica española durante casi treinta años, debido, eso sí, a que las grandes fábricas del norte peninsular estaban paralizadas por las guerras carlistas.
Nuestros viajeros siguieron su camino hasta Villanueva del Río, para interesarse por los yacimientos carboníferos, más tarde continuaron el viaje hasta Sevilla, Málaga, Granada, Jaén, Madrid, La Coruña, Pontevedra y Vigo, para embarcarse rumbo a Inglaterra, muriendo en Newton Hall (Northumberland), en enero de 1856.
NO ESTÁ PERMITIDA LA REPRODUCCIÓN DE ESTE ARTÍCULO, POR CUALQUIER MEDIO, SIN PREVIA AUTORIZACIÓN DEL AUTOR
Notas:
1.-EDWARD WIDDRINGTON, Samuel. “Spain and the spaniards in 1843”. T &W. Boone, London. 1844.
2.-LOPEZ BURGOS, Mª. Antonia. “Los mármoles, la minería en España y la Geología de Granada en la obra de E. Cook, un viajero inglés de 1830”. Cuadernos Geográficos de la U. de Granada Nº 32. Pp. 229-248, año 2002.
3.-EDWARD WIDDRINTON, Samuel. Op. ya citado pág. 203
4.-EDWARD WIDDRINTON, Samuel. Op. ya citado pág. 208
5.-MADOZ, Pascual. “Diccionario Geográfico Estadístico Histórico de España y sus posesiones de
Ultramar”. Vol. VI, 1847. Voz Cazalla de la Sierra.
6.-VILLALBA RAMOS, Antonio. “Operarios extranjeros y Contratos de Trabajo…”. Archivo
Hispalense, 2000. LXXXIII, Nº 254.
7.-MARTINEZ LAINEZ, Fernando. “Como lobos hambrientos”. Ed. Algaba. Madrid 2007. Pág. 323 y
siguientes.
*(El pie castellano mide la tercera parte de la vara, 0,2786 m. El inglés mide la tercera parte de una yarda, es decir 0,3048 m.). El autor utilizó la medida inglesa.
EDWARD WIDDRINTON, Samuel. Op. ya citado pág. 210
*La legua cuadrada es la unidad de superficie que corresponde a un cuadrado que tiene una legua de lado. La legua tiene 5.572 m.
*El celemín es una medida de capacidad de áridos que tiene cuatro cuartillos, en Castilla equivale a 4,6 litros o kilos.
9.-VILLALBA RAMOS, Antonio. “La Compañía de Minad de Hierro de El Pedroso y Agregados en el
Periodo Elorza (1831-1844)”. Archivo Hispalense 2005-2006, nº 267-272, pp. 163
10.-EDWARD WIDDRINTON, Samuel. Op. ya citado, pág. 223
Uno de esos ingleses había adquirido perfectamente el lenguaje y el estilo andaluz, lo que unido a su complexión y aspecto, podría llevar a que cualquiera lo tomase por un nativo. Uno de ellos había sido herido gravemente por un disparo en un brazo, quedándose la mano derecha discapacitada de por vida. El suceso había ocurrido a las puertas de Sevilla, cuando un grupo de rateros le asaltaron al anochecer. Los bandidos le dispararon por la espalda, y cuando cayó al suelo le quitaron el caballo, que ya no recuperó. Ese incidente, que providencialmente no fue mortal como los autores pretendían, lo causó su propia imprudencia, dice el autor, por haberse parado en una venta frecuentada por mala gente, y permanecer allí hasta el atardecer, cuando algunos de sus compañeros de “copas” le esperaban a la salida para atracarlo. A pesar de que su mano estaba incapacitada para trabajar en su tarea habitual, se le permitió que le ayudase su hijo para compensar sus deficiencias, pagándole lo mismo.
Edward dice que cuando estuvo en la factoría se construyó una espaciosa nave para los moldes, permitiendo a los operarios hacer el trabajo con más holgura, ya que antes era muy dificultoso, por falta de espacio. La estructura principal del edificio estaba hecha con la madera de un magnífico Pinus Hispánica de la Sierra de Segur que había costado miles de reales o alrededor de diez libras esterlinas, y tenía dos pies cuadrados en toda su extensión.
Al concluir su descripción sobre “El Pedroso” el autor decía: “al presente la producción de la fábrica está sobre 20.000 quintales anuales de hierro, una pequeña cantidad para nuestra escala de operaciones, pero una considerable producción para la ferrería española (10). No sabemos si él ignoraba que a pesar de la modesta estimación que hacía de la producción de la ferrería sevillana, tanto ella como La Constancia, La Concepción y El Ángel, fueron la punta de lanza de la producción siderúrgica española durante casi treinta años, debido, eso sí, a que las grandes fábricas del norte peninsular estaban paralizadas por las guerras carlistas.
Nuestros viajeros siguieron su camino hasta Villanueva del Río, para interesarse por los yacimientos carboníferos, más tarde continuaron el viaje hasta Sevilla, Málaga, Granada, Jaén, Madrid, La Coruña, Pontevedra y Vigo, para embarcarse rumbo a Inglaterra, muriendo en Newton Hall (Northumberland), en enero de 1856.
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Notas:
1.-EDWARD WIDDRINGTON, Samuel. “Spain and the spaniards in 1843”. T &W. Boone, London. 1844.
2.-LOPEZ BURGOS, Mª. Antonia. “Los mármoles, la minería en España y la Geología de Granada en la obra de E. Cook, un viajero inglés de 1830”. Cuadernos Geográficos de la U. de Granada Nº 32. Pp. 229-248, año 2002.
3.-EDWARD WIDDRINTON, Samuel. Op. ya citado pág. 203
4.-EDWARD WIDDRINTON, Samuel. Op. ya citado pág. 208
5.-MADOZ, Pascual. “Diccionario Geográfico Estadístico Histórico de España y sus posesiones de
Ultramar”. Vol. VI, 1847. Voz Cazalla de la Sierra.
6.-VILLALBA RAMOS, Antonio. “Operarios extranjeros y Contratos de Trabajo…”. Archivo
Hispalense, 2000. LXXXIII, Nº 254.
7.-MARTINEZ LAINEZ, Fernando. “Como lobos hambrientos”. Ed. Algaba. Madrid 2007. Pág. 323 y
siguientes.
*(El pie castellano mide la tercera parte de la vara, 0,2786 m. El inglés mide la tercera parte de una yarda, es decir 0,3048 m.). El autor utilizó la medida inglesa.
EDWARD WIDDRINTON, Samuel. Op. ya citado pág. 210
*La legua cuadrada es la unidad de superficie que corresponde a un cuadrado que tiene una legua de lado. La legua tiene 5.572 m.
*El celemín es una medida de capacidad de áridos que tiene cuatro cuartillos, en Castilla equivale a 4,6 litros o kilos.
9.-VILLALBA RAMOS, Antonio. “La Compañía de Minad de Hierro de El Pedroso y Agregados en el
Periodo Elorza (1831-1844)”. Archivo Hispalense 2005-2006, nº 267-272, pp. 163
10.-EDWARD WIDDRINTON, Samuel. Op. ya citado, pág. 223