Cuando Vicentillo le dijo a su padre que ya no conduciría más a la "porcada" por sus eternos pasturajes de ejidos y cañadas, y que holgaba de ser riberiego por los caminos de sirga, los cerdos rustriendo y triscando, y él al acecho de una potámide, su padre, Vicente de Dios Enríquez, lo miró con sorpresa. ¿Por qué? ¡Porque no me gusta el olor! Gracias a la presencia de su cuñado el Pilongo; pues si no, hubiera gustado de la garrota del viejo. Estaba decidido; los cochinos que los guardaran sus amos, él iba de peón albañil con el Pilongo, que era maestro aguañón y tenía un puesto seguro por muchos años en el pantano del Pintado. Vicente el hijo estaba cansao de jopárselas ante la guardia civil, pues por las bellotas que consumía su ganado estaba siempre fuera de la ley y la última vez que lo prendieron, un servidor de la Santa Hermandad lo golpeó con una verga de toro. Sí lo azotó; pero el filisteo le descalzó las alpargatas para propinarle en las plantas de los pies. Y así, con su pariente el Pilongo, comenzó el aprendizaje de media paleta y desarrolló los remos en el pateo de estos veinte kilómetros, peregrinando los Sábados por la tarde y el regreso en la noche del Domingo, entre el pantano y su casa. ¡¡No tenía suerte Vicentillo!! La noche que les abordaron en el camino de Mansegoso los extremeños, les sangraron los jornales de la semana; setenta y dos pesetas el peón y ciento veinte al maestro. ¿Cómo iba a mantener a su padre y darle a María para que comprara la lana del colchón? Por eso no la debieron desollar cuando la llevó a su casa; fue como enfermera para cuidar del anciano, no como amasia. ¡¡¡Si no podían ni yacer juntos!!! Por unas chapuzas que le hizo a Don Vito, éste le propinó con una bicicleta; pero no sabía montar, y la necesidad le obligó a un aprendizaje por aquellas pistas de tierra, baches y pedruscos que le ocasionaron abundantes descarrilos y descalabros. Fue entonces cuando tuvo otro encuentro con la Benemérita, que le multó con cinco pesetas, por no llevar timbre. La multa fue a cobrarla a la casa un guardia | civil, y la notificación la recogió el padre que no sabía leer, no sabía lo que era un timbre y se horrorizaba ante un uniforme. Le habían matado dos hijos en nuestra última guerra civil. Siguió pedaleando Vicentillo contra vientos y mareas, ejerciendo de tapagujeros por esos campos de Dios, siempre con una perrilla minúscula de raza indefinida, jinete en el trasportín. La misión de este inteligente animal, era, mientras su amo tiraba mezcla, hurgar en los vallados próximos y arrimarle a la capacha, sin fallar, uno o dos conejos para reforzar la merienda. Por aquellos entonces lo contrató el marqués, y de milagro no fue a los Galindos, pero tuvo suerte; su tajo era más cercano y allí no mataron a nadie. Pero la finca estaba acotada y el guarda tenía orden de eliminar todo perro extraño. Entonces Vicentillo, para mantener su recova, ideó una estratagema, sabedor de la repugnancia del señor marqués hacia los ratones. Los roedores que la María, en el corral y en su antañón doblado, cazaba incansablemente, los presentaba el alarife al señorito de la finca como cacería de su perra, por los que éste le permitió la residencia y le asignó alimento a tan útil animal. Vicentillo ya no campea por las orillas del Huesna vestido con sólo las ligas, ni empuja al biciclo las cuestas arriba a la vuelta del trabajo; se le ha arrugado mucho la cara, acentuado los ojos de García y le sigue por las tabernas un chucho, trasunto del que mimaba el marqués. A pesar de la fortaleza de María y de las tretas de su marido, no han sabido hacer un chiquillo; por lo que, una vez que pare y lo desteta su hermana Fernanda, que lo hace todos los años, los recría en el corral junto con las gallinas, los patos, los palomos y un gato de rabo cortado como un cerval. Vicente de Dios Enríquez murió hace años con la cabeza perdida, recordando su guerra en Filipinas cómo mataron a sus compañeros, cómo lo amparó una "guacha", cómo cuando lo vio triste lo llevó en la barca a un navío portugués, cómo llego a España dos años después que los de Baler con su fusil oxidado...cómo...cómo... cómo... |
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AutorAsociación Cultural LA MEMORIA PRODIGIOSA.
José Mª Durán Ayo ARTÍCULOS DE José Mª Durán Ayo MÁS ALLÁ DE MI MEMORIA. José María Odriozola Sáez CUADERNILLOS DEL ARCA DEL AGUA. Luis Odriozola Ruiz Archivos del blog por MES
Noviembre 2022
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