2ª parte: De la heráldica de su escudo y los arcos que atravesaban la plaza.
Desgraciadamente toda la documentación conservada en el Registro de la Propiedad de Cazalla de la Sierra se destruyó en un incendio en 1862, aunque esta fatalidad nos haya privado de más información de uno de los edificios más antiguos y menos trasformados de nuestro querido pueblo, intentaremos reconstruir algo su historia por otros cauces… No conocemos mención histórica alguna que haga referencia al escudo que blasona la fachada de nuestra casa. No sé si cierta o no, pero es creencia entre los sucesivos dueños de que el escudo es uno compuesto de las familias Ribera Colarte con los Gil de Taboada y Gómez de Avellaneda. Por mediación de mi buen amigo Rafael del Campo (que algo le va en ello) hemos podido consultar a una de las personas más preparadas en este campo farragoso de la heráldica; el Marqués de Casa Real D. Luis Valero de Bernabé.
Hombre erudito y conocedor nos alumbra comentándonos que los cuarteles derechos de nuestro escudo nos dicen claramente que pertenecen a los Ribera Colarte, ostentadores en su día del Marquesado de Aguiar. Los motivos heráldicos que adornan los cuarteles correspondientes a la familia materna no corresponden a la simbología de los escudos de las familias Gil de Taboada ni a los Gómez de Avellaneda; consultadas las armas de las posibles familias no obtenemos resultados. En los primeros, los blasones que adornan sus pazos gallegos de Des y de Barcia-Gil finalizan su yelmo coronándolo con un morrión y aparecen torres o castillos almenados, el característico pez nadando rodeado por ocho cadenas, trece tornillos o bezantes… tan comunes en los blasones de los Gil de Taboada. Tampoco hay coincidencia por anexión de otras familias en las que aparecen un león rampante, tres estrellas, un tablero ajedrezado y una M con dos serpientes enlazadas por la cola. Y tampoco los Gómez de Avellaneda nos dan norte al ser sus armas: Cuartelado. Primero: en oro, un roble de sinople; segundo: en oro, una encina de sinople, superada de una estrella de azur de ocho rayos; tercero: en plata, seis pinos de sinople y bordura de gules con trece roeles de oro, y cuarto: en azur, un castillo de plata, sobre media rueda de molino y superado de tres flores de lis de azur. Bordura de gules con ocho aspas de oro.
Se lamenta D. Luís Valero de que estos cuarteles del escudo tengan motivos comunes en muchos linajes; nos recomienda para su conocimiento veraz el estudio serio de la genealogía de esta familia existente posiblemente en el archivo parroquial. Queda pendiente… No aporto mucho pero descarto algo y me conformo con pensar que como toda casa antigua que se precie, debe tener sus secretos (ahí reside parte de su encanto) y la nuestra, por original, lo luce en su fachada. Los miembros de esta familia probaron su nobleza repetidas veces en las distintas Órdenes, en la Real Chancillería de Valladolid, en la Real Audiencia de Oviedo y en la Real Compañía de Guardias Marinas. Al igual que en los Gil de Taboada, en esta familia abundaron los títulos y antes de que a Don José de Rivera Tamariz lo nombrasen Marqués de Aguilar, ya le habían concedido los títulos de Conde de Quintanilla y Marqués de San Juan de Rivera a sus muy cercanos parientes don Diego de Rivera y Cotes y don Marcos de Rivera y Guzmán. |
Sabemos que una rama pasó a Sevilla y es en esta en la que Carlos II concede el título de Marqués de Aguiar en 1680 a José de Ribera Tamariz de Mendieta y Figueroa.
En El Pedroso se emparentan con los Gil de Taboada y como curiosidad diremos que en la actualidad, la heredera legítima del título de Marquesa de Aguiar es una pedroseña centenaria: Carmen Aranda Bejarano. En la documentación sobre la casa facilitada por nuestra buena amiga Reyes Ortiz, aparece descrita con minuciosidad y aclara que en realidad son dos: Una casa en la plaza de Consolación y otra en la calle de la Yesca, que unidas forman una sola de 360 varas cuadradas.
Sabemos que su entonces dueño D. José de Cabrera la tenía hipotecada en 2.300 reales a favor del cabildo catedral por el Diezmo de miel y cera y otro de 52 fanegas de pan terciado por la cantidad de 3.909 reales y un cuartillo por el diezmo de potros, becerros y otros. Algunos años después, en 1864, su viuda Ángela Azcarate y Granados muere y le heredan sus hijos el coronel José María, Dolores, María Luisa y María Loreto Cabrera Azcarate. A la derecha de su entrada tenía por vecino al notario Don Manuel García Valencia, esta misma casa que años después fue la casa de mi abuelo Luis Odriozola y a la izquierda en la casa que años después fue de la familia Molina vivió Antonio Domínguez Moya. Por la espalda daba a lo que entonces se llamaban “los corrales de las casas de la plaza de la iglesia”.
A estos “corrales” se accedía desde la plaza por el “Callejón de la Yesca”, un portón de madera de dos hojas con un enorme cerrojo (que conservamos) lo dividía del “Callejón de los Ruíz” que tomó este nombre por ser todas puertas traseras de viviendas de esta familia. Mi padre recordaba de niño una de estas hojas del portón que, desvencijada, permaneció durante muchos años apoyada en el muro trasero del patio de su tía Adela Cataño. La casa de Diego Rodríguez y la de mi abuela pudieron ser en su día, por su localización y dimensiones, casas consistoriales. El médico José Neira contaba que entre la gente de más edad tenían por cierto y así lo recordaba su hija a mis abuelos, que su casa, la número tres y la de Diego estuvieron en su día unidas por una galería en forma de pasadizo elevado y cubierto. Su único apoyo estaba en el centro de la calle, desde este y a cada lado, volaban dos arcos que apoyaban en ambos edificios. Esta solución arquitectónica de finales del medievo no era inusual. Se puede admirar hoy en día en Guadalupe en sus arcos llamados “de las Eras” y “de Sevilla” o en el corredor elevado que une las casas episcopales con la casa rectoral del pueblo palentino de Jaraicejo. Esta tradición oral no tendría más importancia y sería, como otras, un bonito recuerdo más o menos fabulado, pero en unas reformas en la casa de Diego Rodríguez, apareció en la planta primera una puerta tapiada que miraba a la “casa del Secretario” y algunos años después, en otra obra en nuestra casa, apareció una puerta tapiada, junto a un balcón, que descuadrada miraba en línea recta y a la misma altura a la de Diego. Conservamos las curiosas fotos. Para no cansar hay que decir que en las sucesivas obras de pavimentación y acerado, en ambas aceras de la Plaza de Consolación, aparecieron fuertes cimientos ajenos a la construcción de ambas casas que aportan poco pero ayudan a la imaginación…
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AutorAsociación Cultural LA MEMORIA PRODIGIOSA.
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