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LAS DOS FAROLAS

18/5/2020

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José María Odriozola, nos trae en este relato mucho más que unas vivencias personales. Profundiza en el oficio más vinculado a la historia de El Pedroso con rigor y al tiempo, con un afecto que emerge entre todas sus líneas. Desde LA FUNDICIÓN te damos las gracias por este gran aporte a la historia pedroseña, a sus gentes y a sus oficios, que seguro disfrutarán los lectores.
​Hemos querido completarlo con fotografías, ilustraciones y esquemas propios, que unas veces son de aspecto didáctico, otras anecdóticas  y otras son extraordinarios documentos gráficos de otro tiempo, de aquella nuestra gente y de sus labores y afanes.

                                        Redacción CRÓNICASblog

José María Odriozola.

​Es curiosa la atracción que producen la piedras trabajadas, quizás la razón se esconda en la sensación de eternidad que posee su materia o puede que sea la dificultad de su talla, pero la verdad es que algo hay… Basta mirar la torre de nuestra iglesia, las aceras de nuestras calles, las pilas de agua o el cargadero de mineral de Monteagudo para comprobar que la cantería es oficio antiguo en El Pedroso.
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La Geología nos aclara que las responsables de la existencia de granito en el entorno de nuestro pueblo fueron las fuerzas telúricas. Por tan remota actividad magmática, esta roca se clasifica geológicamente con los sonoros calificativos de ígnea y plutónica.
Nuestros picapedreros, de conocimientos más prácticos, conocían bien que esta “lengua” de granito afloraba en Gerena y floreaba caprichosamente en Las Pajanosas, Almadén, El real de la Jara, Castilblanco, El Pedroso y Cazalla, llegando hasta La Hoya de Santa María donde volvía a sumergirse (a semejanza del Guadiana) para muchos kilómetros después, ya en Extremadura, volver a salir a la superficie pasado el valle de la Serena.
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Nadie recuerda en El Pedroso desde cuando se nombra  “piedra de porrilla” al granito. La Real Academia define porrilla como diminutivo de porra y es probable que sea por el empleo de esta herramienta, muy común entre los picapedreros, lo que llevase con el tiempo a trasmutar el vocablo de la herramienta por la de la materia sobre la que se empleaba esta. Mi madre me explica que los lingüistas llaman a esta utilización (de una palabra con un sentido diferente al que le corresponde propiamente), metonimia y que en este caso concreto, designa la cosa con el nombre de otra con la que  tiene una relación lógica y muy cercana: la de la herramienta con la que se trabaja.
Aunque todos estos pueblos de la sierra tenían “piedra de porrilla”, no toda era de la misma calidad. La gran suerte de los canteros de nuestro pueblo estribaba en que los berrocales de granito de calidad eran los más cercanos al pueblo y en una época en que el trazado del ferrocarril era la única vía de comunicación y las yuntas de bueyes su única alternativa, esto era una gran suerte.
El Pedroso estaba flanqueado al mediodía por los magníficos afloramientos de “Las Madroñeras” y “Las Porrillas”, tampoco desmerecían los “bolos” de “Navahonda”, “Nava la Higuera” y “Los Charcones”. Hasta “El Cerrado de Lora” parió algunos de los mejores empiedros. Los más alejados Bolos de “Navaholguín” y Ventas Quemadas, seleccionados con buen ojo, suministraron material de calidad para tallar magníficos conos que tras su desmontaje, cincuenta años después, seguían presumiendo de su calidad y casi nulo desgaste pese a los muchos años de trabajo.
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Los maestros picapedreros, como auténticos zahoríes de la piedra, ojeaban sobre el terreno la calidad de los bolos. Las piedras escogidas eran estudiadas en su perímetro, se trazaban imaginarias líneas de corte que evitando fallas ocultas y  visualizando en ellas tamaños y pesos calculaban las figuras finales. Aun así, la predisposición al lascado del quebradizo granito, (lo que los profesionales llamaban “picarse”), hacía que el traslado de las pesadas piezas fuese una operación delicada. Un pequeño golpe durante su carga en las zorras, o en  los embarcaderos del ferrocarril hacía que piezas terminadas se malograsen sin remedio antes de llegar a su destino.
​La mejor talla en piedra que se conserva en El Pedroso es con mucha diferencia la Cruz del Humilladero de la Ermita del Espino. ​Es de factura foránea y por tipo de piedra, estilo y calidad, una obra de arte. Los eruditos la sitúan en el entorno de la escuela de entalladores placentinos, vascos y franceses que el maestro mayor Diego de Riaño contrató para la nueva sede del Cabildo Municipal de Sevilla en la primera mitad del mil quinientos.
Es más que probable que entre Juan y Francisco García, Nicolás de León, Diego Guillén, Ferrant, Jacques, Gonçalo Herrandes Toribio de Liébana, Juan de Landeras, Diego de Lara, Gonzalo del Castillo o Roque Balduque, maestros canteros, estén los autores de la magnífica y única obra plateresca en piedra de nuestro querido pueblo.
Aunque en el Libro de Cuentas del Archivo Parroquial aparecen los nombres de mayordomos maestros de obras y albañiles que reformaron nuestra iglesia y levantaron la torre nueva en el s. XVIII, desgraciadamente no hace referencia a los canteros (muy probablemente vecinos) que tallaron los sillares de su elegante torre.
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De la misma forma otros trabajos de mérito como las fachadas de la casa de Diego y la portada de la de mi abuela, ocultan su autoría. Aunque de diferentes estilos, se pueden datar entre los siglos XVII y XVIII la de mi abuela y un siglo posterior la de Diego Rodríguez.
 
Durante generaciones nuestros picapedreros se adaptaron a las duras condiciones del tajo. Como en tantos otros oficios los maestros solían intervenir en las fases últimas de los trabajos según fuese la calidad y dificultad del encargo. Trabajo complicado era el visualizar la obra final en la piedra y aún más en el tosco e irregular granito; a estos canteros bien podríamos aplicarles, (salvando distancias, genialidades y falsas modestias), aquello que Buonarotti dijo al terminar “La Piedad”: “yo solo he retirado del bloque de mármol todo lo que no era necesario”.
El granito fue el material barato, abundante y cercano que sirvió para tallar multitud de encargos: losas para las aceras, alcorques y bordillos para árboles y calles, comederos para el ganado (aún quedan bolos ahuecados en forma de piletas en algunos cortinales), pilas de lavar la ropa...

Se aprovechaba casi todo y así sobre las lascas sobrantes de tallas mayores se labraban pequeños refregadores para lavar la ropa que eran abonados ya ubicados en las orillas de los arroyos cercanos al pueblo. En casa conservamos uno de ellos procedente de “La Rolava” y hace algunos años una máquina desenterró varios de ellos cerca del arroyo de Las Madroñeras.
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Era allí donde Anita, la muchacha que servía en casa de mi abuela Marta Ruiz, lavaba y soleaba las sábanas una vez en semana al igual que muchas otras mujeres. Contaba mi padre que estando embarazada se empeñó (contra las recomendaciones de Marta) en ir aquella mañana al lavadero de Las Madroñeras y colocándose la cesta de mimbre llena de sábanas sobre la cabeza, se encaminó canturreando hacia el camino de “Las Monjas”.
Mi abuela Marta, que la conocía bien, le recomendó prudencia por su avanzado estado y que no se demorase. Aun así, horas después y sentados a la mesa, le comentó a su marido el retraso y ambos achacaron la tardanza al carácter de Anita y al ambiente algo más que hablador del lavadero. Era ya entrada la tarde cuando apareció sonriendo, llevaba la cesta de la ropa en la cabeza y un hatillo de ropa en el cuadril. Mi abuela, que le esperaba desde hacía rato en la puerta, le preguntó algo seria por el retraso y le recriminó la preocupación causada.
Anita, apurada, deshizo el hatillo de trapos mostrándole un rollizo churumbel mientras le comentaba con naturalidad que había parido en Las Madroñeras y que había tenido que lavarse ella y al niño; pero que no se preocupara que las sábanas de la casa venían limpias y soleadas… Mi abuela Marta, de salud bastante delicada, le comentaba a su marido mientras este la atendía en el suelo, que no recordaba en qué momento se había desmayado.
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​Algunas casas, como la de mi otra abuela, tenían en el corral pozo y pila de lavar; y en este caso era Modesta la que lavaba la ropa en la coqueta pila con refregador que aún sigue junto al pozo. Estas tatarabuelas de nuestras modernas lavadoras, con una obsolescencia programada de siglos y carente de averías eléctricas, solo necesitaban para dejar la ropa limpia unos buenos brazos y jabón verde.  ​​Generaciones de picapedreros labraron los bloques careados para la torre de la iglesia, embarcaderos y andenes del ferrocarril, dinteles y jambas para puertas, empiedros de una o de varias piezas, conos de molienda, bases de farolas, pilas de agua, mojones kilométricos o incluso esferas (como las que labró Pepe Reina como remate de las pilastras de la cerca de la Ermita del Espino).
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Gracias a la tesis doctoral de Pilar Orche, leemos en unas actas de inspección de policía minera en 1924 que en el término municipal de El Pedroso existían unas canteras de granito y que en ellas trabajaban maestros canteros que lo labraban en bloques. Describe este documento lo diseminadas que se encontraban estas piedras y da algunos apellidos que nos resultan familiares: “los maestros Antonio Hernández Álvarez, José López y Manuel Reina trabajan al frente de cinco o seis operarios cada uno, casi todo el año”.
Describe su trabajo y aclara que no es en sitio fijo (cantera abierta) sino pidiendo permiso al dueño del terreno en donde hay algún bloque de granito, a donde se trasladan hasta la finalización del trabajo. Termina aclarando que las piedras talladas se “destinan a la Compañía de Ferrocarriles de M.Z.A. y a piezas de molinería.
Sabemos que también se utilizaba como zahorra de calidad y así en una visita en 1927 a las canteras cercanas a Las Alberquillas, informaban: “…donde sobre un bloque de diorita compacta que atraviesa la masa granítica están arrancando piedra que mandan para el firme especial de la carretera a Madrid. Están empezando ahora y piensan llegar los propietarios Sres. Latorre a una producción de diez vagones por día”.
 
Recuerdo a Rafael Capitán martilleando adoquines. Sentado en el suelo del planazo de la ermita rodeado por la zahorra de despunte, se sombreaba buscando la brisa que procedente de “Las Viñas” empujaba el aire caliente a los llanos del Medio Almuz.
Solo el cambio de un cincel romo alteraba el piqueteo monótono; en el interior de la pequeña espuerta de asas trabadas esperaban turno punteros, astiles de martillos, cuñas, cinceles y un pequeño bote de cristal oscuro con alcohol de romero para los golpes.
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En verano subíamos al Espino y acechábamos atentos a que los picapedreros volteasen con palancas las grandes losas de granito para acomodar su corte. Estos pequeños traslados dejaban al descubierto las catacumbas de sapos, alacranes y escolopendras que nosotros capturábamos
con rapidez. Reían “Capitán” y “Lamparilla” al ver nuestro nerviosismo mientras discutíamos ​​clasificando las sabandijas según su calidad y tamaño en latas y botes de cristal.
Capitán era un buen hombre, honrado y afable, mantenía una buena amistad con mi padre y él fue el que me contó algunos años después, como Rafael ya viejo, le hablaba de su duro trabajo que ya se había perdido:
-“Luis, este es un oficio muy particular, es de paciencia, porque cada pieza tiene sus golpes y como intentes atajar, rompes. Y también es de calores, porque como todo el mundo sabe, las piedras húmedas no cortan bien y la piedra solo se trabaja oreada.
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Le advertía que era primordial, para que el corte fuese recto, que se respetase “la hebra” o “ley” de la piedra y que tras “rayar” con el cincel había que colocar sobre esta línea un pequeño trocito de piedra que al golpearse suavemente y quedar pulverizado, dejaba la superficie preparada para que al golpear por segunda vez la piedra “abriese” por su sitio.
Aclaraba que “desdoblar” era cuando se partía una pieza en dos mitades para sacar dos adoquines de a diez y que si volvíamos a partir estos a la mitad darían dos tablillas y que si estas se volvían a partir por la mitad parirían dos tacos… Se quejaba que las losas para las calles daban mucho trabajo al tener que quitarle los “verrugos” y dejarle una superficie lisa pero que no resbalase
Le explicaba con paciencia a mi padre como para partir piezas grandes había que trazar “las canales” sobre el “rayado” y cómo los “cuñeros” se debían hacer con el puntero gordo para ensanchar longitudinalmente los agujeros de mayor a menor recordando que para que entrase bien el puntero había que “acodarlo” poco a poco, es decir, sacar por capas el granito y que para que la piedra cortase bien, el agujero tenía que acabar en punta.
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La “molinería” exigía mucha mano de obra y de calidad. La talla de los rulos y empiedros nuevos se solapaba con los repasos de los que estaban en funcionamiento. Solo en El Pedroso hubo al menos diez molinos de aceite y aunque no todos coincidieron temporalmente en su actividad, si sabemos que sus empiedros y rulos ocuparon muchas jornadas a nuestros maestros picapedreros.
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Las soleras de los molinos, si no eran de mucho diámetro, se tallaban en una sola pieza; estos empiedros pequeños no solían tener más de dos ruedas o conos. En la mayoría de ellos, para evitar que la pasta rebosase por los bordes, se tallaba un borde y se les llamaba soleras de “resalte” o “alfarje”. 
En los casos de molinos de tres y cuatro piedras este borde era inusual. Los grandes empiedros, por lo desmesurado de la superficie y el enorme peso, se tallaban lisas sin resalte y solían ser de dos o más piezas.

Los rulos eran piezas cónicas de talla muy compleja, picadores y maestros trabajaban compenetrados; no solo era importante la perfección de la figura geométrica. El agujero que atravesaba la mediatriz del cono desde su punta hasta en centro del círculo debía trazarse y culminarse con gran precisión, ya que por el iría enhebrado el eje de hierro. Para su fijación a la piedra, se emplomaban los ejes de hierro a las entalladuras cuadrangulares de ambos extremos del eje.
Algunas de estas piedras talladas, sin vida y carentes de sentimientos, han terminado teniendo otras funciones muy diferentes a las que estaban destinadas en principio. 
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Recuerda mi madre, testigo de una conversación desenfadada entre Doña Concha y Marga Yoldi donde esta última se quejaba del mucho trabajo que le daban sus hijos. Mi abuela le recriminaba entre risas que no había tanto motivo de queja, porque la que había criado a sus hijos, al igual que a los suyos propios era la farola de la plaza. No le faltaba razón!.
Es curioso que habiendo dos y siendo idénticas, solo una parece merecedora de mérito: la de la plaza de la iglesia. En ambas, sus idénticas bases, están  compuestas de tres piezas superpuestas talladas en granito, las dos primeras son dos octógonos (el primero con su borde superior achaflanado y el segundo, regular de doble de altura), rematándolas un capitel toscano invertido en el que se inserta el fuste de hierro de la farola.
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Su historia comienza a principios de los años cincuenta, cuando el ayuntamiento de El Pedroso, con algo de alegría en sus arcas, fruto de una honrada gestión y ayudado por unos cobros atrasados de La Jarosa, acordó en sesión plenaria adecentar sus dos plazas cercanas a la iglesia. Hubo unanimidad en su enlosado y en adornarlas con dos farolas de hierro fundido. Estas se encargarían a la Fundición Aguilar de Sevilla con la que había buena relación y llevarían por bases dos piedras “de porrilla” bien talladas.
Para que nada quedase en el aire Ramón, el alcalde, hizo un boceto y tras consulta, todos los asistentes estuvieron de acuerdo. No había duda en que las manos idóneas para este trabajo serían las de “Pepe el picapedrero”. Ramón, le explicó a su sobrino la pieza a labrar y tras conversación técnica entre gente del ramo, acordaron una cantidad cerrada para el maestro y otra para su ayudante que sería “Sofocones”.
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Ya en su casa “Pepe el Picapedrero” remirando el boceto, lo encontró algo simple y de poco mérito. Lo comentó con Pepe el “Pelón” y ambos acordaron hacer algo  más acorde para embellecer la plazas; decidieron encargar una plantilla al maestro carpintero La Orden Irigoyen, (que era con diferencia el mejor dibujante técnico que había en muchos kilómetros a la redonda). Como inconveniente insalvable estaba el carácter áspero de Manuel, aunque a decir verdad, en el pueblo todos sabían que cuando estaba presente su amigo “Pepe el Pelón”, otro librepensador como él, surgía el porteño hablador que llevaba dentro.
La verdad es que Manuel La Orden era un argentino peculiar, descendiente de emigrantes sorianos, sumaba a su carácter introvertido una sequedad en el trato que provocaba rechazo. Ebanista y consumado maestro carpintero, ganaba buena plata en su taller bonaerense del barrio de Villa 31 hasta que sus inquietudes políticas jugaron en su contra una vez más. Las huelgas y desórdenes durante la presidencia de Hipólito Yrigoyen desembocaron en detenciones arbitrarias de muchos militantes socialistas, a los que solo les quedó o el destierro o las cárceles de Ushuaia.
Manuel puso tierra por medio y volviendo a la “Madre Patria” consiguió trabajo en la inquieta Sevilla que preparaba su Exposición Iberoamericana. Trabajó duro como oficial en el montaje de los inmensos artesonados de madera la Plaza de España y al término de las obras, mientras buscaba trabajo supo de la ausencia de carpintero en un pequeño pueblo cerca de Sevilla bien conectado por ferrocarril y el destino de nuevo lo llevó a otro puerto…
Aquella tarde los dos “Pepes”: “el picapedrero” y “el Pelón”, se presentaron en el taller de Manuel acompañados de una botella de aguardiente seco del Clavel. Mientras discutían a media voz más de lo humano que de lo divino, Manuel dibujó a vuelapluma sobre un cartón manchado de cola blanca el perfil y alzado de las dos farolas mientras fumaba un cigarro. De noche ya, se despidieron en la puerta del taller y cada mochuelo volvió a su olivo: el más satisfecho “Pepe el Picapedrero”, subía por la Calle de la Palma con las plantillas de cartón debajo del brazo mientras cavilaba de donde escogería la piedra de calidad para tallar su obra.
Aquel verano “Pepe el picapedrero” talló con maestría, (ayudado por “Sofocones”) las piezas de las dos farolas en un granito de excelente calidad y si hacemos caso a la fecha que aparece en la puerta de fundición que luce la base de la farola en una de sus caras, aquello se inauguró en 1955.
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Esta anécdota me la contó el niño de ochenta y cinco años que aquella tarde enredaba inquieto tocándolo todo en el taller. Ahijado de Manuel La Orden, hijo de Pepe “El Pelón” y suegro mío es el único testigo vivo de aquella reunión.
Hay que hacer un gran esfuerzo para imaginar la cantidad de operarios y horas de trabajo que ocupaban estas labores, pero debemos trasladarnos en el tiempo y hacer memoria de estos molinos desaparecidos: el de La Cartuja, el de Pepe Moya, el de Cesárea Rubio, el de Antonio Moya (que estaba en la calle de los Cercos), el de Félix Cataño y Paco López de la calle del Cristo, el de Rafael Jódar de la estación. Y aunque alejados del casco urbano, también molieron el de Quintanilla la baja (de Juan Iraola) y los de Montegil y El Cañuelo.
Muchas horas de trabajo debieron ocupar las por lo menos ocho pilas de agua talladas en piedra berroqueña que había en El Pedroso, casi todas ellas de idéntica talla y variando solo en tamaño. Aún se conservan la de la Calle de los cercos, la del Cuartel viejo (Presbítero Forcada), la de Fuente Reina, la que estaba frente a la cancela de Cesárea Rubio Brenes desapareció hace muy poco tiempo, la de Pocito, la que estaba frente al Cuartel, la de la calle del Cristo y la que estaba junto a la Ermita de San Sebastián. ​
​Solo tres, por ser las últimas en fabricarse, quedaron en fábrica de ladrillo: la que está frente al estanco, la de la placita donde tenía el quiosco Rafaela y la de la puerta de Peral.
​Solo nos ha llegado algo de información (poca y escasa) de la última generación de picapedreros, algunos nombres y bastantes apodos: Ramón Fernandez “El picapedrero” (el que fue alcalde) y sus sobrinos los hermanos Eustaquio y Pepe Reina, “Manolo Reina” (de otros Reina, en este caso de Castilblanco), “Los Jarillas” (el padre y los tres hijos), “Cortina”, “Perrita”, “Ayo”, “Sofocón”, “Lamparilla” (de nombre Joaquín y padre de Valentin), “Longino” (cuñado de Agustín el guarda de La Jarosa ), “Cambiaduro”, su hermano y Manolo, (el que estaba casado con una de las “Papas Fritas” que vivía en Fuente Reina)…
El hierro de muchas de sus herramientas procedía de los hornos de Fábrica del Pedroso y casi todas ellas estaban adaptadas al gusto y condición de cada maestro. La desidia ha hecho que en gran número hayan desaparecido fundidas como chatarra. Para el afilado y templado de cuñas, punteros y cinceles y que se desgastaban, así como para el ajuste de los astiles de mazos, existían pequeñas fraguas; la del padre del Batato, de merecida fama, la del padre del marido de la “Quesita” o la de Pepe Reina en la que se arreglaban las herramientas de todos los miembros de la familia.
Desgraciadamente estos conocimientos tan especializados, tan íntimamente ligados a las características de la piedra de la zona y al tipo de trabajo, terminaron lastrando el oficio ante la aparición del cemento y del hormigón armado. Su desaparición  conllevó el olvido de un mundo que, aunque duro e ingrato, fue rico en personajes y anécdotas. Con la marcha de sus protagonistas se perdió algo fundamental: los testimonios de primera mano, aquellos que nos podían aportar los matices que hacen única e irrepetible la historia.

SI QUIERES CONOCER MÁS SOBRE LA GEOLOGÍA DE EL PEDROSO Y SU ORIGEN, VER NUESTROS AFLORAMIENTOS GRANÍTICOS MÁS IMPORTANTES, EL CORTE GEOLÓGICO Y UN VÍDEO SOBRE CÓMO SE FORMÓ EL GRANITO: PULSA AQUÍ

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6) ICONOGRAFÍA (II)

10/10/2018

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6ª ENTREGA

​LAS OTRAS PINTURAS DE LA CAPILLA DEL SAGRARIO.

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Tras recorrer la historia y anécdotas de las pinturas del Sagrario, haber profundizado en el conocimiento de su deterioro actual y analizado los dos principales murales, cerramos estos artículos aportando un breve estudio del resto de las imágenes que en esta capilla se representan.
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Tomás L. Chaves Antolín                                        
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Es habitual que cada artista busque datos y referencias tanto en la vida real como en obras de otros artistas. Es el caso de Juan de Juanes que parte de la Última Cena de Leonardo da Vinci en el aspecto espacial y de interrelación y expresividad de los apóstoles, para pintar la suya, lo que no quita la impronta personal que el artista confiere a su obra. ​
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LA ÚLTIMA CENA de Leonardo Da Vinci se encuentra en el refectorio del convento dominico de Santa Maria delle Grazie, en Milán (Italia).

De este modo, el resto de la iconografía del Sagrario pintada por Rafael Blas, se nutre de distintos autores para llegar a concebir la composición final con los rasgos propios de nuestro pintor.
Por ello, mas que un análisis desde un punto de vista subjetivo, nos detendremos en las fuentes donde se inspiró. 
Junto a lo expuesto y para situarnos en el porqué son estos santos y no otros los representados, se acompaña de una breve
biografía  y el porqué de su relación con este espacio sagrado.

Comenzamos por las pinturas bajo el arco de acceso. 

ARCO DE ENTRADA A LA CAPILLA
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El arco de entrada al Sagrario está flanqueado por dos de los más importantes Doctores de la Iglesia. Mirando desde el interior (foto) San Agustín a la izquierda, Santo Tomás a la derecha y el Cordero Pascual en el centro.

​​EL CORDERO PASCUAL
Centro del arco de entrada.
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​Rodeado de volutas florales y frutas, vemos el Cordero Pascual, como representación del sacrificio de Cristo, portando el estandarte con la cruz y echado sobre el Libro de los siete sellos.
El libro del Apocalipsis, atribuido a San Juan, es el último libro del Nuevo Testamento y el único de carácter profético. En el capítulo 5 se menciona un rollo, o libro, que será presentado ante Cristo en el cielo y que tiene siete sellos, los cuales representan una serie hechos previos al regreso de Jesús.
​
LA CUSTODIA
Arco de la bóveda sobre la entrada
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Aunque poco hay que añadir sobre esta representación de todos conocida, solo apuntar algo sobre su historia. LA CUSTODIA u ostensorio (ostensorium, del latín ostentare, "mostrar") tienen su origen a mediados del siglo XIII cuando se instituye la fiesta del Corpus Christi). 
Rafael Blas nos la muestra
rodeada y sostenida por querubines y  dos angelotes, en una iconografía celestial propia de las pintadas por Murillo en sus Inmaculadas. 

SAN AGUSTÍN DE HIPONA
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Aurelius Augustinus Hipponensis es el nombre latino de San Agustín de Hipona. 
Nace el año 354 en Tagaste (Argelia) y muere  en Hippo Regius, en el año 430.
De azarosa vida, en su libro CONFESIONES no le duelen prendas en calificar al joven Aurelius Augustus como "irascible, soberbio, díscolo y piélago de maldades".
Al tiempo, su inquietud y capacidad intelectual le llevarán mas allá de esa vida que tanto le marcará, abrazando el maniqueísmo, doctrina religiosa que profesa durante diez años.
En el 384 es profesor de oratoria en Milán donde escucha a San Ambrosio, obispo de la ciudad. Allí profundiza en el  estudio de los neoplatónicos que también van minando sus convicciones 
maniqueístas.
Finalmente en el año 387 pide el bautismo al prelado y se convierte a la fe de Cristo. 

Padre y Doctor de la Iglesia, es uno de los pensadores más influyentes de la tradición occidental, siendo la base de la filosofía y teología
hasta mediados del siglo XIII en que se hace presente Santo Tomás de Aquino. 
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La representación de este santo en la Capilla del Sagrario viene no solo de las homilías y diversos textos que dedica a la Eucaristía, sino también, y según manifiesta en muchos de sus escritos, por el significado regenerador que el Sacramento tuvo en su propia vida y cómo lo proyectó hacia los demás. 

​¿Pero de dónde parte Rafael Blas para su pintura? San Agustín es uno de los santos que mas artistas han llevado al lienzo y no menos ilustradores a estampas, por lo que las referencias estaban por doquier. 
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Y, sin arriesgar mucho en la certeza de esta opinión, recurre tanto a ellas como de nuevo a un cuadro del Museo del Prado.
En este caso, para representar el rostro del santo, tomará como modelo el que realiza Juan Pantoja de la Cruz en 1601 y que, como veremos más adelante, invierte en horizontal para que mire hacia el interior de la capilla.
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SANTO TOMÁS DE AQUINO
De familia noble, nació en 1225 en el castillo de Roccasecca, ubicado en las cercanías de Aquino, entonces reino de Nápoles.
Muere  
el 7 de marzo de 1274.
Es uno de los pensadores más destacados de la Edad Media, siendo considerado el principal referente de la escolástica, la corriente teológico-filosófica basada en aunar la fe y la razón. 
Llevó una vida dedicada al estudio, la enseñanza y a la escritura de su pensamiento, ejerciendo como maestro de teología desde la cátedra de la universidad de París, además de en Nápoles, Orvieto, Roma y Viterbo.

Por encargo del Papa Urbano IV compuso cinco himnos para la festividad del Corpus Christi: 
"Pange Lingua",
 "Adoro te devote", "O Salutaris Hostia" y "Panis Angelicus". 
(Estos himnos, se incluyen como fondo musical en el vídeo producido para mostrar el detalle del deterioro de las pinturas del Sagrario).  ACCEDE AL VÍDEO AQUÍ
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Para Tomás de Aquino, la Eucaristía es el eje espiritual de su vida y será en una de sus obras la Summa Theologica,  donde  más aporte al respecto.
Summa Theologica - Parte III - Cuestión 73 a 83

​
Todo lo cual son datos suficientes para entender que  ocupe un lugar tan  destacado en la Capilla del Sagrario.
​
En el ejercicio "detectivesco" en busca de la inspiración de nuestro pintor, volvemos a los clásicos y de nuevo Bartolomé Esteban MURILLO, del que Rafael Blas fue un profundo estudioso, será su referencia. En este caso opta por realizar su propia versión del rostro, pintando un Santo Tomás de más edad que el del maestro sevillano. ​
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Había donde escoger, pues el de Aquino, por su importancia, es uno de los santos más representado en grabados y lienzos, así como  en distintos periodos históricos, destacando Filipino Lippi, Fra Angelico, Rafael, Pedro Berruguete, Velázquez, Zurbarán y como mencionamos, Murillo. Sin duda el más austero y humanizado, sirviendo también de modelo para imágenes dedicadas al culto.

SAN PÍO X
A la derecha del retablo.
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Giuseppe Melchiore Sarto, hijo del cartero Giovanni  y la costurera Margarita, fue el segundo de los diez hijos del matrimonio. Nació en Riese (Venecia) en 1835.
Estudia en el seminario de Padua y es 
ordenado sacerdote en 1858, Fue obispo de Mantua y cardenal en Venecia antes de ser elegido papa en 1903. Fallece en 1914.
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Centró su pontificado en la promoción de la Eucaristía entre los fieles, a quienes animó a recibirla "diaria y convenientemente preparados".
​También anticipó la primera comunión hacia los 7 años de edad, "cuando el niño comienza a tener uso de razón".


Como decíamos en el artículo anterior, fue beatificado en 1951 y canonizado en 1954 por lo que su figura, en el momento en que se lleva a cabo el proyecto pedroseño, tenía la máxima relevancia. Es obvio que desde todas estas premisas ocupe lugar tan destacado en nuestra Capilla Sacramental.

En lo formal de la composición artística, son claras la referencias que aportamos: 
Como puede observarse más abajo, Rafael Blas se basa en dos modelos a los que tiene fácil acceso. 
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La imagen de la izquierda es una antigua estampa, habituales en la época y seguramente impresa poco después de la muerte de este Papa. Tanto la sotana como la capa y la cruz, así como el escorzo, no dejan lugar a dudas de que es la principal referencia de nuestro pintor, mientras que la posición de los brazos y el cáliz, que Rafael Blas enfatiza, están sacados de la escultura que del Pontífice existe en la catedral de Cádiz.

​SAN JUAN DE RIBERA
A la izquierda del retablo.
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Hijo natural del noble Per Afán de Ribera, nació en Sevilla en 1532. Estudió Humanidades y Teología en la Universidad de Salamanca; en 1562 fue nombrado obispo de Badajoz; Patriarca de Antioquía en 1568 y poco después Arzobispo de Valencia de 1568 a 1611 en que fallece.
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La Eucaristía formó parte esencial de su vida que se manifestó, entre otras cosas, con la creación del Real Colegio-Seminario del “Corpus Christi”. ya que unido a esta devoción, estaba su gran interés porque el ministerio sacerdotal tuviese una  adecuada formación. 
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Así que derivamos de lo expuesto, su presencia en el Sagrario pedroseño.

Para pintar a San Juan de Ribera, Rafael Blas parte de modelos concretos, realizados a partir del cuadro de Juan Sariñena (c. 1545 - 1619) donde puede observarse claramente, la fidelidad del rostro de el del Sagrario con estos modelos del santo sevillano. 
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El cuadro, con marco fastuoso y pintado en 1606, se encuentra en la Sala Rectoral del Museo del Patriarca del Real Colegio y Seminario del Corpus Christi en Valencia.

Al tiempo, opta por vestirle con el mismo ropaje que lo vemos más abajo, sentado, ejerciendo su ministerio como Arzobispo y Virrey de  Valencia. Y no sería aventurado decir que, tanto la muceta como el roquete, parten de ese cuadro. Sin embargo, al ser una composición donde el personaje va de pie dentro de la hornacina, decide, curiosamente y a partir de la cintura, continuar con la referencia de San Pio X en la escultura que hemos visto anteriormente donde, pliegues de la túnica encajes y zapato, tienen fiel referencia.
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La decisión de entonar en azules hacia morados, pudo estar en el primero de los cuadros que vemos sobre estas líneas a la izquierda, donde el santo se postra ante la Custodia del que, sin duda, también  parte para la composición final en la que incluye la capucha.

LOS CUATRO EVANGELISTAS
Pechinas de la cúpula.

Afirmaba Ireneo de Lyon (130-202), que los cuatro Evangelios eran los cuatro pilares de la Iglesia y no sería descabellado aventurar, que el lugar que ocupan sus autores, Mateo, Juan, Marcos y Lucas, en las pechinas que soportan la cúpula del Sagrario, tuviera algo que ver con aquella afirmación. Por otro lado, es habitual esta representación en dicho espacio arquitectónico. Las más cercanas,  la Iglesia del Divino Salvador en Carmona o los bajorrelieves de la Capilla de la Piedad (el Baratillo) en Sevilla.
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Y si de la Eucaristía hablamos, ningún referente  será más acorde que aquel donde se narra en estos libros sagrados su institución en la Última Cena. 
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Eso sí, con la salvedad del Evangelio de Juan que deja sin citar este y algún episodio más, ya escritos en los otros tres; aunque al caso, lo deja explícito en Juan 6, 48-56. ​
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Como es sabido, la iconográfica de los Evangelistas es prolífica, pero en esta ocasión Rafael Blas, opta por realizar su propia composición, recurriendo solo a los rasgos fisonómicos y más comunes con que son representados, pero mostrando su maestría en el dibujo y composición.

ELÍAS Y EL ÁNGEL
Arco de la bóveda a la derecha del altar.

Resulta curioso que los frescos que Rafael Blas realiza sin recurrir a referentes de cuadros de algún pintor reconocido, estén a una altura difícil de contemplar. Es el caso de los apóstoles de las pechinas y el tondo de Elías y el Ángel, enmarcado dentro del arco que sustenta la bóveda, a la derecha del retablo de la Capilla del Sagrario.
Pese a ello, 
el pintor establece una cercanía conceptual de los protagonistas con el expectador, verdaderamente proverbial. 
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Este relato bíblico - 1Reyes 19, 1-8 - se considera como otro de los antecedentes de la Eucarístía.
​Nos cuenta la huida del profeta ante el anuncio de su captura y muerte por parte de la Reina Jezabel. En el camino y ya sin fuerzas implora a Dios que le quite la vida. Refugiado bajo un árbol queda dormido pero un Ángel le despierta: 
 “Levántate y come (...) y vio a su cabecera una torta cocida y una vasija de agua. Comió y bebió y luego volvió a acostarse; pero el ángel de Yahvé vino por segunda vez y le tocó, diciendo: Levántate y come, porque te queda todavía mucho camino. Levantóse, pues; comió y bebió, y anduvo con la fuerza de aquella comida cuarenta días y cuarenta noches hasta el monte de Dios, Horeb."

En 2018, finalizábamos con este último de los artículos dedicados a la Capilla del Sagrario de El Pedroso, haciendo un llamamiento general a la toma de conciencia y a participar en pos de su restauración, 
Hoy, tres años después, nos alegra que desde la propia parroquia se haya tomado la iniciativa, con lo que no nos cansaremos de felicitar a D. Francisco Gordón y con él a cuantas personas se han implicado. También en la forma en que ha unido fe y patrimonio, entendiendo que sin la primera no existiría la segunda, así, en un "todo" y entre todos se conseguirá el objetivo.
  
Por nuestra parte, siempre estaremos en disposición de colaborar.

Y a los lectores, gracias por el interés mostrado y por la divulgación.

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5) ICONOGRAFÍA DEL SAGRARIO (I)

1/10/2018

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5ª ENTREGA

ICONOGRAFÍA
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Mercedes Cataño Gutiérrez 


​Es evidente que en las obras de arte religiosas contemporáneas perviven la tradición y las formas barrocas de siglos anteriores. La pintura mural en las iglesias sevillanas fue ejecutada por pintores de prestigio como Lucas Valdés o  Herrera el Viejo entre otros. Son decorados que invitan al recogimiento y la oración.
Rafael Blas, sin dejar de innovar y ser fiel a su propio estilo, recoge esa tradición y utiliza los cánones establecidos por los artistas que le precedieron, para seguir cumpliendo la misión de ilustrar a los fieles sobre los acontecimientos religiosos y los dogmas de la Iglesia Católica.

En el concepto iconográfico diseñado para el Sagrario, nuestros artistas, padre e hijo, han tenido en cuenta que se trata de una capilla sacramental, de culto a la Eucaristía y que, a su vez, en esta capilla se venera la Inmaculada, obra de Martínez Montañés. 
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​Así, se han centrado en dos pinturas que ocupan los principales paramentos del Sagrario: La Última Cena, copia del cuadro de Juan de Juanes (sobre 1560) y La Anunciación de Murillo (sobre 1660).  
​En los laterales del retablo pintan los retratos de dos venerados santos relacionados con la defensa y exaltación de la Eucaristía, San Juan de Ribera y el Papa Pio X, que en esas fechas, 1951, es beatificado y en 1954 canonizado. 
​Los Evangelistas ocupan sendos casetones en cada esquina de la cúpula. Los paramentos de los arcos que la soportan, acogen a la derecha del retablo al Profeta Elías y el Ángel, el de la entrada, la exaltación
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de la Custodia rodeada de angelotes y querubines y solo dos enfatizan el arco de la claraboya. Sobre el retablo otro grupo similar al de la custodia, culmina en altura ese espacio. Por último, o mejor, a la entrada, Santo Tomás y San Agustín, junto al Cordero Pascual en el cenit, nos dan paso a la Capilla Sacramental.
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LA PINTURA MURAL
La difícil técnica de la pintura mural requiere de grandes conocimientos  y una especial sensibilidad para adaptar los dibujos a la geometría arquitectónica. Así nos lo cuenta ya Francisco Pacheco, en su Arte de la pintura, publicado en Sevilla en 1649, donde puntualiza sobre diferentes aspectos de esta técnica. “Los colores han de ser de tierras naturales" y los pinceles de "sedas de escobillas, largos y de punta". 
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​​Sobre la preparación de la pared añade: “la pared o muro ha de estar muy seco, fuerte y libre de toda humedad y xaharrado de muchos días; y la cal, con que se ha de encalar para pintar, muy muerta, habiéndola tenido en agua dulce más de dos años, mezclada con arena delgada tanto de uno como de otro. Hase de encalar, solamente, lo que se pudiere pintar en un día, estando siempre fresca la cal... “

LA TÉCNICA EN EL SAGRARIO

​Tomás L. Chaves Antolín


​Deteniéndonos en las dos obras principales, tanto la original de la Última Cena como la Anunciación, son de tamaño mucho menor que las pinturas del Sagrario (116 x 191 cm. y 123 x 103 cm., respectivamente). Ambas expuestas en el Museo del Prado
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Las dos obras en el Prado. Puede apreciarse la gran diferencia del formato con las reproducidas en el Sagrario de El Pedroso.

No cabe duda que Rafael Blas y su hijo las estudiaron con detalle, incluso en el propio 
​museo, muy lógico teniendo en cuenta la magnitud que requerían las que iban a pintar en el Sagrario.
A partir de ahí, solo podían disponer del modelo mediante una impresión litográfica, seguro que  de las que se suelen vender en el propio museo y desde ellas, que no imaginamos entonces mayor de un A3, las trasladaron a los tamaños que hoy vemos en los frescos de nuestra Capilla.


Para ser fiel al original, en cuanto a disposición de personajes, objetos y
elementos arquitectónicos, solo existía una técnica que las llevara a su lugar definitivo. Así que imagínelos el lector sumando pliegos de papel vegetal (que cuadricularon) hasta cubrir las dimensiones finales del formato que iban a reproducir.                                           >>>
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Con la misma cuadrícula, proporcional a la reproducción litográfica que antes cito, el traslado en dibujo al papel vegetal era cosa sencilla, para ellos, claro.      
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Y a continuar con el método. Una vez realizado el dibujo en el papel vegetal, se perforan pequeños puntos con un punzón, a corta distancia entre ellos. Trasladan pliego a pliego al muro, sujetándolo con papel de goma humedecido y con una muñequilla de añil, iban golpeando las perforaciones hasta obtener una aproximación del dibujo.
Quitado el papel, quedaban puntos azules sobre los que, previo a la aplicación del color, ya realizaban el dibujo en la pared con las formas definitivas.

La pintura posterior se realizó al temple. El estilo que ellos usan para esta técnica es mediante gradientes de color, reforzada con un preciso dibujo final que resalta las formas, acentuando el colorido que las envuelve. Más acusado este método en la Última Cena que en la Anunciación, excepto en el coro de bulliciosos angelitos que, tengo la impresión, pintó Rafael Blas, dejando la escena principal a su hijo, Rafael Rodríguez 
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Hernández, que procura más fidelidad al color de la obra de Murillo que su padre en la Última Cena, para la que utiliza una paleta más personal. Así, en esta última, dominan los tonos pastel frente al intenso cromatismo del original de Juan de Juanes. Por ello, tamiza rojos, amarillos, azules y opta por la ausencia absoluta del verde. 

Un análisis conceptual de
LA ÚLTIMA CENA.
A diferencia de Juan de Juanes, Rafael Blas, 
descarta la integración y homogeneidad de la figura de Jesús con el resto de los apóstoles, que predomina en la obra original, desecha la parda túnica y “saca” a Jesús de aquello que lo circunda con un potente azul pastel en su vestimenta, reforzado por los rotundos pliegues de túnica manto, y ello con el fin de  hacerlo más presente entre todos los demás, como si se tratara de un símbolo de pureza, envuelto en el rojo de la pasión que le aguarda, eso sí, con una sola excepción que puede resultar simbólica como veremos más adelante y que  abunda en la mirada personal con que nuestro artista interpreta la pintura original y finalmente realiza su obra.
Entre esos matices que resultan de interés destaco el contraste entre la suavidad rafaelesca de  Juan de Juanes y el rotundo dibujo con que Rafael Blas aborda la obra, y con eso,  aun manteniendo la misma disposición de los personajes, los individualiza dentro del conjunto dándoles expresividad propia a los rostros.
Pero sigamos. A diferencia de nuestra "Última Cena", en el cuadro original, el artista pinta sobre cada uno de 
los discípulos el nimbo donde añade sus nombres. Excepto en Judas Iscariote, que también lo nomina pero, exento de la santidad, lo hace en el lateral del taburete sobre el que está sentado.
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Rafael Blas deja al saber del espectador el nombre de cada uno y, además, establece otra particularidad: antes que destacar el colorido del ropaje de Judas, como hace Juan de Juanes, lo matiza. No me cabe duda que conocía el valor simbólico de los colores, muy presente en la época del cuadro original, donde el amarillo lo es de la envidia y la traición, y el pintor valenciano así lo destaca.
​Pero estamos en un lugar como el Sagrario y Rafael Blas es un hombre 
profundamente religioso, de gran bondad y así, mientras el cáliz, el jarrón y la jofaina del cuadro original tienen gran diferencia de tono con la túnica del apóstol traidor, él los homologa en la misma paleta.

¿Pudo pensar Rafael Blas en el significado del lavado de los pies de Jesús a sus discípulos, para que le alcanzara la purificación? Quizá quisiera romper con la representación clásica y tomara el amarillo como un color cálido y acogedor, representante de la luz, del sol, de la Eucaristía y, desde su bonhomía, dar una pincelada de brillo, un resquicio por donde buscar la salvación del apóstol perdido. Judas al saber que su Maestro es condenado a muerte se arrepiente, tira las monedas a los sacerdotes diciéndoles "He pecado entregando una sangre inocente"... y el remordimiento le lleva a ahorcarse. Y ¿por qué no pensar que nuestro pintor entonó sus pinceles en la misericordia?.
Ahí queda.

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ICONOGRAFÍA del SAGRARIO (II).
​Las otras imágenes de la Capilla Sacramental



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4) EL MAESTRO DEL JARRÓN

15/9/2018

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4ª ENTREGA

Una anécdota desconocida por muchos.
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Tomás L. Chaves Antolín.

A estas alturas, ya ha quedado patente que la decoración de la Capilla del Sagrario en la parroquia de El Pedroso, se llevó a cabo entre los años 1953 y 1954, es lógico pensar que sus autores, Rafael Blas  Rodríguez y su hijo Rafael, convivieron con los pedroseños de la época una larga temporada, no podía ser de otra manera, aunque gracias a la facilidad que proporcionaba el ferrocarril directo con Sevilla, también debían ser frecuentes sus escapadas a la capital. Pepe García recuerda que se hospedaban en la fonda Tristán donde, con seguridad, la hospitalidad de las hermanas Amparito y Antonia, le hicieron fácil la estancia.
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La fonda Tristán en una foto de 1966 de Eugenio Marín. En la época de este relato aún no estaba la plaza embaldosada.

En ese periplo pedroseño debieron hacer alguna amistad, pues no faltaría un café en el casino o un vermout an ca Peral.

Me cuenta Mercedes Gutiérrez, que su esposo, Enrique Cataño, gran aficionado a la pintura, entabló amistad con Rafael, el hijo, y aparte de echar buenos ratos de charla en su casa,  departió otros  “a pie de obra” entre brochas, pinceles y pinturas al temple. La relación que establecieron llegó al punto de que el padre le propone dejar su impronta en tan emblemática realización. Y no, no crean que Enrique se arredró o se limitó a pintar alguna manzana de las guirnaldas.
​
Habían terminado de transferir al paramento la Santa Cena, desde el papel cebolla perforado. Todo eran puntos continuos, propios del proceso, cuando Rafael padre, lanza desde el andamio un lápiz graso a Enrique que lo coge al vuelo, como las palabras que el artista le dice: 
- ¿Te atreves a echar una mano? Pues sube al andamio y comienza por el jarrón. 
Sin dudarlo y con un solo: 
- ¡GRACIAS!, 
Enrique, más que subir, salta a la tabla y lleno de satisfacción comienza el dibujo.
- Eso va bien Enrique…

Recuerda Mercedes cómo le contaba su esposo, que no tardó en finalizar el apunte y al decirle que ya había terminado, Rafael Blas le contesta:
- ¿Terminado? No lo veo yo terminado.
- Es verdad, pero los pinceles ya son cosa del maestro.
- Me parece bien, pero “el Maestro del Jarrón” vas a ser tú. ¿Te atreves?

¿Que si se atrevería? Ni lo dudó. 

En las siguientes semanas la obra avanzaba de la mano de padre e hijo, pero Enrique no recibía orden alguna. Los días que por allí se pasaba, veía completarse el gran mural y paulatinamente iban apareciendo la arquitectura, los rostros y ropajes de Jesús y los apóstoles... 
Por circunstancias, no había podido acercarse en varias semanas. Aquella tarde que vuelve, se maravilla ante la escena ya muy acabada. Casi ni recuerda el ofrecimiento pero observa que el hueco del jarrón seguía sin recibir una pincelada.
Mientras, desde el andamio, Rafael le habla pincel en mano, sin apartar la vista de la vasija del vino a la que está pintando los brillos  finales de su trasparente cristal.
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-Hombre Enrique, bienvenido de nuevo. Parece que Jesús no ha podido lavar aún los pies a los apóstoles…

Mercedes, entre risas, me sigue contando.
-La cosa es que, 
dirigiéndose a su hijo, le pide que facilite un babi de pintor a mi marido y allí me lo ves a él que, de esta guisa, se sube al andamio loco de contento. 
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Enrique en plena faena. (O así lo imagina el autor del artículo)

Y sin mediar palabra, “su mentor” le pasa una gran fotografía de la Santa Cena de Juan de Juanes (que es de donde está sacada la del Sagrario). En nada tiene sobre la tabla pinceles y colores de la gama y como para amenizar el ambiente le dijo:
​- Bueno, vamos a empezar.

A lo que Rafael le contestó 
-... y a terminar


De modo que esta es la historia del jarrón, con el que estuvo varios días hasta que lo acabó. Oye, y le quedó precioso.
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Entre risas, Mercedes me pregunta: 
- ¿A que no sabías tú la anécdota del “Maestro del Jarrón”?


Ciertamente. Cuando se entra en la humanidad de las historias, ves cómo de pronto se enriquecen y adquieren otra dimensión.
Gracias Mercedes por compartirlo.


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Iconografía de la capilla del Sagrario de El Pedroso (I)

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3) AUDIOVISUAL pro restauración Capilla del Sagrario de El Pedroso

10/9/2018

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3ª ENTREGA

AUDIOVISUAL para una aproximación
al estado de las pinturas de la Capilla
del Sagrario en la Parroquia
de El Pedroso.


Y sin más dilación, os invitamos a ver el audiovisual que hemos realizado con el fin de que su divulgación sirva para una toma de conciencia general y podamos hacerlo llegar entre todos a la máxima difusión. 
Si lo ves de interés, no tengas reparos en darle a "me gusta" así como a compartirlo.
Entre todos conseguiremos el objetivo: La RESTAURACIÓN DE LA CAPILLA DEL SAGRARIO DE EL PEDROSO.
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PULSA EN LA IMAGEN 

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EL MAESTRO DEL JARRÓN
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2) El pintor del Sagrario de El Pedroso.

26/8/2018

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2ª ENTREGA
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RAFAEL BLAS RODRÍGUEZ, apuntes sobre su vida y obra.
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Rafael Blas Rodríguez Sánchez nace en Sanlúcar la Mayor el 3 de febrero de 1885 y es el menor de seis hermanos de una sencilla familia. Con dieciséis años camina desde su pueblo a Sevilla en busca del horizonte artístico con el que siempre soñó. Y ciertamente camina, pues el ahorro del billete del tren le proporcionó un buen número de lápices de colores, máximo cromatismo que por entonces podía permitirse en sus dibujos.

En Sevilla ya se había instalado su hermano Juan Antonio. A principios del siglo XX, la ciudad era un atractivo para la población rural que buscaba mejorar económica y socialmente y la actividad industrial sevillana en las primeras décadas del siglo ofrecía amplias posibilidades de ofertas de trabajo. ​
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El desarrollo económico y la instalación de una clase burguesa tanto agrícola como industrial serán los mejores mecenas y clientes de Rafael Blas. No tarda mucho en trabajar en dos talleres de decoración y restauración, que alterna con sus estudios en la Escuela Industrial de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos y de Bellas Artes. En esta etapa académica tuvo como maestro a Virgilio Mattoni y se relacionó con pintores ya reconocidos como Gonzalo Bilbao y José M.ª Labrador. Sus estudios los finaliza en octubre de 1906, con gran reconocimiento de su valía, como consta en su diploma acreditativo.

Pronto desarrolla un estilo propio con un cuidado dibujo y elegantes composiciones practicando distintas técnicas. Su trabajo cotidiano en diversas tareas artísticas lo compagina con la pintura de algunos encargos, a la vez que continúa su formación tanto pictórica como intelectual. Participa activamente en la vida cultural de la ciudad y comparte tertulias con los intelectuales del momento, siendo él uno de los asiduos en las reuniones artística del sevillano y ya desaparecido Café “Novedades” en La Campana.
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La calidad de su obra pronto es reconocida y distintas instituciones y personalidades la demandan, adquiriendo prestigio y cotización. Entre otros, pinta sendos retratos al cardenal Almaraz, el primero de los cuales se conserva en la galería del Palacio Arzobispal de Sevilla y en su biblioteca el segundo, fechados en 1918 y 1920.
En este año de 1920 se casa con Amalia Hernández Amado transladando su domicilio y taller al barrio del Arenal, allí recibirá los encargos mas importantes, tanto de particulares, en murales para comercios, retratos, bodegones ... como de las parroquias y conventos. En esa época pinta los retablos neogóticos de la Parroquia de San Pedro en Sevilla (En la foto de abajo) y distintas obras para el Hospital de la Santa Caridad, Los Venerables, etc.
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Pero sus pinceles no están sólo en instituciones religiosas. La preparación de la Exposición Iberoamericana de 1929 fué un incentivo económico para la ciudad y para sus industrias locales, sobre todo construcción y cerámica, y nuestro pintor también dejará su impronta en alguno de estos edificios, entre ellos en el Hotel Alfonso XIII, el Teatro Lope de Vega o el Coliseo España, estas últimas desaparecidas cuando una entidad bancaria adquirió el edificio. La ignorancia y falta de sensibilidad es manifiesta.
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El Hotel Alfonso XIII en una postal de la época.

A mediados de la década de los años treinta, Rafael Blas Rodríguez es el restaurador del Museo de Bella Artes de Sevilla, tarea que extiende a magníficas obras fuera de él, como "El Juicio Final" de Herrera el Viejo en San Bernardo o la "Santa Isabel de Hungría" de Murillo, en la Iglesia de la Santa Caridad. (Foto)
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No da este espacio para el detalle exhaustivo de su obra que, en definitiva, fue su vida. Desde aquellos lápices de colores de 1901, a 1920 en la que quizá fuera su primera incursión en un espacio dedicado al culto, decorando la capilla de la Iglesia del Torviscal  (abandonada y las pinturas desaparecidas)
​habían pasado diecinueve años de intensa formación, tanto intelectual como artística.
​De ahí en adelante, su amable estilo de preciso dibujo, pincelada expresiva y una gama cromática extraída de los grandes maestros, a los que admiraba y conocía en profundidad, serán su pauta, pero sin renunciar a cualquier temática, técnica o soporte, sea acuarela, temple, óleo…   
​Y aunque sus obras más conocidas las realizará en los grandes espacios murales de                                                                       >>>
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Mural de "la multiplicación de los panes y los peces" en la Parroquia de Almonte. Copia del cuadro de Murillo en el Hospital de la Caridad de Sevilla.

capillas e iglesias, sobre todo a partir de los 
​desastres de la guerra civil, fue también un    gran pintor de caballete, tanto en lienzo como en tabla. Paisajes, bodegones o retratos saldrían de su estudio y de tan extraordinaria factura como el de Rafael Sánchez Romero, fundador de la afamada empresa de jamones, realizado en 1933.
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Rafael Blas en su estudio (Foto cedida por la familia)

Entre los grandes cuadros de altar tenemos, en nuestra comarca de la Sierra Morena de Sevilla, una extraordinaria representación realizada para el Altar Mayor de la Parroquia de Santa María de la Asunción de Guadalcanal en 1955, donde pintó las cuatro tablas centrales del retablo.
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Las cuatro tablas de la Iglesia Parroquial de Guadalcanal en el Altar Mayor. Fotos Mª Dolores Maldonado Cabezas.

Trabajó de manera incansable, por lo que nos legó una producción muy importante.
Además de lo citado, podéis consultar en este ​enlace una aproximación de su obra a partir de 1939, extraído del estudio publicado por el catedrático Juan Miguel González Gómez. ​
En él no data la intervención del artista en nuestra Capilla Sacramental en la fecha que nos consta. Sí recoge este investigador, que “en 1958, vuelve a actuar como muralista en el Sagrario de la iglesia de El Pedroso”.
Los datos recogidos por nosotros no refieren esta "vuelta" mas allá del artículo citado en la revista de Feria 1958.
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La cursiva de más arriba es la literalidad del autor citado, incido en pensar que se debe a la falta de datos existentes, también para él, aunque quizá dispusiera de otros que desconozco, donde Rafael Blas “vuelve” a El Pedroso ¿para concluir algún espacio inacabado de la mencionada capilla?, referencia que tampoco hemos encontrado. Lo cierto es que el documento fotográfico de la inauguración, presidida por el Cardenal Segura, fallecido en 1957, no deja dudas de que la mencionada inauguración no fue en 1958 como bien recoge el reverso de uno de los muchos recordatorios que conservan los pedroseños:
19 de Abril... Año Mariano 1954.
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Rafael Blas  falleció el 3 de febrero de 1961, a la edad de 76 años, que precisamente cumplió ese mismo día.
Un cierre ordenado en el espacio y en el tiempo, para un artista que reflejó el equilibrio de las formas, de la luz y el color en toda su obra.

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AUDIOVISUAL sobre el estado de las pinturas de la Capilla del Sagrario
​(Agosto 2018)
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1) Apuntes sobre las pinturas del Sagrario de El Pedroso, en 2018.

22/8/2018

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INTRODUCCIÓN

Os invitamos a leer a partir de hoy y en seis “entregas”, sendos APUNTES SOBRE LAS PINTURAS DEL SAGRARIO, su historia, autores, curiosidades y estado de conservación, que es lo que motiva escribirlos.

El deterioro de las pinturas de esta capilla Sacramental es manifiesto y nos tememos que pueda suceder lo peor. Por desgracia no será por falta de precedentes en nuestro pueblo, donde no es necesario que Mendizábal venga a desamortizar, nos bastamos y sobramos para levantarnos un día con algún “desconchado” nuevo. Cierto, hay historias peores, y tampoco podemos negar el esfuerzo de quienes han velado por conservar el importante patrimonio que tiene El Pedroso, sea de la índole que sea. Pero debemos seguir alerta.

Desde la Asociación Cultural LA FUNDICIÓN, comenzaremos un primer estudio para evaluar su estado, que en formato  audiovisual será una de las entradas en este CRÓNICASblog, elevándolo al Consejo Parroquial y desde ellos y junto a ellos, hacia arriba.
Al tiempo, recabaremos adhesiones tanto de pedroseños como de foráneos, entidades, asociaciones y empresas que lo consideren.


 Y todas sumarán.
​

​PRIMERA ENTREGA

​DEL CÓMO EL PORQUÉ Y QUIENES
​

Tomás L. Chaves Antolín

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Cuando leo los muchos e interesantes documentos sacados a la luz por nuestro paisano e investigador Antonio García, no tengo más que agradecer su incansable empeño. No dejo atrás a cuantos fotógrafos o aficionados a la fotografía han dejado imágenes impagables, y cito a Ignacio Guerrero, Juan Cabeza, Winoco y Eugenio Marín...
Tampoco hay que olvidar el reconocimiento a quienes recogieron los hechos a través de los tiempos, bien en barro, piedra, papiro, pergamino o papel; fuera escriba, cronista, notario o redactor de un acta. Y es que, faltando el documento escrito no existe la historia; puede haber existido el hecho, pero si ni siquiera un amanuense tomó al dictado o escribió el relato, perdemos la memoria de nuestro pasado. Y ya ni hablamos si esa memoria escrita sufre las llamas de la ignorancia.

En el CCEENN, cuando desde LA FUNDICIÓN desarrollé el proyecto la HISTORIA DE LA ESCRITURA (como preámbulo al espacio expositivo de nuestro paisano y editor Lara) se hizo patente el homenaje a los cronistas en distintas representaciones, siendo emblemática la que nos recibe “allá arriba”, en la escalera de acceso a la exposición y que nos alumbra al caso: Verba volant, scrīpta mānent. Cita en latín tomada de un discurso de Cayo Tito al Senado romano: "Las palabras vuelan, lo escrito queda".

Seguro que a estas alturas el lector se está preguntando: ¿Qué puñetas tiene que ver toda esta introducción con la Capilla del Sagrario de El Pedroso?

Me explico. Un día observo que las pinturas de este espacio sagrado están sufriendo un gran deterioro, debido fundamentalmente a la humedad y filtraciones de agua en el techo. Alertado, consideré interesante fotografiar su estado así como sus dos principales pinturas, la Anunciación y la Santa Cena, al menos quedaría ese documento para un futuro que se me antojó no muy halagüeño.
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Vista así la Capilla del Sagrario, en todo su esplendor, nadie diría el grave deterioro de las pinturas.  

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A partir de ese momento y desde LA FUNDICIÓN, procuramos recabar datos de esta obra tan singular para que nos ilustren a todos, pero vano ha sido el intento.
Hemos buscado documentación, tanto en el archivo de la Iglesia Parroquial de El Pedroso como en el del Palacio Arzobispal de Sevilla, y nada se ha encontrado que nos lleve a conocer detalles de la circunstancias que se dieron para llevar a cabo el proyecto, o quién decide, que pintores del renombre de Rafael Blas Rodríguez Sánchez y su hijo Rafael Rodríguez Hernández, abordaran tan bella ornamentación.
Sólo en la revista de Feria de 1958, un desconocido que firma P., glosa la obra, a sus promotores y el modo de financiación por suscripción popular. Cosa que no dudamos, aunque parece  insuficiente el óbolo dominical para tan gran menester, pese al empeño de aquellos jóvenes postulantes que, según dice, abordaron la iniciativa.
​José Luis Jiménez es de la opinión que el firmante no es otro que el
Párroco D. Antonio Pastor Portillo, que a lo sazón lo era de El Pedroso.  Tanto por el tono pastoral del artículo como por el número de iniciales, cabe suponer que está en la razón.
​(Pulsa AQUÍ si quieres acceder al artículo. El fragmento está sobre fondo sepia. Se amplía pulsando en él).
También me aporta, por conversación con Pepe Lora, que la iniciativa venía de tiempos de don Marcial, aunque fue el sacerdote  antes mencionado quien lideró el proyecto y que mediante una obra de teatro "La tela", de Pedro Muñoz Seca y Pedro Pérez Fernández, representada para el fin en cuatro ocasiones  por un grupo de aficionados locales, se consiguió una importante recaudación aunque no recuerda de dónde y cómo vino el resto de la financiación.

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Grupo de pedroseños que representaron LA TELA.  A la izquierda Don Marcial . (Foto Ignacio Guerrero) 

Extraña circunstancia esta ausencia de datos en tiempo tan cercano, cuando se conserva hasta el contrato firmado por Martínez Montañés para realizar la Inmaculada y el altar que la acogía. Pero en el caso que nos ocupa, ni siquiera perdura la placa que estaba situada bajo el arco en la pared 
​
izquierda, entrando en la mencionada capilla, que daba fe de la inauguración y otros datos.
Eso de 
borrar la historia a base de piqueta o fuego parece que también forma parte de la desmemoria de la humanidad.

Así que, serán biografías y estudios publicados sobre estos artistas, aportaciones desde la familia y algunas de sus obras, desde donde iremos construyendo nuestro relato. De su paso por El Pedroso, aparte de lo citado,  quedan solo pequeñas anécdotas en la memoria de algún joven de aquel tiempo o sus allegados.
Esperemos que sirvan estas líneas para activar la alarma del deterioro actual y sea su restauración un objetivo para los pedroseños. ¡Merece la pena implicarse!

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Me contaba Pepe García, que su padre (en la foto), entre 1951 y 1952, fue el contratista que abordó la reforma necesaria de la Capilla Sacramental, 
“desde el arreglo de tejados y 
filtraciones hasta el enlucido necesario para realizar la pintura al temple que llevaría a cabo                                                                     >>>

un afamado artista de Sevilla...”, técnica que requiere un soporte y tratamiento especial de la pared y que Rafael Blas Rodríguez, el referido afamado artista, dominaba a la perfección, pues una gran parte de su obra la realizó en bóvedas y paramentos de distintas iglesias andaluzas, y junto a él, su hijo Rafael Rodríguez Hernández.             ​
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Rafael Blas Rodríguez. Autorretrato.

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Tanto Rafael Blas como su hijo Rafael Rodríguez Fernández, eran pintores con una definida inspiración en las composiciones de los clásicos y en momentos, reproduciendo
también sus obras.  Seguirían el mismo estilo decorativo; volutas, cenefas y hornacinas dan al conjunto de cada intervención un carácter neobarroco y equilibrado, que acentúan con la utilización de sombras y luces, creando sensaciones de relieve con un cromatismo luminoso y muy sevillano. Es una pintura que llega y envuelve al espectador, ejecutada con gran maestría.
​Las composiciones mantienen un
​formal
equilibrio con matizada
paleta cromática.
Rafael (hijo) tiene 30 años cuando llega a El Pedroso con su padre y 
ya había realizado diversas obras artísticas entre las que destaca, en 1950, la Capilla Sacramental de la Parroquia de San Martín de Tours, en Bollullos de la Mitación, restauradas recientemente  por los artistas Vicente Rivas y Javier Aguilar. Fotografías tomadas de la web del primero.

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Una de sus últimas obras fueron las  pinturas realizadas en las bóvedas y paramentos de la Basílica de la Macarena, donde trabajó diez años. Comienza en 1982 y se inauguraron con motivo de la Expo92.
Entre finales de
2016  y mediados de 2017, fueron restauradas por los licenciados en Bellas Artes, Carlos Peñuela y Ana Marín.

​Rafael Hernández visitando una de las intervenciones.

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En la foto de arriba la bóveda de la Basílica.  Abajo, interior de la cúpula de la Capilla de Sta. María de los Ángeles en la iglesia de Los Negritos de Sevilla, una de sus obras más reconocidas y también restaurada por Carlos Peñuela, otro gran hito en el trabajo del 
restaurador y conservador de bienes culturales. Autor también de las fotografías.
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Rafael Hernández intervino en gran parte de la capilla pedroseña, pero mientras la rúbrica de su padre está en diversas escenas, incluida la de Tobías y el Ángel (arco derecho de ​la cúpula, a la derecha del altar, donde además la data en 1953, junto a la firma) la suya solo figura en la Anunciación, tema y realización nada despreciables.
Falleció en Agosto de 2003.
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La Anunciación, copia del cuadro de Murillo que Rafael Hernández realiza en El Pedroso. Puede observarse la grieta que desde arriba discurre por el centro de la pintura, amen de otros deterioros que veremos en siguientes artículos. 

La admiración que el entonces Cardenal Arzobispo de la Archidiócesis de Sevilla, Pedro Segura, profesaba a Rafael Blas desde que conoció su obra, podría dar a entender que el encargo se lo hace directamente. 

Desde 1939 había comenzado una gran producción muralista en iglesias donde sus paredes estaban exentas o habían sufrido los estragos de la contienda civil, encargándole incluso algunas decoraciones en el Palacio Arzobispal.
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La Capilla del Sagrario en 1951, antes de la decoración pictórica. Como curiosidad, observad que en la hornacina principal está la imagen de la Virgen de Fátima, sin duda debido a que ese año, el 6 de Enero y a las seis de la tarde, llegó a El Pedroso la peregrinación que con esta advocación  recorrió la geografía española, tal como recoge el folleto. 

NOTA:
Ha sido fundamental la participación de Mercedes Cataño Gutiérrez en este y siguientes artículos sobre el tema, hasta el punto que sin su aporte carecerían de datos y hechos fundamentales. Se puso en contacto con la familia de estos artistas, recabando fotografías, anécdotas y circunstancias diversas que enriquecen  los relatos. Gracias Meme. 
También mi agradecimiento  a José Luis  Jiménez, siempre atento a cualquier demanda,  y a Winoco  y Eugenio Marín  por el acceso permanente a sus archivos fotográficos. 

SIGUIENTE >>
RAFAEL BLAS RODRÍGUEZ, apuntes sobre su vida y obra.
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CRÓNICA DE UNA MUERTE ANUNCIADA

14/6/2017

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Hace unos días, José Luis Jiménez, alertaba, y lamentaba, en su Facebook, la destrucción de la antigua Capilla Panteón de la familia Cabrera Lazcárate. Ante ello, desde LA FUNDICIÓN, lamentamos también una perdida más en nuestro patrimonio artístico.
(Las fotografías pertenecen al archivo de J.L. Jiménez y a los autores que figuran al pie.)


Permitidme usar el título de aquella gran novela de García Márquez, viene al pelo.

No recuerdo en qué año se hizo el cambio del cementerio que existía junto a la ermita de la Virgen del Espino a la  ubicación actual, pero sí recuerdo la sorpresa que me causó, hace ya mucho tiempo, ver aquel antiguo camposanto convertido en un parque infantil. Y más aún encontrarme la Capilla-Panteón de la Familia Cabrera Lazcárate convertida en la casa de los Pitufos.  Ignoro de quién fue la idea de transformar su estilo neogótico en tan peculiar refugio, pero el arquitecto que se atreviera a tan “magna obra” debió hacerlo por orden de una preclara mente superior. No veo yo a un artista-urbanista, haciendo esto “motu proprio”. Imagino que la sensibilidad, al desmontar esculturas y pináculos, se le fue por los suelos. Más tarde, y ya transformada en la multicolor casita, quizá terminó por gustarle. Lástima que no fuera completo su uso para el disfrute de los pequeños, pues el interior, de aquello que fue lugar sagrado, finalmente quedó oculto por una misteriosa puerta de hierro azul, a modo de fortaleza inexpugnable, quizá con la intención de fomentar el imaginario de la chiquillería, que todo se puede esperar de “un superior”.

Para que “la performance” quedara completa, a su decoración escultórica podría haberle dado una manita de dorados y a la imagen de arriba, pudo quedarle bien un gorrito y una flauta,  para completar el cuento. Pero no, debieron triturarlos para hacer los caminitos. Y en estas culminó el trabajo con una veleta a modo de luna lunera cascabelera. Todo un epílogo al gran trabajo de pintar ladrillo por ladrillo y teja por teja de colorines. Macabro e irrespetuoso, al tiempo que la culminación de lo 
kitsch. 
(Dicionario de la RAE: Kitsch: estética 
pretenciosa, pasada de moda y considerada de mal gusto). Creo que se queda corta la Real Academia de la Lengua en su descripción, pero quizá pretendían colorear el cielo de quienes allí reposaron. En fin...
Me cuentan que la recién creada, por entonces, Hermandad de la Virgen del Carmen, solicitó que le fuera cedida la capilla para su sede, encargándose  del cuidado y mantenimiento. Claro es, solicitud realizada antes de los desmanes. Pero no le fue concedida. Probablemente ya estaría adjudicada la partida para su modernización pinturera y ante eso, ni Boyer que por aquellos años expropió Rumasa, habría cambiado el destino del presupuesto.
La degradación posterior ni quitó ni puso nada a una pérdida arquitectónica irremediable.
Ciertamente, no era la Medina Azahara cordobesa, destruida por los almohades allá por el 1020, ni el templo de Baal en la Palmira del 2015, dinamitado por el ISIS (aunque la sensibilidad fuesen parejas) pero su derribo final, el de la Capilla de la familia Cabrera Lazcárate, sita en los terrenos municipales del que fuera cementerio de El Pedroso, se llevó a cabo en el año del Señor de 2017 y su mes de Mayo. Gracias, José Luis, por informarme y constatar fotagráficamente para que permanezca en nuestra memoria "histórica".

Y para las siguientes generaciones quedan las fotos y el contexto de que esto sucedía mientras se consultaba en referéndum si se ampliaba -o no- el Centro de Defensa Forestal en La Jarosa.
​
Pregunta algún socio, que cómo la Asociación Cultural LA FUNDICION no ha hecho nada para evitarlo “… mientras intentamos hacer a El Pedroso Villa del Libro a nivel internacional, mientras seguimos profundizando para rescatar y conservar nuestra historia cotidiana, mientras intentamos restaurar la memoria de la minería y siderurgia, mientras informamos que las pinturas del Sagrario están en peligro…” pues queridos socios y lectores,  fuimos convocados por el Ayuntamiento para informarnos sobre el nuevo CEDEFO, pero no sobre su intención de acabar con lo poco que quedaba de la mencionada capilla, en ese momento, cierto es, ya degradada hasta ser irreconocible.
La muerte de un trocito de nuestro patrimonio artístico se  produjo ya en el primer ictus, la degradación era la consecuencia ante la desidia y la falta de sensibilidad, dos factores que  nunca fueron buenos paliativos. 

En el pesimismo: De nihilo, nihilum. ("Nada surge de la nada". O también "De la nada, nada proviene".  Parménides. Filósofo griego.)
En el optimismo:  Ut sementem feceris, ita metes (Que en traducción literal dice: "Como hayas sembrado, así también cosecharás". Cicerón. Filósofo romano.)
​
Seguiremos sembrando.
 
Tomás L. Chaves Antolín
Presidente de la Asociación Cultural LA FUNDICIÓN de El Pedroso


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    Asociación Cultural 
    ​LA FUNDICIÓN
    ​de El Pedroso

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    LA MEMORIA PRODIGIOSA.
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    ARTÍCULOS DE
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