Y LLEGÓ EL PROGRESO
El ferrocarril había llegado a El Pedroso, como ya se contó, el año 1874. Con él comenzó a llegar el progreso, pero no fue hasta el paso del siglo cuando hizo su aparición otro avance sustancial: la luz eléctrica, con lo que el pueblo pudo incorporarse poco a poco a la vida moderna, dentro de los límites de la época. Luego en 1911 llegó el alumbrado público a toda la población gracias al industrial Francisco Rubio Villanueva quien –según documentos que todavía se conservan– se comprometió con el Ayuntamiento a instalar “setenta y cinco lámparas incandescentes de diez bujías cada una” y conectarlas al fluido eléctrico “desde la puesta de sol hasta las dos de la mañana”. (Es de suponer que a partir de esa hora los pedroseños estaban todos durmiendo y no había necesidad de mantener las calles iluminadas). En honor a su esposa, la empresa suministradora se llamó “Santa Emilia, fábrica de fluido eléctrico”. Y es que la luz “se fabricaba” en el pueblo en una gran caseta, que todavía existe, ubicada en el entonces llamado Callejón de Ruiz y hoy Calle Estrecha. La electricidad se producía, en principio, con dinamos movidas por el carbón, luego la pequeña factoría pedroseña quedo conectada a una empresa de las Navas de la Concepción que utilizaba la energía hidráulica, para terminar años después bajo la férula de la Compañía Sevilla de Electricidad. La línea que conectaba la instalación de El Pedroso con la central de Constantina tenía tres cables –ida, vuelta y neutro– y sufría continuas averías, sobre todo por la caída de los postes producida por la lluvia o el viento. Los encargados de mantenimiento se las veían y deseaban para reparar los daños en la línea que, llegaba hasta Constantina, y pasaba por Fábrica de El Pedroso y por La Jarosa. Cayetano era el encargado de repararla y Luis Rubio, nieto del fundador de la empresa, le ayudaba en las largas y pesadas caminatas a través de los cerros y las lomas serranas. Esto ocurría en los años 50, pero antes, según se cuenta, aunque puede que el suceso ocurriera en otro pueblo de la sierra, un técnico encargado del mantenimiento segó por error la vida de su propio hijo. Entró en la caseta del transformador, vio que una de las palancas estaba desconectada y la volvió a conectar. Se le había olvidado que su hijo estaba en el monte reparando esa línea. Murió electrocutado. Cayetano tenía, como encargado, otras muchas tareas por lo que se le dio en llamar “Cayetano el de la Luz”. Siempre con la escalera al hombro recorría continuamente las calles del pueblo para reparar las averías, tarea que hacía extensiva a las casas particulares. El cobrador era un personaje que ya ha aparecido en estas páginas como enterrador y pregonero municipal, Ortega, cuya labor era bastante ingrata ya que muchos usuarios tenían dificultades para pagar. Como curiosidad, cabe reseñar que antes de la guerra se pagaba el suministro a tanto alzado, fuera cual fuese el consumo. Y la tarifa era una perra gorda (diez céntimos de peseta) por cada bombilla.
A principios del siglo el pueblo ya tenía telégrafo, que se instaló en las dependencias municipales, y en la década de los 30, teléfono, cuya central quedó ubicada en la actual calle de Valdelomar. El crecimiento de este servicio fue muy lento, ya que veinte años más tarde, en 1.950, la cifra de abonados apenas superaba la cincuentena. El tren, la luz, el telégrafo y el teléfono. Faltaba la radio y la radio irrumpió en el pueblo primero con los aparatos de galena y luego con los receptores más modernos de válvulas. Es conocido que desde el 18 de julio de 1936, fecha de la sublevación militar, hasta el 5 de agosto en que los sublevados ganaron el pueblo para la causa nacional, los pocos pedroseños que disponían de aparatos de radio escuchaban las soflamas de Queipo de Llano escondidos bajo una manta para evitar que el sonido llegara al exterior y se oyera desde la calle. Las radios de galena siguieron confeccionándose en el pueblo incluso años más tarde. Era un proceso muy curioso y elemental: se buscaba un canuto de cartón, generalmente el del rollo del papel higiénico, y sobre él se enrollaba un cable de cobre; se colocaba luego un diodo de germano –un metal con buenas propiedades como conductor–, se ajustaba a una tablita y se conectaba a una antena que debería estar al aire libre. Por último, con la aguja del mismo diodo se rastreaban las pocas emisoras que existían aquellos años. Pepe García, uno de los hijos de “El Pelón”, era un consumado experto en la manufactura de radios de galena. El progreso llegó, pues, de la mano de la comunicación, y ésta alcanzó también a la escrita. Antes y después de la guerra se publicaron en El Pedroso algunos modestos noticieros que tuvieron desigual fortuna. En los años de la República, por ejemplo, José Camba Ortega, concejal del Frente Popular, publicó regularmente una gacetilla con informaciones, avisos y curiosidades del pueblo. Su afiliación política le costaría la vida en agosto del año 36. En los años 40, un grupo de chavales capitaneados por Pepe Cortés, creó la primera revista de que se tiene noticia en el pueblo. Se titulaba “El terrible” y su distribución casa por casa era en verdad muy imaginativa y original. Aquel grupo de incipientes “periodistas” estaba compuesto entre otros –además de Pepe Cortés– por Luis Odriozola, Manolo Jódar, Manolo Cañadas, Manolo y Ramón Guerrero y Pepe y Paco Gutiérrez. Este último, en su relato “Verano del 42” cuenta así las vicisitudes de aquella singular hazaña informativa: “La revista El Terrible tomaba su nombre de uno de los equipos de fútbol del pueblo. Debido a que no existían fotocopiadoras por aquellas latitudes, la revista era todo un poema artesanal. Manufacturada en papel de barba “Galgo”, escrita a máquina y un solo ejemplar. El centro de redacción estaba ubicado en nuestro domicilio, ya que mi hermano y yo éramos los únicos que teníamos máquina de escribir. Para poder darla a conocer y que las gentes la leyera, la llevábamos de casas en casa por un tiempo prudente en cada una de ellas, por el precio módico de 0,45 céntimos. En la revista insertábamos de nuestra propia cosecha cuentos, novelas seriadas, historietas en formas de viñetas, publicidad comercial y ecos de sociedad de la localidad, así como deportes y pasatiempos que hacían las delicias y comentarios de los lectores. La revista salía quincenal o semanalmente y llegaron a editarse unos veinte números. Ninguno de ellos ha sobrevivido, aunque llegó a editarse en un tomo encuadernado. El progreso y la comunicación dieron un salto de calidad en los años 50. A finales de aquella década, el párroco, Don Antonio Pastor, tuvo la idea de poner en marcha una Emisora Parroquial, actividad muy en boga en aquella época, impulsada por la Iglesia Católica. El encargado de crear e instalar aquella emisora fue un técnico que había estudiado cursos de radio por correspondencia, Leónidas Becerra Montes, un joven tímido y acomplejado y muy habilidoso técnico, que instaló los estudios –mejor el estudio– en los altos de la Casa Parroquial, y un largo cable que hacía de antena desde la torre al final del tejado de la iglesia. Y aquello funcionó. La sintonía era poco adecuada para una radio confesional, la vibrante y militar “Marcha San Marcial”, pero fue la más airosa que se pudo encontrar en la muy limitada discoteca parroquial. AUTOR: Ricardo Dorado Janeiro (La Coruña 1907-Madrid, 1988)
El primer locutor fue un joven que ya apuntaba vocacionalmente a la comunicación y al periodismo, Pepe Durán (¿Lo han adivinado? El escribidor) y ante el micrófono le acompañaban Agustina Rico y Blanquita Gutiérrez de Mata, de dulce voz y esmerada pronunciación. El control era cosa de Blas Cantarero y otros animosos colaboradores.
Las emisiones de la Radio Parroquial –discos dedicados, mensajes de las cortijadas, charlas del párroco, algún cantante espontáneo– duraron varios años y tuvieron éxito entre los pedroseños. Pero, como ocurre con tantas iniciativas, fue cayendo en la dejadez y cuando su promotor fue trasladado a Castilleja de la Cuesta, cerró sus emisiones definitivamente. Aquí, Radio Parroquial de El Pedroso. Damos comienzo a nuestras emisiones de hoy con la lectura del índice de programas, cuando son las 6 en punto de la tarde. En primer lugar podrán escuchar la primera audición de “El disco dedicado”. A las 6 y 30 minutos les ofreceremos los mensajes y avisos remitidos por nuestros oyentes. A continuación, una bonita selección de música variada. A las 7 y 30 minutos nos visitará un grupo de alumnos de las Escuelas Nuevas quienes nos contarán sus proyectos para este curso. A las 8, segunda edición de “El disco dedicado” Y, para terminar, “La reflexión del día”, a cargo de nuestro párroco y director, Don Antonio Pastor” Muchas gracias por sintonizar ésta, su emisora: Radio Parroquial de El Pedroso. "DOCUMENTO INÉDITO" CANCIONES DEDICADAS EN LA EMISORA PARROQUIAL DE EL PEDROSO, ALLÁ MEDIADOS LOS AÑOS 50 DEL PASADO SIGLO.
Al principio de este oirás el ruido propio de la sintonización y medios técnicos de la época, la imagen... pues tampoco es tan buena, pero después el sonido va perfecto. Esperamos disfrutes de esta recreación que te transporta a aquellos años en la voz de Pepito Durán y Blanquita. (NOTA: Se han acortado las canciones con el fin de no alargar la audición).PULSA EN LA RADIO. |
LA BUENA SALUD
El clima serrano siempre ha sido recomendable para la buena salud, para mantenerla o recuperarla. Por ello no eran pocos –sevillanos sobre todo– los que elegían El Pedroso para mejorar de sus achaques, sobre todo en los meses de la canícula. Pero los pedroseños, por supuesto, estaban expuestos como todos a las dolencias y enfermedades propias de la época: la gripe, la tuberculosis, la viruela, el tifus, la difteria, la rubeola o el sarampión y la escarlatina; estas dos últimas
afectaban sobre todo a niños y jóvenes. A estas afecciones había que añadir los males y accidentes más comunes y los quebrantos propios de la vejez. De la salud de los pedroseños cuidaron, entre otros, en la primera mitad del siglo tres médicos y una médica, todos con el “Don” por delante cual correspondía al respeto reverencial que su profesión despertaba: Don Fernando Lara, Don Luis Odriozola, Doña Concha Salazar y Don Eduardo Cataño. Don Fernando Lara había sido médico en El Coronil y, trasladado a El Pedroso, estableció su consulta en su vivienda de la Calle del Cristo. Además de poseer amplios conocimientos médicos fue un gran jugador de ajedrez, y era de ver al respetado galeno en el suelo del zaguán de la familiar Jódar, a la fresquita en verano, disputando partidas con la pandilla de Paco Gutiérrez y Pepe Cortés, que siempre terminaba ganando. Don Fernando tenía un hijo del que decía que “no podía hacer carrera”: José Manuel. Pepe Lara, como se le conocía, era desgalichado y cabezón; andando el tiempo fundó en Barcelona la Editorial Planeta, se convirtió en el más importante editor en lengua castellana y el Rey Juan Carlos le otorgó un marquesado, un tanto verosímil en opinión de los expertos nobiliarios. Así que ironías de la vida, Don Fernando Lara es recordado no por su prestigio médico –que lo tuvo y bien cimentado– sino por haber sido el padre de aquel vástago que tantos disgustos le dio.
Doña Concha Salazar –“La Médica”, naturalmente– pasaba por ser una de las primeras mujeres que había obtenido la Licenciatura de Medicina en la Universidad de Sevilla. Vivía y tenía su consulta en un gran caserón de la Calle de los Cercos y allí atendía a sus pacientes sobre todo a los ferroviarios, cuyo cuidado tenía encomendado a medias con su colega Don Luis. Doña Concha se encargaba también de las revisiones y de la talla de los quintos, los jóvenes en edad militar que luego serían sorteados para cumplir la mili en las distintas guarniciones del país. Para librarse de tan patriótico servicio se podía alegar, entre otras razones, ser hijo de viuda, corto de vista, tener los pies planos y como impedimento infalible, estar “quebrado”. Para esta última alegación era imprescindible que el médico –en este caso precisamente una mujer– palpara y explorara las zonas perineal y testicular de los jóvenes. Nada tiene de extraño, pues, que por el pueblo corriese esta coplilla: Doña Concha Salazar que los güebos te cogía cuando te ibas a tallar Don Luis Odriozola era cántabro y renunció por amor a una brillante carrera y a una destacada posición social. Estudió medicina en Madrid, en la entonces prestigiosa Facultad de San Carlos donde fue alumno del premio Nóbel Don Santiago
Ramón y Cajal. Terminada la carrera, trabajo como ayudante de otro afamado médico de la época, el doctor Luis de Azúa, y en su consulta conoció casualmente al Diputado en Cortes don Antonio Merchán, de Cazalla de la Sierra, quien le invitó a una montería por estos pagos sevillanos de la Sierra Morena. Aquí conoció a Marta, joven y guapa. Surgió el amor, llegó el matrimonio y Don Luis cambió los oropeles madrileños y el brillante porvenir capitalino por el cuidado de las gentes sencillas y humildes de El Pedroso y de Fábrica de El Pedroso, donde luchó incansablemente por erradicar la tuberculosis y el paludismo, azotes crueles de aquel establecimiento siderúrgico. En 2.010, el Ayuntamiento pedroseño le distinguió a título póstumo y reconoció su “admirable y abnegada labor profesional, favoreciendo generosamente a cuantos necesitaron de sus cuidados”.
Don Eduardo Cataño fue también un médico muy querido y el aprecio que le tuvieron los pedroseños se hizo patente cuando, años después de su muerte, el Ayuntamiento dio su nombre al Polideportivo Municipal. Su vocación le venía de familia ya que su bisabuelo, Manuel Alejo Sánchez, también ejerció la medicina a finales del siglo XIX.
Tenía Don Eduardo una muchacha de servicio un poco dura de mollera. En una ocasión se presentó en la consulta el representante de un laboratorio, llamó a la puerta y preguntó por el Doctor. La muchacha respondió impávida:
“Aquí no vive el Doctor, aquí vive el médico, Don Eduardo. El Doctor es barbero y tiene la barbería en la plaza”. El representante se quedó pasmado. Un muchacho alocado y temerario tenía la costumbre de recorrer en bicicleta los caminos y carreteras de la comarca. Y lo hacía en solitario. Un día, habiendo llegado a Fábrica de El Pedroso tuvo la ocurrencia de volver al pueblo por el estrechísimo sendero de la vía del tren que corre paralelo al balasto. De pronto perdió el equilibrio, se precipitó rodando con la bicicleta por una pendiente de más de cuarenta metros, quedó malherido y perdió el conocimiento. Afortunadamente, unos descorchadores le vieron despeñarse, avisaron al pueblo y así pudo su padre ir a recogerlo. Estuvo inconsciente casi dos horas y, cuando se temía lo peor, Don Eduardo le devolvió la vida en su dispensario de la calle Publicidad. Gracias, Don Eduardo, por salvar a aquel joven alocado y temerario. Era… el escribidor. Para dispensar los medicamentos y preparar los específicos que los doctores recetaban, estaban los farmacéuticos, entonces llamados boticarios, y que junto al alcalde, el cura y el médico constituían el cuarteto que ostentaba el poder en los pueblos. Boticarios en El Pedroso fueron, entre otros, Don Bernardo Quiles y Don Antonio Escobar cuya mujer, muy bajita de estatura, solía llevar boina, por lo que le llamaban “la Bellotita”. Y don Ángel Aumesquet Tena que compatibilizó la botica con la alcaldía municipal y la desempeñó con singular autoridad, tanto que podía mandar al calabozo a quien osaba aparcar el coche delante de su farmacia. Don Ángel, debido a su cojera, usaba un coche adaptado que no siempre manejaba con soltura. En una ocasión se le fue el volante y vino a chocar contra un talud en una curva de la antigua carretera a Sevilla, cerca del puente del Viar. Desde entonces –faltaría más– aquel lugar se conoció como “la curva del Boticario”. De la salud de los pedroseños se ocupaban también los practicantes Manuel León y su hijo –este, sin título, ejercía ilegalmente– Pepe Neyra, Julio Cazalla, Manuel Arnaud, copropietario de La Cartuja y Antonio González que además era partero y, cuando era requerido para ello, ejercía incluso como dentista. Para ayudar a los partos a las embarazadas pedroseñas estaban asimismo las matronas: Matilde Sánchez Lozano, Josefa Martínez Muñoz y “La Malarma”, ésta última, sin titulación alguna, ejercía accidental y casi clandestinamente. Dicen que, en tiempos, hubo en El Pedroso, una sanadora llamada “Paca la Chicharra”. Un viudo enamorado le pidió ayuda porque la joven de la que se había prendado no le hacía caso. La sanadora le preparó un mejunje y el enamorado se lo dio a beber a la joven con tan gran éxito que terminó rindiéndose al viudo y hubo boda. La pócima estaba compuesta por polvo de salamanquesa, corteza de adelfa y adormidera. Otra curandera, conocida como “La Vejiga” estaba especializada en sanar verrugas de todo tipo. Las curaba mezclando un pedazo de tocino de cerdo con gargajos que salivaba directamente sobre el abultamiento de la piel. Eso sí, el cerdo debía estar recién sacrificado. PRÓXIMO
|
1 Comentario
Gloria Durán Ayo
16/4/2020 12:45:48
Fantástico ese sonido. Me dan hasta ganas de llorar pero de ALEGRIA. Gracias Tomás. Eres genial.
Responder
Tu comentario se publicará después de su aprobación.
Deja una respuesta. |
AutorAsociación Cultural LA MEMORIA PRODIGIOSA.
José Mª Durán Ayo ARTÍCULOS DE José Mª Durán Ayo MÁS ALLÁ DE MI MEMORIA. José María Odriozola Sáez CUADERNILLOS DEL ARCA DEL AGUA. Luis Odriozola Ruiz Archivos del blog por MES
Noviembre 2022
|