Corría el año de 1240 cuando llegó Fernando III el Santo a Cazalla en la Reconquista. Constantina y Cantillana las tomó al asalto en 1246 y entre estas fechas ocuparía El Pedroso que sería una aldea diminuta con un castillo donde hoy se alza el grupo escolar. ¡Ya por el año 1080, en una de sus razzias, el Cid entró en Constantina, ganó el castillo, saqueó el pueblo y regresó a Castilla con su mesnada!
Debía ser entonces, lo que hoy es la Jarosa y sus aledaños, una algaba cerrada poblada de jabalíes, lobos y osos. ¡¡sí!!, osos, pues si Alfonso IX los cazaba en siete Arroyos (Castiblanco) y en las Ganchosas (Cazalla) a no dudar por estos lugares también se verían en invierno. Según se dice en el Libro de Monterías del citado rey escrito en 1350: "... en el Cerro de En medio, la Cabeza de Chinchón y el Risco Travieso que están renuevos entre el arroyo y la Alcornocosa, matamos la primera vez que corrimos este monte, en él, un oso de los buenos que nunca vimos hasta aquel día". De los baldíos que dieron lugar a la dehesa boyar la Jarosa y que paulatinamente irían desmontando e introduciendo ganado los pedroseños, no se tiene noticia de legitimación de propiedad por el Concejo del Pedroso, hasta las luchas entre Isabel la Católica y la bastarda Juana la Beltraneja por el trono de Castilla en el año 1474. Según parece la villa del Pedroso dio techo y yantar a las tropas de Isabel y en agradecimiento, esta donó la molla de tierra que envuelven el Huesnar, Guanajil y el arroyo de la Parrilla en concepto de Bienes de Propios. ¡¡El documento se perdería en un blanqueo de las Casas Consistoriales!! La piedra escrita cerca del cerro del Castillejo, hoy en manos particulares, tiene grabadas unas frases incompletas: "El año 1788 día 6 de Diciembre mataron aquí a diez... (trozo roto) ... José, Ángeles..." y varias cruces que parecen de San Luis y Lorena y otra fecha 1865. Esta rústica lápida puede haber sido en recuerdo de alguna revuelta campesina contra la ley de 1786 sobre la desvinculación y desamortización de los Bienes Propios obra de Olavide Ministro y Superintendente de las Colonias de Sierra Morena en el gobierno de Carlos III. La Jarosa es casi una ínsula, ¡¡bueno en el invierno!!, cuando los vientos ábregos lo anegaban todo y a este predio lo envolvían la Rivera del Huesnar, el Arroyo de la Villa, el Guanagil, el de la Parrilla y no dejaba de insuflar redaños el Corchuelo, loco torrentillo que nace en la Fuente del Galapaguito, allá en las Tarayuelas donde los grillos cansan por su melopea. La pueblan unos dos mil cornúpetas retintos abuelos de cornilargos y obligados a compartir el pesebre con el pálido charolés foramontano. Por pertenecer a Bienes de Propios, se mantiene como una explotación comunal y conserva aún aire ancestral y romántico que van diluyendo las subvenciones de la Unión Europea. Esos cortinalillos que rodean al pueblo rellenos de piedras berroqueñas fueron, son y Dios quiera que sigan siendo, agostaderos y corrales de destete propiedad de los pequeños boyeros que mantienen sus reses en la dehesa comunal hasta la extenuación. Las más de dos mil hectáreas que medía la Jarosa, han sufrido un duro detrimento por la construcción del pantano y un enorme quebranto en las orillas de los ríos. Seguimos llorando la pérdida de tanta encina centenaria, saúcos arcanos, fresnos propiedad de ruiseñores y de ese insecto, el gran capricornio que los pequeños acosábamos en su vuelo al grito de ¡¡Jerga el culo te cuelga!!, los alisos a los que el viento hace reír... las mimbreras la roja y la blanca que podaban los gitanos para bringas y costillas de sus cestas...Pero mejor no hablar por no acusar o si se ofende. El campo siempre está repleto de nombres que responden a su aspecto o a quién lo habitó toda una vida y así la Jarosa está llena de unos y otros, que, a falta de documentación, algo desvelan su historia. Muchos de estos se han perdido miserablemente tapados por las aguas, pero si recordamos sus nombres, están vivos, no los han ahogado. Son también legendarios y recordados, los nombres de las principales vacas y toros que fueron yuntas durante años en el acarreo de leñas, carbones y manufacturas de los Altos Hornos de Fábrica de El Pedroso. Tenía Manolito risa dos vacas domadas a la carreta y al arado y puede sorprender el apodo; Manolito Risa, ya que chocaba a persona tan ruda, hombre tan corpulento, una constante sonrisa infantil que derramaba por esos vericuetos del campo donde se le podía topar. Las llamaba Relojera y Sargenta, eran retintas acandeladas, largas como un dolor de muelas, dóciles y lentas con el amo, igual que una pareja de caracoles. El hijo, aquel que se malogró, llevaba otra carreta con toros enteros familia de la yunta del padre; de aquellos brutos y de cuyos nombres no tengo noticias. Sé que pastaban en la piara de arriba donde a los Linares les hicieron la casa y desde la que dicen que en los días claros se ve Carmona. De allí se nota el aliento de la Fuente de la Parrilla, la humedad del Hoyo de los Peines, el aroma del Llano del Lirial y por el veredón de la Miel se cae al Moral y a Cuernavacas. Todas estas yuntas tenían su asiento en la Jarosa, madre de todo este ganado que surtía de vacas y toros a pegujaleros y carreteros que uncían[TC1] a su ganado. Había tres piaras más que de siempre se llamaron majadas. La del Chato, la de Morejón y la de Eusebio que fue el último mayoral de la dehesa. Al pie de su casa estaba situado el corral de piedra, desde donde de una encina seca se colgaba con un cintero al becerro para su peso con la romana. Las reses mayores se apreciaban a ojo y hubo de descuajaringarse el chaparro para sopesar la necesidad de una báscula con mangada y embarcadero para toros, hembras vacías o con niñatos. Los Callaíllos y la Cañada del Médico por allí andan con el regajillo del Pocito y allí muy cerca tenía su casa el caballista y el guarda nombrado por el Ayuntamiento, Agustín que tenía como única propiedad una burra y dos gallinas de Guinea. Al caballista le apodaban el Tomizo y tenía dos hijos de comportamiento silvestre; el más pequeño renqueaba por temporadas y la madre aseguraba que eran efectos de la "ruma" y olvidaba el guarrazo que le dio un burro en los pesebres de Juan Gandula en una competición de alcancía y de matute. A Romera le saltó el ojo aquella vaca que siempre al uncirla cabeceaba y por entonces andaba en la cuca. ¡¡Ay la cuca!! ¡Quién pudiera de nuevo apreciar a las retintas cornilargas cucando en el Llano del Lirial! Las yuntas de toros eran más impresionantes por su anatomía, coraje y vigor...aquella de Genaro a la que muñía al grito de Marinero y Millonario o la del Gallego que respondía a los nombres de Valenciano y Ramito o la del Chamizo llamados Madroño y Maroto y tantos otros por arriscados citados como Gavilán, aquel que mataba a los perros dicen por recuerdo de haber sido mordido por lobos cuando becerro allá por aquel lugar de la Jarosa que llamaban el Cuadrajón Perdido, Azabache tan negro y soberbio acabó congestionado tirando de un rulo de molino... Había un lugar, hoy hundido en las aguas del pantano, al que los viejos conocían por el Charcón de las Tres Encinas y del que se podía repetir que allá por el mes de Mayo cantaba el ruiseñor y le respondía la calandria. Entre sus juncias parió una vaca del de la Cataña de capa castaña y ojinegra, una pareja de mellizos, el Legionario y el Sargento a los que se les quedó menguado el yugo y el tiro de la carreta. Por bajo estaban las Vegas de Pradillo, Coronao, del Alamillo. De la Señuela hasta llegar a los Codos donde florecía la vega |
de la Mimbrera frente al regajo del Lobero.
¡¡Ya no queda nada!! Aguas arriba de la Junta de la Ribera del Huesnar con el Arroyo de la Villa, el que traía el agua teñida de las tenerías de Constantina y con el Guanajil, cae un arroyo que brota por sorpresa a las primeras lluvias a los Tinahones y se deja caer manso por la Florida y la Joya hasta llegar al culatón de Cuernavacas, desde donde a veces hace "guarros", esa espuma que asegura lluvia y salta la liebre. Por allí siempre hay chinchorros y algunas veces picabueyes, esos pájaros blancos que espulgan a las vacas y las esculcan en las orejas. En ese recoleto y fresco merendero que es la Fuente de la Parrilla, al deslindar las fincas por el trazado de la carretera y el arroyo, quedó tras la pared de piedra que separa diez, doce, (no recuerdo) alcornoques fuera del recinto de la Jarosa. ¡Corcho dan! Un semental de los Tinahones que andaba perdido entre el cerro Bimbalen y la Florida, que más que un toro parecía un tren de mercancías, se proclamó jefe de tribu de cuantas vacas y novillos se le apetecía. Ei resultado en carnes fue muy halagüeño, pero el encierro de aquellos becerros para su venta, abundaron los revolcones y las palabrotas. Brenes aguijaba, ¡Bueno! Él y su hijo, a dos coyuntas: Morao y Caballero, la otra más endeble respondían a nombres como Calzaito y la Vaca Encarnada. ¡Aquella buena madre que no hubo forma de que abandonara a su cría muerta ni con el auxilio de tres caballos! Haciéndole un hueco al antiguo camino a Lora del Río, entre dos montañas que en su concepción fueron gemelas, por ello las llaman Dos Hermanas, está el puerto Mataconejos donde dicen que la mujer de un pastor que iba a la Dehesa Fría estuvo de parto bajo una encina y arropada por una mastina tres días. ¡En fin, pudo hasta no ser cierto! Como aquello que dicen de la Cañada del Rayo que hizo una culebrina al igual que una yunta de bueyes hasta el regajo de las Eneas. Había un lugar muy afable, frente al Barranquillo, que llamaban del Cerro Perico, por bajo de donde tropieza el arroyo del Corchuelo con la Ribera del Huesnar. Allí hacían alto para merendar los pescadores de muchas especies hoy desaparecidas por el taponamiento de los pantanos; Juan Luviet, Enrique el Barbero, Manuel León y tantos más, que acaso no llevaran merienda. Por aquellos centros llamaban a gritos a sus vacas para remediar las carencias de los estíos con alguna paja y mucho esfuerzo ganadero para localizarles en [TC2] lugares estratégicos su rancho: los pesebres de Juan Gandula, Curro Lara, la Majá del Chato, los Llanos de Don Isidro... De allí un toro del Gallego, que hacía yunta con una vaca, Azucena y que respondía por Marinero, saltó la barda, se insultó y recabó en los terraplenes del ferrocarril de Madrid, Zaragoza y Alicante a su paso por la Sebastiana en El Pedroso. Allí hizo frente a un mercancías y según el maquinista del tren, tomaría tantas varas que paró el tren y perdió la sangre. En los Naranjos que son dos berruecos con viejos alcornoques y que miran de soslayo a "Cañá Hercá" y al Cerro Blanco, parió una zorra a una tribu de raposos albinos, contubernio con un podenco de La Campana. ¡¡Grande debió ser la pasión, pues el can llevaba cencerrilla y arrastraba "tanganillo"!! En el Cerro Blanco que se levanta sobre el Vado de los Diezmeros ¿acecharía allí el funcionario de la Iglesia o del estado a los arrieros y comerciantes para cobrarles los diezmos?, lo llaman así por una cantera de cuarzo lechoso de corta explotación que le dio color. Hubo dos toros domados a la silla con dobles riendas que se llamaron Letrao y Papelero, sus madres de la Dehesa Boyar de la Jarosa, pero su padre procedía de Parladé y nacieron en el Bodegón. Al primero, Letrao, lo montó en la feria de Sevilla su domador el Cano Aranda e hizo sensación por hacer el paso de ambladura. La Jarosa sufrió y padece el ataque, amén de las epidemias, de los cuatreros, al quedar la dehesa a la puesta de sol sin guarda, vaqueros y caballista. Tantos fueron los becerros abatidos a tiros de escopeta con el auxilio de la luna o con el faro de un vehículo, que para amedrentar a los abigeos, formaron los ganaderos patrullas nocturnas con fuegos para calentar el cuerpo y cabalgadas esperpénticas al estilo del Ku-Klux-Klan. Hubo un día de aquel verano en el que el bochorno sin sol era de mal agüero. Goteaba el Huesnar el agua como caldo y de los dos chiquillos, el del mono azul y las alpargatas al cuello, resbaló y cayó en la poza donde quedó con solo los flequillos fuera. Iba buscando pólvora para su padre. Del Vado de la Higuera, Huesnar arriba y entre Castrejón y la parrilla con el Llano del Mesto haciendo cuña, hasta la antigua Fundición de Altos Hornos de Fábrica del Pedroso, hubo una siembra de pólvora de cañón en forma de macarrones que pescaban todos los furtivos de la zona para recargar sus cartuchos. Se había convertido la antigua factoría metalúrgica en polvorín con desechos de nuestra última guerra civil y aquello ardía como una traca con los cambios de temperatura. Para prevenir en lo posible estos sustos, los soldados del destacamento militar que custodiaban los explosivos, sumergían en el agua camiones de cajas de estas pólvoras en los días de sofoco. ¡Hasta que Dios abrió el cielo y el agua en chuzos a pocas arrastra a un cabo primera y al maestro artificiero! En el Vado de la Alpechinera, así llamado por desaguar allí los alpechines de los molinos de El Pedroso, domaban los gitanos caballos cerriles aprovechando la torpeza de movimientos del bruto sumergido hasta la bragada y el muelle del agua en la inminente sapada del jinete. También florece por aquellos andurriales de monte una extraña flor ¿será una peonía?, Los mulos de mi bisabuelo Papa Antonio, el Gallado y el Pelegrino no eran jaroseños, blancos y limpios los tenía Antoñín, no solo acarreaban las aceitunas, sino que galopaban cuando íbamos al molino de Abajo. ¡Entonces en la alcantarilla del Granadal, el agua que bajaba de Monteagudo saltaba la carretera de Cazalla! Había por entonces otra yugada compuesta por una vaca y un toro normada ella Ojinegra y él Arbellano, tan enamorados y compenetrados en el tiro que solo juntos hacían labor. ¡Eran soberbios los de Pedro Buya, Relojero y Señorito! Su hermano Jaramillo, aún le superaba con aquella canga compuesta por Amargoso y Esparraguero, el que despertaba con una trompada al amo que cabeceaba de madrugada al pie del pesebre en el reparto del pienso. ¡Puñados y puñados de garbanzos negros con la paja! Tres puentes salvan los ríos que circundan a esta dehesa. El puentecillo sobre el Guanajil en la carretera a Constantina y dos puentes romanos, el que cabalga sobre el Huesnar en esta misma carretera, de porte gallado y otro más pequeño en la unión del Arroyo de la Villa con el Guanajil entre la Tablilla y la Dehesa Fría. Este quedó sumergido irremisiblemente por el pantano con su arco tapizado de nidos de vencejos. Un atardecer de Otoño que llovía mansamente, el silencio tan solo se quebraba por los cencerros, allá un esquilón, muy lejos una changarra, en el cerro un cangallo...y pregunté ¿de quién son esas dos vacas que llevan trucos al cuello y hacen música al pacer? -Son de Núñez, y Encarna y Garbosa las bautizó su amo. Y siguió lloviznando y en el aire los aljaraces sonando… Finaliza aquí la PRIMERA PARTE de los CUADERNILLOS DEL ARCA DEL AGUA. |
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AutorAsociación Cultural LA MEMORIA PRODIGIOSA.
José Mª Durán Ayo ARTÍCULOS DE José Mª Durán Ayo MÁS ALLÁ DE MI MEMORIA. José María Odriozola Sáez CUADERNILLOS DEL ARCA DEL AGUA. Luis Odriozola Ruiz Archivos del blog por MES
Noviembre 2022
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