Por el olivar venían Bronce y sueño los gitanos Las cabezas levantadas Y los ojos entornados Vienen todos los años al finalizar la recogida del algodón, por el tiempo que nos embocan los estorninos; emplean parte de lo ganado en compra de jumentos y esperan la maduración de las aceitunas para, de nuevo, volver a un trabajo a destajo, sin horario ni manijero. Son los gitanos que yo conozco. Se les ve a las puertas de las tabernas, por los ejidos con sus bestias o sentados primitivamente sobre las cujas, sin posar en el suelo las nalgas y en el lugar más inverosímil. Como mínimo, y aunque proceden de dos familias tan solo, rondarán la cincuentena y parece que les deleita el tener representantes de todas las edades. Dos hermanas que no se tienen devoción y los cuñados que se toleran, gobiernan originalmente en la misma casa, a diecisiete hijos, varios yernos y nueras, nietos y biznietos; cruce de primos hermanos y calés fratrias. Hay gitanillas con ojos como los pozos de las minas de La Unión y otras con la claridad del puerto de Almería; el pelo de negras jacas cordobesas o de potrancas bayas de la marisma. Son, como dicen que tienen que ser la libertad, bellas y sin sentido común. De los dos patriarcas, Agustín brilla más, tanto por su figura y empaque, como por su acierto y prudencia en el decir. Un pajón oportuno le dañó un ojo y con la prima del seguro y su maestría en los tratos, sentó las bases de la economía de la tribu. A la mujer y a la cuñada las nombraban en Lora las Chovas. Una en baguala y la otra en caroca, tan solo coincidían en el volumen de sus mamas, desarrollos conseguidos por una lactancia mantenida a sus crías, hasta la inminencia de la muela del juicio. De los recreos en la escuela nacional, escapaba el Tomate para refrescarse con el pecho de su abuela, que por entonces había parido al Perlo. Mujeres decididas e industriosas por necesidad, no dudaban, en la distracción de la pescadera, deslizar una pijota por el canal entre sus senos a la sima avernal de su anatomía. Esta sisa descarada se aireó por un cangrejo vivo que, unido al pescado en la urgencia de la operación, bajó a los fondos y apretó las pinzas. Un día llegó que los maestros de los escolares, cansados de las faltas de puntualidad y de asistencia de sus churumbeles, acordaron cerrar a cal y canto la escuela a partir de las diez. En la hora del recreo lanzaban por encima de la valla metálica hijos, nietos y biznietos, provocando a los profesores a un partido de tenis con gitanillos por pelotas. El día que la abuela con cuarenta y seis años rompía aguas coincidía en aguas rotas con la nieta en la misma habitación. Esta lanzó antes a este mundo un gitanillo gordo y colorado que las comadres piropearon: era rojo y apetitoso como un tomate. Y el Tomate por nombre quedó. La abuela quería una niña y así nació: pálida, morena y de ojos garzos ¡Es una perla! Gritó el coro; pero les cegó el afán de satisfacer a la parturienta, porque, una vez salvada la confusión y lavada la criatura, se precisó el sexo. Era un macho, a lo que replicó la madre-abuela desfallecida; ¡¡pues entonces es un perlo!! Y por el Perlo se nombra. ¡Gran día aquel! En una hora María la Chova fue madre y bisabuela. Tomaron un año por cuenta la recolección de las aceitunas del Cañuelo, cortijo frío y hundido en el valle del San Pedro, donde las heladas se ensamblan. La huerta enrojecía de las ácidas naranjas de la serranía y esta ventaja influyó en el cierre del trato. Fue Agustín en representación del clan a rogar a rogar al señorito subiera unos céntimos el kilogramo por lo rudo del trabajo y la aspereza del tiempo. En la toma y daca para lograr su propósito, argumentaba perdían más tiempo desentumeciéndose en las candelas, que trabajando. El amo, que era el boticario, le recordaba que tenían el beneficio de las frutas de la huerta, a lo que muy certeramente respondió Agustín, que el dinero íntegro al amo volvía, parte por la compra de la penicilina para los catarros y el resto en bicarbonato para comer las naranjas. Una mañana de Mayo el Tomate hizo la primera comunión. Tenía cumplidos los trece años y a la salida de la ceremonia, en la puerta de la Parroquia, entre tanto niño marinero, repartía sus estampitas y un cigarrillo celta a troche y moche. En otra ocasión, cuando el patriarca mataba al gusanillo matinal, se le espetaron dos gitanillos, uno en los brazos del otro y los mocos a la barba. | ¡¡Papa, trae veinte duros!! - ¡Niño, esas nacles! Satisfizo Agustín la imperiosa demanda y explicó: ¿Cómo no le voy a dar veinte duros, si me ha ganado diez mil en el algodón? Estos chiquillos, que tropiezan el capullo a su altura, sacan más que las personas mayores. ¿O va a ser igual que yo, que tengo que doblar esta caña de cuerpo?... explicaba contundente. - Nueve vivos. - ¿Cómo se llaman? - Po verá... La Grasia, la Rosío, el Rafalete, Mariquilla, Lolito, Rafael, Setefilla, Robledito, Rafi y el Perlo. -Agustín salen diez. - ¡¡Bueno... es igual... to son familia!! -Pero Agustín, hay tres Rafaeles, ¿eso para qué es? ¿Por si hacen algo...? -Mire Vd., nosotros somos pobres, pero honraos y precisamos del trabajo de los hijos... si alguno se puede librar del servicio militar... pues en su casa se queda ayudando. Agustín tiene cincuenta y ocho años. Hijo y nieto de Camborios moreno de verde luna anda despacio y garboso Flexible con la religión, Agustín no cree en el Dios de los cristianos y respeta a los curas como guardias civiles con sotana. Añaden a sus ritos ocultos, la Navidad; y el niño Jesús y María Virgen, son el centro de una de sus mejores fiestas. Como estas coinciden con la cosecha de las olivas, les sorprende en el campo y se les ve acumular para esos días, abundante munición de boca con peregrina desproporción de bebidas gaseosas. Va y vuelve una y otra vez la pollina de leche con un serón de esparto, del que asoman cabezas y mocos, pavos maniatados, alfajores y roscos de vino. Pero no todo es felicidad. Este año, Agustín y la Chova, tienen una pena que les ha cambiado el semblante. ¡¡mientras haya salú, tó se pué aguantá!! -Se les escapa con amargura. Se enroló el Tomate en una cuadrilla para la siembra del arroz y pesca de cangrejos en el coto de Doñana. Dos meses llevaban los padres sin noticias y, cuando sospechaban que el chavalillo no iba bien, como por casualidad, visitó a los viejos Cencerrito el primo, y les dejó caer que el Tomate tiraba el parné como lo ganaba, "embelesao" con una paya. Aparejó María la Chova su burra, cortó una vara de adelfa y arreó para Lebrija. A la semana volvió a la casa, donde la esperaba su marido sentado en el poyo de la puerta en que lo dejó, hostigando desde atrás a la rucia con su silencioso jinete, el Tomate. Pero algo grande le ha pasado al mozuelo. Había perdido la "chaveta". María aseguraba que, al niño, una paya le había dado el jicarazo. Y mientras la madrina, venida de Lucena, le administraba las pócimas neutralizantes, el chaval, descompuesto como un reloj de tres reales, salía al amanecer carretera adelante a vivísimo trote, con el pobre Agustín a su retaguardia y custodia que le decía con voz melosa: ¡¡amaina hijo, que vas a reventá!! Cuando le preguntan cómo sigue el enfermo, no duda en responder: -“Está mejorcito, ar meno ha perdío velosidá”. No hace mucho, el patriarca calé se puso a morir; tuvo una melena: tres hemorragias de sangre, decía la mujer. Tuvo tres golpes de sangre y "a poco muere" de perfil… En algarada, todos los gitanillos buscaron al médico, invadieron la farmacia y arrastraron al practicante con sus jeringas. Agustín, amarillo como la cera, se despedía quejumbroso. Y entonces exclamó el doctor: ¡¡A Sevilla, que se nos va!! De nuevo toda la tribu se desparramó desgargantada en busca de la ambulancia Para su traslado. Una vez colocado el abuelo y a la María a su cabecera con un horripilante grito sostenido y las venas del cuello con amenaza de explosión, empezaron a invadir la ambulancia los deudos, en tal número, que el conductor no cabía, y nadie cedía sitio. Desalojada la ambulancia por la guardia civil, el jefe de la horda pudo ser evacuado e ingresado en el hospital. La familia entera y muchos flamencos añadidos de toda la comarca, acompañaron en un solar próximo con sus lonas, carros, jumentos, churumbelillos, perros y gallinas enanas, hasta su restablecimiento y vuelta a casa... Este Agustín es una retama cargada de sentencias. Siempre lleva chaqueta y castora, abrocha hasta el último botón de la camisa y los pantalones grises con listas negras de etiqueta, dejan ver sus botas entrefinas de cartera. Si las tuviera... Yo le regalara unas espuelas de plata. |
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AutorAsociación Cultural LA MEMORIA PRODIGIOSA.
José Mª Durán Ayo ARTÍCULOS DE José Mª Durán Ayo MÁS ALLÁ DE MI MEMORIA. José María Odriozola Sáez CUADERNILLOS DEL ARCA DEL AGUA. Luis Odriozola Ruiz Archivos del blog por MES
Noviembre 2022
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