Tan poca edad tenía, que la remembranza de los hechos, a pesar de mis preguntas a la abuela y de ser testigo de excepción, son como fogonazos. ¡Mi abuela con su pañuelo y saya negra siempre fregando algo! ¡La casa de la calle de la Liebre donde ellos me criaron por falta de padres! ¡Sus tres escalones de porrilla a la entrada única! ¡Su rampa subiendo hasta el corral con piso de guijas arromadas por el río, que afirmaba la pezuña del burro hasta su pesebre, con notorio peligro de una incontinente evacuación frente al puchero...! ¡El cochinillo que engordaba nuestras menguadas sobras y socorridos baldíos y que regresaba al lubricán, insolente y vocinglero como Perico a (por) su casa! Eran dos medios pensionistas; él y la cabra, que a la mañana recogían "Curro el de la Porcá" y "Pajote el cabrero" los que, mediante una módica soldada semanal, llevaban por esas cunetas y cordeles de Dios para el aprovechamiento de todo lo que pudieran rustrir, a un heterogéneo hato de casi todos los vecinos de la villa. Volvían al atardecer cada cual, buscando su casa, al tiempo de los colegiales, a trompadas o remolcados por el rabo en un disparatado clamor de balidos y gruñidos quebrando la tarde. ¡Olían los braseros de cisco de jara a las puertas de las casas como abandonados, para "empendolar". Se apegaban las mujeres los culos y mondaduras de pepino a la frente y sienes para aliviar el bochorno! ¡Las tardes de Septiembre, a la vuelta de "piensear" los toros en el llano del Lirial en la Jarosa, llenas de "candilazos"... Los berridos del destete...el cuero quemado del hierro...la cría comida de lobos...los cencerros cadenciosos del repastar en el alba...l Entre todo esto, que más que recuerdos son sensaciones, está aquel año malo. Serían más de uno como siempre; tres, cinco, ... da igual. El tiempo también cobra sus trienios y quinquenios de seca a los ganaderos, que en tales ocasiones son "perdederos". No se segó, no hubo grano ni paja como consecuencia, los bichos pasaban hambre y los amos necesidad. Bíblico: lo de las vacas flacas sin judíos que culpar. Tras varios días de conciliábulos en la taberna y penosos silencios en la casa, mi abuelo se añadió al grupo, que, con recuas, carros de mulos y carretas de bueyes, comprarían unidos paja en Extremadura, concretamente en Ahillones y Berlanga. Pedro Buya, Rafalillo Cobertón, el Chamizo, Adulfo el de la Cataña, Brenillo y Manolito Risa, hicieron hilo junto con nosotros hacia la Tierra de Barros. De este alucinante y boyero acarreo, se me agolpan posadas y ejidos repletos de eras Y mesegueros. Entonces conocí a ese lucero último que resta a la noche y tilila hasta alborecer, llamado "matagañanes", aprendí que la abubilla, antes que el cucu, dobla su canto con igual sonido: (cu, cu, cu, cu). Cuatro golpes maestros, más fijos en la hora que el gallo. Comprobé cómo se avisa el conejo con el zapatazo, cómo simula la perdiz estar desalada con riesgo de su vida, para distraer al enemigo y dar tiempo a su abundante prole a desparramarse... como recela la avutarda.... Atravesamos Sierra Morena por veredas de carne y caminos reales bordeados por espesos encinares, donde el atardecer canta dando miedo con su "gurugugú", el cárabo, y llegamos a Guadalcanal la de las minas de plata. Desde la cruz del puerto, se nos cansó la vista | de aljarafe extremeño salteando pintas verdes de olivar y viña, sobre fondo de tierra roja, madre de búcaros y lebrillos. Trigales hasta las calimas de Zafra con barbechos, ovejas, rabadanes, mayorales, pastores Y zagales. Galeras ventrudas de tres mulas con campanos; la yugada apretando las costillas sobre la lanza, animosa la liviana que rompe el polvo. Cortijos aplastados sobre el suelo, que miran sumisos las altivas ruinas del castillo de Reina. Cinco días en llegar a Berlanga; mi abuelo, el Nono y yo con las tres carretas. Las botas abiertas como bocadillo generoso de tanto tropezar, los ojos bermejos de tanto velar las reses hambrientas, y, siempre con el tiempo justo, de soltar y trabar los tiros, para luego caer, arrebozados y sordos, con las mantas. Entre las nieblas de mis ojos, las del nuevo día y los gritos de mi abuelo, vi las yuntas plácidas triscando en un cercado de habas, donde, con creces se habían resarcido de los ayunos del camino. ¡Para qué hablar del duelo y quebranto del abuelo ante el propietario de la siembra!, máxime, cuando los realillos de plata que sacó la abuela de la viga, escasamente pagarían el cargamento. Se midieron el extremeño y el andaluz en silencio, en un juicio improvisado de hombres de pro. Yo los vi calarse con sus ojos de mucho ver y fallar al final el averiado no haber dolo, pues las bestias no tienen conocimiento y al amo, lo rindió la fatiga. Una bota de vino de Azuaga agregó a los daños y aquí paz y después gloria. Buenos hombres los de la Extrema-Dura. Ya de vuelta sesteamos en Tres Vigas, lagar a las puertas de Cazalla la de los aguardientes. El manigero contó al abuelo que el nombre del cortijo era debido a las tres prensas que poseía en las que se añeja dos mil arrobas de mosto. En los poyetes de la gañanía que rodean la chimenea de tribuna más grande que he visto, duermen hasta cien braceros, separados los hombres de las mujeres por dos esterones que penden del techo, y todas las noches se queman dos carros de sarmientos. Posada y una buena mano la que nos dieron en Trasierra la del Deán la noche que la tormenta espantó los bueyes. Mal recuerdo de aquella noche oscura de vientos y truenos buscando al ganado. Y volvimos con un día más de jornada, rubios de paja, prieta la piel, cortos de pan y tocino, a la fresca cama de sábanas de lienzo moreno de la abuela. Llegó el Otoño y llovió y aramos una vez más el cortinal y se segó y volvió a sembrar muchas veces, tantas que el abuelo se puso temblón y a la abuela le dolían todos los huesos. Aquella Primavera teníamos sembrada avena en la Porrilla, cuando le entró una punta de cabras que iba de paso. De una mula castellana ante mi casa, se resbaló trabajosamente el dueño del rebaño para dar satisfacción a mi abuelo de los daños. Hízole entrar y sentar a la mesa mi viejo, mientras se estudiaban las reparaciones. La nobleza, que se acentúa con la edad, se palpaba en las pocas palabras. El entendimiento era seguro; pero había más. No es posible relatar como ocurrió, ni cómo se reconocieron, pero mientras ellos se daban tabaco disimulando su emoción y recordando cuando en Berlanga la situación era inversa, mi abuela servía la comida llorando. Cabezas se llamaba él y Marín, mi abuelo. |
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AutorAsociación Cultural LA MEMORIA PRODIGIOSA.
José Mª Durán Ayo ARTÍCULOS DE José Mª Durán Ayo MÁS ALLÁ DE MI MEMORIA. José María Odriozola Sáez CUADERNILLOS DEL ARCA DEL AGUA. Luis Odriozola Ruiz Archivos del blog por MES
Noviembre 2022
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