¿Y el Pollo? Pregunté a Pepito el de la Escuela, pirata de nuestro tiempo, blandedor de bastón por garrancha con su pata de palo y gesto de malo. -No está bueno. Tremenda respuesta en nuestra jerga pueblerina. Al pasar por su puerta camino de la tasca del Francés pregunté de nuevo. ¿Y el Pollo? -No está bueno, repitió la madre, una vieja sin expresión rodeada de gatos negros. Insistí una vez más, conocedor de los preámbulos y costumbres...pero... ¿qué le pasa?, ¡¡Pues que no está bueno!! Se me volvió a decir con tono más agudo y reiterada lógica. Aquí ya ha de pensarse que la cosa era seria. A mí correspondía preguntar qué le dolía, y al fin lo supe. El mal se localizaba en el estómago y devolvía todo alimento. Mientras se restregaban por mis canillas ronroneantes hileras de gatos con rabos erguidos, la madre, de vuelta en hambres y privaciones, me anunció que lo llevaría a Sevilla en la ambulancia, su cuñada la Gitana, mujer de "Mengañate”. -Mala cosa- Sentenció Pepito el de la Escuela; y con este sabor seguimos nuestro periplo. Han pasado dos semanas, en las que nuestras complicaciones nos han embebido tan profundamente, que hemos olvidado la suerte de este ser merecedor de más atención. Me lo encontré a la puerta de una taberna como siempre. Bueno, igual, no. Aprecié algo difícil de describir. Estaba más delgado, era natural. Los pómulos salían más, no era raro. ...Eran sus ojos; se le habían quedado abiertos; sorprendí que eran muy claros y que había dulzura y tristeza en la luz de sus adentros. Me detuve hecho un taco. ¿Qué ha pasado Dios mío? Me senté para mejor recordar... ...Cuando la muerte de su padre el año cuarenta de lo que llamaban hincharse, y la tragedia del desahucio, vinieron a vivir a la cueva del Huerto de Arriba, de la que a su vez sometieron a igual procedimiento judicial una familia de tejones. Auténtico Pithecanthropus Erectus, de brazos desmesurados, andaba el Pollo, con las rodillas flexionadas, como nuestro primo el chimpancé. Solterón sin complicaciones, descuidaba su atuendo escogido con poco esmero y precisión en modas y tallas, lo que le permitía, en día de fiesta, salirse por el cuello de la camisa, o alabear en lo inverosímil unos zapatos puntiagudos de dos números más. Funcional en el campo, lo suyo resultaba naturalmente mimético e incorporado al ente en que se desenvolvía. Este tipo de hombres también se especializa, y nuestro protagonista lo era en grado superlativo, en trepar a los árboles. Una botella de vino apostaba a cualquiera por aventajar en el tiempo de subir a un chopo; pero él, cabeza abajo. Lógicamente y en nuestra tierra, su dedicación era la recolección de piñones, castañas, bellotas y faenas del campo que hicieran imprescindible su agilidad, y como buen artista, era anárquico, caprichoso y temperamental. Pero, decididamente, su atención estaba centrada casi el año entero en los piñones. Era en las Umbrías, garduño sigiloso y volatín de uno a otro pino en arriesgadas cabriolas, sin público para aplaudir, que amontonaba piñas para tostar en recóndita lumbre y desgranar apresurado. Que subía por empinados vericuetos a final de jornada, cuarenta o cincuenta kilos de su aromático hurto, a paso de carga, y seguido del guarda. Que vendía en la plaza del pueblo a los críos el contenido de una lata de leche condensada a real, y regalaba igual medida al chaval menesteroso. ¿Estás pelao? Pues, toma tú también, decía en su cristiano comunismo. Sus tretas para burlar al guarda, verdadero doctorado en su profesión, no serán igualadas en el campo: El andar para atrás en la polvorienta vereda para endilgar a su enemigo en sentido opuesto, el hacer fuego abundante en humo al otro extremo de la finca antes de la salida del sol, para atraer a su perseguidor a las primeras luces fuera del tajo escogido. Para criar una jabalina rayada, huérfana de cacerías, que tropezó en un sumidero, se obligó a robar bellotas cuando las bellotas tenían guarda. Dobló la jornada valiéndose de la luna y en su carencia, aplicaba una vela a la concha de un galápago vivo, foco itinerante que le precedía en su recolección en el suelo bajo las encinas, acuciado por el calor de la cera derretida. El humo de las piñas en las frías mañanas, se levanta azul y derecho sobre el bosque, y | acusa al furtivo. Decía: "No se me olvida el sofocón de aquel día": Estaba asando más de cien piñas y oí resoplar al caballo. Como un gato subí al pino y me pegué a la "pincoya" cuando apareció en el claro del monte el guarda. Un cazallero hijo de puta, con la sangre más fría que una salamanquesa. Allí estuvimos hasta la puesta de sol, él haciéndome el aguardo detrás de una madroña, y yo, "arresío" en lo alto del pino, mientras se quemaba mi trabajo. Y al irse aburrido, se llevó mi talega con un cacho de pan y queso. Arrancando monte a destajo en Los Cinchos, una racha de tormentas interrumpía constantemente a la cuadrilla, pues además de calar a los hombres, les hacía perder el tiempo en el ir y venir al cortijo para cobijarse. Él acababa su cometido a la hora de dar de mano, seco, como si en la chimenea hubiera estado, porque continuaba su faena en el diluvio, en cueros como lo parió su madre, reservando la ropa bajo una piedra. Siempre subió a los árboles descalzo, aprendió de los piñoneros de Huelva a trabarse los tobillos con una correa y, al pino grande de Quintanilla, le clavó tirafondos del ferrocarril a la manera de los alpinistas con sus clavijas, porque no lo abarcaba. Una fría mañana en la Hoya de Juan Teniente, cayó de la cruz de un retorcido palo. Lloviznaba, había silencio en el campo y por testigo, la vieja podenca, camarada siempre, a pocos pasos. Me decía: No me mató el porrazo, solo me traspuso, y me despertó el agua del regajo que se había "aventao" y me entraba en la nariz. No podía mover las piernas y el frío me daba sueño. Arañando salí del barranco y debajo de una piedra hice un agujero donde pasé la noche abrazado a la perra para que me diera calor. A los pocos días, me encontró en la vereda de Montenegro "Jabas Verdes" que iba por jaras. Los cepos para los conejos Sr. Luis, me aconsejaba, hay que ponerlos en el "salistre del meao" y no en el "jechío del cagurreteo"; así es más seguro y se hace menos daño al campo, porque casi todos los que se cogen son machos. Antes de llegar al cortijo, sentenciaba con autodidacta psicología, hay que pasar por el estercolero, para saber qué clase de gente son. Las botellas, las latas y los demás restos lo "cantan tó". Aunque no sabía leer, su agilidad mental, no iba a la zaga de la física. Su eterno duelo con el guarda del pinar, Juan Diego, es un epítome de astucias. Venía del Barranco Sevilla con su saco de piñones; atrás quedaba un día agotador. Disminuido por el cansancio y cegado por el sudor, topó al rematar la vereda con la pareja de la guardia civil y el guarda. -"Maldije mi suerte cochina y mi torpeza -me decía- di la carga por perdida, el fatigoso trabajo por inútil y como seguro, los civiles me calentarían. A la distancia que estaban, no había solución. ¡¡¡Al toro por los cuernos!!! - ¡Buenas tardes!... ¡Ojú que caló ¡Qué le iba a usté a desí Juan Diego... que... a dónde ha dicho D. Vito que lleve er saco? Me miraban con sospechosos ojos de charol, Jesús er cabo y Gabino er número. Con un punto de sorpresa Juan Diego, que para mí tardó medio día en decir con muy mala gana... -A la estación de Fábrica para facturarlo...y (esto con cachondeo interno) ... que te pases por el cortijo para cobrar...o ¿lo quieres aquí? - ¿Qué trae? Dijo el cabo. -Piñones. - Respondió Juan Diego; anda pollo, dale una "embozá" pa los chiquillos. Las carteras negras les llené antes de despedirme y cuando iba a cargarme el saco de nuevo, me dijo el cabrón del guarda: ¡Échalo si quieres en la yegua y no vayas cargao hasta Fábrica! Pero ya me cogió "envalentonao". - Grasia hombre, yo estoy acostumbrao y ademá tengo que ver el peso'- Cuando el tren de la piedra silbaba en la curva del túnel, trotaba Juan Diego a mi encuentro con cara de mala leche, una vez despedidos los civiles. Un corte de mangas le hice desde la batea en que viajábamos el saco y yo". Difícilmente vuelve a romperse el silencio de las Umbrías con un juego más ágil, astuto, gracioso y peligroso, sin perder el tipo, a cuerpo limpio. El delito, la confesión, el soborno, el juicio, la pena, el perdón y el regodeo, casi sin hablar. Del hospital de Sevilla, tras tirar de las gomas que le taladraban la nariz y venas, se nos vino al pueblo para morir bajo un chaparro, como Dios manda. |
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AutorAsociación Cultural LA MEMORIA PRODIGIOSA.
José Mª Durán Ayo ARTÍCULOS DE José Mª Durán Ayo MÁS ALLÁ DE MI MEMORIA. José María Odriozola Sáez CUADERNILLOS DEL ARCA DEL AGUA. Luis Odriozola Ruiz Archivos del blog por MES
Noviembre 2022
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