Cuando la vi, se refugiaba entre dos coches para defenderse de la fría llovizna de aquella noche. La calle estaba de gente animada que, presurosa, regresaba de sus trabajos o diversiones, todos con un fin concreto. Solo ella y yo; nada teníamos que hacer. Ella inmóvil, yo con paso tardo. Mis pies mojados, su blanco ropaje manchado de barro. Me sorprendió el color inapropiado para el momento y su cara asustada. Aún más, derrotada. La observaba detenido bobamente tasando sus atractivos, como es común en los viejos. Ella me evaluaba con la desconfianza que dan los errores recientes. Nos estudiamos más tiempo de lo acostumbrado, hasta romper el silencio... ¡Te pasa algo? ¿Cómo te llamas? ¿Quieres ayuda?... Por su gesto aprecié que no hablaba mi idioma o... ¿acaso era muda? En sus ojos violetas había inteligencia y su aspecto, descartaba la simpleza o anormalidad. ¿Qué habría pasado a esta deliciosa criatura? ¿Qué hacía sola a estas horas y en estos lugares? La angustia y el miedo que yo le advertía ¿a qué era debido? Era posible hasta que sufriera hambre. Sí, tenía necesidad de comer. Su esbelta figura se afilaba demasiado a falta de carnes. Su pecho debía ser más alto. ¿Qué hacer? Le adelanté la mano... ven conmigo... no te haré daño... cuando puedas, cuéntame... y cuando quieras volar de nuevo, vete. | Dócil, más bien rota, la llevé a casa, le serví comida y acondicioné su cama. Aquella noche vigilé su salud, con la preocupación de no inquietar su intimidad y al ser de día, dormía, laxa, descuidada y cálida. No me atreví a despertarla para que volviera a la realidad de ayer. Soñará con algo que sueñan ellas y nosotros los hombres no comprendemos; a la mañana tendrá otros secretos que añadir...; que duerma. Cuando se acicalaba, ya muy tarde, la sorprendí sin ropas, desnuda. Me lo dijo todo mientras quitaba el barro de su ajado vestido. Se escapó hace algún tiempo del palomar. Pensó que el espacio era solo para volar. Cerniéndose, sobre todo, vivió sus caprichos. Cansada se posó, y ya en el suelo, pasaron sobre ella la desilusión, la duda y la angustia...; cuando la encontré, había llegado al final. Vivió conmigo no sé si un mes o diez años, yo queriéndola y ella siempre volando. Nuestros arrullos chocaban en nuestro derredor por su delicadeza y mi diferencia de edad. Su belleza recuperada, iba a más en manos de mi pasión. Un día la llevé al campo. Redoblaba el sol y cantaba el aire; lo escuchábamos los dos solos entre los sauces, cuando ella, llena de vida, inopinadamente remontó el vuelo hasta perderse de vista. Cuando riendo volvía a mí, sonó un disparo. corrí a la huerta donde había botado sobre la yerba. Junto a una amapola y con las blancas plumas llenas de sangre, movía una patita. |
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AutorAsociación Cultural LA MEMORIA PRODIGIOSA.
José Mª Durán Ayo ARTÍCULOS DE José Mª Durán Ayo MÁS ALLÁ DE MI MEMORIA. José María Odriozola Sáez CUADERNILLOS DEL ARCA DEL AGUA. Luis Odriozola Ruiz Archivos del blog por MES
Noviembre 2022
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