Sería allá por San losé cuando canta el cu - cu... Araba Sayago y goteaban las encinas. A las aguas de la noche que en sordo rumor había silenciado el campo, le había suplido el estallido del sol y el escándalo de los pájaros en un barrunte de primavera. Con un pie en la besana aspiraba esa mezcla de olores de la tierra húmeda levantada, yerbas partidas y el sudor de la yunta... al final de la mielga canturreaba el gañán... En esto me holgaba cuando la descubrí. Desabrigada la cama por la reja del arado, al aire lucía dos verdes y honestos ojos, que unidos a sus largas orejas y tembloroso bigotillo, denunciaba la pelusa de la liebre recién nacida. Unos pasos allá, la herradura del mulo, había convertido a la hermana en un pinganillo sangriento. Ante su irresponsable candidez decidí salvarle la vida; la cogí sin la mayor protesta por su parte, y arropada entre camisa y piel, la llevé a la casa. Allí empezó el duro aprendizaje de sustituir la cálida teta materna, por la jeringuilla de pitorrillo almohadado con algodón y rellena de la leche de vaca. A la primavera siguiente era una hermosa hembra que compartía los juegos con los niños y acudía por Penélope a la golosina de una galleta; pero el sexo la inquietaba. Por esta causa mientras daba solución a su desasosiego, extremamos la vigilancia para que no huyera. Tuvo que ser aquella noche en que los calmazos de Mayo nos sacó el sudor y espantó el sueño. En realidad, fue una broma; ella no quiso huir, la amedrantó el brillo de los focos de un coche y en su cabecilla prevaleció, sobre mis llamadas amigas, el instinto de miles de años. No dándola por perdida la seguí calle tras calle, adivinándola en la distancia al paso de las farolas, hasta que en ese callejón que llaman de las Charnecas, golpeó la ladra de un perro. Con este apremio avivó al galope y se perdió para siempre en el bruno, dividiendo ortigas y jaramagos. Desalentado y para dar respiro a los bofes, tomé asiento en el granito de la acera, y andaba tasando mis desventuras cuando una voz de timbre desagradable me sorprendió desde un ventanuco a mi retaguardia. - ¿Se te ha perdido el gatito, niño? -No es un gato, es una liebre. - contesté molesto por el tono burlón. - ¡Ay hijo, ya no veo! iy de noche menos! A mí se me perdió una vez, hace mucho tiempo otra liebre... era casi una chiquilla. ¿Te lo cuento? Tras mis largas carreras y en la necesidad del descanso, me había puesto a refrescar en la puerta del tabuco de Mariquilla la Pintá. La Pintá era una vieja, muy vieja, de ojos negros y perfil de bruja, alcahueta de profesión y notable flaco por el aguardiente. Y por ello doblemente incómodo hice intención de levantarme, ¡Como sé que escribes | cosillas del pueblo, pensé, a lo mejor te gusta! ¡Vamos! ¡si no temes por tu reputación al hablar conmigo y a estas horas! Así habló de nuevo con magistral artería la celestina cebando mi curiosidad y probando mi amor propio. -Pues verás, ahora que lo pienso bien, quizás no fuera una liebre, pudo ser un cochino... tampoco, era una gallina que andaba clueca lo que yo buscaba aquella mañana... No andaba muy hilvanada en el relato, pero se le entreveía penetración con buena carga de malicia, y me fui afianzando en la escucha, al tiempo que se desvanecía mi recelo. -Éramos doce, doce hijos de un cabrero en una gran finca, con dos fiestas para soñar todo el año. El día de la Virgen del pueblo y aquel en que nos visitaba el señorito. Percales nuevos y "calentitos" en la Patrona y en la otra un real de plata y una palmadita en la cara propinada por el amo en la portada del cortijo. El resto del tiempo...caló o frío, agua o polvo. Quince años tendría cuando salí a buscar a la clueca... y ya no volví más al chozo... ni vi más a mis padres... ni a mis hermanos… Decidí levantarme; no estaba en condiciones de ánimo para acoger con satisfacción una historia desgarrada. -Si te vas, me dijo al advertir mi movimiento, te perderás lo mejor. Siguiendo. - Y ello es que yo sabía dónde estaba la gallina; mejor dicho, quien la tenía. Al borde de la carretera y a orillas del río, un hombre hizo candela la noche anterior. Yo vi el fuego y las sombras, yo lo vi lavarse a la mañana... Decidí aguardar el desenlace al contar con protagonista masculino y sospechar un drama rural. ¡Sigue Pintá que ya canta el gallo! Cuando llegué estaba comiendo seguramente mi gallina, recostado en la rueda grande de su trasto de afilar; podía se mi padre y hablaba de forma distinta, me dio carne para comer y me eché con él bajo una encina... ¡Ya me lo contó toda esa vieja puta! Rumiaba mientras me levantaba. ¡Espera al final muchacho! Casi me gritó. Que esto solo duró quince años y yo tengo setenta y cinco. - Y en tono más alto seguía: - Puso mi bata y las alpargatas a la orilla de la charca grande, y con una camisa y pantalones suyos remangados, subimos hasta Orense turnándonos el empujar la amoladera y cobrando por cuchillos y tijeras. Mientras, la guardia civil pegaba tiros en el río para que flotara mi cuerpo. Según convino fui su hija, su mujer, su manceba… y muchos años, en un pueblecillo de Galicia, su enfermera... y al final... otra vez aquí. ¿Te ha gustado? Escríbelo y vuelve de nuevo que tengo una buena cosa para ti; es una "nueva" que ha venido de Carmona. Esto me decía mientras yo me declaraba en retirada, una retirada confusa, desordenada, quizás presurosa. |
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AutorAsociación Cultural LA MEMORIA PRODIGIOSA.
José Mª Durán Ayo ARTÍCULOS DE José Mª Durán Ayo MÁS ALLÁ DE MI MEMORIA. José María Odriozola Sáez CUADERNILLOS DEL ARCA DEL AGUA. Luis Odriozola Ruiz Archivos del blog por MES
Noviembre 2022
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