Esparcidos alrededor de la vereda encontraron Cachón y Vicente el Cojo las alforjas, una libretilla de cuentas y tres duros de plata. Jirones de ropa con sangre muy diseminados había más lejos, y las botas, que sentaron veredicto, las encontró el cabo de la guardia civil a los dos días, en la inspección ocular. Tenían los pies del desgraciado en su interior, con los cabetes enlazados y roídos por las canillas. Nada más. El forense aseguró que, más restos, si los había, estarían desmenuzados y en kilómetros a la redonda. ¡¡A Genaro el Portugués se lo habían comido los lobos una noche de tormenta!! La noticia rebotó como un eco por cortijos, molinos, lagares y gañanías; las mujeres se horrorizaron, se organizaron monterías que no vieron un lobo, y el alcalde mandó fabricar una cruz de piedra en el lugar donde el Comandante del Puesto halló los pies intactos preservados por el cuero del calzado. Genaro el Portugués era un tipo simpático, con profusa paula de tratante. De media estatura, cabello y ojos muy negros, se dedicaba a la compra de ganado por las cortijadas, especialmente de cabras. Hombre maduro y responsable, era conocido en tabernas y posadas. Por el tráfico de unos barbones visitó la majada de Cachón, que tenía una machada y unas chozas en la ribera de Benalija. Cachón, con su mujer la Aurora, presidían una familia como tantas otras en aquellos pagos, con escaso contacto con el pueblo y una dependencia relativa, que salvaba el marido con un hateo mensual, rematado con una romería de tabernas y una fenomenal pítima. Tenía una hija, la Yedra, de poco más de veinte años, agraciada, morena y robusta, inexplicablemente sin cortejo ni rondador. Completaba la familia un viejo, Vicente el Cojo, solterón y tullido, que ordeñaba las cabras, hacía los quesos, traía la leña, pelaba la burra, barría la zahúrda..., lo hacía todo por la comida, la cama y el lavado de la ropa. Genaro no vio los cegajos cuando visitó la choza de Cachón, solo vio a la Yedra y ésta no le hizo remilgos, por lo que siguió frecuentando la majada hasta lograr su noviazgo que a todos agradaba: a la codicia de la madre, al pragmatismo simplón del padre y... rompía la monotonía de la vida de Yedra. Totalmente ciego y cautivo en los encantos | juveniles de Yedra, el maduro Genaro pelaba una pava con largas ausencias, obligadas por su profesión de marchante. Cuanto acabara de recoger los chivos se casarían, y para celebrar esta decisión, tomaron los componentes de la familia una botella de aguardiente que trajo el novio aquella tarde pegajosa de Mayo. Con la alegría se hizo la noche, la tormenta que amenazaba, cuajó en una espeluznante exhibición de culebrinas azuladas. El Portugués, ya sea por la tormenta, ya por la Yedra que le habían sentado bien los calostros de la Primavera, retrasó lo que pudo la vuelta a la olla de Sta. María, donde le esperaban dos zagales con una piara de borregos. Con verdadero dolor declinó la invitación de sus futuros suegros a compartir chozo con Vicente el Cojo aquella noche, y, saludando jovial, unas veces se perdía en la vereda como boca de lobo y otras aparecía iluminado por las centellas. Nunca más se supo de él. Cachón murió casi montado en su mulo blanco; la Aurora vendió el ganado y compró una casa en Puebla del Maestre, que convirtió en taberna; Vicente el Cojo más viejo y áspero, servía el vino, y Yedra se acartonó. Pero en el campo, en las noches de invierno, a la lumbre, se contaban otras cosas. Cachón y la Aurora habían tenido en Vicente un fiel mastín para hacer sus pesetas valiéndose de su rudeza y misantropía...y éste, por la misma razón, a Yedra la había manoseado desde muy pequeña. Profundamente apasionado y en constante promiscuidad, asaltaba a la Yedra, que no era más que un animal joven. La noche de la tormenta, Vicente aguardó en las tinieblas el paso de Genaro, le hundió el cráneo con la cachava, echó el cadáver a las cochinas paridas y antes del alba esparció los restos. Noches antes, y muchas veces después, aullaron las lobadas en los barrancos de la Cueva de Santiago. Sombras le avisaron que no saliese y le aconsejaron Que no se fuese... ...que de noche le mataron al caballero. |
0 Comentarios
Deja una respuesta. |
AutorAsociación Cultural LA MEMORIA PRODIGIOSA.
José Mª Durán Ayo ARTÍCULOS DE José Mª Durán Ayo MÁS ALLÁ DE MI MEMORIA. José María Odriozola Sáez CUADERNILLOS DEL ARCA DEL AGUA. Luis Odriozola Ruiz Archivos del blog por MES
Noviembre 2022
|