Es de capa tordo trucado, valiente, fogoso y enamorado como macho de buena familia. Se expresa con un relincho que suena a desiertos, a dátiles, a ajonjolí y a oasis perdidos en la Numidia. Huele a la hembra a leguas, el tacto de sus belfos se le ha afinado; para bracear y bufar necesita el auxilio del bocado y la serreta porque es ciego; como noble, es un buen amigo. Tiene sus preferencias, no le gustan los perros. Quizás que sus ancestros le avisen hienas y chacales, ¡Dios sabrá de sus miedos y de sus sueños! En sus horas bajas, en la cuadra me cuenta entre relinchos y suspiros cosas que yo no debería desvelar. Pero él es un caballo entero y de macho a macho no hay charco y el apuntar yo algo no desprecia su figura. Cuando lo compré por carne era un esqueleto sumiso resignado a morir como cosa natural y seguramente me lancé a llevármelo por la exclamación de una niña gitana: ¡Pobrecito, le tiemblan los pinreles! Y allá lo llevé a una cerca de jaramagos y bellotas con chamizo para heladas y sombra para las moscas. Tan flácido llegó que el comer lo hacía tumbado y tan solo reía, cuando le acercaba la avena de la Vega de Carmona con pajilla corta de Llerena. ¡Bueno!, también relinchaba alborozado, aunque fuera desde el suelo al paso de alguna yegua por el camino sin noción de su dentadura y figura. Se recompuso con el cuido, y a mi fato, sin haber llegado a la plétora de sus carnes, se levantaba de manos con los ollares abiertos como si quisiera abrazarme, después me seguía al abrevadero con el silencio y la prudencia de sus muchos tropiezos. Repito, el hueco de sus ojos, hondos, vacíos y sanguinosos, inclinaban tanto a la repugnancia como al estremecimiento y yo para evitar lo uno y lo otro, le hice unas anteojeras de cuero negro al estilo de los piratas y bucaneros que le daban arrogancia y respeto. El las toleraba por librarle del asedio de las moscas, y por ello le puse nombre: Dayán. Más seguro era montarlo de noche que de día, supongo que en la oscuridad los animales con poca o ninguna visión tienen más alertados el resto de sus sentidos, yo de todas maneras hace tiempo que no lo hago, pues un viejo y un ciego en las tinieblas ¿qué buscan? ¿dónde van? De madrugada si oía changarras, piafaba y al sol meridiano cuando el cucu da sus dos golpes y la abubilla cuatro (cu-cú y cu, cu, cu, cú), ríe. A mi parecer algún trastorno le enturbia su buen discernimiento y la causa viene de muy atrás y le hace ser muy variable en su comportamiento. Hay días que cuando le rasco el hocico, bufa y otros que me llora ante la caricia y me recita poesías que yo no entiendo. Un día que lo llevaba de ronzal porque hiciera | ejercicio, pisé en la orilla del camino un nido de cucutas, olió el crimen y a pocas me arrastra en su huida del lugar; después me pidió perdón humillado y con los belfos espumosos. ¡Juntos lloramos la desgracia! Otra vez me dijo que el clavo de la herradura de una mano le hacía daño. Con las tenazas gordas se lo quité con gran esfuerzo y cuando yo satisfecho descansaba me alargó impasible: ¡quítame las otras tres que quiero morir descalzo como nací! ¿Qué se puede hacer con un animal de esas reflexiones? Nos cogió la tormenta en el chamizo, yo rezando ante tanto rayo y trueno y el triscando un algo. Ya los estampidos no me sobrecogen, ni las centellas, me dijo sereno entre soplidos y rabo para allá y cola para acá. Te voy a contar algo, pero no lo digas a tu mujer que llorará. Mi amo era un medio señorito fanfarrón y yo un potranco lleno de ilusiones. De romerías a ferias, él en las ventas gastando el dinero que cobraba por mi participación en cubrimiento de las yeguas apalabradas a costa de mi buena figura. ¡En realidad no lo pasaba mal! ¡Buenas cuadras y hembras, a qué animal disgusta! Así anduvimos un tiempo de los cortijos de Puente Genil a Utrera, Carmona... Hasta recabar en Ronda donde ya olían los malacatones. Allí en la posada que llamaban de la Vejiga, allí fue, allí. ¡Ella era una hermosa hembra y la rucha que tenía en el corral una adolescente provocativa! Mi amo alargó la estancia por la posadera y a mí no me molestaba compartir cuadra con la pollina. Parece ser que a quien estas cosas no satisfacían era al mozo de cuadra que tomó celos y tras el escándalo me puso la silla antes del alba y salimos por la puerta falsa caballo y caballero con apremios y amenazas. Camino de Álora pisábamos y al medio día, cuando por el sol se para el campo, tapado con una retama y con un escopetón de dos caños saltó el amante de la puta ventera. Mi amo adormilado cencerreaba con la cabeza en la silla, yo le quise advertir, no dio tiempo, al caer con el tiro en el pecho se me abrazó a la cerviz y el otro cartucho me correspondió a mí por llevar la cara alta. Yo me espanté con la sangre de mi cara, mi amo se estribó y arrastraba la cabeza y yo corría a oscuras, aunque el sol estaba arriba, hasta llegar a los alambres donde me enredé. A él lo sacó de los estribos la Guardia Civil y a mí con un corta-alambres, un cabrero me soltó para resguardarme en el corral del Concejo y que me curara el albéitar. Ni lo uno ni lo otro, a mi amo lo mató el tiro o el arrastre ciego y a mí, el trance me dejó tan perdido que todavía algo me duele a oscuras. - ¡¡Bueno!! ¿Y por qué a veces cuando te monta el jinete que sientes arriba y que te place sin espuelas, braceas, te meces? - ¡Esas cosas los hombres no lo comprenden! |
0 Comentarios
Deja una respuesta. |
AutorAsociación Cultural LA MEMORIA PRODIGIOSA.
José Mª Durán Ayo ARTÍCULOS DE José Mª Durán Ayo MÁS ALLÁ DE MI MEMORIA. José María Odriozola Sáez CUADERNILLOS DEL ARCA DEL AGUA. Luis Odriozola Ruiz Archivos del blog por MES
Noviembre 2022
|