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49) VALENTINA

17/4/2021

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Era de Berlanga natural, con la juventud cansa de arrancar garbanzos y chochos, llegó a Andalucía en el arrastre de necesidades en la Tierra de Barros, la Serena y más y más...
Y para la recolección de las aceitunas en la sierra Morena, el blanqueo de un cortijo y los auxilios en la limpieza y buena presentación de alguna casa acomodada, hizo paro en el seguir huyendo y arrendó casilla allá en el Horno de Paulo, donde ya no hacen ladrillos ni a las tejas las retuerce el sol. ¡Tuvo suerte, no llegó a Cataluña!
Por ello a mi casa embrocó fabricando buena cataplasma para remediar el desorden de un viejo solo y tres perros a sus pies.
¡¡Hizo bien!! ¡Por ella y por nosotros!
Viuda, pues su marido murió de un cólico de migas con tocino y su hermana quedó cegata, solo ella con su gruesa humanidad salvaba aquellos años difíciles y no sé por qué carambola recabó en mi casa.
Era una gran fregona que atendía no le faltara a mi padre el cocido del medio día ni el chocolate con picatostes al anochecer. A los perros los toleraba en el corral y les repartía los huesos, la ceniza de la chimenea también la sacaba.
Hacía unos guisos de patatas de carnes de cerdo, con abundante adobo y aún más alegrías en el caldillo al que acompañaba el vino de La Palma del Condado generosamente. ¡Solo las digestiones eran pedregosas!
Por entonces yo solo esporádicamente llegaba a casa y siempre la sorprendía con el soplillo de palma atizando el anafe de carbón vegetal donde se cocía algo cuyos aromas retorcían las tripas.
Su enemigo natural era el teléfono cuyo estridente timbre la ponía como una bicicleta. No concebía que del Pedroso a Berlanga sin gritar se pudiera entender lo hablado con cierta mesura, ni tenía serenidad para moderarse en los insultos al aparato por seguir timbrador antes de su llegada. ¡¡Calla hijo de puta, asqueroso chisme, "arbolario"...!! y a continuación con sumo respeto: ¡Si señor, si señor! Al colgar y entre dientes: ¡el coño de tu madre!; si se le preguntaba ¿quién era Valentina?, ella respondía siempre: Mire usted señorito, se oía muy mal, no me he enterado de nada.
De todos estos principios no extrañan las naturales causas; era totalmente analfabeta, supersticiosa, maliciosa y buena persona.
Me preguntó angustiada un día: ¿Señorito es verdad que han cogido la Luna? Y los yanquis volvieron a meter la pata hasta en la huella sin considerar la opinión de Oretanos y Turdetanos.
​
Un único hijo tenía silvestre como una 
garduña. De piel cetrina y velloso como Wifredo, guardaba vacas y hacía queso en aquel campo donde pastoreaba alrededor de una gélida alberca que manaba de una fuente y que llamaban la del Cu-Cu.
También allí iba yo a refrigerarme, pero más tímido hacía vela de dos horas por aquello de los cortes de digestión. Lo que causaba al vaquero burla por considerarla argucias de médicos y curanderos para cobrar consejos y minutas.
¡Mira! me dijo. Llevo cinco años echando el cuerpo al agua cuando vengo de comer, y algunas veces esta fría con cojones, pues solo el año pasado al salir de mi baño en pelotas me dio un mareíllo de nada, se me torció un poco la boca y el párpado del ojo izquierdo se cerró un algo.
¡¡Nada, leche!!, a la mañana siguiente, nuevo.
¡Valentina estos tres perros pestosos que mi padre tiene asilados les vamos a dar pasaporte! Usted les hace un guiso de patatas con pitracos que del veneno yo me encargo. Y a Sem, Can y Jafet, que a ese nombre respondían, un amanecer le dimos la pócima, yo considerando que eran tres focos de infección de sus enfermedades para mis hijos pequeños, Valentina con lágrimas en los ojos y mi padre en la ignorancia.
Pero el recuerdo de ella debe ser más minucioso como cuando el fluido eléctrico se marchaba, los palos se derrumbaban como fichas de dominó, Cayetano el de la luz no daba a bastos a enchufar y el pueblo quedaba en candiles como cuando aquí recabó la Emperatriz Isabel.
¡No quiero decir lo que me dijo en un sueño la bella portuguesa, si el Duque se me enamoró, por qué no un hidalgo de las Vascongadas!
Bueno, ¡volvamos a la cocina donde allí se fragua la pequeña cosa!
Tenía Valentina en su cubículo, con tertulia por aburrimiento al anochecer, a su hermana la cegata y algunas sobrinas, unas más gordas que otras y que supongo se solazaban con un café o alguna sopa boba.
En aquella penumbra, de brasero, ropas negras, tocas de lana y confidencias ancestrales se investigarían embarazos prematuros, sospechas de aborto y culebrinas del run-run del pueblo. La sobrina teutónica que la vi dos veces, se meaba en el husillo del patio con gran acierto. La otra algo cenceña tenía propensión por entierros y sepelios con acompañamientos de muertos, a ser posible infantiles.
¡Señora han tocado a Gloria es un entierrito! Y allá iba como una jara a gozar con las lágrimas y a llevar las cintas blancas del ataúd.
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