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LA MEMORIA PRODIGIOSA. Capítulo XXVI: Las tonterías de Jiménez.

26/4/2020

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LAS TONTERÍAS DE JIMÉNEZ

Si a algún personaje pedroseño le cuadra perfectamente el adjetivo de extravagante, ese es sin lugar a dudas, José Jiménez González, conocido popularmente y recordado como “Jiménez Tonterías”.
Las historietas, cuentos y anécdotas en torno a este singularísimo personaje pedroseño son casi interminables, contradictorias a veces y algunas seguramente fantasiosas. Pero hay un retrato suyo muy ajustado a la realidad y divertido, debido a la pluma de Luis Odriozola:
"Jiménez Tonterías era un tunante, maestro en casi todas las especialidades del Patio de Monipodio. Podría ser, según conviniera, peregrino, lagrimante, temblador o palpador, y con la práctica de estas industrias vivía a salto de mata como un pícaro del Siglo de Oro.
Situado en la plaza del pueblo hacía las delicias de la chiquillería contoneándose con dos lagartijas vivas colgadas de las orejas, que se man-tenían como zarcillos por el mordisco que les obligaba a darle en el lóbulo, allí donde las mujeres y los piratas se hacen en agujero.
Con este reclamo vendía a tres chicas grillos que transportaba entre la boina y el cuero cabelludo, y hasta engañaba a los más pequeños despachándoles por igual precio grillas, que todos sabemos que no cantan. La cosa era engañar, dar gato por liebre: si vendía castañas, no se pelaban; si almendras, casi todas eran agrias; si berros, procedían de un albañal".
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Era raro, el más raro, el más tarambana y el más majadero del pueblo. Pero era también algo más: era listo, según algunos,
tan listo que hizo de sus disfraces, pillerías, engañifas y embustes una forma de vivir o de sobrevivir.
"Disfrutaba con sus truhanerías. Era frecuente verle por los ejidos y callejones destacando su alta y huesuda figura, con los pantalones en las canillas y una chaqueta de tres tallas más, rodeado de chavales a los que iniciaba en los secretos de cómo inflar una rana soplándole con una pajita por la cloaca, recitando poesías con el regocijo de la golfería o compartiendo algún membrillo o granada de dudosa procedencia.
En la romería y el día de la Virgen tiraba los cohetes, encabezaba sin el menor cansancio los ¡vivas! a todo lo que bien cayera y tocaba las campanas de la torre.
Iba al frente de la banda de música en la feria, retransmitía las autopsias desde la ventana del local del cementerio a los curiosos distantes e, inquieto viajero abandonaba por largas temporadas a su pobre madre, efectuando largos periplos, cuyo inicio y transformación de la figura efectuaba en los trenes".
​
A Jiménez Tonterías se lo podían encontrar sus paisanos en las playas de Punta Umbría con una cruz al hombro y asegurando que era la reencarnación de Cristo, o en una helada estación del norte haciendo de guardacoches, o en el tren ascendente hacía Mérida recitando los poemillas que le escribía Pepito el de Doña Eugenia. En el tren descendente hacia Sevilla no solía actuar porque era suficientemente conocido por pasajeros, revisores y agentes de la autoridad y eso afectaba negativamente a sus negocios. 
"En el Correo de Madrid, vestido de peregrino con su almeja, la barba rala y los ojos sanguinosos de vidente atormentado, vendía estampitas de santos de advocación estrambótica, medallas milagrosas que decía traer de Tierra Santa y “detentes” de tres capas. Y con su figura insólita de parla santurrona recogía las limosnas en una escudilla."
A esta faceta mística añadía a veces la atlética que forzaba el revisor o la guardia civil. Entonces, la huida del vagón acababa con su apresuramiento y quedaba abandonado a su suerte en la primera estación.
"Estas aventuras, de las que el protagonista no hablaba, dan pie a sospechar en una vida rica en contrastes, con interrupciones producidas por la aplicación de la Ley de Vagos y Maleantes.
Regresaba a la humilde casa de su madre siempre en situaciones límite, tanto legales como físicas, pero rápidamente resurgía y montaba otra actividad en el pueblo para hacer olvidar a la anterior, que también acababa siendo delictiva. Estaba acusado de intrusismo por el farmacéutico, el médico y los maestros, pero todas estas causas morían ante el juez o ante el comandante del puesto de la Guardia Civil tan sólo con su presencia, que invitaba más a risas que a procesos.
Curaba las verrugas con “rabicana” (Hierba Cana), los diviesos con “sanalotodo”, la rija con saliva y a los ancianos les proporcionaba un afrodisíaco a base de apio y ortiga blanca, de resultados sorprendentes.
A la hija del hortelano de La Lima, que le daban vahídos y andaba con la color quebrada, le diagnosticó el embarazo y le planificó el aborto; pero el novio no aprobó el procedimiento y lo persiguió a punta de navaja provocándole una nueva peregrinación por las Castillas".

Hasta su muerte tuvo algo de bufonada, en este caso trágica, porque ¿cuántas personas han muerto en las pistas de un aeropuerto atropelladas por un vehículo de servicio? Muy pocas, o ninguna. Pues Jiménez Tonterías fue una de ellas y entregó su alma atropelladamente –nunca mejor dicho– en el aeropuerto de Palma de Mallorca.
"Últimamente le habían conseguido una pensión por débil mental, parecía más serenado y tenía montada en el corral de su casa una academia para enseñar a leer, escribir, el código de la circulación y las señales de tráfico a los jornaleros que precisaban el carnet de conducir motocicletas.
Y murió la madre, esa pobre vieja toda la vida esperando a Jiménez Tonterías. Y apareció, como llovido del cielo, ese hijo que la entierra y vende la casita con su patio de pizarras y su olivo retorcido en cien mil pesetas. Después, toma el tren, con unos pantalones claros y una maleta de cartón.
A los diez días llega una comunicación al juzgado de El Pedroso: a Jiménez Tonterías le había matado la carretilla de los equipajes en el aeropuerto de Palma de Mallorca. De la faltriquera que ceñía bajo la ropa le encontraron noventa mil pesetas”
.
Tras descubrir esta deliciosa descripción de Luis Odriozola, el escribidor se pregunta de qué andará disfrazado en las regiones del Más Allá Celestial aquel fascinante pedroseño, el gran Jiménez Tonterías.
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