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LA MEMORIA PRODIGIOSA. Capítulo XII: Al pan, pan y al vino, vino. Capítulo XIII: Las Colonias del Galeón.

14/4/2020

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AL PAN, PAN Y AL VINO, VINO
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Los nombres de los panes traen el recuerdo de los años de carestía en los que el pan era un componente fundamental de la alimentación. Sin pan no se podía vivir y había familias que apenas podían comer algo más que pan.
Las teleras, maquilas, perrunas, roscas y poyas se vendían diariamente junto a los cuartales, los bollos y los picaos. Luego llegaron las vienas, los molletes y el bollo francés que se vendía por las calles de El Pedroso con un pregón que todavía se re-cuerda: “El bollo francés bajeando, y cómo bajea… ¡calieeeeente!”.
Cada uno de estos panes tenía unas características determinadas. Por ejemplo, la telera era un pan moreno, grande, de forma ovalada, que solían comprar los jornaleros para comer en el tajo; un cuartal era una cuarta parte de una hogaza y una perruna era un pan moreno hecho de harina gruesa.
Siendo el pan antes y después de la guerra un alimento básico, de primera necesidad, no es de extrañar que fueran numerosas las panaderías que existieron en el pueblo.
En algunas de ellas se practicaban trueques muy curiosos: Por ejemplo, el panadero se comprometía a entregar al coseche-ro 48 hogazas de pan por cada fanega de trigo recibida. En cifras redondas, una fanega de trigo equivalía a 43 kilos, una de centeno a 41 kilos y una de cebada a 32 kilos. Otros cosecheros acordaban canjes de mayor alcance: entregaban unas cantidades determinadas de trigo, centeno y cebada en las tahonas, y a cambio recibían vales de pan para todo el año.
Para tener bien surtidas a las numerosas panaderías, llegaron a molturar el grano hasta seis molinos o fábricas de harina: el Molino de Arriba y el Molino de Abajo, en la ribera del Huéznar; el de El Ejido, movido por una burra; el de Adela Cataño y Enrique de la Rosa y los de Fructuoso Raigada y Agripino Herrera.
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Y del pan… al vino que, desde luego no faltaba en El Pedroso. Tintos y blancos, aguardientes, vinos peleones, ásperos y baratos, que venían de Usagre y se vendían al por mayor o a granel en los llamados “litrones” que regentaban Adulfo Hidalgo y “El Canario”; y al por menor en los establecimientos de Federico Pérez, Andújar, Rafael Santiago, Manuel Millán y Antonio Alejo.
Para beber, tabernas, tascas y bares, algunos con afamadas tapas de conejo – como las de “Vinagre” –y otros como centro de reunión y negocio de tratantes de ganado– como el de “Jacinto”, frente a la estación del ferrocarril.
El vino llegaba de Las Colonias del Galeón o de otras zonas cosecheras, del Aljarafe sevillano, Jerez, Montilla o La Mancha. El anís, sin embargo, a pesar de la proximidad de Cazalla, se producía en el propio pueblo donde llegaron a funcionar tres fábricas de anisados: una, de José Fernández, otra de Antonio Cazalla; y una tercera de Manolo Rubio –marido de Doña Con-cha la Médica– y de José María Durán. Elaboraban sus productos estos últimos con el nombre comercial de “Anís La Violeta”.
Un punto por encima de las tabernas estaban los casinos, en los que la variedad de bebidas era mayor y, además, se jugaba a cartas, al dominó y, avanzado el siglo, al billar. Los casinos solían estar en la parte alta del pueblo, en el entorno de la plaza de la Iglesia, y allí los tuvieron Rafael Rico, Rafaelito Ayo, Pepe Molina y Antonio Muñoz “El Barro”.
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Pero el casino por excelencia –el que todavía conserva el nombre e idéntica ubicación– fue el promovido por la sociedad “Juventud Pedroseña”. Se fundó en septiembre de 1.927 y su primer presidente fue Julio Cazalla. En los estatutos fundacionales se advertía que “no se consentirán otros juegos que los permitidos por la ley” y se definía al casino como “un centro de reunión y lícito esparcimiento, recreo y entretenimiento propios de la buena sociedad. Por tanto se evitará cuidadosamente todo acto o manifestación que esté en desacuerdo con las leyes del país y con las reglas de moralidad y decoro”.

LAS COLONIAS DEL GALEÓN.

Emilio subía con su borriquilla desde las Colonias hasta Quintanilla y enfilaba hacia El Pedroso pasando por El Patronato, la Casa de la Carretera, El Fate, Las Alberquillas, El Medio Almud y El Espino. Al llegar al pueblo comenzaba su pregón:
¡Blancas y negras.
¡Las traigo buenas!!
En tiempos pasados las Colonias proporcionaban a los pedroseños unas riquísimas uvas y otros frutos de sus huertos y, aun perteneciendo administrativamente a Cazalla de la Sierra, su vida cotidiana y sus actividades agrícolas estaban también relacionadas con El Pedroso, dada su proximidad geográfica. Y en el pueblo ocurría algo parecido: caminar hasta las Colonias, ir en bici a las Colonias, subir la cuesta de las Colonias, tener abierta la tienda porque vienen a comprar de las Colonias… Aquella colonia agrícola era, en definitiva, casi un agregado de El Pedroso.
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Se creó a principios del siglo XX formando parte de un plan de colonización estatal impulsado por los gobiernos de la época, con el nombre de Colonia Agrícola del Galeón, que abarcaba 400 hectáreas divididas en 70 lotes de tierra. ​

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Uno de aquellos lotes fue para Brito, un albañil cazallero que, con 26 años, aceptó convertirse en colono para mejorar la vida de su familia. Sus hijas, Monte y Luisa, recuerdan que cuando llegaron al pago que les había correspondido el mundo se les vino encima: era un secarral de tierras y piedras. Pero hubo que ponerse a trabajar para convertirlo en un viñedo productivo pues eso era la principal condición con que los lotes habían sido adjudicados: labrarlos, sembrarlos y hacer brotar las viñas para tener una producción vinícola posterior que les permitiera un razonable nivel de vida. Para ello la Administración les ayudaba económicamente hasta que las viñas empezaban a producir, momento en que los colonos ya tenían que seguir adelante con sus propias fuerzas y sus propios medios, aunque también se ayudaban con la plantación de frutales.

Setenta familias, una por cada lote de tierra, y más de trescientas personas vivieron y trabajaron en las Colonias en los años de mayor actividad. Era una gran cooperativa que llegó a tener iglesia y escuela propia. En el templo a veces oficiaba la misa de domingo Don Manuel, el coadjuntor de Cazalla del que se hablará en otro capítulo, conocido como “Zapatones” por su manía de caminar y recorrer andando los 10 kilómetros que, aproximadamente, separan la colonia de Cazalla. En el colegio, había épocas en que muchos pupitres estaban vacíos, ya que para trabajar las viñas –labrar, cavar, regar, vendimiar… – hacían falta todos los brazos, incluso los de los niños y adolescentes.
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Era una vida dura y difícil y llena de privaciones. Monte, por ejemplo, no ha olvidado que para poder hacer la Primera Comunión con un vestido blanco, su madre se vio en la necesidad de utilizar y cortar una sábana del ajuar de su hermana mayor. Y Luisa recuerda que prácticamente se autoabastecían, aunque solían ir a Cazalla o El Pedroso a adquirir lo imprescindible que no tenían en su cooperativa. Una vez por semana iban a comprar pan a Cazallla y era tal la confianza que los panaderos tenían en la honradez de los colonos, y viceversa, que pagaban el importe total del pan una vez al año.

Los colonos “aforchaban” la uva (es decir “aforaban” la uva determinando la cantidad y el valor) cuando llegaban los compradores desde Valencia y Murcia, regiones que habitualmente adquirían gran parte de la cosecha. Era una uva muy azucarada de la que se obtenían buenos tintos, blancos y mistelas.

La rudeza y el aislamiento en que se vivía no arredraban a los jóvenes: su mayor aventura era ir al cine a Cazalla. Iban andando, naturalmente, y salían al atardecer para volver de madrugada. Veinte kilómetros entre la ida y la vuelta, más o menos, para ver “La hermana San Sulpicio” o “El santuario no se rinde”.
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Cuando la guerra se refugiaban y escondían los productos en los “almajanos”, unas rústicas construcciones con paredes de piedra y techos de sarmientos que les ocultaban a la vista de los guardias civiles y de los maquis que tuvieron, por cierto, más de un enfrentamiento por aquellos cerros. Y también les llegaron “los años del hambre”: tuvieron que sobrevivir comiendo collejas, berros, lenguas, ajos porros y vinagretas. Hacían tortillas de bellotas previamente trituradas en un molinillo de café y convertían la cebada tostada en café. Leche no les faltó porque se la proporcionaba las cabras que ellos mismos apacentaban en sus parcelas.
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Al cabo, en los años 40, sequías y tormentas se alternaron para arrasar las viñas y los colonos no tuvieron más remedio que abandonar aquellas tierras que, durante tantos años, habían regado con sus sudores y con el esfuerzo de sus familias. Con tristeza, Monte y Luisa recuerdan que dejaron sus casas tal y como estaban, hasta las camas hechas, y muchos se fueron a trabajar al Pantano del Pintado, sobre el Viar, cuya construcción estaba en pleno auge. Otros, escogieron el camino de la emigración –Barcelona, Madrid, Bilbao… – y el abandono y la soledad cayeron sobre la otrora activa y bulliciosa Colonia Agrícola del Galeón. 
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Años después las humildes casas de los colonos terminaron convirtiéndose en segundas residencias para cazalleros, pedroseños, sevillanos y ¡hasta ingleses! Y desde el año 2.000, dos soñadores y expertos enólogos, Elena Viguera y Julián Navarro, han vuelto a poner en producción algunos pagos con nuevas viñas y una plantación de 20.000 cepas, elaborando, además, unos vinos de calidad contrastada, según los entendidos. Ojalá tengan más suerte que Brito y su familia y que todos los que, a principios del siglo pasado, llegaron a aquellos eriales para dejarse allí parte de sus vidas.
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Dicen que en Las Colonias hay un tesoro escondido. Resulta que un bandolero que acababa de asaltar la diligencia de Llerena, acosado por la Guardia Civil, huía por el Camino Real de Sevilla, es decir, por la antigua carretera de El Pedroso a Cazalla, cuando, al pasar por las Colonias, hizo un alto, se escondió y enterró el botín que había conseguido en el atraco. Es fama que luego no volvió por él, bien porque fue capturado o porque se le olvidó el lugar en que lo había ocultado. Así que en algún sitio debe seguir escondido el misterioso tesoro de las Colonias del Galeón.
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