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14) CINEGÉTICAS

13/3/2021

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Vaya, pajaritos
ya podéis salir.
Salgan cigüeñas con orden
águilas, grullas y garzas
gavilanes, avutardas
lechuzas, mochuelas grajas
salgan las urracas
tórtolas y perdices
palomas, gorriones
y las codornices...
 
​
 Son unos dieciocho kilómetros, los que separan o unen al Pedroso de Constantina. Gatea la calzada repleta de culebrillas, herencia de un trazado para carreteras, y los olivares que despiden y reciben al viajero, no acompañan más de una legua.
Luego es la dehesa rala y el monte bajo de jaguarzo y jara, la que nos asoma tímida a la perdiz o al conejo.
Son los prolegómenos de la aventura que es el viaje por este arriate de cantos y polvos, lleno de nombres del campo rebosantes de lógica campesina.
La huerta de la Loba, el Bañuelo, y la viña del Cura, dicen adiós desde el Pedroso. "Cantargallo" y la Teja dan la bienvenida en Constantina; y entre medias la Jarosa y los Tinahones donde suenan los cencerros, trucos y "cangallos" de retintos y bravos, piñonea el perdigón y maúlla la primilla reducida a un punto de lloroso en el azul radiante de los altos.
Ese fue mi andar durante años.
Iba y venía mañanas y tardes acompañado de mi mujer, y más de una vez desde la misma carretera, me decidía a disparar sobre una liebre o perdiz, conejo o chorla infringiendo todas las leyes de circulación, caza, tenencia de armas...
Estaba habituado a conducir y vigilar el campo del entorno, de tal manera que descubría la pieza casi oculta, paraba el vehículo, lo centraba en el telescopio del veintidós y bicho al zurrón.
Me era superior la pasión por lograr acertar y cobrar el trofeo, que todas las reflexiones sensatas, éticas y morales de las que, para mi desazón, tampoco me privaba. En el fondo era un martirio. ¡Un día cualquiera me 


aprehenderá la guardia civil, perderé el 
​permiso de conducir, y la multa será cuantiosa…!

¡Nada! Volvía a recaer a la vista de un igualón o un hopo.
​Y así días y meses gozando y sufriendo con las alegrías de lo prohibido y las coces de la conciencia.

Yo creo que en aquella ocasión había llegado el cenit de mi embrollo en el planteamiento de los escrúpulos.
Fue una tarde de Mayo en la que las perdices se aparean y los ardores del celo les hacen perder la cautela.
Volvíamos de Constantina mi mujer y yo silenciosos; conducía con los ojos repartidos entre el campo y la carretera como era habitual. Como tenía por costumbre yo, porque ella ¡Dios sabe dónde los perdía!, cuando lo descubrí.
Era un macho como un pavo que andaba gallineando sobre la pared de piedra. Paré, cogí el rifle, lo centré... y ¡¡¡chaaas!!! sonó el disparo, al parecer con más escándalo que nunca, y la perdiz redonda al suelo tras la pared.
Con aires de delincuente salté el muro en busca de la víctima y cuando la recogía tasando sus proporciones, la voz de mi cónyuge me sobresalto: ¡¡¡La pareja, Luis la pareja!!!
Al suelo pegué la figura como una lapa tapando el cadáver y cuerpo del delito con un pellizco de pasto y a San Huberto invocando.
¡Me tenía que, pasar, era el justo castigo a mi desorden, tanto va el cántaro a la fuente...estas y otras reflexiones me asaltaban, cuando de nuevo con más, urgencia exclamó ella: ¡¡¡Luis la pareja!!!
Como vi encima a los civiles, astutamente me bajé los pantalones y me coloqué en cuclillas con el cinto el cuello, para dar más verosimilitud a la coartada urdida en la angustia del apresamiento.
Así permanecí no sé qué tiempo, hasta el último sobresalto proporcionado de nuevo por mi esposa al asomar la cabeza por la tapia y decirme: "Eres como el galgo Lucas, que cuando veía la caza..." y te has dejado marchar a la hembra que estaba en la otra cuneta.
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