LARGA Y DURA POSGUERRA
El escrito que el cura de El Pedroso dirige al Tribunal Militar y que salva la vida del antiguo alcalde, Ángel Rubio Sayago, dice textualmente: Don Manuel Fernández Merino, Pbo. Doctor en Derecho Canónico y Cura de la Iglesia Parroquial de El Pedroso, Certifico: que Ángel Rubio Sayago de esta naturaleza y vecindad, de oficio zapatero, hijo legítimo de José y Josefa, si bien es cierto que fue el promotor de lo ocurrido en esta localidad durante el dominio rojo, no le creo un criminal; porque tiene en su haber que cuando tuvo noticia de la detención de las personas de la derecha, ordenó inmediatamente su libertad, aunque tuvo luego la debilidad de someterse a la imposición de la juventud comunista que las encarceló de nuevo. Durante nuestra prisión nos visitó varias veces interesándose por nosotros, y si los citados jóvenes no nos fusilaron la noche anterior a la entrada de las Tropas Nacionales fue debido a que él se opuso enérgica-mente a la entrega de las llaves de la cárcel. Además la Parroquia no sufrió detrimento a pesar de las instigaciones de los forasteros para que la incendiasen, por haberla convertido en depósito de lo requisado en los cortijos. Por último siempre que el que suscribe tuvo necesidad de tratar con el mismo, como alcalde, algún asunto, antes del Movimiento, fue atendido. Y para que así conste con el fin de facilitar elementos de juicio a la Justicia para su mejor acierto, expongo estos pormenores en El Pedroso a doce de junio de mil novecientos cuarenta. No fue esta la única vez que Don Manuel ayudó decisivamente en la defensa de los encausados. Lo hizo en otras ocasiones puesto que en aquella posguerra 178 pedroseños –entre ellos 24 mujeres– hubieron de comparecer y fueron condenados a diversas penas de prisión: Antonio Vasco Guerrero fue uno de ellos. Conocido con el apodo de “Huerta”, Antonio Vasco era concejal socialista y en agosto del 36 huyó del pueblo. También se enroló en el ejército republicano en el que fue sargento de carabineros. Juzgado al término de la guerra, estaba acusado de haber actuado como cabecilla del grupo que rindió y desarmó a la Guardia Civil y, además, de haber sido el inductor de la muerte de los hermanos Pariente, dos obreros pedroseños que, acusados de derechistas, tuvieron que huir a Constantina, donde fueron asesinados en fecha indeterminada. Por estos hechos, en el tribunal militar se le pedía la pena de cadena perpetua. Don Manuel se dirigió a los jueces con este escrito: Certifico: que Antonio Vasco Guerrero, conocido por “Huerta”, natural y vecino de esta villa, de treinta y seis años de edad, de estado casado y jornalero, aunque en el dominio rojo fue uno de los dirigentes era uno de los más moderados e indirectamente contribuyó a que este templo parroquial no fuese saqueado e incendiado, como otros muchos, por haberlo constituido en depósito de las mercancías y objetos que requisa-ban. Por lo demás, antes de la época turbulenta era un buen muchacho y honrado trabajador. Y para que conste expido la presente en El Pedroso a once de Febrero de mil novecientos cuarenta. Antonio Vasco, “Huerta”, se libró de la cadena perpetua, aunque fue condenado a doce años y un día de prisión. Algunos vencidos no se resignaron a la derrota y se incorporaron a las agrupaciones guerrilleras que venían actuando, prácticamente desde el inicio de la contienda, en El Pedroso y en otros pueblos de la sierra. Eran los “maquis”, guerrilleros para unos, y bandoleros para otros. En las sierras pedroseñas estuvieron particularmente activas durante la posguerra dos partidas de guerrilleros, la de Manuel García Martínez – conocido como “Chato de Malcocinado” – y la de José Martín Campos, apodado “El Tripas”.
Esta partida llevó a cabo extorsiones y secuestros exigiendo fuertes cantidades de dinero. En El Pedroso fueron víctimas de estas acciones, entre otros, los propietarios Juan del Campo, Francisco López García (Paco López) y Manuel Cazalla Márquez. Este último fue secuestrado el año 1.942 en las proximidades de Navahonda Baja, le retuvieron en la Casa del Castaño y consiguieron 75.000 pesetas en pocas horas, el tiempo que tardó el encargado de la finca en ir al pueblo con una carta manuscrita por el secuestrado para su mujer, quien pudo reunir rápidamente tal cantidad de dinero desorbitada para la época. La partida de “El Tripas” caería posteriormente en una emboscada de la Guardia Civil, en el Barranco de la Tornera, y sería abatida al negarse a la rendición. Había quienes auxiliaban a estas partidas, a veces de manera forzada y otras voluntaria y solidariamente. El zapatero pedroseño Manuel Marín almacenaba concienzudamente todos los |
zapatos viejos arrumbados en su zapatería, alegando que podrían servirle para hacer suelas, parches y otros remiendos. En realidad, cuando cerraba la zapatería arreglaba a escondidas aquellos zapatos y periódicamente, con el pretexto de comer con su hermano que trabajaba en el ya citado cortijo del Castaño, cargaba las alforjas de un burro con los zapatos y las provisiones de pan y tocino que podía conseguir. Con su hija Maruja, una niña, llevando las riendas del jumento, partía hacia el cortijo y, antes de llegar, en un lugar convenido, tras una tapia, dejaba los zapatos y las provisiones para que los recogieran los maquis.
En otra ocasión, por aquello de “a río revuelto…”, alguien quiso aprovecharse del miedo que causaban las acciones de estas partidas y pagó un alto precio por ello. Robledo Gilavert Ayo, hija de Antonio Gilavert y Concepción Ayo Rosa, y casada con el guarda jurado José María Villazán, pensó que podía conseguir un dinero fácil y tuvo una absurda ocurrencia: escribió un anónimo a Lorenzo Vizuete Espino, encargado de las fincas pedroseñas de Las Cabezas y El Carbonero, exigiéndole 5.000 pesetas, bajo amenazas, y firmando el escrito con la frase “Los amigos de la sierra”. Descubierta pronto la identidad de la chantajista, fue detenida. En los interrogatorios y en el examen psiquiátrico a que fue sometida, se demostró que no estaba en connivencia con los maquis de la sierra, por lo que se salvó de la aplicación de la dura Ley de Terrorismo y Bandidaje. No obstante, fue condenada por un delito de coacciones y amenazas a doce años de cárcel, de los que cumplió cinco, pues se benefició del indulto concedido por Franco con motivo del Año Santo de 1950. Entre las historias de posguerra hubo algunas pintorescas, por ejemplo: El antiguo afiliado a la UGT Antonio Sánchez Sayago volvió a El Pedroso en abril de 1.939, al terminar la guerra, y fue encarcelado en el campo de concentración de La Rinconada a la espera de depurar sus responsabilidades. Para salir en libertad consiguió los avales de Lucas Falcón y Rafael Rico, dos propietarios e industriales afectos al régimen. Enterado el gobernador civil de la provincia, devolvió a la cárcel al antiguo ugetista y multó con 5.000 y 1.000 pesetas a Lucas y a Rafael “por avalar a un rojo”. Aquellos fueron también “los años del hambre”, en los que la carestía de los productos básicos apenas pudo ser paliada por las “Cartillas de Racionamiento”. Había dos clases de cartillas, una para la carne y otra para el resto de los alimentos tasados. Pero la carencia o mala calidad de estos productos hizo que floreciese el estraperlo, es decir, el mercado negro. Y así un kilo de azúcar que debía costar con la cartilla 1’90 pesetas se vendía a 20 pesetas en el mercado negro y un litro de aceite pasaba de 3’75 a 30 pesetas.
En aquella hambruna, los perdedores que habían salvado la vida y los hijos de los vencidos pudieron sobrevivir a la miseria y salir adelante gracias al Auxilio Social. Instalada en un edificio anejo al Ayuntamiento, esta organización caritativa del nuevo régimen surgido tras la guerra atendió las necesidades básicas y, sobre todo, alimentó a decenas y decenas de desvalidos y pobres, niños huérfanos y mayores indigentes, la población hambreada que había dejado la contienda. Tuvieron suerte, porque la encargada de los fogones, responsable de guisar los paupérrimos garbanzos, chícharos, judías y lentejas que aparecían milagrosamente en aquellos años de feroz carestía, era una buena cocinera, estimada y reconocida como tal en el pueblo: Dolores Pérez Téllez, conocida como “La Cana” por la precoz blancura de su cabello, y cuyo hermano Manuel fue una de las primeras víctimas del verano del 36. Había que sobrevivir, calladamente, sin mirar atrás, para poder superar el hambre y las penurias de una difícil, dura y larga posguerra. PRÓXIMO
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AutorAsociación Cultural LA MEMORIA PRODIGIOSA.
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