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41) CUANDO LOS SÁBALOS DESOVABAN EN GARGANTA FRIA

9/4/2021

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...y las barcas de los pescadores de Don Benito navegaban sobre un mar de jaras por la cuesta de la Fragua, subiendo y bajando los montes como si fuesen olas de una mar arbolada...
Solo la proximidad descubría el truco de los borriquillos que las porteaban en sus lomos, y, el polvo de la angosta vereda apretada por la maleza, patentizaba lo insólito del espectáculo.
No eran espejismos producidos por el ardiente reverbero de las gredas de Montegil del Cielo Hermoso.
En las calientes primaveras de este valle tropical, el Guadiana prestaba al Viar unas barquitas como de papel, de fondo plano con agudo y simétrico perfil, desde donde a los sábalos, que subían y subían desde la Piedra de Salmedina en Sanlúcar de Barrameda (San Lucas la de la barra en medio), casi hasta los llanos de Llerena, les salían al encuentro tres hombres de Don Benito.
En Bajo Guía los veían pasar y en Bonanza y Coria los acechaban los Ybarra para fabricar el caviar ruso.
Desde Mérida a el Pedroso y en una batea del ferrocarril, estas canoas, causaban el asombro con su talante marinero entre los labriegos de la Tierra de Barros y los ganaderos de Sierra Morena. A partir de aquí, aún le restaban veinte kilómetros sobre las albardas de unos pollinos a las que arropaban por completo, no reparándose de los animales más que de los remos.
¡Claro está!, que así ocurría antes que los hombres amordazaran al Guadalquivir en Alcalá del Río, donde ahora calan angulas y las exportan como si de Aguinaga fueran.
Al amanecer, entraba en el Pedroso Torrico el Joven con dos seras en una rocina, a repartir por encargo peces de a medio metro, producto de la almona de la noche anterior.
Tapados los sábalos con juncos húmedos, hacían jornada a la luna desde Mosquila con la burra y el sabalero compartiendo el miedo a los lobos; ella temblorosa y meona y el 
hombre con la treta de arrastrar la faja y
despedir centellas golpeando el chisquero, pues así dicen que se produce espanto a las alimañas en la noche, que temen al fuego y sospechan de la faja el lazo del trampero.
Disponían los extremeños de buenas artes y sus lances eran seguros. Fabricaban en los remansos del río empalomados que trataban con la tóxica raíz de torvisca, y, algunos cepos les aseguraban el conejo para el gazpacho. A veces estas trampas les sorprendían con la piel de la nutria o la del meloncillo.Cubiertos con pretinas, a lo más con pañetes impúdicos, buceaban en las rebalsas sin saber nadar, apalpando los agujeros de las piedras para sorprender al pez grande en su cueva.
Comer lo que daba el campo y por casa y abrigo una de las barcas puesta al revés; esas eran sus dietas y lugar para arrepanchigarse.
Una noche en que la luna andaba embozada y Adulfo recogía el trasmallo en la charca de Risco Nogal, un ser monstruoso salido del fondo embistió a la canoa y naufragó el pescador que tuvo que ser rescatado por sus compañeros. Poco antes habían lanzado a las aguas como explosivo y para agilizar la pesca, una botella de gaseosa de esas con una bola de vidrio por tapón, rellena de carburo de candil.
Amedrantados los extremeños por la presencia de este insólito animal, se insultaron y cargando sus asnos con las barcas y el sabalar, pusieron rumbo a Don Benito.
Días después los mastines de las Gateras sacaban del agua un pez medio podrido de más de cien kilos de peso, del que darían cuenta ellos y los pájaros. Esos pájaros, buitres y alimoches que anidan allí cerca en el llamado Corral de Granados o Barranco de los Buitres.
Bueno, pues el pez que afloró agónico y en sus espasmos hizo zozobrar el bote de Adulfo, era un esturión y la bolsa de la hueva que colgaba de un acebuche en el tablazo del cerro del Toro, futuro caviar y seguramente olvido de un carroñero.
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