Andaba diciendo su china que le había entrado el Malo, pero el chucho que tenía no era por el demonio, tampoco del frío y el poncho calamaco que lo embozaba, no lo socorría. Él era castellano y no quería dejar el cuero a merced de los caranchos en aquella chacra inmunda, así que una mañana alzó el poncho, dejó a la china en su cuja y montó en el sotreta. Esperaba llegar a Buenos Aires en mes y medio si la salud, la poca que gozaban el pingo y el jinete, se lo permitían. Le ayudaba el no ser chapetón, pues sus quince años de pampa le había hecho por necesidad, gaucho matrero. Llevaba como recado el facón, las boleadoras y la tacuara para ensartar a la viscacha, que el mate para distraer a las tripas, lo tenía tan obligado como la solanera del día y la helada nocturna. Así una jornada tras otra andaba el pampero de día con los avestruces y de noche con sus recuerdos acercándose lentamente al Río de la Plata cada vez más roto. Yo nunca me he de entregar a los brazos de la muerte arrastro mi triste suerte paso a paso y como Puedas que donde el débil se queda se suele escapar el juerte. Se preguntaba el gaucho su viviría su mujer y sus hijos. Si fue bien el parto que a los dos o tres meses de su arribada a la Argentina debió tener. Si era macho o hembra. Como estarían sus tierras, sus olivares, su casa... En las noches de calenturas con la Cruz del Sur por techo, estos recuerdos como pesadillas, le hacían clamar en aquellos desiertos espantando al indio en sus tolderías. ¿Quién es de un alma tan dura que no quiera a una mujer? lo alivia en su padecer si no sale calavera es la mejor compañera que el hombre puede tener Se embarcaría de nuevo para volver al pueblo en que nació y a donde creía llegar muy justo para morir...pero… ¿cuál sería la postura a tomar ante su mujer? Llegaría pobre y derrotado, viejo y enfermo... ¿no sería mejor esperar la muerte bajo un ombú? Nunca debió casarse, fue un negocio familiar, ella tenía su novio y él tenía mucho donde escoger. Pero casi contra su voluntad acabó queriéndola, se enamoró de su mujer tarde y con daño. El daño que hace el saber que para ella el matrimonio tenía los mismos obstáculos que para él. ¿Seguiría queriendo a su antiguo novio? Es triste a no poder más el hombre en su padecer si no tiene una mujer que lo ampare y lo consuele mas pa que otro se la pele lo mejor es no tener Un atardecer Eduardo el Gaucho desembocó en una pulpería. Ya se encontraba más fuerte. Venía la carne con cuero la sabrosa carbonada mazamorra bien pisada los pasteles y el güen vino... Allí por primera vez después de abandonar el | tranco a la chuquisa, y con el pretexto de comprar yerba, azúcar y tabaco, tomó un chifle de vino y otro y otro, bailó el gato con una tapetada y siguió dando besos al pichel. Al despertar en la talanquera, le habían limpiado el pingo con el recado y aliviada la guaca. Cayó en la desesperación Eduardo al encontrarse sin blanca y redoblar en los recuerdos. Muy difícil era reunir los pesos para el barco, era preferible volver a la chacra...pero, más repuesta su salud, se contrató con un gringo que lo tomó por baquiano en la talada de Rosario. Finalmente decidió escribir a su mujer y tantear como sería acogido, cosa que puso en práctica, así como el propósito de juntar plata para el embarque. Con gato con fandanguillo había empezao el charango y para ver el fandango me colé haciéndome bola mas metió el diablo la cola y todo se volvió pango No debió nunca su mujer citarse en la ventana con el antiguo novio. Si al romper las relaciones este se hizo cura, más razón para no verle, pasados ya siete años y estando ella casada… y así seguía atormentándose el gaucho. Ni a la chacra ni a su tierra, pensaba; no ando mal donde estoy. Es sonso el cristiano macho cuando el amor lo domina... Y llegó la carta, respuesta de su mujer. En el papel solo una palabra: vuelve... y una fotografía de sus hijos. Lloró Eduardo toda la noche y al colorear el día, salió para Buenos Aires. Vagó en la ciudad portense esperando barco para Europa y como tardara, a repartir leche con carro y mula dedicó su ocio. Cuando llegó el vapor había cambiado su figura de gaucho por la de criollo y guardaba un pasaje de tercera para España Cuando la mula recula señal que quiere cosiar ansí se suele portar aunque ella lo disimula recula como la mula la mujer para olvidar Aquella noche al embarcar brillaba la luna en la Plata y muy despacio por entre los fardos de lana amontonados en el muelle, Eduardo el Gaucho se despedía de América con su humilde petate al brazo y los sentimientos encontrados. De pronto y por detrás alguien le sujetó los brazos y un fierro le puso al cuello, por delante un cambujo con facón le pinchaba la barriga… ¡¡suelta la plata, gringo!! Le sopló al oído el prieto. Volviéronle los bolsillos y vaciado el petate y Eduardo que no era blando, en su desesperación, tiró a uno para delante, pero el otro le abrió el cuello y el caído le sacó el sebo. Antes que parara de patalear, lo mandaron a la corriente con una galga en los pies. Al Gaucho le habían faltado las bolas y el poncho. Cuando atracó el vapor en Cádiz, Dolores y sus hijos, esperaron en la pasarela hasta el último viajero; pero Eduardo el Gaucho Matrero no vería más la torre de su pueblo. |
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AutorAsociación Cultural LA MEMORIA PRODIGIOSA.
José Mª Durán Ayo ARTÍCULOS DE José Mª Durán Ayo MÁS ALLÁ DE MI MEMORIA. José María Odriozola Sáez CUADERNILLOS DEL ARCA DEL AGUA. Luis Odriozola Ruiz Archivos del blog por MES
Octubre 2022
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