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46) TESOROS

14/4/2021

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La Sierra Norte de Sevilla, que coincide con la Beturia Céltica de Plinio, forma un triángulo cuyos vértices se llaman El Real de la Jara, Puebla de los Infantes y Guadalcanal.
Por sonoros puede estar ufana Sierra Morena y, por su humildad y discreción, sigue casi desconocida a pesar de haber representado primeros papeles en la comedia de la historia.
El Real de la Jara, la antigua Xara árabe y Real por su lealtad a los Reyes Católicos, mira de lejos al Tentudía, misteriosa mole de mil metros con un monasterio del Cister derruido en su cumbre, que quedó extremeño en las divisiones de los hombres, pero Dios la elevó en la Mariánica.
La Puebla de los Infantes, la Celsita de los celtas, la Cañebolo goda y de los Infantes Puebla, por haberse otorgado en la reconquista a los hijos del rey San Fernando, es una terraza sobre los regadíos de Palma y Lora del Río; y arriba, Guadalcanal, la de las minas de plata, Tereses íbera,
Sisipo celta, Canalia romana y Guad-al-kanal árabe, es la escudriña Extremadura y otea hasta Carmona. La rodean sierras como La Capitana, la del Viento y la del Agua, nombres que parecen dados por Fernando Villalón.
El relleno de este albondigón que sabe a monte, lo componen Alanís a la que el emperador Carlos V regalara la fuente de Santa María y que fue la Iporci celta, Alanís de los alanos o Al-Anis, la fértil, de los árabes. San Nicolás, cuna de San Diego, discute con Alanís el poblado de Iporci, la llamaron los romanos Fortuumade, tiene un puente de esta época sobre el arroyo Galindón y pare una rivera en el centro del pueblo. Las Navas, con su río Guadalbacar madre del cerdo ibérico. La orden de San Basilio en tiempos de Isabel II, cambió su nombre de Navas de los Puercos, por de la Concepción. Constantina, que acuñó moneda con los romanos y se
llamó Sucum-Murgi con los celtas, Lacuni-Murgi con los cartagineses, Constantina-Julia por el emperador Constantino, Continea en árabe y Constantina la llamó San Fernando. Cazalla de la Sierra residencia de Felipe V y abastecedora de vinos y aguardientes para la flota de Indias, se llamó Callentum, Hermandici-Emanica y Germanicu en la antigüedad, en mozárabe Castalla. El Pedroso celtíbero-romano, pueblo minero de tiempos remotos y con un castillo aún no localizado y Almadén de la Plata, la Iluria fenicia según Ptolomeo, también llamado Al-Maden, la mina, y del que decían los árabes fue fundado y habitado por Hércules el fenicio.
Todo esto que a trancas y barrancas he recopilado, es un gran tesoro; pero como de él podemos disfrutar, poco lo apreciamos.
Hay más, mucho más, de esos que evocamos en los sueños, de los de olla y cartucho, fruto del trasiego de los conquistadores extremeños y del botín del bandolero.
Algunos están alumbrados y otros quedan por cavar; de los conocidos doy relatos y de los ocultos, pistas, rumores y tradiciones: de las necesarias para inquietar.
Recientemente en el desbroce y abancalamiento de una finca a los pies del castillo de Montegil, esas poderosas máquinas que están cambiando nuestro paisaje, desenterraron una rociada de monedas de plata árabes, según dicen, de notable valor numismático.
Ante el lugar, y con la ayuda de mi febril imaginación, vi nítidos a los
castellanos moros bajar de la fortaleza forzados por el pánico ante la inminencia de la llegada de los caballeros de San Fernando. Veía, como si allí estuviera, al viejo Alcaide rodeado de sus trémulas odaliscas, que paladeaban el cambió del sarraceno con olor a Alhucema, por el
chicarrón del Bierzo con sus polvos, sus sudores y sus hierros, buscando una tejonera donde resguardar el producto de las alcabalas hasta pasada la razzia.
No hay duda que así debió ser y para proseguir con otro, pongo freno a la imaginación.
¿Y el tesoro del Cerro del Burro? Todo el mundo sabe que es punto de partida de una rica familia de Cantillana actualmente y, que no ha mucho, eran arrieros.
Cuentan que arrancaban jaras, el suelo era blando y a un golpe de azadón, con la pella se le vino el borde de una tinaja empotrada en el suelo y rellena de peluconas.

Aquel anochecer los dos burros del arriero, no acarrearon jaras para la calera.
En la colonia del Galeón y a un tiro de pistola del vado sobre el San Pedro, por el que salta el camino Real de Sevilla a Cazalla, es rumor muy antiguo, que, acosado por los Migueletes, enterró un bandolero su botín afanado a la diligencia de Llerena. Una arcaz con dineros y dos cofrecillos con joyas, por allí quedaron tapados, pues el salteador recibió un trabucazo en la calavera y quedó bobo y con la razón perdida.
La Cruz del Platero, grabada en una centenaria encina del camino de Valperdido, que se sospecha amadrinaba las minas del Pedroso con Munigua, señala y recuerda el sitio donde un arriesgado vendedor ambulante perdió su vida defendiendo la mercancía. Esta, que venía
incrementada por una herencia, iba a emplearse en Azuaga lugar al que no llegó. Cuentan que el comerciante malherido, tras matar a los tres forajidos, escondió antes de soltar la pelleja todo lo de valor en la coquera de una encina, no dejando a la vista más que las baratijas.
Y como remate de todas estas huellas y rastros que invitan a visitar los lugares que describo, otro en las Jarillas.
Decía Antonio Aranda que le contó su padre cuando volvió de Cuba con
su uniforme de rayadillo, que los yanquis les hicieron pasar malos tragos en varias ocasiones. sobre todo, en una, casi al final del desastre.
Hechos fuertes en un bohío, se defendían varios soldados del regimiento de Talavera, de la riada de salchicheros y mulatitos de Maceo. Las cuentas estaban echadas, poco más, el adiós y la salida a la bayoneta.
Entre los hombres que quedaban se recordaba con nostalgia la patria, y al preguntarse de que lugar procedían, descubriose que un tal Senet de Castellón había servido en las filas carlistas y Dios sabe cómo, había pasado con una patrulla de aprovisionamiento por la sierra de Cazalla.
Aquí muy perseguidos por los isabelinos, abandonaron la impedimenta y huyeron hacia Úbeda y Levante. Al pie de una fuente que decían de las Jarillas y que no distaba mucho de un río llamado Viar, acamparon y se desprendieron de todo el bagaje, matando las mulas para seguir más rápidos en los caballos.
El oficial ocultó, para evitar codicias, un arca con metálico destinado a soldadas para un regimiento derrotado y disperso y unos cajones con fusiles y bayonetas.
Aseguraba Senet que ninguno pudo volver, ni sabían dónde quedó el dinero, pues el oficial murió y el resto corrió muy distintas suertes, pasando a Francia él y otro superviviente.
Estos hombres de Cuba al final fueron rescatados, y terminada la guerra, Senet y Aranda, de vuelta a España, acordaron buscar juntos el tesoro.
No pudo esto realizarse, ya que el carlista, aquejado de fiebres, fue hospitalizado en Cádiz y de él nunca supo más su compañero de armas.
Quién me lo contó, que era mayoral de las vacas en esa finca, buscó lo suyo, pero varias son las fuentes y muchos los barrancos a registrar.
Ahí queda, que, si los detalles fuesen más precisos, yo no los contaba.
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