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63) EL PLEITO QUE LE GANO MI ABUELO AL ABOGADO PINGANILLO

1/5/2021

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Unos dicen que por un árbol, otros que por las lindes de un olivar; las noticias que yo traigo a las mientes ni me alumbran de los motivos, ni tan siquiera saber la personalidad de este Pinganillo y tampoco muy claramente la del Maestro Ruíz, mi bisabuelo.
De todo esto tengo recuerdos de las desenfadadas anécdotas sueltas, muy deshilvanadas de su hijo, mi abuelo, un "bon vivant" que se arruinó a lomos de un buen caballo y un sombrero de Calañas.
El árbol motivo de tanto alboroto pudo ser lo que aún la llaman la Encina del Pleito o unos olivos en el regajo del Salto de la Rata.
¡¡Vaya usted a saber!!
Mi bisabuelo en las infernales ventiscas del invernizo, como le apetecían las callejas y la poca luz, calzaba la pelliza al revés abrochando el cuello con un alambre, pues los botones hacía tiempo le habían huido.
Con esta facha le dio el alto la pareja de la guardia civil cuando por un callejón escudriñaba a alguna hembra.
A la solicitud de la Benemérita de que se identificase, contestó con ira que estaban entorpeciendo en sus derechos naturales al mayor contribuyente del pueblo.
A su cuitada consorte, Mamá Loreto, la abandonó en su casa y se aposentó en un molino de aceite a tres cuadras más allá.
Era un carpintero de esa Murcia llena de huertas pequeñas y pimientos cachigordos estos que por sierra Morena llaman de cuatro cantos, albaricoques por los que suspira el pájaro…
A sus siete hijos les negaba tanta atención como a su legítima mujer, excepto a su hijo primogénito al que atendía con una educación medieval y otros recursos ancestrales, tal como siendo ya un buen mozo y este valsara con zagala no de su agrado, lo condujera con el sereno a su habitación y lo aherrara con unos grillos de canga a la pata de la cama.
“¡Mañana a las seis, al Mata Gañanes, os espero a los cinco con el carro para sacar el corcho del Azulaque!". Tronó el viejo fiero entre las lágrimas de Mamá Loreto y el vapor de la sopa del cocido”
Y la del alba sería cuando salieron de la Cruz del Humilladero, dos mulas, el carro y atrás en una burra el Maestro Ruíz con un sombrero de paja por la copa abierto como chimenea y una colilla de buen tamaño y tantos bultos como parece la culebra que tragó el nido de ratones.
A la llegada al Pilar de las Zarzas, donde los alcornoques dormían, podría ser, hace cincuenta años o Dios sabe cuántos más que la cosecha que cada nueve años regala el árbol, había sido expoliada y los troncos bermejos insultaban al sol.
"Esto no es robo de linderos; aprecio que ha sido familiar". Sentenció el patriarca, y carro, yuntas y burra volvieron a su cuadra en el pueblo de vacío.
Cuando los pequeños olivareros se empeñaban en levantar el cuello para entrever en sus árboles algo de esquimo él aconsejaba "tened paciencia y mirad al suelo que es lo que resta del fruto".
Cuando ya se veía truncado y ante las tertulias de taberna donde se ponían precios para tratos y comercios del campo, el muy ladino aseveraba: "Esperad que yo muera y compraréis barato". ¡No era torpe!
Y con sus credenciales legítimas, otros papeles, traje entallado y bigote joven, lo 
despidió el Maestro Ruiz con el regalo de 
un buen chambergo y un cintillo con unas monedas de oro para los primeros gastos y gestión con los Abogados del Estado, Procuradores, Curia, etc. y gastos de representación.
¡¡Había perdido el pleito en Cazalla de la Sierra y en Sevilla!! ¡No se resignaba! La Encina del Pleito o el hornazo de linde en el Salto de la Rata, a Madrid, al Supremo con mi abuelo como representante familiar.
¡Me figuro el sofoco que sufriría al tener que viajar a Madrid con duros para gastar, cartas de presentación, buena figura y un amigo de compadrazgo, cabo de la guardia real de Alfonso XIII!
En el año 1906, cuando el atentado a los Reyes el día de su boda en la Calle Mayor por el anarquista Mateo Morral, de ello fue testigo y a su amigo Marín, el cabo de la escolta, le mataron el caballo al proteger a la carroza real con Don Alfonso XIII y su esposa Doña Victoria. Murieron veintitrés personas y otros caballos. ¡Ya que le vamos a facer!
¡Y le ganó el pleito en el Supremo mi bisabuelo al abogado Pinganillo!  [TC1] y volvió de la capital de España mi abuelo repleto de pergaminos y escasa plata. ¡Pero la Encina del Pleito o el Hornazo del Salto, seguirían su ver pasar a las carretas o a la reata de burros de siempre!
Las tentaciones a mi buen abuelo no le faltaban; le brotó la Primavera de Sierra Morena cuando a mi abuela la dejó en cinta.
"Del país de las aventuras, la República Oriental del Uruguay, te espera tu amigo Vitoriano. ¡¡Cazaremos ñandús con los gauchos y las boleadoras!!".
De Rosario de Santa Fe lo llamaba A. Jiménez, su buen amigo.
Y vendió la huerta, la que dicen de la Pelagia, dejó a su mujer preñada de mi madre y embarcó en el "Cabo de Hornos" a Buenos Aires.
"En el país de lo desconocido te tengo un caballo…", escribía en una postal de "la muerte de Saravia nuestro general y padre de la patria triste suceso de la batalla de Masoller"
Su amigo Federico Von Derbroken le escribía de Alemania: "Al dorso del retrato verá al expríncipe heredero de Alemania forjando una herradura. Le estoy esperando en una taberna al lado de la forja y espero que venga esta mañana como es su costumbre".
De todos estos periplos, alguna vez soltero, otras ya viudo, volvía siempre arrogante, inteligente, más culto y con menos capital, lo que producía graves trastornos a sus hijas y a su suegro Papa Antonio.
Como epílogo de sus aventuras le hizo un crió a su criada y ya in extremis, me rogó mi madre fuera a buscarlo y acogerlo en una habitación digna.
Así llegamos a mi casa, yo confuso, él alto, erguido con una guapa sonrisa y una maletilla de cartón.
Dicen que cuando vino de Madrid, del pleito en el supremo, no cantaba mal esos caracoles que dicen:
 
¡Cómo reluce!
(bis)
La calle de Alcalá
Cuando pasan por ella
Los andaluces.
 
Y seguramente frecuentaría el Café de la Unión, donde termina la copla, en compañía de Curro Cúchares y el Tato.
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