El rastro ya no era tan claro... pero seguía el goteo. A mí me daba igual, no tenía prisa, ¡iya parará! Que no me barrunte y así también descansará y cuando de nuevo, recuperado quiera huir, en la bajada le ahogará la sangre o se vaciará por el portillo de la bala. Quintín y el cuñado creen que la huella que les marca su perrilla es la buena, ¡vaya unos cazadores! No saben que la podenca en este caso debe soltar la ladra como a una res y lo que está haciendo es latir a conejos. ¡Están cazando todos los días con ella y todavía no entienden lo que les dice el animal! No es torpe el Peine, pero ya no puede con la barriga y como le acompaña la niña y el novio, no querrá dejarlos solos en el mohedal. Se han traído un largomira, machetes, cantimplora, la máquina de retratos... ¡qué sé yo! Por los avíos, parece como si fuésemos a topar con un búfalo cafre. ¡¡Aquí se ha echado!! Ha bebido y se revolcó en el pasto, debe estar muy debilitado, pero sabe Dios hasta donde nos llevará en la angustia de la muerte, porque él sabe que darle alcance es para meterle las cinco postas en el codillo. No era natural, no podía ser... con la perruna de la mañana y el segundillo a la puesta de sol, no se cría el unto ni luce el pelo que tiene Oliveros. Yo siempre recelé que tenía mejor dornajo, pero como en mi casa no faltaba nada, ¡siga la gallinita con su pepita! Y el Francisquito como una matraca: ¿Oye Colorao, a ti te han faltado borregos?... Colorao, ¿no te faltan borregos? ¿Te faltan borregos? Oye Colorao... Yo sé que tiene más ovejas, mejor cortijo y sobre todo una hermosa mujer que no se la merece, ¡lo que hace el dinero! Pero conmigo siempre anda con las orejas de punta desde el pleito que mantuvimos por aquel cochino que daba como suyo y estaba en mi zahúrda. Por aquella rehoya irá desgalgado y escupiendo los bofes con tal de llegar el primero y rematarle por su mano. ¡Es una agonía! ¡Y Oliveros un león! Sin carlanca hizo cara más de una vez al lobo y causaba respeto su vozarrón en la noche… Pero se ha maleado. ¡Si no me hubiera causado daño... Estas cosas tienen difícil arreglo, pero lo hubiera intentado. Quizás amarrándolo y echándole una pelleja fresca y cuando la mordiera, arrearle buenas palizas... pero ya saltó la barda y perdió mi confianza. ¡Mira Francisquito, llevas razón, es mi perro el que se come los borregos! Esto tuve que decirle porque sabía que este tío urraca me denunciaba y además el mastín había mordido mi propia carne. Dos chivos me mataron una noche. Luego, para qué hablar del tira y afloja que sostuvimos; según sus cuentas, Oliveros se comió en la paridera más borregos que tiene la cabaña de Badajoz. Al final nos arreglamos, yo le di el carnero viejo y me comprometí a matar al felón. Pero no tuve a mano un alambre para ahorcarlo y le solté un escopetazo como para doblar a un elefante... ¡qué correa tiene este bicho! Dio un aullido y se perdió en el jaral. Y como sé que Francisquito no quedó | satisfecho con el remate del trato, por eso fui a verlo, para que entre los vecinos se organizara la búsqueda y dejar clara mi situación. ¡Ya se arrastra y está más cerca!, lo voy a tropezar echado detrás de cualquier charneca. Le daré el tiro de gracia y llamaré a esta partida de retratistas, porque esto es un bando de retratistas, y que vean muerto a este asqueroso bicho que me ha costado tanto dinero y disgustos. Como maliciaba el Peine ha perdido a la pareja de novios, estarán haciendo fotografías, y viene para acá rompiendo el monte como un jabalí. ¿Y Quintín con su cuñado? ¿Qué andadas acecharán? ¡Si hubieran tenido que dar con el perro estos cazadores de escopetas nuevas y aparejos bonitos...! Oliveros se empicó a comerse las parias y seguramente seguiría a la oveja parturienta con este fin; después tropezaría con algún mal parto y embaularía al feto y al final metería mano a todo morro de ombligo crudo. Así tuvo que ser. ¡¡¡Allí está!!! Él me ha visto también y quiere levantarse. Le cortaré el revesino, que no quiero andar más ni que caiga la tarde y se pierda en la oscuridad. ¡Te ha llegado tu hora, cuatrero!, le dije mientras le apuntaba y él me camelaba moviendo el rabo como si nada hubiese ocurrido. No se quejó. Y me senté junto al enorme cadáver a la espera de los otros batidores, que advertidos por el disparo y según convinimos, marcaría el lugar de reunión. Quién primero acudió fue la podenca de Quintín y después, sudorosos y quebrantados los pies, todos, uno tras otro incluyendo la pareja de novios. Este es el momento, pensé mientras se iban derrumbando en el suelo buscando el descanso. "Francisquito, ya has visto que he cumplido mi palabra. Te he pagado los daños que te hizo el perro con mi mejor carnero, y como te prometí, ya no volverá a molestar al ganado, pero mis ovejas se han quedado sin protección, así es, que delante de estos señores yo te pido por favor que me des uno de tus cachorros". Como esperaba, todos apoyaron calurosamente mi bermejía y Francisquito accedió rebudiando como un castrón. ¡¡Tuyo es el verdugo de la mastina rubia!! ¡Ande Colorao, póngase al lado del perro que le voy a sacar una fotografía! ¡Parece un lobo! Dijo la niña del peine. Y cogí a Oliveros que aún estaba caliente emplazándole con la intención de que se viera bien el rabo, al que de pequeño le corté al macho para que las moscas le tuvieran en las siestas alerta, hasta la cabeza con las orejas despuntadas para que en las noches de agua no tapara los oídos y se durmiera. Estaba esperando el retrato, cuando noté algo raro. Aquel animal estaba vivo todavía...lo iba a soltar cuando hizo una cosa chocante. Abrió un ojo, movió ligeramente la cola y me lamió la mano, ¡¡Qué correa tenía este Oliveros!! |
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AutorAsociación Cultural LA MEMORIA PRODIGIOSA.
José Mª Durán Ayo ARTÍCULOS DE José Mª Durán Ayo MÁS ALLÁ DE MI MEMORIA. José María Odriozola Sáez CUADERNILLOS DEL ARCA DEL AGUA. Luis Odriozola Ruiz Archivos del blog por MES
Noviembre 2022
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