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El bastón montañés

10/10/2022

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José María Odriozola Sáez.
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Plinio mantenía que cuanto más feliz era un periodo, más corto parecía, quizá sea esa una de las muchas razones del desconocimiento de más de siglo y medio de la reciente historia de nuestro pueblo.

La minería fue la protagonista absoluta de El Pedroso durante casi doscientos años. El desquiciado siglo diecinueve saliente y el no menos convulso entrante impidieron (con algunas ayudas inconfesables) que el germen industrial que movía todo aquello, “La Compañía de Hierros de El Pedroso”, llegase a buen puerto.
Quizás haya sido bueno que todo acabase así....
Durante buena parte del XIX los altos hornos de El Pedroso fundieron el hierro de sus concesiones mineras con altibajos. Sus muchos problemas técnicos unidos a malas decisiones políticas, arrastraron a esta industria y a sus cotos mineros al mismo destino.
A principios del novecientos, mientras nuestra Fábrica de El Pedroso agonizaba lentamente al igual que muchas de sus minas, Europa se deslizaba al precipicio. Las potencias, que ya preveían la guerra inminente, comenzaron a acaparar con descaro materias primas disparando los precios. Esta circunstancia puso de nuevo en marcha las antiguas explotaciones mineras.
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La fiebre del hierro llenó este apartado rincón del mundo de sueños y personajes extraños. Compañías de difícil pronunciación buscaban frenéticamente en las entrañas de nuestros montes el mineral con el que fabricaban sus cañones y barcos.
Todo acabó aquel caluroso verano del catorce al estallar la primera guerra mundial desplomando los precios del mineral. Tras finalizar la guerra, con la economía europea destrozada, se sucedieron sin tregua, como maldición bíblica, los peores escenarios.
A la inestabilidad política interna se unió la externa y así a la gran depresión del 29, que duró diez años, se unió a la guerra civil española que se solapó con el comienzo de una nueva guerra mundial (la segunda en el mismo siglo) que tras su finalización, lo había trastocado absolutamente todo.
Los sueños de industrialización y desarrollo de nuestro pequeño pueblo se hundieron para siempre. Aunque pensándolo bien, quizá haya sido bueno que todo acabase así...
Ha pasado bastante tiempo de aquello. Muchos de los obreros que vivieron la dureza de aquel trabajo (y también sus buenos salarios), marcharon. Otros, volvieron resignados a las faenas agrícolas y no quisieron trasmitir esos recuerdos a sus hijos.
Los empresarios santanderinos y catalanes, protagonistas privilegiados, Latorre y Guerra, no pudieron mantenerse a flote. Cada uno, a su manera, intentaron durante algunos años llevar con dignidad la decadencia de sus empresas pero su fin fue el mismo.
El destino, que hizo que estas familias no tuviesen descendencia, dificulta la reconstrucción de esta parte de nuestra historia. Sin relevo generacional, no tenemos trasmisión oral en un caso ni documental en otra.
De los testigos vivos de ayer, entonces niños curiosos, apenas quedan hoy algunos abuelos a los que les cuesta recomponer los confusos recuerdos…
Mis abuelos, Luis Odriozola y Marta Ruiz, mantenían una gran amistad con Félix Latorre y con Blanca MacLennan. De sus visitas a “Las Alberquillas” hay fotos de mi padre niño y Lolita jugando en el frontón. Algunos años más tarde, en 1947, Lolita celebraría su boda en los jardines; la última fiesta en la casona.
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Mi madre recuerda, muy niña, como toda una aventura el paseo desde la “Huerta Montegil” a “Las Alberquillas” donde su amigo Mamé Rodríguez Sañudo acudía a sus clases de inglés con Doña Blanca MacLennan. Sus recuerdos son vagos, Doña Blanca, afable, elegante y educada, siempre de luto por su sobrino y ahijado José Manuel; los hombres de la casa siempre en las minas o viajando…
Entre esos recuerdos está la creencia (y así lo recoge erróneamente mi padre en uno de sus relatos), del número de hermanos Latorre: Félix Pablo y Manuel, olvidando al cuarto hermano de nombre Carlos. Varios documentos del magnífico trabajo sobre la minería en El Pedroso de Pilar Orche y algunas fotos donde aparecen los cuatro hermanos lo corroboran.
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Carlos Latorre, ingeniero y armador, primero en arribar a nuestras minas junto a Edmundo MacLennan, nunca residió de forma permanente en nuestro pueblo. Su trabajo y su vida estaban en Bilbao, allí tenía su hogar junto a su mujer Matilde MacLennan (hermana de Blanca) y sus cuatro hijos. También allí estaba la empresa en la que siempre trabajó: la “Compañía José MacLennan de Minas”.
Las circunstancias personales y profesionales de sus hermanos Félix, Pablo y Manuel eran otras. Acostumbrados a cambiar de domicilio y sin hijos que educar (solo Félix estaba casado con Blanca, pero sin descendencia), les facilitaron su asentamiento en El Pedroso.
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Aunque, pensándolo bien, algo más que mineral de hierro encontrarían en nuestro pequeño pueblo. Aquí vivieron sus mejores años y aquí quisieron descansar para siempre. Curiosamente lo hacen muy cerca de su amada casona…
Félix dormía pese a los bruscos movimientos del vagón, pero Blanca no era capaz de conciliar el sueño. Se distraía haciendo memoria e intentaba hilvanar los recuerdos y se preguntaba cómo el destino les había llevado a este recóndito pueblecito de Andalucía.
Tenía claro que, aunque fueron su cuñado Carlos y el primo Edmundo, (amigos desde su época de estudiantes en la Escuela de Minas de Londres), los que dieron el primer paso; el verdadero culpable fue Herman Borner.
Fue en La Orconera Iron Ore Company Limited, en Bilbao, donde conocieron a Herman. Este seductor empresario inglés les planteó un proyecto que podía reportar muchos beneficios: explotar unas minas en estado de semiabandono de la Iron Ore en un pueblecito del sur de España.
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Carlos y Edmundo hablaron con sus familias del proyecto. En el invierno de mil ochocientos noventa y cinco crearon en Bilbao la sociedad, MacLennan Latorre. En los años siguientes viajaron varias veces a El Pedroso, visitaron las minas, estudiaron el mineral de la zona, renegociaron con Herman…
Convencidos por los altos precios del mineral de hierro, se trasladaron al pueblo sevillano para dirigir personalmente los comienzos de la nueva sociedad. En mil novecientos ocho la mina “La Lima” estaba en plena producción y también sus planos inclinados, su trazado de vías Decauville y su telesférico.
La mala suerte y el mucho trabajo de Carlos y sus hermanos en estos primeros años, hizo que descuidasen la búsqueda de nuevos yacimientos sin explotar en El Pedroso. Una noticia aceleró las negociaciones para el arrendamiento de la mina de Navalázaro a “La Compañía de Hierros de El Pedroso”.
Todo el pueblo hablaba del empresario catalán Don José Guerra, que había registrado un derecho minero a escasos quinientos metros de la mina de Navalázaro con tan buena fortuna, que había “pinchado” una veta formidable de magnetita a escasos mil metros del ferrocarril.
Será la famosa “Mina San Manuel” y si hubiesen sido ellos, los Latorre, los que la hubiesen encontrado; quizás otro gallo hubiese cantado…
Félix añoraba los cielos claros y luminosos de El Pedroso y su querida Bilbao le parecía triste y sucia. Aunque ya nada material le quedaba allí, él sabía bien porqué volvía. Al despedirse emocionado de Matilde y su hermano Carlos se le humedecieron los ojos. Todos sabían que no podían demorar mucho la marcha.
El viaje en tren hasta El Pedroso era largo y en tercera clase se hacía más largo aún. Doña Blanca y Don Félix pasaban las horas lo mejor posible. Ella leía y atenta, procuraba que descansase, pero cada vez que su marido despertaba, volvía en sus conversaciones, a trasladarse a su casona y a sus minas.
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​A Don Félix le gustaba ver pasar junto a su desubicada casona santanderina las cubas llenas de su mineral de hierro, le hacían sentirse bien. Como tantas mañanas, fumaba impaciente apoyado en el balconcillo de la planta alta, ese que miraba a La Lima. Puede que aquel ingenio aéreo le recordase el tren de hojalata a cuerda con el que tanto jugó en su infancia…
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De vez en cuando echaba un vistazo con sus pequeños prismáticos Goerz Dienstglas, regalo de su buen amigo Albert Weyer, e intentaba vislumbrar a través de las pegajosas nieblas de las faldas de La Lima los primeros baldes del cable aéreo.
Mirando a su mujer, le Interrumpía en sus pensamientos:
Blanca, ¿recuerdas cómo reconocía en qué parte del trazado se encontraban los baldes cargados por el ruido que hacían los mecanismos?
Con los ojos entornados, se encontraba de nuevo en el balconcillo de “Las Alberquillas”, ese que miraba a “La Lima”. Oía nítidamente el sonido de los trozos de mineral cayendo en las cubas vacías en el cargadero de La Lima, los golpetones secos de las piedras encajándose en las cubas a la altura del “Fate”, el chirrido de los cables y rodillos cuando las cubas llaneaban por los olivares del “Medio Almuz”… El paso por los tensores de la Cruz del Humilladero, las piedras de las cubas rebotando sobre la malla metálica que protegía el camino y el potente rumor de giro de poleas de la bajada hasta llegar a “Las Monjas”.
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Se removía en su asiento y con la vista cansada, le preguntaba sonriendo a su mujer si se acordaba cómo crujía toda aquella estructura de hierro al voltear las cubas en el descargadero de “La Zahurda de Patillas” y el sonido que hacían al volver descargadas, cencerreando como una piara de vacas.
Félix conocía bien los inconvenientes de la ausencia de infraestructuras y cómo los cables aéreos habían solucionado los problemas de trasporte de mineral. A comienzos del siglo XX funcionaban multitud de ellos. Los del norte fueron los primeros, después instalaron en la costa Almeriense y granadina multitud de ellos. Los más cercanos a El Pedroso estaban en Fregenal y Fuente del Arco.
El suyo, de La Iron Ore de La Lima, era un Hipkins de finales del XIX. De los primeros instalados en España era pequeño y muy básico, desgraciadamente hacía mucho que había quedado obsoleto. La inmensa mayoría de los que se montaron posteriormente eran alemanes, de la prestigiosa casa Bleichert.
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Desde los comienzos de la explotación intentó, contra la opinión de su hermano Carlos y contra los precios del mineral, mantener los más de dos kilómetros y medio de problemas diarios que ocasionaba el trazado del telesférico.
Era sabedor que el mantenimiento de la maraña de cables, mecanismos, torres de madera y cubas obsoletas tenía los días contados. Aunque quizá también hubiese algo de soberbia profesional; conocía bien el prestigio social de los ingenieros del telesférico minero de La Barga -Abanto y Zierbena.
El tren seguía su marcha y Blanca tras dar una cabezada le ofreció a Félix una taza de café que el termo aún mantenía templado. Le preguntó a su marido, por darle conversación, si recordaba cuando llegaron a El Pedroso por primera vez. Él comenzó a hablar lentamente, tenía grabada en la retina las imágenes de aquel atrasado pueblo que conocieron al llegar antes de la entrada del nuevo siglo y cómo cambió todo en muy pocos años…
A la gente no le costó acostumbrarse a los ingenieros santanderinos, los había aún más raros, tanto que no los entendían cuando hablaban. Decían de ellos que eran diferentes a los extranjeros, pero también de los del pueblo. La verdad es que lo eran.
La gente se asomaba por la tapia de “Las Alberquillas” y curioseaba viéndolos leer gruesos libros sin ilustraciones o tocar la pianola y el violín. Se reían de ellos cuando recitaban versos y se extrañaban que entendiesen lo que decía la radio ¡en inglés!
Causaba extrañeza, la intensidad con la que obraban la vieja casa de los Zabalza, los muchos operarios que a diario trabajaban allí se preguntaban porqué querían vivir fuera del pueblo. Mientras levantaban la cancha de frontón reían y los comparaban con los niños que se entretenían con la pelota en la fachada de la iglesia.
Desconocían el porqué de la intensidad con que los hermanos Latorre dirigían a aquel ejército de albañiles. Parece, ya pasado el tiempo, como si ellos mismos, presintiendo el poco tiempo que disfrutarían su casona montañesa, quisieran acelerar los trabajos.
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Don Félix volvió a quedarse dormido y Blanca recordó aquella triste navidades de mil novecientos once en la recién estrenada casona de Las Alberquillas. No olvidará a Carlos y Félix, de pié, intentando mantener el tipo, mientras ellas Matilde y Blanca MacLennan releían el telegrama en el que le comunicaban el fallecimiento en de su primo Edmundo.
Pablo y Manuel con caras serias se lamentaban de la desgracia. Todos sabían de la gravedad de su dolencia renal y la peligrosidad de la intervención. Murió, en la mejor clínica de París, totalmente convencido de su curación.
Cuando todo parecía ir bien y las ganancias devolvían la calma, el principal socio valedor del proyecto muere. Carlos tendría que volver de inmediato a Bilbao de donde solo regresaría en contadas ocasiones. Félix quedará a cargo de la dirección de mina y de los más de doscientos operarios…
Blanca recordaba cómo estos primeros años parecieron volar. La felicidad por la creación de la empresa “Latorre Hermanos”, el arrendamiento de los altos hornos de “La Compañía de Hierros” y sus minas, la tranquilidad por la calidad de la magnetita extraída en Navalázaro que facilitaba la calidad de las fundiciones…
El precio del mineral de hierro seguía al alza y en dos años ya eran más de quinientos los operarios que trabajaban para ellos entre mineros, técnicos y gente de la Fundición. Los meses volaban por las diarias dificultades… salarios, inversiones para adaptar las anticuadas instalaciones, nuevos préstamos.
Todo marchaba bien hasta aquel endiablado año de mil novecientos catorce en que estalló la guerra y también todo nuestro mundo. Hasta su finalización, cinco años después, la crisis se generalizó y las ventas de todo el mineral se desplomaron.
La Sociedad “Latorre Hermanos” construyó a pie de mina, en “Juan Teniente”, las instalaciones de un horno de cámara con torre de condensación para extraer azufre de la pirita. El azufre, indispensable para la fabricación de la pólvora y ácido sulfúrico, mantuvo su precio los años de la gran guerra.
La gran inversión que esto supuso no compensó los beneficios. Apenas cinco años después volvieron a caer los precios y hubo que abandonarlo todo. Las huelgas y precios de los alimentos por las nubes se unieron a la crisis. Incluso la abundantísima mina “San Manuel” de Don José Guerra tuvo que parar, decían que por desavenencias con la compañía de Amberes…
La acuciante necesidad en estos cinco años de guerra era enorme. Solo el yacimiento de Navalázaro era rentable, pero los desprendimientos y la capa freática amenazan cada vez más. La extracción se ralentizaba y requirió nuevas inversiones.
Volvieron a reunirse los hermanos y volvieron a apostar. De nuevo otro esfuerzo económico para nuevas Instalaciones, esta vez en Navalázaro: un plano inclinado, una caldera para las máquinas perforadoras para dar trabajo a sus doscientos empleados y la instalación de vías sistema Decauville hasta la estación del Pedroso…
El año dieciocho la sociedad MacLennan-Latorre, asociada con la empresa bilbaína Garteiz y Mendialdúa, pusieron en marcha uno de los altos hornos de Fábrica. Mezclando los minerales de “La Lima”, “Navalázaro” y “La Jayona” estaban logrando productos de calidad. Los cargueros vascos llevarían a Inglaterra el mineral y las piezas de la fundición a buen precio y con regularidad.
Para optimizar las instalaciones y los doscientos operarios, se probaron escorias de la fundición para fabricar ladrillos refractarios y losetas para el mercado inglés. Aumentaron hasta doscientos los empleados de la Fundición, todo parecía marchar.
Blanca recuerda un día que fueron al puerto de Sevilla, allí subió a uno de los barcos de la Compañía Olazarri. Cargado de mineral y piezas procedentes de la Fundición, esperaban la salida. Félix, siempre preocupado por la marcha de la guerra, cablegrafió al puerto de destino, Southampton y no quiso que los vieran en el puerto. Alemania tenía ojos pagados en todos los puertos de España.
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Los cargueros solían esperar en Cádiz para unirse a los convoyes de la Royal Navy que salían desde Gibraltar. La fatalidad hizo que aquel día de noviembre de 1918, el Ontaneda llegase tarde y no se pudiese unir al grupo de mercantes.
La mala mar de esos días y el poco retraso animó a varios cargueros rezagados a intentar alcanzar a toda máquina al convoy en aguas portuguesas…
Algún tiempo después, la prensa británica, publicó un escueto comunicado en el que informaba que el submarino alemán U-35 había hundido en esos días varios mercantes en el golfo de Cádiz. Nunca supo el oficial Lothar von Arnauld cuantas cosas hundió aquella noche…
En la memoria de Blanca se agolpan los años malos, el cierre de los hornos de azufre de Juan Teniente, el abandono del telesférico de La Lima y el posterior cierre de la mina, Navalázaro, la única rentable. Las apreturas económicas de tantos años…
En 1923 con todo hundido, los Latorre se vuelcan con todo el capital que les quedaba y aún con préstamos en un proyecto seguro. Estaba avalado por el ejército, la banca, varios ministros de Primo de Rivera y hasta con el placet de la casa Krupp: la construcción de una siderurgia nueva muy cerca de El Pedroso: El Centro Minero metalúrgico de Andalucía y Extremadura.
De nuevo, la fatalidad, hizo que las inversiones de los hermanos en la nueva fundición se hundiesen. Los años siguientes, todos nefastos, los recuerda con las minas paradas, incluida la abundantísima San Manuel. Los problemas con los trabajadores por la falta de trabajo eran constantes. Pablo y Manuel llegaron una tarde golpeados y acompañados por la Guardia Civil.
No recuerda un día tan tenso como cuando vino Carlos. En la reunión hubo más silencios que palabras. Carlos habló con claridad a sus hermanos, todo estaba perdido. Había que vender lo que se pudiese; el mineral extraído, la maquinaria, las herramientas, las vagonetas y hasta los rieles y con prontitud, pues los bancos intervendrían muy pronto.
Félix, Pablo y Manuel decidieron quedarse. No volverían a Bilbao para comenzar de nuevo. Intentarían Vender todo lo de su propiedad poco a poco sin perder, esperarían mejores tiempos y volverían a explotar las minas que tan bien conocían, seguro que los precios terminarían recuperándose…
Blanca no olvidará los desórdenes de los años anteriores a la guerra civil de 1936 y los muertos durante tres años largos y de nuevo la fatalidad. Casi en sus últimos días de la guerra, Jose Manuel, el hijo de Carlos, su sobrino y ahijado, cae en el frente.
Tristes recuerdos de la posguerra con sus muchas apreturas económicas, las enfermedades de Pablo y Manuel, que parecían haberse puesto de acuerdo para marchar antes de que los desahuciaran de Las Alberquillas; la bondad de “La Niña Chica” que los acogió en su casa y les dio sustento. Ella dando clases para aportar algo a la desastrada economía familiar…
Tiene en la memoria la última vez que hubo caras sonrientes y risas en los jardines de Las Alberquillas, Félix pasó un buen día y bailó con ella. ¡Feliz día el de la boda de Lolita, la hija de Luis Odriozola!.
Cuando el tren paró en la estación de El Pedroso Félix Latorre respiró profundamente cerrando los ojos. Le esperaba su amigo Luis Odriozola que al abrazarlo y quedar en medio de ambos el cayado de espino montañés, le comentó riendo el antiguo aforismo sobre las bondades del hablar suave pero portando un grueso bastón…
Luis le encontró envejecido y enfermo y su amigo no se esforzó en disimular lo que sería pronto un secreto a voces en El Pedroso. Había venido a su pueblo (de adopción) a descansar junto a sus hermanos Pablo y Manuel, pero antes tenía que ver una última vez Las Alberquillas…
Al día siguiente, rezaban en el cementerio del Espino, disimulaba las lágrimas tras unas manoletinas oscuras y procuraba la compostura apoyado en su bastón con regatón de hierro, ese que tantas veces le acompañó a La Lima y a Juan Teniente.
Tras el cierre de las minas y el desastre económico, sus hermanos no quisieron volver al Norte. Tuvieron la gran suerte de terminar sus días como quisieron, en la casona de Las Alberquillas. Carlos, murió en su habitación, feliz por tener a su lado a su siempre enamorada Claudia Ruiz.
Manuel se marchó como le había gustado vivir, sin molestar. Acunado en su mecedora Thonet, se durmió para siempre una luminosa tarde de otoño en el jardín más bonito del mundo. Le gustaba cubrirse las piernas con la pequeña manta que le trajo su hermano Carlos de Inglaterra.
“La Niña Chica” contaba el repelús que le dio al encontrar totalmente llena de flores rojas de bugambilla la chaqueta y el cubrepiernas de paño inglés de Don Manuel cuando fue a intentar despertarlo…
Con lentitud, como no queriendo llegar, continuaron hasta “Las Alberquillas”. Asomado entre los barrotes del cancelón de entrada, intentaba Don Félix, ver su casa y sus jardines. La maleza y las malas hierbas acentuaban la sensación de abandono.
Desconsolado miraba las tejas de su casona montañesa, los árboles de su jardín, su cancha de frontón, las maderas de sus balcones y aleros… Todo se había degradado rápidamente. Recordaba cuando obraron aquella casucha tan bien situada y la estupidez de no comprársela a los Zabalza.
Los propietarios, que le habían negado la llave, argumentaron que el entresuelo estaba en muy mal estado. Quizás fuese lo mejor…
Tras el entierro de Don Félix, Doña Blanca repasaba en el “soberao” de la casa de “La Niña Chica”, las escasas pertenencias de su marido. Dos cajas de madera contenían los recuerdos de toda una vida. Decidió que le regalaría a su amigo Don Luís el médico un teodolito con trípode de madera y la brújula alemana. “La Niña Chica” se encargaría de la ropa y daría la que estuviese en uso a los necesitados.
En una pequeña maleta comenzó a guardar los recuerdos que volverían con ella, algunos documentos personales, un pequeño violín, unos prismáticos alemanes, el reloj de bolsillo, las gafas con montura de oro, una medalla de aluminio de la Virgen del Espino y algunas fotos. Al ver su bastón de espino, se volvió a emocionar.
Sonreía a la vez que sacaba con delicadeza las carpetas numeradas. Desconocía si había algún documento importante, aunque ya nada lo era. Contratos, tablillas de jornales, fichas del laboratorio de mineral y tantos recuerdos…
Félix siempre fue ordenado en todos los aspectos de su vida y le dolía el destino de todo ese orden.
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En el andén de la estación de El Pedroso las fieles “Niña Chica” y Estefanía Lara la amparaban del brazo mientras esperaban el tren. Claudia y Marta Ruiz, Luis Odriozola y las hermanas Elisa y Amparo Guerra también estaban allí.
Emocionada se despidió de las mujeres. Al llegar a Luis, el bastón que sostenía en sus manos, quedó de nuevo entre ambos. Sonriendo, con los ojos humedecidos le pidió a mi abuelo que lo usase en sus paseos por el Espino, camino de Las Alberquillas…
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A tenor del DÍA DEL LIBRO

23/4/2022

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Tras un periodo de ausencia en este foro, vamos a intentar volver a tomar el pulso a CRÓNICAS - blog. El día escogido es la fecha emblemática que tanto tiene que ver con nuestro inicio como asociación, ese ya conocido y reconocido  espacio museístico, que denominamos como Centro de la Cultura Escuelas Nuevas, dedicado en su mayor parte a desarrollar, en tan magnífico recinto, la Historia de la Escritura, del Libro y de la Escuela, además de la del editor Lara, su editorial Planeta y el prestigioso premio literario que respalda. 
Sea pues, éste, el primero de los artículos que recogerán textos e imágenes de tan didácticas exposiciones que, con tanta ilusión, pensamos y desarrollamos y del que se ha cumplido, el  pasado marzo, siete años de su inauguración. 

Pese a que la intención de estos artículos es insertarlos cronológicamente, hoy, dada la
fecha, daremos un salto en el tiempo, dejando atrás los inicios de la escritura y hasta un poquito apartado en el texto a Gutenberg, aunque no a su invento. Al final también podréis ver la película de cómo fue aquel gran paso del alemán universal, pulsando AQUÍ.
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Brígida Maldonado.
Viuda de Juan Cromberger 

A diferencia de tantas otras viudas, Brígida no se volvió a casar, y llevó el negocio familiar hasta que su hijo Jácome tuvo la edad suficiente como para hacerse cargo. Fueron estos años los de mayor prosperidad y prefirió seguir firmando las ediciones con el nombre de su marido, el famoso Cromberger, garantía asegurada de alta calidad para el público. Sin embargo introducía 
referencias en el pie de imprenta con formas como “la desdichada viuda” o “la triste Brigida Maldonado”.

Provenía de una familia de libreros en Salamanca, lo que la había dotado de una buena formación en el oficio, del que, sin duda, no fue ajena en vida de su esposo. 
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Placa en la que fuera calle de la Imprenta, hoy Pajaritos 7, de Sevilla, lugar donde tuvieron el taller los Cromberger.
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8 DE SEPTIEMBRE

2/9/2021

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Cuando hablamos de patrimonio, no cabe duda que nuestras tradiciones son parte consustancial del mismo. Pero no es El Pedroso un pueblo que ostente un gran número de ellas y algunas, como "La Candelaria", que pueden recordar los que rondan los setenta años, queda ya para siempre en sus memorias. Tampoco nuestra Semana Santa, con una sola cofradía, ha sido afamada, lo que no quita la devoción de los pedroseños por el Cristo de la Misericordia y la Virgen de los Dolores. Afortunadamente y generación tras generación, la Virgen del Espino ha mantenido encendida la fe en ella y de este modo, la Patrona de El Pedroso ha superado en el tiempo distintos avatares.
​Su historia no escrita se pierde en la memoria y por aventurar, aventuramos que, siendo Soria la cuna más antigua de esta advocación,

puede que allí y en la trashumancia esté el origen. 
Esa era la intención de aquella 
propuesta que
hicimos a la Hermandad de la Virgen del Espino de El Pedroso en 2017, trascender más allá del tiempo y reunir en nuestro pueblo el mayor número posible de advocaciones homónimas de cualquier lugar de España, representadas por sus distintas directivas. Una concentración mariana en la que, además de lo que desde este punto de vista significaba, iba dotada de distintos actos, exposiciones, conferencias y publicaciones que nos acercarían a esa común unión en los orígenes.
Grande fue el esfuerzo de la Hermandad pedroseña para conseguirlo pero finalmente no fue posible.
A cuenta de ello y con el fin de divulgar la convocatoria, hicimos un  audiovisual. Hoy, y sin aquella intención, lo retomamos con los cambios pertinentes y en ausencia de la procesión anual debido a las restricciones por la pandemia, sirva este recuerdo como paliativo para los devotos de nuestra Patrona.
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70) LA JAROSA

26/6/2021

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Corría el año de 1240 cuando llegó Fernando III el Santo a Cazalla en la Reconquista. Constantina y Cantillana las tomó al asalto en 1246 y entre estas fechas ocuparía El Pedroso que sería una aldea diminuta con un castillo donde hoy se alza el grupo escolar. ¡Ya por el año 1080, en una de sus razzias, el Cid entró en Constantina, ganó el castillo, saqueó el pueblo y regresó a Castilla con su mesnada!
Debía ser entonces, lo que hoy es la Jarosa y sus aledaños, una algaba cerrada poblada de jabalíes, lobos y osos. ¡¡sí!!, osos, pues si Alfonso IX los cazaba en siete Arroyos (Castiblanco) y en las Ganchosas (Cazalla) a no dudar por estos lugares también se verían en invierno.
Según se dice en el Libro de Monterías del citado rey escrito en 1350: "... en el Cerro de En medio, la Cabeza de Chinchón y el Risco Travieso que están renuevos entre el arroyo y la Alcornocosa, matamos la primera vez que corrimos este monte, en él, un oso de los buenos que nunca vimos hasta aquel día".
De los baldíos que dieron lugar a la dehesa boyar la Jarosa y que paulatinamente irían desmontando e introduciendo ganado los pedroseños, no se tiene noticia de legitimación de propiedad por el Concejo del Pedroso, hasta las luchas entre Isabel la Católica y la
bastarda Juana la Beltraneja por el trono de Castilla en el año 1474.
Según parece la villa del Pedroso dio techo y yantar a las tropas de Isabel y en agradecimiento, esta donó la molla de tierra que envuelven el Huesnar, Guanajil y el arroyo de la Parrilla en concepto de Bienes de Propios. ¡¡El documento se perdería en un blanqueo de las Casas Consistoriales!!
La piedra escrita cerca del cerro del Castillejo, hoy en manos particulares, tiene grabadas unas frases incompletas:
"El año 1788 día 6 de Diciembre mataron aquí a diez... (trozo roto) ... José, Ángeles..." y varias cruces que parecen de San Luis y Lorena y otra fecha 1865.
Esta rústica lápida puede haber sido en recuerdo de alguna revuelta campesina contra la ley de 1786 sobre la desvinculación y desamortización de los Bienes Propios obra de Olavide Ministro y Superintendente de las Colonias de Sierra Morena en el gobierno de Carlos III.
La Jarosa es casi una ínsula, ¡¡bueno en el invierno!!, cuando los vientos ábregos lo anegaban todo y a este predio lo envolvían la Rivera del Huesnar, el Arroyo de la Villa, el Guanagil, el de la Parrilla y no dejaba de insuflar redaños el Corchuelo, loco torrentillo que nace en la Fuente del Galapaguito, allá en las Tarayuelas donde los grillos cansan por su melopea.
La pueblan unos dos mil cornúpetas retintos abuelos de cornilargos y obligados a compartir el pesebre con el pálido charolés foramontano. Por pertenecer a Bienes de Propios, se mantiene como una explotación comunal y conserva aún aire ancestral y romántico que van diluyendo las subvenciones de la Unión Europea.
Esos cortinalillos que rodean al pueblo rellenos de piedras berroqueñas fueron, son y Dios quiera que sigan siendo, agostaderos y corrales de destete propiedad de los pequeños boyeros que mantienen sus reses en la dehesa comunal hasta la extenuación.
Las más de dos mil hectáreas que medía la Jarosa, han sufrido un duro detrimento por la construcción del pantano y un enorme quebranto en las orillas de los ríos. Seguimos llorando la pérdida de tanta encina centenaria, saúcos arcanos, fresnos propiedad de ruiseñores y de ese insecto, el gran capricornio que los pequeños acosábamos en su vuelo al grito de ¡¡Jerga el culo te cuelga!!, los alisos a los que el viento hace reír... las mimbreras la roja y la blanca que podaban los gitanos para bringas y costillas de sus cestas...Pero mejor no hablar por no acusar o si se ofende.
El campo siempre está repleto de nombres que responden a su aspecto o a quién lo habitó toda una vida y así la Jarosa está llena de unos y otros, que, a falta de documentación, algo desvelan su historia.
Muchos de estos se han perdido miserablemente tapados por las aguas, pero si recordamos sus nombres, están vivos, no los han ahogado.
Son también legendarios y recordados, los nombres de las principales vacas y toros que fueron yuntas durante años en el acarreo de leñas, carbones y manufacturas de los Altos Hornos de Fábrica de El Pedroso.
Tenía Manolito risa dos vacas domadas a la carreta y al arado y puede sorprender el apodo; Manolito Risa, ya que chocaba a persona tan ruda, hombre tan corpulento, una constante sonrisa infantil que derramaba por esos vericuetos del campo donde se le podía topar.
Las llamaba Relojera y Sargenta, eran retintas acandeladas, largas como un dolor de muelas, dóciles y lentas con el amo, igual que una pareja de caracoles. El hijo, aquel que se malogró, llevaba otra carreta con toros enteros familia de la yunta del padre; de aquellos brutos y de cuyos nombres no tengo noticias. Sé que pastaban en la piara de arriba donde a los Linares les hicieron la casa y desde la que dicen que en los días claros se ve Carmona.
De allí se nota el aliento de la Fuente de la Parrilla, la humedad del Hoyo de los Peines, el aroma del Llano del Lirial y por el veredón de la Miel se cae al Moral y a Cuernavacas.
Todas estas yuntas tenían su asiento en la Jarosa, madre de todo este ganado que surtía de vacas y toros a pegujaleros y carreteros que uncían[TC1]  a su ganado. Había tres piaras más que de siempre se llamaron majadas.
La del Chato, la de Morejón y la de Eusebio que fue el último mayoral de la dehesa. Al pie de su casa estaba situado el corral de piedra, desde donde de una encina seca se colgaba con un cintero al becerro para su peso con la romana. Las reses mayores se apreciaban a ojo y hubo de descuajaringarse el chaparro para sopesar la necesidad de una báscula con mangada y embarcadero para toros, hembras vacías o con niñatos.
Los Callaíllos y la Cañada del Médico por allí andan con el regajillo del Pocito y allí muy cerca tenía su casa el caballista y el guarda nombrado por el Ayuntamiento, Agustín que tenía como única propiedad una burra y dos gallinas de Guinea.
Al caballista le apodaban el Tomizo y tenía dos hijos de comportamiento silvestre; el más pequeño renqueaba por temporadas y la madre aseguraba que eran efectos de la "ruma" y olvidaba el guarrazo que le dio un burro en los pesebres de Juan Gandula en una competición de alcancía y de matute.
A Romera le saltó el ojo aquella vaca que siempre al uncirla cabeceaba y por entonces andaba en la cuca. ¡¡Ay la cuca!! ¡Quién pudiera de nuevo apreciar a las retintas cornilargas cucando en el Llano del Lirial!
Las yuntas de toros eran más impresionantes por su anatomía, coraje y vigor...aquella de Genaro a la que muñía al grito de Marinero y Millonario o la del Gallego que respondía a los nombres de Valenciano y Ramito o la del Chamizo llamados Madroño y Maroto y tantos otros por arriscados citados como Gavilán, aquel que mataba a los perros dicen por recuerdo de haber sido mordido por lobos cuando becerro allá por aquel lugar de la Jarosa que llamaban el Cuadrajón Perdido, Azabache tan negro y soberbio acabó congestionado tirando de un rulo de molino...
Había un lugar, hoy hundido en las aguas del pantano, al que los viejos conocían por el Charcón de las Tres Encinas y del que se podía repetir que allá por el mes de Mayo cantaba el ruiseñor y le respondía la calandria.
Entre sus juncias parió una vaca del de la Cataña de capa castaña y ojinegra, una pareja de mellizos, el Legionario y el Sargento a los que se les quedó menguado el yugo y el tiro de la carreta. Por bajo estaban las Vegas de Pradillo, Coronao, del Alamillo. De la Señuela hasta llegar a los Codos donde florecía la vega
de la Mimbrera frente al regajo del Lobero.
¡¡Ya no queda nada!!
​Aguas arriba de la Junta de la Ribera del Huesnar con el Arroyo de la Villa, el que traía el agua teñida de las tenerías de Constantina y con el Guanajil, cae un arroyo que brota por sorpresa a las primeras lluvias a los Tinahones y se deja caer manso por la Florida y la Joya hasta llegar al culatón de Cuernavacas, desde donde a veces hace "guarros", esa espuma que asegura lluvia y salta la liebre. Por allí siempre hay chinchorros y algunas veces picabueyes, esos pájaros blancos que espulgan a las vacas y las esculcan en las orejas.

En ese recoleto y fresco merendero que es la Fuente de la Parrilla, al deslindar las fincas por el trazado de la carretera y el arroyo, quedó tras la pared de piedra que separa diez, doce, (no recuerdo) alcornoques fuera del recinto de la Jarosa. ¡Corcho dan!
Un semental de los Tinahones que andaba perdido entre el cerro Bimbalen y la Florida, que más que un toro parecía un tren de mercancías, se proclamó jefe de tribu de cuantas vacas y novillos se le apetecía. Ei resultado en carnes fue muy halagüeño, pero el encierro de aquellos becerros para su venta, abundaron los revolcones y las palabrotas.
Brenes aguijaba, ¡Bueno! Él y su hijo, a dos coyuntas: Morao y Caballero, la otra más endeble respondían a nombres como Calzaito y la Vaca Encarnada. ¡Aquella buena madre que no hubo forma de que abandonara a su cría muerta ni con el auxilio de tres caballos!
Haciéndole un hueco al antiguo camino a Lora del Río, entre dos montañas que en su concepción fueron gemelas, por ello las llaman Dos Hermanas, está el puerto Mataconejos donde dicen que la mujer de un pastor que iba a la Dehesa Fría estuvo de parto bajo una encina y arropada por una mastina tres días. ¡En fin, pudo hasta no ser cierto!
Como aquello que dicen de la Cañada del Rayo que hizo una culebrina al igual que una yunta de bueyes hasta el regajo de las Eneas.
Había un lugar muy afable, frente al Barranquillo, que llamaban del Cerro Perico, por bajo de donde tropieza el arroyo del Corchuelo con la Ribera del Huesnar. Allí hacían alto para merendar los pescadores de muchas especies hoy desaparecidas por el taponamiento de los pantanos; Juan Luviet, Enrique el Barbero, Manuel León y tantos más, que acaso no llevaran merienda.
Por aquellos centros llamaban a gritos a sus vacas para remediar las carencias de los estíos con alguna paja y mucho esfuerzo ganadero para localizarles en [TC2] lugares estratégicos su rancho: los pesebres de Juan Gandula, Curro Lara, la Majá del Chato, los Llanos de Don Isidro...
De allí un toro del Gallego, que hacía yunta con una vaca, Azucena y que respondía por Marinero, saltó la barda, se insultó y recabó en los terraplenes del ferrocarril de Madrid, Zaragoza y Alicante a su paso por la Sebastiana en El Pedroso.
Allí hizo frente a un mercancías y según el maquinista del tren, tomaría tantas varas que paró el tren y perdió la sangre.
En los Naranjos que son dos berruecos con viejos alcornoques y que miran de soslayo a "Cañá Hercá" y al Cerro Blanco, parió una zorra a una tribu de raposos albinos, contubernio con un podenco de La Campana.
¡¡Grande debió ser la pasión, pues el can llevaba cencerrilla y arrastraba "tanganillo"!!
En el Cerro Blanco que se levanta sobre el Vado de los Diezmeros ¿acecharía allí el funcionario de la Iglesia o del estado a los arrieros y comerciantes para cobrarles los diezmos?, lo llaman así por una cantera de cuarzo lechoso de corta explotación que le dio color.
Hubo dos toros domados a la silla con dobles riendas que se llamaron Letrao y Papelero, sus madres de la Dehesa Boyar de la Jarosa, pero su padre procedía de Parladé y nacieron en el Bodegón. Al primero, Letrao, lo montó en la feria de Sevilla su domador el Cano Aranda e hizo sensación por hacer el paso de ambladura.
La Jarosa sufrió y padece el ataque, amén de las epidemias, de los cuatreros, al quedar la dehesa a la puesta de sol sin guarda, vaqueros y caballista. Tantos fueron los becerros abatidos a tiros de escopeta con el auxilio de la luna o con el faro de un vehículo, que para amedrentar a los abigeos, formaron los ganaderos patrullas nocturnas con fuegos para calentar el cuerpo y cabalgadas esperpénticas al estilo del Ku-Klux-Klan.
Hubo un día de aquel verano en el que el bochorno sin sol era de mal agüero. Goteaba el Huesnar el agua como caldo y de los dos chiquillos, el del mono azul y las alpargatas al cuello, resbaló y cayó en la poza donde quedó con solo los flequillos fuera. Iba buscando pólvora para su padre.
Del Vado de la Higuera, Huesnar arriba y entre Castrejón y la parrilla con el Llano del Mesto haciendo cuña, hasta la antigua Fundición de Altos Hornos de Fábrica del Pedroso, hubo una siembra de pólvora de cañón en forma de macarrones que pescaban todos los furtivos de la zona para recargar sus cartuchos. Se había convertido la antigua factoría metalúrgica en polvorín con desechos de nuestra última guerra civil y aquello ardía como una traca con los cambios de temperatura.
Para prevenir en lo posible estos sustos, los soldados del destacamento militar que custodiaban los explosivos, sumergían en el agua camiones de cajas de estas pólvoras en los días de sofoco. ¡Hasta que Dios abrió el cielo y el agua en chuzos a pocas arrastra a un cabo primera y al maestro artificiero!
En el Vado de la Alpechinera, así llamado por desaguar allí los alpechines de los molinos de El Pedroso, domaban los gitanos caballos cerriles aprovechando la torpeza de movimientos del bruto sumergido hasta la bragada y el muelle del agua en la inminente sapada del jinete. También florece por aquellos andurriales de monte una extraña flor ¿será una peonía?,
Los mulos de mi bisabuelo Papa Antonio, el Gallado y el Pelegrino no eran jaroseños, blancos y limpios los tenía Antoñín, no solo acarreaban las aceitunas, sino que galopaban cuando íbamos al molino de Abajo.
¡Entonces en la alcantarilla del Granadal, el agua que bajaba de Monteagudo saltaba la carretera de Cazalla!
Había por entonces otra yugada compuesta por una vaca y un toro normada ella Ojinegra y él Arbellano, tan enamorados y compenetrados en el tiro que solo juntos hacían labor. ¡Eran soberbios los de Pedro Buya, Relojero y Señorito! Su hermano Jaramillo, aún le superaba con
aquella canga compuesta por Amargoso y Esparraguero, el que despertaba con una trompada al amo que cabeceaba de madrugada al pie del pesebre en el reparto del pienso. ¡Puñados y puñados de garbanzos negros con la paja!
Tres puentes salvan los ríos que circundan a esta dehesa. El puentecillo sobre el Guanajil en la carretera a Constantina y dos puentes romanos, el que cabalga sobre el Huesnar en esta misma carretera, de porte gallado y otro más pequeño en la unión del Arroyo de la Villa con el
Guanajil entre la Tablilla y la Dehesa Fría. Este quedó sumergido irremisiblemente por el pantano con su arco tapizado de nidos de vencejos.
Un atardecer de Otoño que llovía mansamente, el silencio tan solo se quebraba por los cencerros, allá un esquilón, muy lejos una changarra, en el cerro un cangallo...y pregunté ¿de quién son esas dos vacas que llevan trucos al cuello y hacen música al pacer?
 
-Son de Núñez, y Encarna y Garbosa las bautizó su amo.
 
Y siguió lloviznando y en el aire los aljaraces sonando…
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Finaliza aquí la PRIMERA PARTE de los 
CUADERNILLOS DEL ARCA DEL AGUA.
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​69) LA TUMBA DEL SOLDADO

7/5/2021

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Allí está el Cerro de las Paredes que se vacía de fuentes con la intención de acopiar al pueblo que duerme en la ladera.
Por allá también cabestrean dóciles jumentos y pájaros, alguna liebre y todos los bichos de la noche que deben ser muy felices.
¡Pero algo me inquieta!
¿Por qué en un pueblo tan plácido, tanto apodo militar a sus habitantes?
Prim, Cavalcanti, Novaliches, el Cabito, el Soldaito, el Teniente Colombo.
¿Y por qué olvidar al Subteniente Riaño, hijos del pueblo como el legionario Apolinar o como recluta al maestro Latero?
¡Y cómo se oía en la madrugada el grito de Riaño ante la copa partida!
"¡No ha pasado nada, ahora comparece el Trombón de la Fanfarria del corneta Paraguay!" Como a su camarada el trompeta, lo mataron en el Riff; él seguía con su burla trágica en las tascas y la gente se reía.
A Prim le pregunté:
-Si a Vd. no le molesta ¿por qué le apodan así?
Ya era viejo y la salud no le acompañaba, ante mi pregunta se levantó bravo y entero como un toro de buena casta y me contestó seco:
- ¡Porque siempre he tenido dos cojones!
Fue entonces el desastre del alférez Rojas en Sidi Ifni. Y en ese destacamento iba Apolinar cuando en aquel barranco se entrillaron los padres de esos niños que ahora curamos.
Se salvó y condecoraron por feo. Al ir al degüello de los españolitos por los mogrebíes, aunque no tenía herida alguna, se había untado de sangre la cara y el moro lo dio por muerto. Volvió de madrugada al destacamento con sus cartucheras.
A Morente lo descalabró de un gumiazo un mogrebí de Abd el-Krim o de El-Raisuni cuando conducía unas acémilas con agua para Monte Arruit.
Pero siglos antes, ¿qué ocurrió en el Cerro de las Paredes y en La Madroñera?
¿Existía un poblado muy anterior en el Cerro de las Paredes que fue destruido? ¿convendría excavar? Los enterramientos en el olivar son romanos ¿no podía haberse situado la antigua población romana en el alto donde juegan los niños del grupo escolar?' ¿Acaso son las piedras de la torre restos de esta pequeña fortaleza?
​Desde las Morejonas bajan enterradas y perdidas alfagras de grueso barro con buen calibre. ¿Dónde desaguaban?

¡De donde viene por el Callejón de las Charnecas esa acequia del vallado y a donde iban sus aguas que arropan los lentiscos?
​¿Por qué el Callejón de la Ronca se llamaba el del castillo?


¿Por qué esa calleja cerca de la Tijera se llama Alcazarejo?
¿por qué esa casería que compraron unos foramontanos se llama el Medio Almud y adonde vierten las aguas del Cerro de las Paredes?
¿Por qué el llano del Granadal, si allí pocos granados quedan?
¿Hasta dónde llega el camino de Val Perdido?, ¿llegaría a Mulva?
En el esbozo de la batalla de Alcolea, cuando le tiró del caballo al general Novaliches la bala en la quijada, era su palafrenero un hombre de El Pedroso, Lora de apellido, que, por este delito, a Cuba lo desterraron y de allí volvió con las cicatrices en los hombros de los sacos de arenas a soportar en las espaldas, y los arrozales como pena.
Mateo Morral lanzó una bomba a la comitiva real en la boda de Alfonso XIII que produjo veintitrés muertos y cien heridos, entre otros el caballo de un vecino de El Pedroso, cabo de dragones en la escolta. Se llamaba Marín y murió quitando varetas a su olivar y destetando a sus becerros allá por ese campo de moles de granito que llaman La Porrilla.
Tengo noticias confusas de la defensa que el soldado de escolta, a las dos niñas del Comandante que paseaban a caballo, tan solo con su sable, cubrió la retirada de las amazonas ante una patrulla berberisca en Taxdirt. ¿Quién sería?
El padre de Vicentillo el albañil volvió de Filipinas con los restos de su uniforme en un barco portugués, después de los últimos de Filipinas, los héroes de Baler.
Y ¡¡Ay Dios mío!! Olvidaba al Teniente Colombo.
Me apena pensar que ande por algún hospital, tullido en una  cama con su cabeza del fémur tronchada. ¡No puede nadie hacer las abluciones en un lebrillo como él¡, pocas, pues era barrendero y algo menguado en su aseo.
Como tantas historias, tenemos de cercos, batallas, escaramuzas.
Era en los tiempos del general Carlista Zumalacárregui, y como artillería de campaña entre nuestros rivales Isabelinos y Carlistas, y en el sitio de Bilbao, uno de estos proyectiles de forma esférica y mecha en combustión, cayó en la placeta de la plana mayor que dirigía la batalla a golpe de telescopio.
Ante el artefacto del que corría la mecha, más corrieron los generales y, un cabo algo ganoravaco, que se apellidaba Odriozola, abrió la bragueta y apagó el artefacto.
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68) GALEÓN

6/5/2021

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Así llaman a dos fincas rústicas del término de Cazalla de la Sierra en la Mariánica de Sevilla, Sierra Morena.
A ellas confundieron su origen.
Galeón era unos baldíos con un viejo pleito entre el Estado y el Concejo de Cazalla de la Sierra; aliagas, jaras, cantuesos, chaparreras. ¡Bichos y pinchos! Pero el Galeón tiene un río, el de las Lapas, unas sierras, aquellas en solana, las otras en Umbrías, y ¿el cielo? Nadie lo sabe; con
tan solo dormir una noche al sereno, velar espiando a los luceros, aguzar las orejas a los rumores de la tierra, entonces puede que el buen entendedor algo aprecie.
Por los altos cabalga la Sierra de Ganazo; este cazador de rabo al viento le dejó su apodo, era un furtivo. Si me sigues con atención, te lo revolveré en la memoria.
Así aparecía este hombre, las cuestas arriba sin toser, las que se precipitan al barranco sin resbalar placeta y se reía de los municipales, esos que llevaban el vergajo flácido y la faz ardiente.
Lo mataron una tarde de Agosto cuando más moscas había en un barranco al que le dicen Quebranta Botijas. ¡Por algo será!
A mi parecer aquella noche lloraron las adelfas y las retamas en el torrente del arroyo de la orza. ¿Pero se había convertido en un bandolero?
¿Fueron ellos los que a Cazalla les quebraron los cuarentamil duros en el Cerro Gonzalo, ¿O los que a Juan y a Polvorilla les vaciaron la bolsa en la Taberna de Ridruejo?  ¡Que se lo pregunten al Rifador!
Ninguno puede endilgar resquicios de verdad, todos han muerto, quedan rumores de viejos, malicias de pueblo.
La sierra de Ganazo se tapa con chaparros, retamas, murteras, charnecas y solo Dios sabrá de cuantas yerbas y hongos, presididos por el cono de un pequeño volcán apagado, en cuya falda duerme y se oxida un triste pluviómetro.
A todo esto le llamaban los colonos, los Lotes para diferenciarlos de las parcelas de viña y habitación para entonces bien cumplida.
Allí al amanecer gallea siempre un pollo chulo desde sabe Dios donde, que explica valiente ¡la vida sigue!
​
Le aplauden los bichos del campo, la abubilla, el alcaudón...
Mengañate el viejo, era alcalde de esta pedanía, que además de llevar su apodo fue hombre probo y de buen semblante ante tantas rencillas, litigios y disputas de poca razón.
Las casas se llenaron de hijos nueras y nietos, los que no cabían, la filoxera se ensañó con las vides y las cabras con todos.
Y empezaron a robarse unos a otros en aquellos años tristes de las postguerras, la nuestra civil y la mundial.
​Las enormes pipas de tantas arrobas, alineadas quedaron al cielo con sus grifos de bronce amputados.

Y llegó el guarda con su mujer y su hija, 
Veneno con sus uvas desde el Pilar de las Zarzas y el Pilongo y Sotana, Álvarez de sus enormes borracheras y caballo blanco, aquella mujer que tras la burra pregonaba "la traigo negra, la traigo blanca" y Escalera que se abismó, perdió los
pies cuando trabajaba en esas minas de El Pedroso que llaman del Redondillo.
Antes estas formidables edificaciones se utilizaron incluso como descanso y asueto para soldados cansados de trincheras con agua a media pierna o cantimploras secas. ¡En Cazalla y El Pedroso encontraron solaz en los bailes con las mozas del lugar, quedan restos!
Y llegó la paz y el hambre.
Aquella tremenda hambruna de los cuarenta ¡Dios!, ¿cuántos murieron?
Y muchos años antes la Venta del Tío Ramón.
Emplazada frente al Vado del Camino Real de Cazalla a Sevilla, de él dicen que era un chozo delicioso para el descanso, buen aguardiente y prado para las bestias de carga. La Diligencia aquí hacía parada en el vado y arriba, en la cumbre, un cuartel de Migueletes avizoraba el paso
por el Barranco Sevilla donde los pinos engruesan más.
Después en el Arroyo de las Lapas, hay una cascada que en las piedras talla conos donde se quedan los galápagos y allí en la canícula, cuando el agua se la lleva el cielo, las tortugas se quedan en el caparazón.
¡Se me olvidaba decir que por aquellos lugares se tapa un tesoro!  ¡El del bandolero!
Dicen de aquel hombre que herido se arrastraba arroyo de Quintanilla arriba, tapó su condesijo y aunque no murió perdió el recuerdo del lugar.
Lo único que se abejorrea es que reposa a un tiro de pistola del vado donde la princesa Isabel de Portugal hizo descanso en su viaje a los brazos del Emperador Carlos I, de Cazalla al Pedroso.
Allá entre Reventones y Navalagrulla había otra parcela propiedad de una mujer viuda de carácter abanto, cuya hija de buen semblante, iba en la burra al prostíbulo de Cazalla.
El abuelo vejancón, intentaba componer relojes en noches con candil, y ante su torpeza la nuera lo maltrató y lo puso triste y murió lleno de tornillos invisibles, pequeñas lupas y espirales despavoridas.
¡Dicen que a las madrugadas y en el corral de enramada cantaba flamenco entre las cabras con gran acierto!
Y Galeón seguía deteriorándose. Del horno del pan, aquella antigua tahona, solo quedan unos ladrillos y la pala para sacar las hogazas.
De la Ermita la espadaña y algo más.
De las escuelas, una para cada sexo y excrementos de cabras.
Tejas, vigas, algún material del pequeño laboratorio, de todo esto tan solo queda como un dedo acusador, la fachada de ladrillos, intento Neo Mudéjar que mira a una cascada frente a los cardales y al recuerdo de la maestra que allí recalaba en bicicleta.

 
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67) EN EL PEDROSO SE INVENTÓ UN AEROPLANO

5/5/2021

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¡¡Y volvió!! ¡Y aterrizó en la copa de una encina con su inventor y mecánico que llevaba una pierna quebrada y a su alrededor una piara de cabras despavoridas!
Yo no había nacido, me lo dio a conocer esa gente que siempre lo ven todo.
El motor era un desecho de un Ford de pedales, dos ruedas macizas de otro automóvil Renault, al que Dios sabe quién le dio ese destino, le dotó piernas para correr hasta el barranco, la hélice hay quien dice que la fabricó Paco el de Las Coronas, otros que fue Laorden el que las afinó en madera noble. De todas formas, se ponía en marcha con una manivela y su ruido en su marcha sosegada parecía decir: tito paco, tito paco, tito paco...
Ricardo, que así se llamaba su inventor y era un hombre cauto, lo tenía maniatado a un alcornoque, no se le desmadrara en las pruebas y surgiera al valle del río Viar como bicho del plioceno.
Se sospecha que su fuselaje tapado por las chapas de un gallinero, pero que le pesaba más de un algo la morra, no estaba compensado. Algún defecto así padecía el caza ruso Polikárpov en nuestra última guerra civil. Despegó la primera vez hasta dos metros de altura y hocicó advirtiendo al mecánico que había que compensar el peso del timón de cola.
¿Más cómo solucionar desde un cortijo, y a sesenta kilómetros de Sevilla esta deficiencia? Provisionalmente la corrigió con unos adoquines y vueltas a otro ensayo, aterrizó mansamente después de elevarse algún metro más y acabar el combustible seguido
de desprenderse el contrapeso de cola.
El padre se ofuscó, la madre lloró y las gentes del pueblo supieron a voces de arriero que el cacharro de Ricardo buscó el cielo y la pierna del piloto.

Ricardo nada más llegar compró un coche de alquiler para toda la feria, últimamente fue conductor de un camión al que seguía siempre un podenco de pelo cano al que alimentaba con una hogaza de pan.
Se le requería para toda eventualidad eléctrica o motriz y él aparecía con pocas palabras y seria estatura en aquellos tiempos que todo se debía improvisar.
Fue por aquellos años cuando Don Hilario del Camino invitó al rey Don Alfonso XIII a la mayor montería en Sierra Morena y en la que su Majestad no vio un rabo. Allí está el mojón del Puerto del Rey al que los republicanos borraron, ¡Rey!
También invitaron los hermanos Camino en las Jarillas, al doctor Asuero, aquel que esculcaba por los senos y despabilaba a los ancianos, lisiados, rencos y los echaba a correr como liebres tras teclearles el trigémino.
De la cárcava del Álamo que mira a San Benito, me traje a Clemente que murió en el chozo y venía liado en una manta sobre un asno seguido de dos mujeres vestidas de negro.
Quizás por ser testigo de estos y otros acaeceres, acaso por todas estas causas, era un algo escéptico y a mi parecer melancólico el bueno de Ricardo.
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66) MIS PRIMAS LAS CAPARRÓS

4/5/2021

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Habría de dar comienzo con un corrido mejicano, aquel que dice "Tres eran tres, las hijas de Elena, tres eran tres y ninguna era buena"'
 
La Primera Rosalía tartamudeaba
pero no se le notaba más que cuando hablaba.
Tres eran tres...(bis)
La segunda Patrocinio cojeaba
pero no se le notaba más que cuando andaba.
Tres eran tres...
La tercera Rosarito no escuchaba
más que al novio cuando le silbaba.
Tres eran tres...
 
Pues las Caparrós vinieron a visitar la tierra de sus antepasados desde las orillas del Paraná, ese río del que se dice como de algunas personas "que besa la orilla y se va".
Arribaron de aquellas pampas acompañadas por un hermano ciego letrado por la Universidad de Rosario. Hombre docto, liberal y profusa dialéctica.
Me regaló una calabacilla para sorber la hierba mate con una cánula de plata que decía: "Dame mate, dame mate que me gusta más que el chocolate".
A ellas tres les absorbían los escaparates de Sevilla y el pescadito frito y cuando fueron a Almería Se horrorizaron de la Sierra de los Filabres en el pueblo de sus abuelos, Uleila del Campo entre el cerro de Monteagud y el Desierto de Tabernas.
Se sospecha que un golpe de una lotería que se depositó en su barrio de Buenos Aires, el del General Sarmiento, les llenó la bolsa de plata.
No lo dudaron, a Europa, tres días en París, dos en Roma, un crucero por las islas griegas y al pueblo de sus abuelos en la sierra de los Filabres.
El hermano ciego, cuando lo llevamos al
Alcázar en Sevilla, se deshacía al sobar los azulejos, de los que a mi parecer sacaba más entendimiento en la obscuridad de sus ojos, que yo con la luz meridiana.
​De las tres, la menor en edad, había roto cama y habitación con un italiano a la que estaba unida en matrimonio. Me daba la impresión que no había cancelado los recuerdos y que se refugiaba en unas prácticas religiosas ultramarinas.

Ejecutó en nuestra presencia una danza lenta con movimientos de brazos y manos, que utilizaban para fervorizar a los fieles asistentes acompañada de una música mansa.
Descubrieron además de las pijotas fritas, el jamón de Jabugo y la manzanilla de Sanlúcar, los escaparates de un almacén de ropa femenina llamado Women Secret, de donde a pesar de su edad y proporciones hicieron provisión de lencería.
A la vuelta de su periplo por el Mediterráneo y tocar en Barcelona, un astuto catalán les endosó tres abrigos de piel sintética de brillante y distinto pelaje, lo que las hacía voluminosas en extremo e inefables en el trato a pesar de la fiereza de sus pellejas.
Detrás siempre murmurando malhumorado el hermano legista y ciego. Y como todo en este mundo acaba, llegó el día de la partida del clan de los Caparrós. En la terraza de la taberna nos despedíamos, caía la tarde y soplaba un aquiloncillo.
Mi mujer arropada por las tres hermanas con sus pellicas selváticas y ella de abrigo rojo, parecía la guinda de una tarta.
EI ciego y yo discrepábamos sobre la democracia y como él siempre me abrumaba con su buen decir declamando y a modo de finiquito, habló:
-Ya voy a cambiar de constelación, dejo La Estrella Polar y la trueco por La Cruz del Sur, las que nunca pude ver.
Te quiero...vos sos un loco lindo
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65) BOCETOS DE UNA MUJER SINGULAR LLAMADA AMPARO

3/5/2021

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Serían aquellos locos años de los veinte, del pelado a los garçon, de las doradas cocottes en las playas de Ostende, de la lista Kodak en el vestido de la mujer de la línea saco. (En aquel anuncio: "vacaciones sin Kodak son vacaciones perdidas").
Por esas fechas apareció Amparito, una adolescente impoluta de extrema y armónica configuración embutida familiarmente en las tramas y entresijos de las sociedades mineras del padre.
Bullía El Pedroso de explotaciones ajenas, con técnicos de apellidos de profusas consonantes en sus nombres y dedicada atención a ella y a su hermana Elisa.
De aquellos agujeros saltaban príncipes, ingenieros, magnates, y de la revolución industrial y las guerras, ¡todo!
¡Llegaron hasta las logias masónicas!
Gentes que conocieron la Andalucía de ayer, la pequeña cosa de la Sierra Norte, una vez por Malagueñas, ese cante que tiembla abajo, otras por el de las Minas, las del azogue que lloran más profundo, con presos y mulas con cencerros que en la obscuridad arrastraban las
vagonetas con un candil sobre el belfo.
¿Pero estamos recordando a esta adolescente, que por lo que yo entiendo, por sus escritos, caló algo de lo que estaba ocurriendo?
¡No! Erró sosa al atolondrarse por un provinciano hueco y con chispa.
 
"Mis afectuosos recuerdos a mi querida españolita" (M. Classeus. 1912).
 
¿Qué considerar de estas moralejas? ¿O de esta otra?
 
"Petit gage dámitié a ma bien chére Elisa de ton ami" (H.B. Van der Bril).
 
A la par que decrecían las actividades de las minas de Monteagut, la Lima, Navalázaro, Mancegoso o la de los Conejos y tantas más, desaparecían ingenieros, capataces, obreros y tantos mecánicos, barreneros y carretas, carretas de bueyes esas en el acarreo del mineral
al sueno de los ejes de palo con la canción del boyero.
¡Aquellos que tampoco engrasaban los ejes!
Hasta que llegó el silencio de otra guerra. ¡Y Amparo y Elisa, en dos caballos ingleses montadas a la jineta! en el ejido, frente donde la casa Krupp tenía oficina, también se escanciaba cerveza consumida por los foramontanos que no perdían vista a tan insólito espectáculo desde
un rústico mirador.
Tras la carreta cargada de pirita iban dos hermosas amazonas a la inglesa luciendo las dos más guapas parejas de jarretes.
Y Amparo abrigada cada vez más por su comunicación con el resto del mundo, bien por inefables postales, mejor en sus viajes.
 
 Cartas a El Pedroso, 1920.
 
“Dentro de unos días nos vamos a Holanda y desde allí a Bruselas, viendo el colegio en plena revolución gritar viva España y a nuestra Lisita y Amparo. Con todo mi cariño".
 
H. Van der Birl.
 
¡Y volvieron los ingenieros y los capataces al olor de la pirita para fundir minerales con destino a barcos y submarinos!
Y Amparo viajando por el mundo. Y coleccionando postales de sus admiradores esparcidos por América y Europa.
De la capilla Anvers, Hubertine le recordaba el bello día de su primera comunión en 1911.
María Teresa Heyudrichx le instaba a no olvidar a su colegio de Anvers cuando estuviera en España. (1912)
Y se fueron los años y las ilusiones, menos las de sus noticias y viajes por el mundo:
“Mi distinguida amiga; le escribo para saludarla y comunicarle estoy bien; igualmente le deseo a V. Salud.
Nuestro batallón sólo ha tenido tres heridos hasta ahora y no graves por fortuna. Espero Su contestación, así como a mi carta anterior.
Un saludo cariñoso de su amigo que la distingue.
Firma Antonio Alonso. Batallón expedicionario de Isabel II.
Melilla. 1921"
Y ella cada día más apetecible, culta e inteligente; era un contraste en París con Josefina Baker.
Pero en una cálida primavera de Sevilla, subió a sierra Morena y se enamoriscó de un hijo de graceja parla fabricante de jabones, y un algo se adormeció ante la caída de los negocios del padre.
 
“Reza mucho para que los asuntos de papá vayan bien, yo rezo ahora más que nunca... para todos y para que los negocios se arreglen lo que no dejo de pedírselo a Dios"
¡Le aconsejaba la madre!
Tenía también un amigo italiano del fascio, Luis Rocha que le solicitaba una fotografía desde la Calabria, pero desnuda.
¡Y mientras desde Saint Pierre, le enviaba una postal su amiga Henrriette Villemet 
recordando su estancia en Agosto de 1914.
¡A mi parecer esta mujer pasaba sobre las piritas y las escorias!
De los años de crisis de estas minas, de las cavernas ciegas, desdentadas bocas de  bichos muertos, la naturaleza que tanto sabe, las tapa púdicamente con romero,
tomillo, cantueso, nuestra lavanda...
​
¡Pero somos algunos los que todavía vemos a Elisa y a Amparo a caballo con una pamela de dos cintas al viento subir por la trocha de Monteagudo!
 
Hotel Braydon, 72 E 861 st. New York, C
"Un saludito antes de salir.
Su aftmo.
Tito Schipa."
 
Hotel Congress. Chicago.
 
A miss Amparito Hotel Craylon. 12-E-8614-st. New York. C'
 
"Reza mucho para que los asuntos de papá vayan bien, yo rezo ahora más que nunca...para todos y para que los negocios se arreglen, que no dejos de pedírselo a Dios y besos para ti, Elisa".
 
Efectivamente, la Guerra Mundial había transformado y arruinado hasta las explotaciones mineras de Sierra Morena.
Los submarinos alemanes habían avistado a un barco cargado de mineral de Marruecos con rumbo las Islas Bretañas, poniendo en grave crisis a la compañía de los Hermanos Latorre, propietaria del navío y afincada en El Pedroso.
Los negocios del padre de Amparito en Francia, Bélgica y Holanda, por secuencias de la guerra se devaluaban en huidas financieras.
A las minas de El Pedroso llegó lo que los marinos de la vela llaman la calma chicha: "Sin viento a Sotavento y menos a Barlovento".
Fue entonces cuando la casa Krupp desmanteló su oficina en la calle de la Estación de El   Pedroso y reclamó la presencia en Alemania, en Essen, de su ingeniero director.
Prestaron gran atención a los untos de la madre para conservar aquella piel que se les iba como a todos, y para la caspa ¡no había otro remedio!
“Yema de huevo, cloroformo y un buen lavado con jabón verde".
Recetaba.
"Formules déau de Cologne:
Eçcense de citron, de romerin, bergalmone, cedrat, néroligirofllee,
 avande geranissim y alcohol a 90º".
Boudoir des dames.
México. Herreros Hrnos. Un Doctor.
 
En los Saraos de la casa de El Pedroso, ante tres bellas mujeres, la madre y las dos hijas, cualquier mortal perdería la serenidad con la música gramófono de trompeta y el cálido atardecer.
¿Sería entonces, que coincidía con las horas pobres, cuando aquello que cuentan del notario con su escriba o amanuense?
El padre escanciaba los caldos, el gramófono repartía melodías atrevidas de la France, las tres mujeres danzaban en un salón de corridas cortinas, crepúsculo interior, a media luz los besos…
¡Total que, al notario, cuando pudo sacar el reloj, se le había puesto el sol y el embargo no procedía!
 
El veinte de febrero del 37 escribía Amparito:
"Hoy saldrán las cartas en el vapor Saturnia y por la tarde salí a pasear con Buqui Bucoldrer a un museo donado por un señor a la ciudad de New York. Por la noche me llevó al cine Gerry Leonard y, al volver al coche me habían robado la radio”.
Decía. “Hoy no salgo, no me gusta salir los domingos".
Y mientras, en El Pedroso, se moría Pablo Latorre el treinta de mayo del treinta y siete, y allí también estaba ella con claudia Ruiz en Las Alberquillas.
Todo se iba acercando.
¡Hasta el enredo de las oficinas de la casa Krupp! Alberto Weyer.
¿Qué pasó para dar propiedad a la casa de las oficinas?
¡No sé, tendré más que pensar o en mi buena pluma buscar!
Todo se fue desmoronando: las alpargatas de esparto, los canotier, el crudillo del terno, los bastones de espino…
Porque esa era la moda de la alta burguesía minera en Sudáfrica y Andalucía, ingleses Y alemanes.
El pozo de las oficinas de la casa Krupp casi se llenó de las botellas de cerveza que salieron del canasto que las sumergía, para su enfriamiento, el ingeniero director; el inmueble de estos lugares y mansión suya, por extraños trueques y negocios, pasó a ser propiedad de Amparo. Nadie volvió de Inglaterra ni de Alemania a reclamar algo. También la casa quedó sola con un zapatero por guarda y empezaron a caerse los techos.
 
“El dos de febrero del 37, fui al baile del hotel y me presentaron a Gary Cooper; me dijo estar encantado con mis ojos y con mi boca"…
En la primera Romería de la Virgen del Espino en El Pedroso y a la noche, se celebró una verbena en el corral de Paco López, donde las cervezas y el vino se enfriaron en los pesebres entre paja y hielo.
Allí subió Amparo, desde su casa de la Estación a este rústico baile, en una de cuyas mesas compartía sus encantos, ya un tanto desflorados, con Luis Rubio y Félix Cataño.
Llevaba un vestido color salmón casi transparente y yo, osadamente la invité a bailar. Me aceptó y se rió conmigo. Hacia bochorno.
"Cosas veredes".
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64) HAY UN REY EN SEVILLA QUE SE LLAMA ALMUTAMID

2/5/2021

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(Para mí no ha muerto)

¡No ha muerto en el 1009, como la importancia de su estilo que se emborrona en el viento a petición del monarca abbadí!
Ni su amigo y ministro Abenamar con el que paseaba una tarde por la Pradera de la Plata (S. García Gómez) y al ondular el viento el agua del rio, improvisó Almutamid
 
La brisa convierte al rio
En una cota de malla.
 
Y como Ben-Amar no encontrase respuesta inmediata, una muchacha del pueblo la dio así:
 
Mejor cota no se halla
Como la congele el frío
 
Maravillado Almutamid al ver improvisar a una adolescente con mayor rapidez que Ben-Amar, preguntó:
Me llamo Almutamid, pero me llaman Romaiquía porque soy esclava de Romaic y soy muletera.
¿Estás casada?
¡No, príncipe!
¡Tanto mejor porque voy a comprarte!
Almutamid amó a Romaiquía por toda su vida con gran pasión. Ella reunía todo por complacerlo, aunque sus caprichos hacían desesperar a su esposo por su tozudez.
Ya los citaba D. Juan Manuel en el Conde Lucanor:
 
"Et de sus caprichos acaesció estando en Córdoba empezó a llorar. Et preguntó el Rey por qué. Et ella como antojo de su voluntad que nunca dejaba estar en tierra que viese nieve.
El Rey por hacer placer, pues Córdoba es tierra caliente, fizo poner almendrales por toda la sierra, para al florecer en Febrero pareciesen los floridos que semejan nieve por le facer el deseo de Itimad".
 
No fueron estos sus antojos, fantasías, su loca imaginación de mujer mimada. (S. Cano y Cueto).
 
"Et otra vez estando Romaiquía en una cámara sobre el río, vio una mujer descalza volviendo lodo para dacer adobes et 
comenzó a llorar con desconsuelo. A la pregunta del Rey la causa, ella dijo que porque nunca podía estar a su guisa siquier faciendo lo que facía aquella mujer'
Entonces por le facer placer, mandó el Rey fenchir de agua rosada aquella gran albuhera de Sevilla, et en lugar de agua et en lugar de tierra, fízola fenchir de azúcar, et de canela, et de ajenjibre, et de espie (espliego), et clavos, et musgo (almizcle), et ambra (ámbar), et algalina
et de otras buenas especies et buenos olores que pudían ser; et en lugar de paja, fizo poner caña de azúcar.
Et que de estas cosas fue llena la albuhera, et de tal lodo cual entendedes que podría seer, dijo el Rey a Romaiquía que se descalzase et follase el barro et ficiese adobes del cuantos quisiese” (M. Pidal).
 
"¡Cuántas veces, junto a un recodo del río pasé la noche en la deliciosa compañía de una doncella cuyos brazaletes semejaban las curvas de la corriente! ¡Al quitarse el manto, descubría su talle, floreciente rama de sauce! ¡Qué bello abrirse el capullo para mostrar la flor!".
Almutamid era capaz de los más violentos contrastes. Hacía plantar flores en los cráneos de sus enemigos y adornar con ellas los patios de su Alcázar, o invitaba a un banquete a los reyes berberiscos de Ronda y Morón y después, cuando entraban en el baño, hacía tapiar puertas y
ventanas para que muriesen asfixiados.
La generosidad del Rey era inagotable con aquel que le enviara aromas de Oriente para los baños de Ytimad o Romaiquía y sus doncellas.
Estando un día sentado en su sala de audiencias, teniendo ante sí varias figurillas de ámbar, le presentaron una cantidad de dirhemes recién salidos de la ceca, de los cuales ordenó agasajar un saco al poeta Abu-Ara al Siquilli que estaba presente.
Y con otra intención adujo el poeta:
Mi Rey, esto no lo porta más que un camello.
Rio Almutamid y con buena expresión añadió un camello a la burra de Abu-Ara al Siquilli.
Abenamar de Silves, su amigo, su confidente, su ministro y su amante le...
​

 
(Inconcluso. Falta al menos una hoja)
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63) EL PLEITO QUE LE GANO MI ABUELO AL ABOGADO PINGANILLO

1/5/2021

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Unos dicen que por un árbol, otros que por las lindes de un olivar; las noticias que yo traigo a las mientes ni me alumbran de los motivos, ni tan siquiera saber la personalidad de este Pinganillo y tampoco muy claramente la del Maestro Ruíz, mi bisabuelo.
De todo esto tengo recuerdos de las desenfadadas anécdotas sueltas, muy deshilvanadas de su hijo, mi abuelo, un "bon vivant" que se arruinó a lomos de un buen caballo y un sombrero de Calañas.
El árbol motivo de tanto alboroto pudo ser lo que aún la llaman la Encina del Pleito o unos olivos en el regajo del Salto de la Rata.
¡¡Vaya usted a saber!!
Mi bisabuelo en las infernales ventiscas del invernizo, como le apetecían las callejas y la poca luz, calzaba la pelliza al revés abrochando el cuello con un alambre, pues los botones hacía tiempo le habían huido.
Con esta facha le dio el alto la pareja de la guardia civil cuando por un callejón escudriñaba a alguna hembra.
A la solicitud de la Benemérita de que se identificase, contestó con ira que estaban entorpeciendo en sus derechos naturales al mayor contribuyente del pueblo.
A su cuitada consorte, Mamá Loreto, la abandonó en su casa y se aposentó en un molino de aceite a tres cuadras más allá.
Era un carpintero de esa Murcia llena de huertas pequeñas y pimientos cachigordos estos que por sierra Morena llaman de cuatro cantos, albaricoques por los que suspira el pájaro…
A sus siete hijos les negaba tanta atención como a su legítima mujer, excepto a su hijo primogénito al que atendía con una educación medieval y otros recursos ancestrales, tal como siendo ya un buen mozo y este valsara con zagala no de su agrado, lo condujera con el sereno a su habitación y lo aherrara con unos grillos de canga a la pata de la cama.
“¡Mañana a las seis, al Mata Gañanes, os espero a los cinco con el carro para sacar el corcho del Azulaque!". Tronó el viejo fiero entre las lágrimas de Mamá Loreto y el vapor de la sopa del cocido”
Y la del alba sería cuando salieron de la Cruz del Humilladero, dos mulas, el carro y atrás en una burra el Maestro Ruíz con un sombrero de paja por la copa abierto como chimenea y una colilla de buen tamaño y tantos bultos como parece la culebra que tragó el nido de ratones.
A la llegada al Pilar de las Zarzas, donde los alcornoques dormían, podría ser, hace cincuenta años o Dios sabe cuántos más que la cosecha que cada nueve años regala el árbol, había sido expoliada y los troncos bermejos insultaban al sol.
"Esto no es robo de linderos; aprecio que ha sido familiar". Sentenció el patriarca, y carro, yuntas y burra volvieron a su cuadra en el pueblo de vacío.
Cuando los pequeños olivareros se empeñaban en levantar el cuello para entrever en sus árboles algo de esquimo él aconsejaba "tened paciencia y mirad al suelo que es lo que resta del fruto".
Cuando ya se veía truncado y ante las tertulias de taberna donde se ponían precios para tratos y comercios del campo, el muy ladino aseveraba: "Esperad que yo muera y compraréis barato". ¡No era torpe!
Y con sus credenciales legítimas, otros papeles, traje entallado y bigote joven, lo 
despidió el Maestro Ruiz con el regalo de 
un buen chambergo y un cintillo con unas monedas de oro para los primeros gastos y gestión con los Abogados del Estado, Procuradores, Curia, etc. y gastos de representación.
¡¡Había perdido el pleito en Cazalla de la Sierra y en Sevilla!! ¡No se resignaba! La Encina del Pleito o el hornazo de linde en el Salto de la Rata, a Madrid, al Supremo con mi abuelo como representante familiar.
¡Me figuro el sofoco que sufriría al tener que viajar a Madrid con duros para gastar, cartas de presentación, buena figura y un amigo de compadrazgo, cabo de la guardia real de Alfonso XIII!
En el año 1906, cuando el atentado a los Reyes el día de su boda en la Calle Mayor por el anarquista Mateo Morral, de ello fue testigo y a su amigo Marín, el cabo de la escolta, le mataron el caballo al proteger a la carroza real con Don Alfonso XIII y su esposa Doña Victoria. Murieron veintitrés personas y otros caballos. ¡Ya que le vamos a facer!
¡Y le ganó el pleito en el Supremo mi bisabuelo al abogado Pinganillo!  [TC1] y volvió de la capital de España mi abuelo repleto de pergaminos y escasa plata. ¡Pero la Encina del Pleito o el Hornazo del Salto, seguirían su ver pasar a las carretas o a la reata de burros de siempre!
Las tentaciones a mi buen abuelo no le faltaban; le brotó la Primavera de Sierra Morena cuando a mi abuela la dejó en cinta.
"Del país de las aventuras, la República Oriental del Uruguay, te espera tu amigo Vitoriano. ¡¡Cazaremos ñandús con los gauchos y las boleadoras!!".
De Rosario de Santa Fe lo llamaba A. Jiménez, su buen amigo.
Y vendió la huerta, la que dicen de la Pelagia, dejó a su mujer preñada de mi madre y embarcó en el "Cabo de Hornos" a Buenos Aires.
"En el país de lo desconocido te tengo un caballo…", escribía en una postal de "la muerte de Saravia nuestro general y padre de la patria triste suceso de la batalla de Masoller"
Su amigo Federico Von Derbroken le escribía de Alemania: "Al dorso del retrato verá al expríncipe heredero de Alemania forjando una herradura. Le estoy esperando en una taberna al lado de la forja y espero que venga esta mañana como es su costumbre".
De todos estos periplos, alguna vez soltero, otras ya viudo, volvía siempre arrogante, inteligente, más culto y con menos capital, lo que producía graves trastornos a sus hijas y a su suegro Papa Antonio.
Como epílogo de sus aventuras le hizo un crió a su criada y ya in extremis, me rogó mi madre fuera a buscarlo y acogerlo en una habitación digna.
Así llegamos a mi casa, yo confuso, él alto, erguido con una guapa sonrisa y una maletilla de cartón.
Dicen que cuando vino de Madrid, del pleito en el supremo, no cantaba mal esos caracoles que dicen:
 
¡Cómo reluce!
(bis)
La calle de Alcalá
Cuando pasan por ella
Los andaluces.
 
Y seguramente frecuentaría el Café de la Unión, donde termina la copla, en compañía de Curro Cúchares y el Tato.
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62) EN LA HUERTA CATAÑO LE DIERON UN TIRO A MANOLILLO

30/4/2021

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Fue de escopeta, entre naranjos y limoneros de una buena Primavera y muchos pájaros; una escopetilla con munición de mostaza le mordió el pecho.
Se arrendaban por entonces muchas habitaciones para enfermos que buscaban el verano para respirar huyendo de Sevilla.
A la tisis los galenos de entonces recetaban aires puros y clima de altura.
El ferrocarril de Sevilla a Mérida era idóneo, no solo para los enfermos; también con cualquiera comunicación con Extremadura, pues esa fue la única vía dado el destrozo de las carreteras de nuestra última guerra civil.
Y por ello era aquel tren que se llamaba el Ómnibus que arribaba a las nueve de la noche, o el Correo a las once de la mañana, por lo que el cura había de abreviar y el sochantre reducir los cantos para que las mozas alborozadas lo vieran correr echando humo.
¡Se llegó a cobrar billete de andén por presenciar el paso del tren!
Y los zagales del pueblo siempre jugando, que es su obligación, en el Ejido, en la Madroñera, en la Ribera del Huesnar…
Vivían los Sayagos compartiendo la vivienda al final de aquella calle, la del horno de ladrillos de Pablo, la de la Huerta de Carrión donde veraneaba Joselito el Gallo.
Subían recuas de burros por las jaras para quemar y aromar el pan de los hornos, en las tahonas del pueblo.
Bajaban carretas de toros repletas de pinos: Jaramillo, el de la Cataña, Brenes y tantos más que me fallan en la memoria y fueron buenos boyeros.
Huyendo de los sofocos de la capital, recaló una familia que arrendó unas habitaciones en el citado vergel, la Huerta Cataño, y en el patio bajo el árbol del Paraíso, frente al pilón que no se cansaba de recibir agua, centrar las mecedoras, proteger el búcaro y agitar el abanico al compás del chirriar de los grillos cebolleros.
El hijo de este matrimonio hacia pandilla con los chavales de la calle, siendo considerado 
​por su atuendo y maneras un jefecillo.
Aquellos naranjos y limoneros no supieron qué hacer frente al palomar y los dátiles de la palmera gorda. Tampoco a sus pies una mastina vieja arrastraba dos cachorros que no cesaban de gemir y mamar.

Y en la vereda, en el paseo de los Rosales ocurrió ese pequeño tropiezo, que mayor pudo ser. Muy poco faltó para que la herida de Manolo fuera mortal.
Una discusión entre chiquillos; la soberbia del chaval capitolino y la arrogancia de Manolillo le infundió al veraneante, tras amenazarle, a dispararle con la escopeta que imprudentemente puso en sus manos como regalo su padre, un tiro en el pecho. ¡Y allí cayó Manolillo con su 
camisa vieja y mucha sangre en una vereda de hormigas!
Pasaron, han pasado años, pero la calle del Horno de ladrillos de los Pablos, sigue meando un agua cantarina, la que hacía rebosar al pilar de Cartuja.
Nos encontramos en el Casino; no sé cómo me apreciaría él, yo en su buena estatura lo encontré un algo doblado y su rostro sin brillo.
Tuvimos un contacto entre viejos con recuerdos olvidados y a colación, no sé por qué, brotó su accidente juvenil.
"¡Me quiso matar!, no lo pudo por mor de mis gruesas costillas, esas mismas por donde están esparcidos los perdigones."
Es médico y en Madrid tiene consulta; correteo otros galenos que ante las radiografías a las que me someten, siempre me preguntan por esa mancha bajo la tetilla izquierda.
He tenido la tentación de ir a su consulta y que ante su radiografía me preguntara la razón de ese contraste sobre el corazón de mi pecho que era una plaza de toros.
"¡No iré! ¿Cómo le diría que son los plomos de una escopetilla en la Huerta Cataño que él me disparó?
¡Además a los médicos visito en peregrinación por otro tiro con el que no puedo! ".
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61) YO SÉ PORQUÉ ESA CRUZ ESTÁ AHÍ

29/4/2021

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Colada en un cerillo de la Mariánica y tapada por alcornoques y encinas, sorprende el paso de la carretera.
¡El que la fabricó razones tenía!
A su ladera y en un cortijo llamado Majalimar, mejor que en un zulo, vegetaba D. Juan García, un fascista belga llamado León Degrelle y jefe del partido nazi Rexista, colectando hongos y avisos de sus prisas para cambiar de aposento que no le perdonaban su incomparecencia al
Tribunal de Crímenes de Guerra...
De su vida no mucho podemos recordar, salvo que era un caballero. Lo amparaba el gobierno del General Franco y dicen que la mano del ministro Girón le cubría.
Tanto que, al ser condenado por el gobierno belga a muerte, él aseguraba que Spaak, jefe del gobierno, no se atrevería a imputarlo en los juicios de Nüremberg. ¡Algo habría!
Se hizo con sus dos hermosas hijas un hostal allá por la carretera de Lora, “El Molino Azul" y casó una con un andaluz y siguió itinerante el clásico fugitivo, pero al revés, el judío errante era él.
 ¿Por qué su mujer quedó en Bélgica?
En Constantina, en una ladera fabricó lo que parecía una Quinta Romana repleta de aguas, estatuas romanas y bustos de mujeres hermosas.
¿Cuál sería su procedencia? ¡La Carlina se llamaba!
¡Bueno! Como muchas veces me ocurre, no emperejilo bien mis recuerdos con la lógica comprensión de lo que se trata.
​
Cuando el desastre de las tropas de Hitler y los últimos momentos de la invasión aliada y
 rusa a Europa, tomó en Noruega un Heinkel con el que atravesó Europa hasta amerizar sin combustible en la playa de la Concha en San Sebastián, donde en el aterrizaje se rompió ambos brazos y una pierna.
De allí se perdió su rastro hasta un cortijo de Sierra Morena donde lo descubrieron los judíos y por él fueron aquellos servicios secretos.
Advertido desde Madrid y en suma vigilancia, por un portillo del cortijo tomó el campo, cuando tres coches rodeaban la hacienda.
¡No lo encontraron! En aquel alto pasó la noche inmerso en una madroña y con una Luger en la mano. Lo dijo Hitler "En caso de tener un hijo, me gustaría fuese como León Degrelle".
Después vinieron otros tiempos, la Guerra Fría, el Plan Marshall, la vuelta de los embajadores que se fueron de Madrid y hasta la cooperación con los yankis en las bases de Zaragoza, Torrejón, Morón y Constantina.
Antes, otro intento de secuestro, dejó envenenados una noche de calma chicha a todos los perros ladradores del entorno incluidos los de "La Carlina".
Y ¡¡contrastes de la vida!! Les fabricó viviendas a los especialistas americanos de la Base Aérea de Cerro Negrillo de Constantina.
¡Bueno!, cuando antes puse a mi protagonista en aquel cerro cercado de enemigos, él me confesó que llegó el final y prometió a Dios un recuerdo si aquel era su fin.
​
Murió en Torremolinos, fue testigo de mi boda y fabricó esa cruz que se ve cuando se sube a Sierra Morena.
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60) LOS FERIANTES

28/4/2021

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Para mí, como los Cristobitas que me hacían llorar o reír hasta provocarme el hipo, ninguna. La atracción que regentaba aquel barbián oriundo de la Tierra de Barros, absorbía a la gente menuda que se disputaba al igual que las gallinas, un asiento en los palitroques de una
escalerilla frente al escenario.
El local era un cubículo obscurecido por una lona y auxiliado en la labor de tapar sus agujeros por los andrajos de una manta.
El protagonista y héroe eterno vencedor, el Tío Cachiporra, que aporreaba con su cachaba al viejo y maligno Crispín, verdugo de la dulce Rosita a la que arrastraba por sus rubias trenzas.
A la salida, sobrecogidos de este guiñol, podíamos topar con la mujer que vendía los altramuces al grito de "chochos saladitos y dulces", o con el tío de los garbanzos tostados de blanco, inmaculados.
Este no lanzaba reclamo, pero sí el de las algarrobas que repetía en un murmullo muy quedo: "algarrobas, por un real una arroba". Colocaban uno tras otro sus mercancías en unas mesitas tocineras alrededor de la plaza.
En la esquina de mi casa se asentaba un anciano pequeñín y enjuto con ojos de garduña a medio tapar por la visera de una gorrilla. Era un cazador furtivo que arrastraba los pies por una perdigonada y en el suelo exponía las chucherías más rústicas; palmitos, uva palma, higos chumbos...no pregonaba por prudencia. En una ocasión que ofrecía al público el higo chumbo desprovisto de cáscara y espina al grito desgarrado de "¿a quién se lo pelo?" fue reprimido duramente por un cabo de la guardia civil.
La calabaza y el pincho de la pita, la tabla y las puntillas y algún otro ingenio más que no recuerdo, eran fantasías jocosas del Pollo.
La industria de este curioso personaje, cuya verdadera profesión era piñonero, se basaba en la física de Newton. Una monumental calabaza contra la pared, un adoquín a cuatro pasos y el aguijón de una hoja de pita astutamente recortado, hacía dudoso el acierto del concursante que intentaba clavarlo desde el pedrusco al blanco.
Una gruesa tabla de encina seca, una puntilla levemente clavada y una mocheta de largo astil, hacía imposible, de un solo golpe hundir la púa hasta la cabeza, y quedando en manos del buhonero la cuantía de la apuesta.
Los "Guay-Toma" y las Borriquillas Cachondas también aparecían de la noche a la mañana coincidiendo con el escándalo de las golondrinas y vencejos que formaban batallones para emigrar.
Las Borriquillas eran cinco o seis caballitos de madera un algo despintados que giraban sobre una plataforma circular montados por pequeños jinetes alborozados y brazos de las madres.
El "Guay-Toma" era un Tiovivo compuesto por pequeños columpios y movidos por una manivela que hacía girar un hombre sucio y mal encarado.
Los dos artefactos pertenecían a la misma y abundante familia en la que todos cobraban, empujaban o le daban al manubrio, y el principio y final de la diversión lo calculaba a ojo aquel hombre siempre en camiseta de verano con pelos en los hombros, golpeando con un hierro un latón. Por ello era un decir del pueblo llano, cuando los dineros se acabaron o escaseaban las perras gordas "estoy más bollado que el latón de las cunitas” (Para los pequeños el uno y el otro eran las Cunitas).  Gestoría de usuarios
El retratista con su caballo de cartón piedra y 
​el fogonazo o relámpago producidos con magnesio para sacar despavoridos a los retratados en la noche, reunía en círculos a los admiradores del artista, algunos con la malicia de salir detrás.
A veces, recorría las puertas de las tabernas un borrachín de charla incongruente con una caña en cuyo final giraba una garruchilla por la que pasaba una cuerda desde su mano a la altura de una persona, y al extremo que colgaba un paquete de tabaco de los llamados Peninsulares (el tabaco estaba racionado) y que al grito de: "¡A real el salto!" incitaba a que saltaran a cogerlo con el cebo de subirlo o bajarlo tirando de la cuerda.

Siempre ponían un puesto de melones en un rincón de la calle de la Palma que todo el mundo sabe que hace cuesta. Un gran montón de melones como zeppelines amarillos, estaban sujetos por unos troncos de madera a manera de calzos para evitar su espantada, a los que, aprovechando el sueño de los meloneros, algunos desaprensivos, abrían las puertas para rodar y ellos recolectar al final de la pendiente.
Había cerca de la pila del agua un hombre sentado con una navaja y muchos pedazos de caña a su alrededor. "Por tres perras chicas cien mil pompas particulares", gritaba hecho un energúmeno. Un trozo de caña más gruesa servía de taza, otro pitorrillo para soplar, un poco de agua y jabón de complementos, lo hacían fabricante de burbujas y de ilusiones tornasoladas.
Nunca faltaba la "Reolina". Una mesita de tijeras, sobre ella un círculo rodeado de puntillas todas iguales y clavadas a la misma altura, en el centro una tira de celuloide giratoria que rozaba los clavos con un ruidito que producía emoción y a intervalos regulares recortes de programas de cine con las figuras de los artistas masculinos y femeninos. Previo pago de la tasa, impulsabas el rotor y según el lugar que señalara, podías salir premiado con el artículo que tuviera encima el artista de cine.
Éste industrial era muy bruto y para decir que se apostara por la figura de hombre o mujer recomendaba muy serio "Metedle al tío que a la tía se la han metido". ¡No lo comprendíamos! ¡Además hacía trampa! Las puntillas de los buenos premios estaban más hacia fuera para que no rozara el marcador.
A mí me gustaba jugar a la otra Reolina, que era igual, pero te podía tocar una petaca de Ubrique o un lápiz. Él lo decía en su pregón: "¡por un punto una petaca! Y ¡Le ha tocado una máquina de escribir a pulso!" (el lápiz).
A mí no me gustan los toros; por eso yo no iba al de las Vistas. Este siempre se ponía a favor del sol, Metías la cabeza como en un cajón con un cristal y el tío iba poniéndote unas tarjetas, al tiempo que te las explicaba con voz muy triste: "Se hinca de rodillas y le pone las banderillas". Metía otra vista: "Se tira a matar que esa es la verdad" y otras tonterías más.
"Dicen que, a los mayores, si pagan más, les pone vistas de mujeres en cueros. . . "
¡Ahora que, como gracioso, ninguno como el tío de los camarones!
Portaba la mercancía en un canasto de mimbre con un asa en el centro.
Los camarones a un lado los cangrejos al otro, tapados con un trapo blanco mojado. Rechoncho calvo y sonrosado siempre con una media tagarnina apagada colgando de la comisura de su boca sin dientes.
Gritaba como cantando flamenco:  "¡¡Bichos muertos de la mar!!"
Yo me moría de la risa.
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59) A MI ME ATROPELLO UN AUTOMOVIL

27/4/2021

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Él era un producto de la chatarra de la guerra conducido por militares; yo, lleno de vida dando patadas a una mala pelota en el centro de la calle.
Cuando aquella bocina de goma dio su grito, la pelota y el pelotari buscábamos sitio entre las ruedas del artefacto, El baloncillo corrió en vecindad con el tubo de escape entre las cuatro ruedas y yo aferrado al parachoques delantero iba arrastrando entre las ruedas, puliéndome las rodillas.
Minutos antes me besó mi padre al paso, camino del hospital donde prestaba servicios y yo seguí tirando patadas al duro pelotón de cuero, beneficio del cuartel de Flechas o el de Pelayos.
El estadio, aquel tramo de calle polvorienta, tenía por jueces de línea dos centinelas que vigilaban las ventanas del antiguo Instituto, entonces prisión de aquellos gudaris que no cabían en el penal del Dueso.
Toda la noche de este edificio los ventanales encendidos y orden de disparar a quien asomara la figura.
Como yo iba a mi colegio por una veredilla de aquel jardín de la mano de mi hermana, allí nos topamos con el burro muerto al que en las penumbras la vigilancia de este centro confundió con el enemigo.
¡Y muchos desfiles! ¡falangistas, requetés, italianos, alemanes con aquella canción: "Yo tenía un camarada, entre todos el mejor...".
Al hospital me llevaron contra mis protestas de sanidad y mi reiterativa proclama de que no se lo dijeran a mi padre.
Lógicamente me preguntaron quién era mi padre y mi ingenuidad aclaró mi procedencia.
¡No quiero recordar la cara del autor de mis días al verme en la camilla repleta las piernas de yodo!
Peor fue la arribada a casa donde mi madre estaba advertida.
Ella era una andaluza que me sometía con su dulce y cariño férreo a un relativo control a mis disparates.
Recuerdo unas veces contrito, otras avergonzado, un algo orgulloso por mi honradez, el desenlace del apedreo desde la escalera de mi amigo Maurolagoitia a las claraboyas de vidrio que "Conservas Albo" tenían a nuestros pies.
Cuando sonó el timbre nuestras madres charlaban en el salón y nosotros, los delincuentes, ocultos en una habitación de trastos.
Aquel hombre empleado de la fábrica que
​llegaba a reclamar justicia y reparación de bienes, llegaba airado.
​Mi compañero lo negaba todo, su madre muda ante el estropicio y la mía indagando una y otra vez ¿Verdad que tú no lo has hecho, Luisito? ¿A que tú no has sido? insistía el responsable de la denuncia que nos vio por la ventana tirando cantos al tejado del local.

Pero la pobre de mi madre utilizó in extremis su prueba de los nueves para acabar con las dudas.
¿Por mi salud, hijo mío, que tú no has sido?
Mi contestación fue categórica (mi madre padecía del corazón y aunque así no fuera).
¡No, mamá, por tu salud, no!
Precisamente esto ocurrió allí porque mi hermana, que se había deleitado en la contemplación de una niña de su edad, funámbula, quiso imitarla sobre el alambre de tender la ropa del corral de Colasín y en esta práctica se fracturó un dedo y como mi padre estaba ausente, fuimos a la consulta del progenitor de mi amigo tan troglodita como yo.
Pero volvamos a mi primer percance, aquel en que me remolcó el coche.
Testigo desde su cierro de cristales, fue de mi accidente una mujer que soñaba con su marido preso en el penal del Dueso donde mi padre era el Médico y aprovechó la ocasión en la playa de San Martín de Santoña para hacer amistad y lágrimas con la esposa del médico del penal.
Tal como se consolaron de la guerra y sus horrores, fraternizaron y llevaron contacto en algún chocolate y bizcochos de la que la amiga de mi madre era maestra.
Fue un día cuando en su encuentro la esposa del gudari preso, a mi dulce progenitora le expuso la falta de comunicación con su marido y los defectos de la deficiente alimentación.
Sutilmente a su amiga le rogó, pues el control era muy restringido, acercara mi madre en su coche oficial para garantía y recibo, un bizcocho de su mujer.
Convenció a mi madre en su bondad a las reticencias de mi padre y se hizo correo por caridad, y más y más…
Mi padre volvió del penal más temprano y con enorme altercado con mi madre.
¡Traía en una caja de zapatos parte del bizcocho y un papelín enrollado en los dentros con lo que se interpretó como llamadas de amor!
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58) ARTESANOS

26/4/2021

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Tuve desde mi niñez una exagerada curiosidad por todas las actividades laborantes que rodeaban la vida de mi pequeño pueblo. El vagar por las calles y campos de la villa, patrimonio precioso del niño, te hacía topar con el esquilador o el picapedrero o el picapedrero y dar por bien recibido el cachetazo en casa por la hora de llegada, con tal de presenciar el remate de la faena.
Frente a mi hogar y pared con pared, tenían sus humildes talleres, el sastre, un zapatero maestro de obra prima y remendón de medias suelas y un barbero de cabeza monda. De uno a otro saltaba para fisgar, abusando de su consideración a mis padres.
Enrique era el sastre del lugar. Su verdadero cometido era cortar los paños sobre la gran mesa de mármol con unas enormes tijeras.  Siempre inmaculadamente de negro, canoso, con el jaboncillo tras la oreja, unas gafas en la punta de las narices y el metro colgando del cuello como una estola, parecía más bien un pastor protestante.
Tenía por costumbre, al tratar con el cliente, guardar las gafas y sacudirse las caspas de las hombreras, compartiéndolas con el interlocutor.
Las costurerillas que le auxiliaban y que se tiraban las bobinas de una a otra, citando solo el color sólo el color, formaban gran jolgorio cuando el tarasí aflojaba el vientre en su presencia, cosa que hacía con gran naturalidad.
Era una buena tijera que guardaba las distancias con la pantalonera Teresa la coja y con Remedios la costurera, verdaderas taumaturgas que trabajaban a domicilio, trasformando el traje viejo del padre en terno a estrenar por el hijo.
Asistía a todos los entierros sin distinción de clases y abría camino a las cabezadas en las hileras de los pésames. Paradójicamente cuando murió en Madrid, solo le acompañó la familia.
Su vecino Carrasco era zapatero, uno de los muchos zapateros del pueblo. Estaban clasificados dentro del arte sutorio en finos, entrefinos y bastos.
Carrasco, con Benítez el Jabonero, copaban la fabricación de zapatos, escarpines, borceguíes Y botines.
Su aplastado banquillo que no llegaba a la rodilla, estaba dividido en compartimentos por junquillos, donde se diferenciaban los saetines, tachuelas, el cerote y tenían sitio las leznas, el cartabón, el sacabocados, la pata de cabra y el martillo de boca plana y orejas de liebre. Hormas y tirapiés andaban por el suelo junto a una vasija de barro donde nadaban
las suelas.
Los zapateros en basto, como Antoñín y el Niño de Benítez, habían abandonado la ternera por el becerro y en los pueblos no se conocía la valentía que envilece al andamio.
Eran capaces de fabricar una bota de campo, recia con el piso y entallada a la caña, de manera que no cupiera un escrúpulo.
Manolico el Barbero completaba la trinca de menestrales vecinos. Con el Doctor y Sarandita repartía el prestigio en la actualización del corte de pelo.
Amueblaba a su industria un sillón rígido frente a un espejo, donde si el cliente era de poca talla, añadía un banquillo de madera. En una repisa debidamente ordenados jabón, brocha, maquinilla, navajas y suavizador.
En la vitrina el escalfador, una bacía de reducido gargantil y dentro de ella, una pelotita de marfil que introducía en las bocas de los viejos desdentados, con la misión de rellenar los huecos y arrugas de la cara para un rasurado sin peligros. Sin peligros de cortes, pues el de la
ingestión ya se había dado repetidamente.
Alfajemes más rústicos eran Enrique el Barbero y Molano; éste último sangraba y sacaba la muela cordal con gran pericia, por lo que incrementaba sus herramientas con cuchillas, un frasco de sanguijuelas y el oxidado pelícano.
El apodar a uno de los peluqueros el Doctor, ocasionó un duro enfrentamiento entre la criada del médico, algo faltosa, y un barbudo viajante de un laboratorio. A la pregunta que, si estaba el doctor, la fámula lo envió a la barbería por dos veces, cosa que interpretó alusiva el piloso representante.
Casi haciendo esquina con el cordel de Constantina que parte del ejido, está situada la talabartería del Cano. En el centro de la habitación que hace de taller y escaparate, sentado sobre un corcho, cose y borda junto con un hijo, jaeces, albardas, colleras y frontiles. Es como un sastre de las caballerías, tomando medidas para unos lomillos o un aparejo.
Se rodea de lonas lisas y con listas, cueros, badanas e hilos de lana roja y amarilla. De una viga pende un haz de paja centenaza para relleno de bastos y hasta la puerta trasciende un fuerte olor del espato de los serones.
Es un huraño artista que se desmadra en el bordado de unas anteojeras con diseños ancestrales, para el lucimiento de un burro liviano.
La fragua estaba más arriba, porque había dos. La otra era la de Fogata.
Legañilla era un rejero y Fogata un herrerón; por eso tenía más movimiento el primero; pero ambos contaban con los mismos elementos.
El uno membrudo y seco de carnes, leía el periódico en cuclillas sobre la bigornia con unas gafas de un solo cristal, y el otro, relleno y colorado, asaba el chorizo con papel de estraza en el borrajo.
El yunque, el macho, el martinete, la cayadilla y el barquín eran sus herramientas, y sus cometidos fabricar y templar hachas, rejas, hocinos, calabozos, herraduras...y para ayudar siempre tenían a un chaval tiznado que hacía de palanquero.
El callejón del Latero, que parte de la primera de estas ferrerías sube por unas escaleras hasta la vivienda de quien le puso nombre: el maestro Latero.
Es una humilde casita de muy reducidas proporciones, donde casi no cabe el hojalatero orondo y ventrudo.
Con una mano atiende al fogoncillo de carbón vegetal donde calienta los soldadores y con la otra, no descuida una botella de mosto con una espita en el corcho a la que besuquea de cuando en vez.
En la mesita con grave desorden se pierden las barritas de estaño, la trancha, el martillo, la cizalla y en un rincón el parahuso que él llama trincaesquinas.
Tiene una total anarquía en el horario de cierre y apertura, perdiéndose por esos campos en busca de setas, peces o conejos y anda a la gresca con las mujeres que traen y llevan ollas, chocolateros y alcuzas.

​Conserva el canuto con su licencia militar a la que acompaña una condecoración al valor personal y a la que no presta atención tampoco.
Todas esas latitas de leche condensada con un asa en forma de oreja que sirven para beber en las fuentes, migar el café de los niños o repartir vino en las cuadrillas del campo, todas esas, las ha hecho él.
​Para ver a los picapedreros inmersos en su

faena hay que perderse en la Porrilla, a la que bien se puede ir, aunque no tuviese el atractivo de los canteros.
Entre la fantástica confusión de moles de granito y con la cadencia de los trucos que portan las vacas retintas, se escucha un clink, clink rítmico, pues ¡allí!, allí están Jarilla y su hermano Remolino desbastando un bolo berroqueño, labrando un rodezno, escuadrando adoquines o picando el solero de una almazara. Le rodean por el suelo el tirador, la martellina, el porrín, escoplos y punteros y a poca distancia simula dormir un perrillo de lanas a la espera de un lagarto o una culebra. Si al remover una piedra, alguno de ellos surgiera, el chucho lo acosa y los hermanos lo cazan y desuellan, convirtiéndolo en sabrosos platos para sus paladares.
El esquilador puede ser de bestias o de ovejas. El representante del primer grupo es el Gitano, que utiliza el callejón más cercano como local y desentona del ambiente por su pulcritud, elegantes modales y abrillantado peinado.
Su ajuar lo componen tres tijeras envueltas en un trapo, del que una saca y otra mete con ademanes de artista absorto en su obra, haciendo curiosos dibujos en la grupa del pollino y caprichosos recortes en las crines y cola.

Remata y dignifica su obra lavándose las manos, sacudiéndose las cerdas y peinándose delicadamente.
Los peladores de ovejas son gregarios y utilizan locales apropiados para ejercer su oficio, como el tendal y el bache, donde a los animales se les rapa después de obligarles a sudar.
Es un gremio jerárquico, donde el esquilador se diferencia del vellonero que recoge y apila la lana y el morenero que porta de acá para allá el morenillo, mezcla de carbón y vinagre que se aplica a las cortaduras.
Desde muy antiguo se trabaja por anequín y los más viejos gustan llamarse marceadores.
Por el olor que denuncian las ropas, se averiguan al gremio a que pertenecen.
EI oficio de herrador le viene de muchas generaciones a Falcón, que hoy lo monopoliza. Este tiene dos dientes de oro y cuelga las jaulas de las perdices en la misma pared donde están clasificadas las herraduras.
El local en que trabajan él y sus hijos es un corralón con el fondo porticado, y el potro para aplicarles los callos a los toros de las carretas, ocupa la presidencia. El espectáculo de colgar a tan poderoso animal y maniatarle hasta lograr su inmovilidad atraía a toda la chiquillería que tanto o más se sobrecogía en la castración de un caballo, derribado en el suelo y apiolado, con el albéitar sobre su vientre apretando la mordaza.
Aún mientras colocaba las herraduras a un jumento, con la boca llena de clavos, el casco sobre el muslo y la cuartilla asegurada por una vuelta con las cerdas de la cola, no cesaba de narrar con notable exageración lances de su afición venatoria.
Haciendo de mariscal también curaba dolames, alcances y arestines... y por la noche, en el banco de herrar, los perros sin amo se disputaban las virutas de los cascos que sacó el pujavante.
Los carpinteros podían reducirse a tres: Manolito Laorden, Paco el de las Coronas y Teodosio.
Manolito era un virtuoso; de complexión delicada, a veces, a solas, tocaba un viejo violín igual que hacía una ensambladura a inglete o a cola de milano.
Era el mejor fustero y su consulta obligada para toda obra de precisión y embellecimiento. Por su precaria salud y exigente selección de las obras, su público era escaso y el taller se desvencijaba.
El de las Coronas tenía el obrador a un tiro de piedra de la taberna de Cándido y sería por la proximidad o por constitución, andaba en todo tiempo rubicundo de semblante y liviano de ropa.
Escofinas, garlopas y formones rodaban por el banco; la cola siempre derramada en el piso y la contabilidad de los vasillos que consumía en sus escapadas al mostrador de Cándido, las anotaba en la pared con un lápiz de ampelita.
Con una hora de antelación y diciéndole quién fue el muerto, le confeccionaba al difunto un ataúd a medida; que si alguna falta padecía era lo peguntoso del barniz que no tuvo tiempo de orear y señalaba las ropas de los costaleros,
Teodosio lucía un bigote a semejanza del de Castelar; era aladrero y maestro de aja o hacha, porque éstos, tierra adentro, construyen los barcos del campo que son los carros y carretas.
Su industria la tenía emplazada en un salón tenebroso, donde labraba las
Piezas de menor tamaño, y la placeta aneja era el astillero donde
consumaba su obra principal: la armadura de las carretas de bueyes.
El yugo la lanza y los timones [TC1] unidos por tas teleras, esperaban a la puerta del taller al acoplamiento de las llantas a las pinas que formaban las ruedas, y en cuya faena Teodosio echaba el resto.
En una gran hoguera para calentarla por igual se depositaba este aro de hierro, que poco antes de llegar al rojo, era sacado precipitadamente y metido a presión envolviendo la madera y enfriándolo rápido con abundante agua.
Muchas veces se quemaba el maestro los bigotes y no siempre la faena salía bien, pero si esta fue a satisfacción del carpintero, mandaba por vino y daba la jornada por conclusa.
Sus herramientas, como las manos y borracheras, eran descomunales y herencia de antepasados remotos: azuelas, barrenas, gramil, barrilete, asnillas... ¡qué sé yo!
Lo menos dos veces al año nos pasaba el afilador. Y digo nos pasaba, porque no estaba con nosotros. Resbalaba de un gran caracol anunciándose por las dulces notas de su chifla y desaparecía súbito, dejando el cielo encapotado.
¡Va a llover, ha sonado el afilador!
Empujando carretón por las calles del pueblo, lanzaba su reclamo en el que se adivinaba la saudade de hórreos y pallozas, y al que acudían las mujeres con tijeras y los hombres con navajas.
Con leve vuelco trasformaba el vehículo en herramienta dejando al aire la rueda grande como volante, al carretón sobre sus patas y la muela y et mollejón dispuestos a repartir chiribitas para todas las mozas del pueblo.
Un disforme cuerno de buey tenía por colodra y lo mismo aguzaba una lezna con el callón, que cabruñaba una guadaña.
Hablaba poco; una vez nos contó a los golfillos que le hacíamos corro, que salió de su casa hacía dos años por Castilla y que ahora volvía por Extremadura, siguiendo la galaxia que llaman Ruta de Santiago.
Yo me lo imaginaba por todos los rincones de España esparciendo las notas de la siringala, iluminando los ojos de los niños con las chispas de la piedra...
​¡¡Madre, yo quiero ser afilador!!
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57) EL MOLINO DE ABA]O

25/4/2021

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"Cierta cosa es esta quelmolino andando gana
huerta mejor labrada da la mejor mancana
mujer mucho seguida siempre anda locana…"
 
El trigo, la cebada, la avena y un algo de centeno' es lo que molían estas fábricas. Este último siempre ocupaba una estrecha franja circundando a la verdadera labor, trigo o cebada, sirviendo así de para-vientos y escudo contra las agresiones del ganado suelto.
Además, la paja centenaza era de gran utilidad en talabartería para
lomillos, albardas y bastos, y con los juncos, formaban el abusado de la choza donde se traspone el pelantrín; en verano bien frías, en invierno calientes.
Más eran molinos de pan que de pienso, y el trigo para este menester había de ser candeal; Pero como su producción ha sido siempre mordida, la reparaban con acarreos de Almadén de la Plata y de la Hoya de Santa María.
La molturación de los granos estaba repartida entre varios ingenios; uno, situado en el ejido de la villa, movida la piedra volandera por las fatigas de un burro; y dos a las orillas del río Huesna: el de Arriba y el de Abajo, empujados los rodeznos, a mi parecer, por la espuma del agua, los soplos de los chopos y el cantar de los pájaros.
El de Abajo es una nave alargada, de techo con viguería nudosa, sobre la que se desploma el río en tres saetines, que accionan dos muelas y agitan y hacen temblar a un juego de harneros y cedazos.
Regía esta industria “Enrique el Mojino", apodado así por ser oriundo de Alanís, quien además de ser maestro en su oficio, era hombre limpio y de gran ingenio.
Sorprendía su procedimiento para exterminar las ratas, a las que asediaba con múltiples perchas conectadas por un cordelillo con cencerros, que avisaban la consumación del lance y doblaban a difuntos.
​
Es natural que se prefiriera la harina de este molino por su uniformidad y limpieza, amén de la holganza en que se convertía el traslado
 del cereal para su trituración. Los siete
​kilómetros de camino y la belleza del lugar, trasformaban una necesidad en jira campestre; casi una romería

particular.
Pero un desgraciado accidente deformó para siempre esta predilección.
Con cuatro costales de trigo en dos caballerías por delante, iba Antoñín al molino. Le acompañaba en una pollina su hijo menor, con el propósito de, mientras su padre moliera, coger grillos en el llano de la vereda de carne, y juntos comer el contenido festivo del capacho que colgaba de la burra.
Llegados al antiguo molino, en tanto el padre y Enrique, molendero y molinero, descargaban y pesaban el grano, ya el chico andaba enredando en el soportal, intentando alcanzar los nidos de golondrinas.
Al ir a trabar las bestias recomendó Antoñín al molinero no perdiera de vista al travieso chaval, dado los peligros del tragante.
Cuando volvió el padre, Enrique el Mojino andaba enfrascado en su faena, disfrazado de anciano por el polvillo de la harina en cejas y pestañas.
-¿Y Manolillo, dónde está?, gritó Antoñín para hacerse oír sobre el ruido del agua y el de la piedra.
-Por ahí fuera anda. - Contestó Enrique, al que la cara se le había tornado más blanca que las cejas y pestañas.
¡¡¡Manolo!!!, ¡¡¡Manolillo!!!, gritaba el padre angustiosamente mientras el molinero bajaba al socaz.
Allí comprobó porqué se le trabó el rodezno; no fue un palo de los que arrastra la rivera del Huesna.
Horrorizado corrió entre la chopera a refugiarse en el molino de Arriba, acompañado por los gritos de Antoñín, que de bruces ante el cárcavo donde se distinguían unos trapos, no cesaba de repetir:
¡¡¡Manolo!!!, ¡¡¡Manolillo!!!
En el hastial, el escudo nobiliario que preside desde siglos, asistía pétreo; las golondrinas seguían su juego en las coladas al soportal, y el agua del río hacía contrapunto con los grillos del llano.
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56) OTRAS COSAS

24/4/2021

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Hay un balcón sobre un pocillo y en un patio de losas berroqueñas con dos palmeras ancianas, que mira triste bajo el reloj de sol al que acondicionaron los monjes cartujos. Al frente están las cuadras y hacia el rincón una lúgubre almazara con enormes vigas fechadas.
La sopa boba la distribuían los clerizontes y frailes, por aquella portada
que asoma al camino viejo de las minas y que también es comienzo de la vereda del Cañuelo.
Por aquél hueco cayó Doña Lorenza arrebujada en su toquilla un atardecer de ásperos vientos. Dio un alarido en el aire y Josefa la mujer de Joseito el de la Jeringa, asomada a la reja de la cancela, la vio como un rebujo de trapos sobre las losas de granito y a su hermano Don
Miguel en el balcón con aspavientos de loco.
Los dos hermanos Doña Lorenza y Don Miguel, solterones, compartían la misma botica herencia de sus padres y al decir del pueblo llano no en buenas relaciones.
¡Si Don Miguel bebía las pequeñas arropías! ¿No lo sabía todo el pueblo? ¡Acaso preguntó algo la cigüeña que cruza el convento todos los días? Los guindillas no sé pronunciaron, el juez de paz era casi analfabeto, el médico dijo que murió del golpe, el forense que falleció delporrazo y el juez de instrucción quedó enredado entre los abogados de las dos herencias. ¡¡Abogados, jueces, fiscales!! ¿Para qué más?
“Viene el pleito a Diputación, allí es Bartolo, e Cino, Digesto, Juan Andrés e Baldo y Enrique do soy. Mas opiniones que uvas en cesto e cada abogado es y mucho presto e desque bien visto e bien disputado, fallan el pleyto en un punto errado e toman de cabo a quistión por esto".
(Decir que fizo luan de Mena - S. XV).
​
​Y el pueblo llano falló en rumores, noticias,
 susurros de viejos discuentos, sospechas y ansias de los letrados de prolongar el pleito.
Según cuestión de la Familia, Adulfa la Buenas Tardes, con frecuencia discutían por cuestiones económicas, pues ella era mujer ahorrativa tocando el exceso y al hermano no le llegaba la renta por su dispendio.
Los sobrinos beneficiarios del testamento de Doña Lorenza, mantenían que se lanzó por el balcón ante el acoso de Don Miguel armado con un cuchillo coquinario. Los otros consolaban al caduco y contrito Don Miguel basándose en que el mortal accidente fue por causa del celo en la limpieza, notoriamente exagerado, mantenido por la hermana que la llevó a encaramarse al balcón para matar una salamanquesa. Y en este dilema familiar y cuando parecía que brotaba el escándalo y la curia intervendría, muere Don Miguel. Hacen concilio los allegados, se insultan, se abrazan y reparten los bienes de ambos en cordial armonía dejando a la perpleja justicia sin causa.
En fin, de todos estos enredos lo que queda es el balcón, el balcón de Doña Lorenza. ¡¡Pero buenos eran los dos!!
Don Miguel abría la cancela a la chiquillada para que acopiaran dátiles y retozaran, Doña Lorenza tan solo cobraba cinco céntimos por llenar los dos bolsillos con el fruto caído. El hermano desde la madrugada hacía penitencia por todas las tascas y ella como una bicicleta sometía a la criada, Adulfa la Buenas Tardes, a severa vigilancia en la administración desde la cal al tocino.
Dicen que, en las noches de viento, las bóvedas que cubren este viejo convento aúllan por las ventanas sin cristales reproduciendo el alarido de Doña Lorenza.
¡¡Es mentira!! Allí tan solo suena el aire podrido y algún cárabo que hace gu, ru, gu, gú.
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55) UN ATASCO

23/4/2021

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La hilera de vehículos se perdía en las dos direcciones y yo tenía la sensación de encontrarme justo en el centro; avanzábamos dos metros y vuelta a parar, así una y otra vez de forma que el atolladero llevaba trazas de eternizarse.
Entre la lluvia que no cesaba y la muchedumbre que salía del partido de fútbol, la avenida se había atorado de automóviles y sus conductores desahogaban los nervios a golpe de bocina.
Resignado, paraba y volvía a arrancar con aire aburrido y la vista puesta en el que me precedía, y, a fuerza de repetir esta maniobra, presté atención a los ocupantes del lujoso coche que me abría paso.
Era una pareja, y ella a la que veía el semblante, una joven, casi una niña de facciones regulares y cabello negro. A él solo se le distinguía el occipucio algo aclarado de pelo; debía ser grueso, más bajo que su acompañante y gesticulaba envuelto en el humo del cigarro.
A la protagonista la contemplaba mejor por estar vuelta hacia el conductor y le observaba nítidas las gruesas lágrimas que le corrían por la cara y su expresión de angustia.
Con una malsana curiosidad, seguí atento el gratuito espectáculo y olvidé todas las prisas, agradeciendo la lentitud del tráfico que me permitía presenciar este drama tan naturalmente interpretado, que tenía por escenario el interior de un automóvil y a pesar de la multitud que nos rodeaba, un solo espectador.
Había momentos en la discusión que debían mantener, que el hombre le acusaba con el dedo índice extendido y al volverse se le recortaba un perfil de líneas groseras, mientras ella con la cara tapada por las manos, movía convulsa la espalda.
Me inspiraba tal lástima la desolación de aquella criatura, que difícilmente me reprimía los impulsos de intervenir. Había ido poco a poco en la observación del proceso, tomando partido a favor de la más débil, más delicada, a la que consideraba bestialmente tratada por el berzotas del protagonista.
En una de las ocasiones que todos frenamos y se encendieron las luces rojas en las traseras de los carruajes, pude ver destacado al zafio camorrista empujar airadamente a su dulce acompañante hacia la portezuela.
Entonces ella inopinadamente se engalló, le atizó una soberana bofetada y se enganchó a los pocos pelos de la cabeza de su contrincante. El otro la agarró por el cuello, la puerta se abrió y la doncella rodó por el asfalto enlodado enseñando unas bonitas piernas.
Yo no me pude aguantar más, salí disparado con idea de socorrerla y con
el propósito de enredarme con aquel inmundo batracio, pero no me dio tiempo; cuando llegué, ella se había incorporado y entraba en su coche, cuya puerta cerró sin prestarme atención y tras la ventanilla observé como proseguía la reyerta.
El escándalo producido por el resto de la caravana que me seguía, a los que mi inmovilidad estorbaba y los silbatos de los guardias, me obligaron de nuero a seguir mi peregrinaje sin haberse los contendientes ni percatado de mi existencia.
Mientras estas cosas ocurrían, un conductor maniobrista se me coló delante con gran desesperación por mi parte, pues ya había tomado la solución de este conflicto como cosa mía, y, naturalmente, me puso la observación y el seguimiento mucho más difícil.
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De todas formas, a la jovencita la estaba 
maltratando aquel cerdo, porque eso lo adivinaba, aunque me taparan casi toda la luna posterior a través de la que yo quería ver, las cabezas de los niños que llevaba en el asiento de atrás mi nuevo antecesor.
“Lo más fácil es que sea un matrimonio de los muchos que hoy se ven, cavilaba mientras me esforzaba en no perderlos de vista; él es un cateto con dinero y ella una niña finita, mona, con estilo, pero sin un céntimo y por consejo de la familia se ha desposado. El marido, que me reafirmo, es un burro con cuartos, tiene celos y no le permite vivir con
tranquilidad. Ya te ha perdido el respeto y llega a la tortura física. Si tiene hijos el problema es más difícil, pero si como aparenta su figura no es madre, ¡que alegue malos tratos y lo mande con la suya…!
Claro que también podía ser su padre, porque diferencia de edad hay para eso y más, pero, aunque así fuera, ella saldrá a su madre. Si; en ese caso el padrastro es viudo y esta pobre criatura seguramente está perdidamente enamorada de algún chaval que no le gusta al viejo y por ello la tiene esclavizada.
Yo en su caso huiría con mi amor y que se las arreglase solo el tirano.
¿Y si es su amante? No lo creo, por la cara de inocencia y honradez de sus ojos, no lo creo. Pero si así fuera, una mujer no debe nunca permitir a un hombre, aunque sea su mancebo que la maltrate. Otros podía encontrar, dados sus méritos, con los que pudiera convivir en armonía.
Lo sensato sería quedarse con los regalos y despedirlo”.
Aprovechando un hueco y jugándome un embellecedor, de nuevo me coloqué a su trasera acercándome hasta juntar los parachoques para ver en qué situación se encontraba el altercado.
Ahora estaban los dos rígidos y silenciosos envueltos en la humareda del puro que fumaba el hombre y que parecía molestar a su pareja.
¡Ni para eso tiene educación y sensibilidad este mostrenco!, me decía a mí mismo.
Y de nuevo él comenzó a soltar el volante y a mover los brazos con ademanes violentos y ella a llorar mansamente.
 Sin darme cuenta, tan enfrascado iba en el desenlace de esta tragedia, me había pasado el cruce por el que debía haber seguido mi ruta, y comido por la curiosidad, lo confieso, los seguí espiando como un aberrado.
Otra vez volvió la calma a la pareja, bajó la ventanilla el marido, el padrastro o el amante, lo que fuese, y tiró el puro.
Ella se secaba las lágrimas con su pañuelo que le había cogido de la chaqueta y en el momento que todos frenábamos una vez más, la muy idiota inclinó desmayadamente la cabeza sobre su hombro.
¡Le hubiera pegado! ¡Esta desgraciada no tiene dignidad! Y el muy sinvergüenza se aprovecha de su juventud y de su dulzura... ¡Vivir para ver!
Estas ideas me asaltaban cuando airado buscaba una salida para volver a mi camino y abandonarlos a su suerte, pero había de ver más, y me estaba muy bien empleado por meterme donde no me llaman.
En estas, el zafio torturador para su automóvil y abraza a la chiquilla, en una interminable escena de pasión a la que todos los conductores, y yo inclusive, aplicamos nuestra repulsa estentórea.
Cuando sorprendido por el alboroto que producíamos volvió el galán la cara hacia mí, con enorme sorpresa advertí que el que lloraba ahora era él.

 
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54) FONTÁN

22/4/2021

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Si las descripciones, si la trama de lo que voy a referir os produce desgarradas melancolías, penosas repulsas de tiempos misérrimos,
Pasmo ante costumbres y mentalidades incomprensibles, entonces no he hecho más que traspasaros mi estado de ánimo. Las imágenes las tengo vivas y podían confundirse con las ilustraciones del libro de hadas de Rackham, en que el viejo sarmentoso cabalga sobre Simbad, se materializa en Fontán.
A Jesusa la conocí vendiendo escobas y soplillos de palma y más tarde supe que emigró a Barcelona huyendo del hermano. ¡Pero a la gente le encanta hablar!
Y sobre todo de temas escabrosos. La maledicencia entre las comadres, al igual que la infantería no reconoce obstáculos ¡Claro que todo esto pensaba cuando aún no conocía a
Fontán!
De él se hablaba siempre como de un ser extraño a la sociedad del hombre, al que pocos habían visto y menos pudieron hablarle. Si algún comentario se hacía sobre la rusticidad o el primitivismo de alguien, se comparaba con Fontán; cuando de un hombre se resaltaba la fuerza d sus brazos, también surgía Fontán; el cabrerillo de las Mesas mata liebres con honda, Fontán ha matado más de un venado con igual arma; en los chistes y retruécanos impúdicos, también era citado Fontán y sus cabras como el sumo de la lascivia.
Para muchos era un fornido sátiro.
Sus padres vinieron de Extremadura arreando a las ovejas de la Mesta y asentados en Majadal Alto, allí criaron a sus hijos, allí esquilaron las borras y de allí los porteó el carro al cementerio, cuando los asfixió el humo de los tamujos encendidos del chozo.
Fue esta la única vez que a Fontán se le vio en el pueblo y provocó el escándalo. ¡No era para menos! Encabezó el duelo a lomos de una burra y hasta en el cementerio entró sin descabalgar espantando la curiosidad de los asistentes con su insólita figura.
Ante la intransigencia del cura en la necesidad de que la bestia esperase al dueño en el exterior del camposanto, tiró iracundo de la manta que le cubría de cintura abajo, dejando al aire dos piernecillas diminutas y flácidas sujetas a la cintura por unas correas'
Sin pronunciar palabra y con la misma mirada bestial con que apareció, este titán de negrísima y cerrada barba, tomó el camino del campo seguido de Jesusa su hermana, que se embozaba con un pañuelo negro.
Estas desgarradoras escenas se olvidaron con el tiempo y Fontán con Jesusa siguieron al cuidado del ganado desde el chozo de su majada.
Semanalmente la hierática hermana se acercaba al pueblo para vender labores de empleita de palma y recoger la hatada... hasta un día… que ató el burro en la cuadra y ella se sentó, sin expresión en los ojos, frente a la candela en la posada.
Así estuvo casi sin hablar y sin atender a la comida, diez o doce días, durante los cuales tres veces vino un cisquero a notificarle las amenazas de su hermano. La última fue contundente: "Dile que o vuelve o voy con el hacha".
Jesusa vendió el burro y con un hatillo de mano tomó el tren para cualquier parte....
A Fontán lo parió su madre, un atardecer lluvioso, de regreso del agostadero bajo una encina de la cañada real. El padre, que hizo de comadrona, al verlo sin piernas, lo creyó
​ otro aborto y liado en un delantal lo colocó en el serón de una burra para entregarlo al sepulturero en la próxima población.
¡En el mismo serón donde se amontonaban los borreguillos que iban naciendo en el lento caminar! Ellos fueron los que le traspasaron el calor para romper a llorar en la madrugada, provocando el tremendo drama de una madre que quiere amamantar al hijo contra el parecer del padre, que le razonaba la inutilidad de la teta, pues era un monstruo y moriría pronto.

A la Loma de la Mimbrera llegó aquella tarde de Octubre la piara de ovejas de la que Nemesio el del Lobo era mayoral y pastor, con veinte corderillos baliendo desde los serones de los burros y Casilda su mujer, con un hijo deforme arropado en un mantón con flecos.
Decía una tía suya de Cabeza del Buey: "A ese niño en vez de tenerlo oculto como si fuera una vergüenza, debieron llevarlo a un médico bueno y no haberlo criado sin asentarlo en el juzgado y sin Cristianar".
También alguna vez comentó la porquera de Ventas Quemadas: "Mucho habrá pasado la pobre Casilda, pero más pasó su hermana Jesusa, que desde pequeño lo llevó colgado de sus espaldas como un mono. Quizá más de lo debido, pues tenía barba y bigote y todavía lo llevaba a cuestas".
A raíz de refugiarse Jesusa en la posada, corrió el rumor de que su huida era debido a un intento de violación por parte del hermano; también se dijo que el incesto era viejo... chismes... cosas de pueblo. Pero Fontán a poco de que le abandonara su hermana, liquidó sus cuentas con el manigero del cortijo, quemó su chozo y traspuso hacia el río empujando

sus cabras.
Dicen quienes lo vieron, que era un espectáculo imponente la agilidad con que saltaba sobre las ballestas de sus brazos aquel engendro peludo, apoyando en el suelo las nalgas protegidas por un grueso cuero. A la bandolera la honda y a la espalda un hacha de corto astil.
Cuando yo le conocí con el pretexto de una cacería, vivía en una covacha que formaba una laja a orillas del Parroso. Bajo esta visera tenía un corral con bardal de monte para las cabras, un huerto de verano en el arenal del río y su yacija se adivinaba detrás del ganado, en lo hondo.
Aunque la gente lo tenga para sí, yo no creo que lo matara. Don José. No hay duda; se sabe por la criada, que la Señora se llevó una enorme impresión cuando lo vio aparecer en la plazuela del puesto. ¡¡Como para no asustarse!! La pobre que era muy aficionada a la jaula, estaba amodorrada con el canto del perdigón y le saltó en el claro del monte aquel bicho sin piernas... los arañazos, las magulladuras... se las hizo la maleza al huir. ¡Hasta perdió la escopeta! Si como dicen Don José le pegó un tiro en un aguardo sería por confundirlo con un jabalí entre las aulagas y no por haber abusado de su mujer.
Fontán seguramente se ahogó; nadaba corno una nutria y siempre estaba sacando peces de las chorreras... le daría un soponcio...o ¿quién sabe?... dicen que en la Charca del Negro hay un tragante…
El huerto comido por las yerbas y las cabras retesas por aquel barranco
Que llaman de Fontán, denunciaron su desaparición. Pero... quién lo iba a reclamar, si no estaba Cristianado ni apuntado en el juzgado?
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53) NERÓN

21/4/2021

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¡¡Ha vuelto Nerón!! Esta voz corría de uno a otro entre los componentes de la familia y todos nos apresuramos a darle la bienvenida. ¡Ha vuelto Nerón! Y como siempre lo haría en el albor al mullido sillón donde aliviaba sus resacas.
Cuando llegué se espurría con gesto somnoliento y empezaba a saludar a todos con dulce ronroneo y corcovos lametones.
Yo creo que nos quería de verdad y no hacía gatatumba, pues ¿a quién si no debía la vida?, y él lo sabía, ¡claro que lo sabía!
Le pusimos agua y unos restos de comida de los que dio buena cuenta sin el apremio del hambre y con la compostura y remilgos de un gato de raza; cosa que no era, pues Nerón es plebeyo.
¿Qué parecía cuando lo encontramos en aquella alcantarilla? Pues nada más que un michino que maullaba [TC1] desconsolado haciendo fufos, con los pelos y las vibrisas electrizadas y el hocico abierto a la espera, in extremis, de una teta.
Por eso vuelve a pesar de su espíritu aventurero, de su orgullo, de su amor a la libertad, de su independencia...; al mirarle a los ojos parece reconocerlo... y también me da la sensación que ahora cuando nos visita lo hace de tú a tú.
Se ha convertido en un morrongo de fondo blanco con bandas amarillas patrimonio de macho, por la misma razón que los que tienen el pelo de tres colores son hembras, y, en sus ojos de la tonalidad del oro bajo, guarda el misterio de su procedencia.
En él adivino la cabeza de la diosa Bastet y comprendo que en Egipto los embalsamaran y ajusticiaran a un hombre de leso gato, por lo que tampoco me extraña que en Gales siglos después fuese penado quien lo matara, a indemnizar al amo con la cantidad de trigo que lo cubriera, estando colgado por el rabo y rozando con el hocico el suelo.
Nerón había vuelto arpadas las napias, tiznada la librea y a dormir horas y horas sobre el mejor cojín libre de ruidos y corrientes. Se levantaría, como hizo las veces anteriores, cuando le avisara el estómago, dedicaría a su acicalado bastante tiempo y saliva, restregaría la piel por nuestras piernas con el rabo inhiesto dejando al aire las vergüenzas y dejaría oír un maullido quejumbroso y afinado impropio de su corpulencia.
Habremos de estar pendientes, pues si se lame a contrapelo, seguro llueve.
A pesar de su cariño, del que no dudo, yo le malicio otro juego. Este felino tiene más de un amo y me lo demuestra que a la vuelta de sus prolongadas correrías, se manifiesta lucio. Tiene hembra y lo certifican las uñadas en el naso. Yo creo que me lo quiere confesar, pero no sabe
como.
Una noche de luna en un solar cercano, me pareció verlo chuleando con una minina blanca rodeado de gatos gitanos. seguro, lleva una doble vida.
Pero es agradecido, dignamente agradecido. Nerón sabe que su concurso es deseado en la casa y que su presencia se considera muy grata desde aquel encuentro en el campo que salvó la vida.
No es desmurador ni tampoco gato persa y su comportamiento bohemio nos obliga cada vez que retorna al hogar, a esculcarlo, por si las compañías que hubiere tenido, le obsequiaron con sarna o pulgas.
Pero él da la sensación de que todo esto le afecta poco y mantiene la vieja táctica de enseñarte la tripa blanca ronroneando y lamerte afectuosamente los dedos.
Solo con esto tiene asegurada posada y yantar, sin olvidar el mejor asiento. Comprendo que estos animales se adueñaran de las voluntades de hombres como víctor Hugo, Poe, Mahoma o Richelieu y la multitud de supersticiones que los envuelven...
Pues Nerón, una vez más, como llegó desapareció y aunque ya estábamos acostumbrados a sus mutis por la terraza, siempre nos dejaba algo tristes al recordar lo frecuente que es encontrar un mizo planchado por el tráfico.
Mas esta vez tornó enseguida, quizás a los tres días; y lo hizo, ¡Dios mío como lo hizo! No parecía el mismo robusto animal que tornó el portante días antes. Flaco, erizado el pelo, babeante...apenas le sostenían las patas...y así cayó en letargo sobre el sillón de la logia.
​
Mucho tiempo estuvo en estas condiciones, allí quedó aislado por temor al tipo de
enfermedad que padeciese y solo yo le vigilaba esperando un desenlace fatal.
La leche que le puse a su llegada la sobrenadaban hormigas y mosquitos, pero ni esta golosina a la que tenía gran afecto le conmovía.
No era rabia, tampoco se había ratonado, pues nunca comió un ratón; a Nerón le habían dado un gatuperio.
También pudiera haber ocurrido que en este último periplo topara con un cebo de ratas, o ¡Dios no lo quiera!, engulló uno de esos criminales preparados de pescado con alfileres en su interior que utilizan ciertas gentes para acabar con los gatos vagabundos.
Lo importante es que nuestro gato se moría y ante la ruina de su físico, contrastaba la enorme vitalidad que hacía muy poco despilfarraba.
Poco más de una semana haría que nos visitó Doña Sacra, sí, Doña Sacra que era una señora importante, porque su marido lo era y mucho.

Él tenía un gran cargo en los ferrocarriles, bastante más edad que ella y compartía con su esposa las mieles del poder y un enorme perro alsaciano.
El can era antipático, pendenciero, cruel con los más débiles de su especie y fisgón. Acompañaba a su ama en las visitas introduciéndose por todos los rincones y colándose sin el menor respeto hasta la cocina, no encontrando en Doña Sacra la menor reprimenda.
Todo el mundo temía y toleraba a este animal por pertenecer al inspector y sufría, junto con el honor de la visita de esta dama, los allanamientos del chucho.
Aquella tarde cuando llegó Doña Sacra, Nerón reposaba beatíficamente en la cocina sobre una silla de anea y el imponente perro lobo, después de registrar la casa, desembocó en la cocina y sin mediar pleito, sin previo aviso, se abalanzó sobre el gato.
Lo que ocurriera nadie lo sabe, pero el estrépito de platos rotos y cacerolas volteadas fue de mayor cuantía y el final de la batalla, que solo pudimos apreciar como un relámpago, se convirtió en la cabalgada de Nerón sobre el alsaciano camino de la estación del ferrocarril, con un aullido patético del intruso producido por las garras del minino.
Volvió el minino con su arrogancia natural a reposar sobre el brazo del sillón en el comedor y con sus gestos nos dio a entender que él, que solo era un animal, había solucionado para siempre el complejo problema de Doña Sacra, el inspector y el perro.
Estas cosas estaba recordando mientras le observaba, cuando después de varios intentos se acercó tambaleante al recipiente de la leche, sopló los insectos que la cubrían y principió a lamer con desgana.
Alegremente me dije: ¡Está salvado! Verdad es que siete vidas tiene un gato como la gente dice y algo verdad será también eso de que el matar uno negro trae desgracias durante siete años, quien lo ahoga, le espera la muerte, el que lo ve pasar frente a su puerta, debe recurrir a su exorcismo; un gato blanco en la ventana anuncia una enfermedad que solo tiene por medicina el asado de este, los de tres colores apagan incendios, cuando se frotan los hocicos con las dos manos, una visita importante está por llegar y tantas más...
Le reposté la leche y así poco a poco Nerón se reponía alternando largas siestas con tristes y agradecidas miradas, hasta llegar a tomar alimento sólido.
Con la misma celeridad que se encanijó se repuso, cambió el pelo y recobró el humor; quizás y sin quizás, se trocó más cariñoso.
Todos lo festejábamos y extremamos las atenciones para con él repitiendo segurísimos:
¡Ya nunca más se desmadrará! Pues el gato escaldado del agua fría huye, es gato viejo, difícil es que le vuelvan a dar gato por liebre...y muchos refranes y dichos del estilo le repetíamos como consejos.
Pero de nuevo llegó Enero, y, con la luna llena, la llamada del amor. Y Nerón volvió a desertar. Por algún tejado ruinoso hará concierto con aquella gatita blanca...
Nosotros un día tras otro al asomarnos a la terraza repetimos:
¿Habrá venido Nerón?
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52) LO QUE FUE DE LA TERTULIA DEL NIÑO BENÍTEZ

20/4/2021

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La carava tenía por sede la zapatería del Niño Benítez, que era un solterón y zapatero de viejo, al que solo se le conocía como signo externo de riqueza, una cuadrícula de turrón que compraba el día de la Virgen.
Allí se reunían cinco o seis hombres las desoladas tardes de invierno, contemplando como untaba el cerote al cáñamo y apostillando, en conversaciones llenas de silencios, las novedades rurales.
El extraño sacaba la impresión de que en este lugar nunca ocurrió nada y que en la vida todo era indiferente o malo. No existían ilusiones entre aquellas cuatro paredes y todo estaba medido y muy pobremente, para alcanzar como único fin unos céntimos más.
Naturalmente los contertulios eran todos de la misma filosofía y en sus bocas la sequía era más catastrófica, los temporales totalmente ruinosos, los precios de los productos agrarios de saldo y la evolución de la sociedad encaminada directamente al caos.
Pero el Niño Benítez estaba siempre en el banquillo tirando de los cabos y a su alrededor se asentaban conforme iban llegando Ginés, Fandango, Eduardo el de la Cataña y el Hito. Su tío Burrita, que vivía con él y que se añadía a la tertulia cuando estaba formado el grupo, cocinaba y limpiaba la vivienda; de lo primero nada se sabe, porque a las horas de las comidas en aquella casa se corrían los cerrojos. De la otra obligación había que disculparlo por anciano y chalado, ya que de todo el mundo era conocido que no discernía con acierto.
Mientras su sobrino remendaba en basto pero barato, a su zapatería penumbrosa y de olor a cuero viejo, era bueno hacer la visita breve, para no salir con el ánimo deprimido.
El zapatero recordaba por el perfil y cabellos, ademanes y humildad y por lo untuoso y solícito, a un chueta residuo de los antiguos gremios.
No se le conoció nunca relación con ninguna mujer, ante las que a solas se sonrojaba, y se le maliciaba una gran fortuna en aumento constante y sin depósito conocido, que el pueblo aseguraba lo escondía en algún lugar de su casa protegido y envasado en botellas de cerveza.
A todo esto, contribuía el secreto en que estaba envuelto el resto del viejo caserón de su propiedad, del que tan solo era conocida habitación del taller, su curiosa manía de recoger todas las botellas grandes de cerveza que encontrase tiradas y el cambiar con frecuencia monedas fraccionarias por billetes.
Ginés era un mastodóntico carnicero el que, a pesar de tener un taladro bajo la oreja, seguía con una dureza de oído de la que a veces se servía.
Aquilataba hasta el comprar un animal en días de aguas porque pesaba más.
Eduardo era un hombrón desarmado por la diabetes; el Hito do quiera que fuese, aún en misa de difuntos, como si rezara el rosario, hacía empleitas de palma para sombreros, capazos o soplillos, y Fandango que tenía una voz cantarina y gracia cazurra; andaba herniado por las ingles y con una pertinaz queja ante la salud perdida y la inflación monetaria.
En este mentidero aparte de comentarse el precio del ganado, la paja,
los granos, y los chismes de la villa, se mantenía entre los miembros citados más asiduos, una disimulada curiosidad por las misteriosas costumbres de los anfitriones, el tío y el sobrino.
A Burrita para colmo le había dado por pintar y copiaba bodegones de almanaques y grabados dieciochescos de mujeres con pelucas, que intentaba vender por las tabernas provocando el pasmo y la cuchufleta tanto la obra como su precio.
La gente no comprendía tampoco que estuviera día y noche segando hinojos y berzas por las cunetas y acopiándolas con una carretilla de manos en una casa, cuando solo tenían una burra para atender, a un cortinal y a un jabardillo de vacas.
Los vecinos tampoco se explicaban los ruidos y malos olores que trascendían al tinado del corral eternamente sellado y que no era más que una casilla en ruinas.
Y así era año tras año aquel mentidero donde sus componentes se iban depauperando sentados en los mismos banquillos, con los mismos temas de conversación y tras los cristales empañados del ventanuco que daba a una calle empedrada.
En cierta ocasión el hedor de las dependencias traseras se hizo insoportable a los colindantes, que solicitaron al alcalde remedio y sanción para los culpables.
Este apercibió a tío y sobrino que achacaron a la burra de estos desaguisados, se comprometieron humildemente a remediarlos y a su vez solicitaron ayuda a las autoridades por la sospecha y recelo con que 
​eran tratados.
Pero como el aceite que rezuma la tinaja lañada, así se extendió el rumor entre las mariquillas. ¡En el corral de Benítez se había enterrado a un hombre!
En aquellos días desapareció Severo en el trayecto comprendido entre la puerta del cortijo y el corral de las cabras; el hijo lo vio camino de la enramada con su bastón y la Guardia Civil con los perros que siguen el fato, en la cabreriza perdieron el rastro. Ni vivo, ni muerto, ni ropa, ni
sangre. Nada.
Lo que no hay duda es que Rafalillo el Malo, cuando saltó el corral del zapatero, no buscaba el cadáver de severo. Encaramado a la tapia descubrió el terreno removido y malició que allí estaban las botellas de cerveza rellenas de billetes "grandes", por lo que aquella noche con un
almocafre escarbó como un tejón.
Achacaba a la pestilencia la función de una estratagema tramada por Burrita y su sobrino, para alejar del tesoro al curioso o al ladrón.
Rafalillo trabajaba medroso de que le sorprendieran, los extraños ruidos que le llegaban embozados del casucho cercano, aquel que nunca se abría, el que estaba siempre acerrojado...y el olor cada vez más insoportable...hasta que tropezó con algo duro.
Febrilmente ahondó con las manos por no romper la botella y tiró de ella hacia fuera.
No era el vidrio que esperaba atacado de billetes de a mil, era un objeto largo y blancuzco, era... Rafalillo el Malo lo vio perfectamente en las tinieblas, la pierna en descomposición de una persona con el zapato puesto.
Como un poseído saltó la pared abandonando la herramienta y corrió hasta el pilar donde abrevan las caballerías y con los brazos sumergidos, al tiempo que se lavaba, serenó el ánimo.
Solo a su mujer le contó el percance y ella aseguraba no haberlo comentado más que a su hermana, pero todo el pueblo sabía que en el corral del Niño Benítez estaba enterrado Severo.
Y corrió el rumor por las tabernas y las pilas del agua; los villanos hacían corros para murmurar..., primero Ginés, después uno tras otro Fandango, el Hito y Eduardo el de la Cataña, se retiraron de la tertulia y la denuncia finalmente llegó al juez.
Pero claro, el allanador no testificaba haber escarbado en propiedad ajena para robar el relleno de las botellas. Así, muy desvaídamente se dejaba caer que había sido vista la perra de Burrita sacar de unas escarbaduras en la corraliza, un miembro humano. La plebe estaba soliviantada, se gestaba un nuevo pogromo.
Entonces llegó el alcalde con la vara, el alguacil y un guindilla; el juez de paz con el escribano y el cabo de la Guardia Civil que era el comandante de puesto, con dos números armados de fusiles y rodeados de pecheros.
Ante la zapatería gritó con voz rotunda:
 
¡¡Abran en nombre de la justicia!!
 
El Niño Benítez y su tío Burrita asomaron demudados, hablaron brevemente con las autoridades y todos juntos penetraron en la casa.
La gente corrió a tomar sitio en la tapia por donde asomar la cabeza y el corregidor solicitó la presencia del enterrador y el barrendero.
Después, todo este solemne aparato degeneró en la más absurda y grotesca comedia de la que todos salieron corridos.
El enterramiento no era de un cadáver, sino de dos. Una pollina muerta de parto y su rucho.
La pierna que alumbrara Rafalillo el Malo con el calzado, era la mano de la borrica con el casco...pero el pueblo no quedó totalmente defraudado; en el tinado de donde procedían tan extraordinarios sonidos, tenía el chiflado Burrita catorce borriquillos hacinados en perpetua oscuridad, deformes, enanos con los cascos monstruosamente desarrollados por la inmovilidad y los ojos casi ciegos.
Procedían de los cruces que allí mismo realizaban y a los que declaró llorando no era capaz de vender ni matar por el cariño que les tenía.
La sentencia quedó reducida a la expulsión de los cuadrúpedos del recinto y su confinamiento en el cortinal propiedad del zapatero, donde no molestarían al vecindario.
El traslado lo hicieron de noche tío y sobrino arreando a estos catorce fantasmas ciegos que desconocían el andar.
Fue una noche de tormenta, todo el pueblo los espiaba sobrecogido y detrás, el último, iba el pobre Burrita sollozando.
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51) DON CARLOS

19/4/2021

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Todo el mundo lo decía. Mientras viva su madre, Don Carlos no se casa.
No solo esto, sino que acudirá a cenar a las nueve con ella y seguirá de madrugada recogiendo la merienda y el caballo que le tiene aparejado Silencio el albarrán.
 
Con aguas y vientos, hielos o bochornos, Don Carlos entraba al alba por un postigo del viejo caserón que daba a las cuadras, donde le esperaba el mozo para entregarle las alforjas, una jaca colina y un escopetón damasquinado.
Si el tiempo era bonancible, castañeteaban los cascos de la montura con los pájaros; si la tempestad hacía barbotar a las canales, parecía de una a otra farola una pesadilla bajo el capote embreado.
Un día Don Froilán le apuntó a Doña Justa: ya que viven juntos hace tantos años y que esta situación es irreversible, ¿por qué no los legalizamos ante Dios y los hombres y acallamos el viejo escándalo?
No sea ingenuo señor Cura, contestó la madre. Mi hijo esta amancebado con esa putaña tan solo atraído por su juventud. Él no quiso más que a su novia y desde que faltó ella, hace ya treinta años, se le han contado cinco rabonas.
Y Don Carlos con sus sesenta años un día tras otro seguía administrando los bienes de la madre, acompañándola a la mesa y compartiendo el lecho con Anita la del Santo.
¡Es una lástima!, decían las mujeres que le conocieron. ¡Un hombre de su posición, tan fino y bien parecido...porque todavía lo es...murió la novia y se achabacanó!
Y efectivamente, aunque taciturno, era educado, elegante y de una gran regularidad en sus costumbres. Al campo iba y venía con las estrellas, en una discreta taberna hacía tertulia con otros propietarios y a las nueve en punto sentado frente a Doña Justa, consumía un refrigerio monacal.
La madre que ya palpaba los noventa derrochaba vitalidad y hasta casi ayer, andaba amazona en una burra recorriendo sus cortijos y apreciando el ganado.
Según ella, a esto le obligó la prematura muerte del marido y la gente malicia, que no se fía ni de su hijo.
Madre, dígale a Carmensina que me ponga una telera entera.
- ¿Otra vez te ha pedido el pan ese facineroso?
- Si, ayer me estaba esperando en la vereda de Lobón.
- ¡No sé para qué sirve la Guardia Civil!, debes decírselo al brigada, ese hombre es ya un bandolero.
-No es malo. Solo me pide el pan y hasta me pregunta por ti.
Esta conversación no era nueva entre la madre y el hijo. En los diálogos
Que a manera de parte diario mantenía Doña Justa con su hijo, más de una vez comentaron la espantada de aquel mulero de la casa, que aburrió el trabajo y se amontó.
- ¡Buenos días Don Carlos!
- Buenos días Francisco
- ¿Trae usted mucho pan?
- Solo el mío
- ¡Bueno! Usted puede pedir un cacho a la casera y yo hace tres días que no lo pruebo.
- ¡Ya te buscan Pernales! El robo del Inquisidor ha echado a los civiles en tu rastro y yo tengo que decir cuando llegue al pueblo, que te he visto.
-Usted me da al pan y a la noche lo dice en el cuartel. ¡Buenos días Don Carlos! ¡Expresiones a Doña Justa!
- ¡Ve con Dios Francisco!
Estas palabras cruzaron la última vez que se vieron y… ya, pocos cuartalás más, remató Don Carlos haciendo tostadas en la chimenea del cortijo de la Sierra de la Grana...
La jaca colina atravesó el pueblo arrastrando el capote con las campanas de misa y el estupor de los hombres que asomaban a las tabernas. A la puerta de la cuadra seguida de curiosos, llegó a golpear con la mano y a esperar como siempre a Silencio que la desensillara.
Silencio el albarrán de la casa, Silencio el mudo, que en aquellos corrales y establos se hizo viejo y que en esta ocasión no se acercó al caballo para librarle del bocado y la montura, sino para comprobar la falta del encaro en su funda y del contenido del secreto bajo la zalea de la
guarnición.
​
​¡¡¡ A Don Carlos no lo había desmontado un resabio del caballo!!!
Al atardecer las mujeres tras los visillos y los hombres en las esquinas, lo vieron por última 

vez a lomos de un burdégano sostenido desde atrás por el Mudo. Docenas de brazos lo llevaron en volandas de la albarda de la bestia a la tallada cama de Doña Justa y detrás iba Carmensita implorando a Dios y con una aljofifa borrando la sangre.
 
En la luna negra
de los bandoleros
cantan las espuelas.
Caballito negro
¿dónde llevas tu jinete muerto?
 
¡Es un trabucazo a quemarropa! Poco hay que hacer, dijo el médico.
¡Puede hablar?, preguntó el juez.
Pero de nada sirvió lo poco que dijo. Don Carlos no había reconocido al hombre que en la sombra le dio el alto en el camino de las Navas. Solo aclaró que creyó era el Pernales y al hacer intención de darle las alforjas, el emboscado le disparó el naranjero.
Esto fue suficiente para que la galería tuviera por cierto que el Pernales había herido de muerte a su antiguo amo para robarle...
"Don Froilán me estoy muriendo. Quiero ponerme a bien con Dios. Mande usted llamar a la Anita, ya sabe quién es, y haga lo que crea necesario. Estas fueron sus disposiciones finales".
Comunicó inmediatamente el cura a la madre el deseo de su hijo y esta, con gran sorpresa del párroco, le contestó que iría ella en persona.
Aquella madrugada acompañada del Mudo, Doña Justa subía los escalones de la antigua judería camino de la casa de Anita la del Santo.
Nadie sabe que hablaron las dos mujeres, quizá Silencio oyera algo, pero este es dos veces mudo, lo cierto es que al amanecer expiró Don Carlos y la manceba no compareció.
Luego en la misa del difunto, comentarios, rumores disparatados, detalles olvidados... ¿Quiénes sabían que aquella mañana iría Don Carlos a las Navas? ¿Quién conocía que llevaba diez mil reales para comprar los primales?
El secreto de la montura donde iban los columnarios, era artesanía del Mudo que solo una persona advertida podía descubrir. Nadie más que el albarrán, la madre y... seguramente Anita conocían estos detalles.
Aún andaba alterado el cotarro con estos sucesos, cuando uno nuevo desquició totalmente el diario trajín de la villa.
¡¡¡Han matado a Don Antonio Moscoso!!!
Esto vino gritando el aperador de Charco Redondo. ¡¡El Niño Gloria y el Pernales han matado a Don Antonio!!
Los dos vestidos de guardas rurales entraron en el cortijo sorprendiendo a los criados; se han llevado mil duros en dinero, la tercerola y una yegua con su montura. Al amo lo ha matado el Pernales por gritar pidiendo ayuda.
Se llenaron los montes de guardias civiles a caballo con sus capas al viento y los tricornios con barbuquejo y se dieron armas en el pueblo a la guardia municipal y a los serenos y la tensión aumentó todavía más al correrse la voz:
¡¡Están presos Anita la del Santo y su hermano!!
¿De dónde había sacado el Guto el dineral que pagó por el corralón y el tinado?, se decía.
Al interrogarle la Benemérita escupió insolente que pertenecían a su hermana Anita. Y... ¿de dónde le viene a ella ese caudal? Porque en vida de su amante no le faltaba nada, pero nunca pudo hacer estas ostentaciones; comentaba el pueblo.
¡Mal los tenían tratados cuando llegó Don Froilán a sacarlos! ¡lo que pueden las sotanas! ¡Y el dinero! Porque el cura fue mandado por Doña Justa, ¡Sí, por Doña Justa!, ya que Anita cantó que la madre de Don Carlos le llevó a su domicilio una talega de duros de plata, por no acudir a casarse con su hijo la noche que agonizaba.
Al Pernales y al Niño del Arahal los mataron allá por la Sierra de Segura la Santa Hermandad y el Niño Gloria había tenido igual fin poco antes, de forma que esta historia hubiera quedado así, a no ser por el accidente que costó la vida al Guto. Esto fue mucho tiempo después que Anita su hermana, tomara el portante y de ella nunca más se supiera.
Al Guto en un puesto de perdiz se le disparó la escopeta y quedó muerto sobre la jaula. Una preciosa escopeta damasquinada, que hasta el Mudo que andaba chocho reconoció llorando. Era el retaco de Don Carlos.
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50) EL CABALLO CIEGO

18/4/2021

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Es de capa tordo trucado, valiente, fogoso y enamorado como macho de buena familia. Se expresa con un relincho que suena a desiertos, a dátiles, a ajonjolí y a oasis perdidos en la Numidia.
Huele a la hembra a leguas, el tacto de sus belfos se le ha afinado; para bracear y bufar necesita el auxilio del bocado y la serreta porque es ciego; como noble, es un buen amigo.
Tiene sus preferencias, no le gustan los perros. Quizás que sus ancestros le avisen hienas y chacales, ¡Dios sabrá de sus miedos y de sus sueños!
En sus horas bajas, en la cuadra me cuenta entre relinchos y suspiros cosas que yo no debería desvelar. Pero él es un caballo entero y de macho a macho no hay charco y el apuntar yo algo no desprecia su figura.
Cuando lo compré por carne era un esqueleto sumiso resignado a morir como cosa natural y seguramente me lancé a llevármelo por la exclamación de una niña gitana: ¡Pobrecito, le tiemblan los pinreles!
Y allá lo llevé a una cerca de jaramagos y bellotas con chamizo para heladas y sombra para las moscas.
Tan flácido llegó que el comer lo hacía tumbado y tan solo reía, cuando le acercaba la avena de la Vega de Carmona con pajilla corta de Llerena.
¡Bueno!, también relinchaba alborozado, aunque fuera desde el suelo al paso de alguna yegua por el camino sin noción de su dentadura y figura.
Se recompuso con el cuido, y a mi fato, sin haber llegado a la plétora de sus carnes, se levantaba de manos con los ollares abiertos como si quisiera abrazarme, después me seguía al abrevadero con el silencio y la prudencia de sus muchos tropiezos.
Repito, el hueco de sus ojos, hondos, vacíos y sanguinosos, inclinaban tanto a la repugnancia como al estremecimiento y yo para evitar lo uno y lo otro, le hice unas anteojeras de cuero negro al estilo de los piratas y bucaneros que le daban arrogancia y respeto. El las toleraba por librarle del asedio de las moscas, y por ello le puse nombre: Dayán.
Más seguro era montarlo de noche que de día, supongo que en la oscuridad los animales con poca o ninguna visión tienen más alertados el resto de sus sentidos, yo de todas maneras hace tiempo que no lo hago, pues un viejo y un ciego en las tinieblas ¿qué buscan? ¿dónde van?
De madrugada si oía changarras, piafaba y al sol meridiano cuando el cucu da sus dos golpes y la abubilla cuatro (cu-cú y cu, cu, cu, cú), ríe.
A mi parecer algún trastorno le enturbia su buen discernimiento y la causa viene de muy atrás y le hace ser muy variable en su comportamiento. Hay días que cuando le rasco el hocico, bufa y otros que me llora ante la caricia y me recita poesías que yo no entiendo.
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Un día que lo llevaba de ronzal porque hiciera
ejercicio, pisé en la orilla del camino un nido de cucutas, olió el crimen y a pocas me arrastra en su huida del lugar; después me pidió perdón humillado y con los belfos espumosos. ¡Juntos lloramos la desgracia!
Otra vez me dijo que el clavo de la herradura de una mano le hacía
daño. Con las tenazas gordas se lo quité con gran esfuerzo y cuando yo satisfecho descansaba me alargó impasible: ¡quítame las otras tres que quiero morir descalzo como nací!
¿Qué se puede hacer con un animal de esas reflexiones?
Nos cogió la tormenta en el chamizo, yo rezando ante tanto rayo y trueno y el triscando un algo.
​Ya los estampidos no me sobrecogen, ni las centellas, me dijo sereno entre soplidos y rabo para allá y cola para acá. Te voy a contar algo, pero no lo digas a tu mujer que llorará.

Mi amo era un medio señorito fanfarrón y yo un potranco lleno de ilusiones. De romerías a ferias, él en las ventas gastando el dinero que cobraba por mi participación en cubrimiento de las yeguas apalabradas a costa de mi buena figura. ¡En realidad no lo pasaba mal! ¡Buenas
cuadras y hembras, a qué animal disgusta!
Así anduvimos un tiempo de los cortijos de Puente Genil a Utrera, Carmona...
Hasta recabar en Ronda donde ya olían los malacatones. Allí en la posada que llamaban de la Vejiga, allí fue, allí.
¡Ella era una hermosa hembra y la rucha que tenía en el corral una adolescente provocativa! Mi amo alargó la estancia por la posadera y a mí no me molestaba compartir cuadra con la pollina.
Parece ser que a quien estas cosas no satisfacían era al mozo de cuadra que tomó celos y tras el escándalo me puso la silla antes del alba y salimos por la puerta falsa caballo y caballero con apremios y amenazas.
Camino de Álora pisábamos y al medio día, cuando por el sol se para el campo, tapado con una retama y con un escopetón de dos caños saltó el amante de la puta ventera.
Mi amo adormilado cencerreaba con la cabeza en la silla, yo le quise advertir, no dio tiempo, al caer con el tiro en el pecho se me abrazó a la cerviz y el otro cartucho me correspondió a mí por llevar la cara alta.
Yo me espanté con la sangre de mi cara, mi amo se estribó y arrastraba la cabeza y yo corría a oscuras, aunque el sol estaba arriba, hasta llegar a los alambres donde me enredé.
A él lo sacó de los estribos la Guardia Civil y a mí con un corta-alambres, un cabrero me soltó para resguardarme en el corral del Concejo y que me curara el albéitar.
Ni lo uno ni lo otro, a mi amo lo mató el tiro o el arrastre ciego y a mí, el trance me dejó tan perdido que todavía algo me duele a oscuras.
- ¡¡Bueno!! ¿Y por qué a veces cuando te monta el jinete que sientes arriba y que te place sin espuelas, braceas, te meces?
- ¡Esas cosas los hombres no lo comprenden!
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49) VALENTINA

17/4/2021

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Era de Berlanga natural, con la juventud cansa de arrancar garbanzos y chochos, llegó a Andalucía en el arrastre de necesidades en la Tierra de Barros, la Serena y más y más...
Y para la recolección de las aceitunas en la sierra Morena, el blanqueo de un cortijo y los auxilios en la limpieza y buena presentación de alguna casa acomodada, hizo paro en el seguir huyendo y arrendó casilla allá en el Horno de Paulo, donde ya no hacen ladrillos ni a las tejas las retuerce el sol. ¡Tuvo suerte, no llegó a Cataluña!
Por ello a mi casa embrocó fabricando buena cataplasma para remediar el desorden de un viejo solo y tres perros a sus pies.
¡¡Hizo bien!! ¡Por ella y por nosotros!
Viuda, pues su marido murió de un cólico de migas con tocino y su hermana quedó cegata, solo ella con su gruesa humanidad salvaba aquellos años difíciles y no sé por qué carambola recabó en mi casa.
Era una gran fregona que atendía no le faltara a mi padre el cocido del medio día ni el chocolate con picatostes al anochecer. A los perros los toleraba en el corral y les repartía los huesos, la ceniza de la chimenea también la sacaba.
Hacía unos guisos de patatas de carnes de cerdo, con abundante adobo y aún más alegrías en el caldillo al que acompañaba el vino de La Palma del Condado generosamente. ¡Solo las digestiones eran pedregosas!
Por entonces yo solo esporádicamente llegaba a casa y siempre la sorprendía con el soplillo de palma atizando el anafe de carbón vegetal donde se cocía algo cuyos aromas retorcían las tripas.
Su enemigo natural era el teléfono cuyo estridente timbre la ponía como una bicicleta. No concebía que del Pedroso a Berlanga sin gritar se pudiera entender lo hablado con cierta mesura, ni tenía serenidad para moderarse en los insultos al aparato por seguir timbrador antes de su llegada. ¡¡Calla hijo de puta, asqueroso chisme, "arbolario"...!! y a continuación con sumo respeto: ¡Si señor, si señor! Al colgar y entre dientes: ¡el coño de tu madre!; si se le preguntaba ¿quién era Valentina?, ella respondía siempre: Mire usted señorito, se oía muy mal, no me he enterado de nada.
De todos estos principios no extrañan las naturales causas; era totalmente analfabeta, supersticiosa, maliciosa y buena persona.
Me preguntó angustiada un día: ¿Señorito es verdad que han cogido la Luna? Y los yanquis volvieron a meter la pata hasta en la huella sin considerar la opinión de Oretanos y Turdetanos.
​
Un único hijo tenía silvestre como una 
garduña. De piel cetrina y velloso como Wifredo, guardaba vacas y hacía queso en aquel campo donde pastoreaba alrededor de una gélida alberca que manaba de una fuente y que llamaban la del Cu-Cu.
También allí iba yo a refrigerarme, pero más tímido hacía vela de dos horas por aquello de los cortes de digestión. Lo que causaba al vaquero burla por considerarla argucias de médicos y curanderos para cobrar consejos y minutas.
¡Mira! me dijo. Llevo cinco años echando el cuerpo al agua cuando vengo de comer, y algunas veces esta fría con cojones, pues solo el año pasado al salir de mi baño en pelotas me dio un mareíllo de nada, se me torció un poco la boca y el párpado del ojo izquierdo se cerró un algo.
¡¡Nada, leche!!, a la mañana siguiente, nuevo.
¡Valentina estos tres perros pestosos que mi padre tiene asilados les vamos a dar pasaporte! Usted les hace un guiso de patatas con pitracos que del veneno yo me encargo. Y a Sem, Can y Jafet, que a ese nombre respondían, un amanecer le dimos la pócima, yo considerando que eran tres focos de infección de sus enfermedades para mis hijos pequeños, Valentina con lágrimas en los ojos y mi padre en la ignorancia.
Pero el recuerdo de ella debe ser más minucioso como cuando el fluido eléctrico se marchaba, los palos se derrumbaban como fichas de dominó, Cayetano el de la luz no daba a bastos a enchufar y el pueblo quedaba en candiles como cuando aquí recabó la Emperatriz Isabel.
¡No quiero decir lo que me dijo en un sueño la bella portuguesa, si el Duque se me enamoró, por qué no un hidalgo de las Vascongadas!
Bueno, ¡volvamos a la cocina donde allí se fragua la pequeña cosa!
Tenía Valentina en su cubículo, con tertulia por aburrimiento al anochecer, a su hermana la cegata y algunas sobrinas, unas más gordas que otras y que supongo se solazaban con un café o alguna sopa boba.
En aquella penumbra, de brasero, ropas negras, tocas de lana y confidencias ancestrales se investigarían embarazos prematuros, sospechas de aborto y culebrinas del run-run del pueblo. La sobrina teutónica que la vi dos veces, se meaba en el husillo del patio con gran acierto. La otra algo cenceña tenía propensión por entierros y sepelios con acompañamientos de muertos, a ser posible infantiles.
¡Señora han tocado a Gloria es un entierrito! Y allá iba como una jara a gozar con las lágrimas y a llevar las cintas blancas del ataúd.
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