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48) LA CANTAMORA

16/4/2021

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Unos la llaman la Cantamora y otros La Mora Encantada, lo importante es que existe y vaga por toda la Porrilla, aunque su predilección es la Madroñera.
La han visto en el Cortinal del Nene a la puesta de sol, en el de Fandango a la madrugada y en pleno día mirando el agua del pocito en el cercado del Dornillo.
Todo el mundo sabe que en las noches de niebla llora en su casa, La Piedra de la Mora, esa cueva entre rocas de granito que se cuela en la tierra y nadie sabe dónde llega.
Una mujer la vio una tarde de invierno sentada sobre la Piedra de Juan Reales, peinando su larga cabellera negra y la describió algo así, como si fuera la sirena del puerto de Copenhague.
Está envuelta toda ella en un halo de dulzura fatal, pues a pesar de su belleza, a su encuentro siempre acompaña la desgracia.
Los hombres procuran evitarla y las mujeres se horrorizan solo con su nombre y aseguran quienes la oyeron gemir, que levanta el pelo como cuando el perro ulula a muerto.
Cuando encontraron cadáver al padre de Pepe el de la Viuda en el borde del camino que atraviesa estos lugares, los compañeros de trabajo explicaron que estaban segando juntos en la Adelfa y que él había regresado al pueblo por haberle mordido una víbora. Burrita que siempre espía tras la maleza, corrió la voz que lo había visto parado con una mujer alta vestida de negro.
Cuando se ahogó el Perniles, la autoridad lo declaró suicidio, pues tenía a la boca del pozo colocado en orden sus efectos personales: una carterita, la petaca, el librito de papel de fumar, el chisquero y el Roskopf, pero unas mujeres que hacían tertulia en el lavadero público le habían visto gesticulando como si hablara, dirigiendo sus ademanes desde el brocal al
fondo del agua.
Y cuando, el tonto del pueblo, Botellita, contaba que una mujer desnuda le había invitado a bañarse con él aquella noche de invierno en el abrevadero del cordel, todo el pueblo reía.
Y no es una Serrana de la Vera que encandile al macho y lo apiola una vez conseguido, ni hembra del alacrán que lo devora en su pasión amorosa, es otra cosa, puesto que son las adolescentes las que por consejo de sus 
mayores más se guardan.
No hay acuerdo ni en su figura, unos la entrevieron altísima y delgada, otros muy bien formada, alguien la describió con larga cabellera negra y ojos de carbunclo, la mayoría asegura que es rubia y tiene los ojos del color de la verde lamilla de las fuentes.
Cuentan que es el espíritu encantado de una doncella mozárabe seducida por un caballero berberisco, que ante la oposición de su padre señor del castillo que estaría emplazado donde ahora se hallan los grupos escolares, se citaban en un pasadizo, que sería la galería de la huerta de Cristofani.

Advertido el castellano cegó la galería dejando dentro al caballero enamorado. Ella, enloquecida, lo busca por todas las simas desde hace mil años.
Otra versión es que al rendir la fortaleza el noble cristiano acepta en las capitulaciones entregar a su bella mujer al moro por conservar ciertas prebendas.
Ella impone que la entrega sea en secreto y en el citado túnel, allí apuñala a los dos infieles y se arroja a un pozo de la Madroñera.
Los sarracenos en venganza arrasan el castillo no dejando jacilla y vaga desde entonces maldiciendo a los hombres y llorando su desventura.
La Enquisa tenía una hija que era la admiración de todos. Contrastaba con su madre por su carácter dulce y en el colegio se sentaba al lado de la maestra.
Tenía catorce años, la cara llena de granos y las piernas muy largas, además, mientras la madre lavaba y disparataba con otras fregonas en el lavadero de la Madroñera, ella subida en una peña hacía poesías.
Una tarde cuando las mujeres se recogían con las cestas en la cabeza camino del pueblo, se quedó atrás.
A la mañana siguiente ella y su lápiz flotaban en un pozuelo.
¡¡Esa niña comía muy poco y le dio un mareo!!, clamó el pueblo.
El juez certificó muerte accidental.
Pero las comadres...entre las comadres brotó la voz…
¡¡¡La ha llamado la Cantamora!!!
Desde entonces las madres conscientes, las buenas madres, no se acompañan de sus hijas púberes cuando van a lavar a la Madroñera.
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47) MILES GLORIOSUS

15/4/2021

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En realidad, a mí no me gustan las guerras, ni las peleas, acaso las discusiones con calor tabernario. Aunque reconozco la belleza de una fragata a toda máquina con mar gruesa, la de un reactor pintando bigotes al cielo, la marcial uniformidad de nuestros infantes con caras de
niños, detrás de la bandera…, pero no podemos olvidar que los españoles llevamos matándonos con pulcritud y esmero, desde hace la friolera de tres mil años. Porque antes, que también nos defenestrábamos, se nos disculpa por Neanderthalensis.
Si los españoles se cascaban, en nuestro pueblo repercutiría y repercutió. Comprobado.
Las hachas, puntas de flechas y demás restos paleolíticos de los Dólmenes de la Porrilla, no creo fueran utilizadas solo para cazar elefantes y rinocerontes que pastaban en Barbosa y algún día aflorarán a la orilla del arroyo del Santísimo. Pero noticias de batallas gordas, las tenemos de las habidas con cartagineses y romanos.
Viriato, que era a mi parecer de aquí y cabrero en Upa, fue enterrado (sus cenizas) en la falda de la Lima. Cepión permitió el traslado de sus restos, desde la Ciudad Encantada de Cuenca, y la lápida bilingüe (latín e ibero) sobre la que ajusticiaron a los traidores de Osuna, [TC1] Ditalcón,
Aulaces y Minuro, rueda como tapa de pozo por alguna colonia del Galeón. La Valencia que se fundó con el resto de su ejército, que no se suicidó cuando el fracaso de Tántalo, el nuevo jefe, lo mismo puede ser Valencia del Cid, de Alcántara, de las Torres, etc., aunque yo creo que fue la del Ventoso. Se llamó así, valentía o de los valientes.
Tremendo duelo a la extremeña, entre las rocas fantasmagóricas que bordean el Júcar, implorando a Endovélico. Monedas de cobre con el guerrero sobre el caballo alado, puedo enseñar procedentes de la Madroñera a la que llegaba entonces la denominación de Lusitania.
A partir de aquí, no tenemos noticias de acciones bélicas de altura por nuestros predios, hasta la solfa que le dio D. Rodrigo Díaz de Vivar en una razzia, al alcaide de Constantina al que tomó el castillo...
Después, las tropas de Castilla partidarias de la Reina Católica, Isabel, aquí tuvieron techo y pitanza cuando perseguían a las huestes de Dª Juana la Beltraneja camino de Portugal. La dehesa boyar de la Jarosa, fue otorgamiento real a los vecinos de esta villa por el servicio.
En el Pedroso como no había judíos, no los pudimos degollar, como hicieron en Cazalla cuando el pueblo asaltó la Aljama en los progromos; y hasta la llegada de los franceses, no matamos más que conejos, jabalíes y gamos; porque aquí no había ciervos. Pero llegaron los "gabachos", y nuestro Ayuntamiento acordó en un pleno, salieran los cazadores con sus trabucos y retacos, y los vecinos con aceros, palos y herramientas, porque estaban en Alanís y convenía ir a su encuentro.
​
En el arroyo El Parroso, entre Ventas Quemadas y Arenillas, existe un recodo formado por sus aguas, llamado La Revuelta
del Negro, por haberse hallado suspendido por debajo de la nuez y de un acebuche, a un mameluco que distrajo el sendero y la compañía de los suyos. Un
pozo que se limpió en la calle del Cristo, del que salieron con el cieno abundantes hebillas y bayonetas con silueta de cuatro, nos habla de un figón en donde los mostachos galos, se mojaron dos veces, la primera en vino y la segunda en agua salobre.
Novaliches, Prim y Cavalcanti, son de nuestro pueblo. Los tres son apodos de sencillos vecinos nuestros, de los que los dos últimos, creo se les aplicó por su arrojo en su trabajo o vida cotidiana, pero el primero, es más curioso.
Lora, porque así se apellidaba, recluta pedroseño en las filas de Isabel II, fue asistente del general Novaliches y en la batalla del Puente de Alcolea, siguió a su jefe en solitario y lo recogió cuando cayó con la mandíbula destrozada por la metralla.
 
¿Qué blanquea en aquel cerro?
Es la quijada de Novaliches
que se la está comiendo un perro
 
Cantaban cruelmente los liberales.
Este gesto le costó a nuestro paisano, el destierro a Cuba, de donde volvió años después, con terribles cicatrices que acreditarían la severidad hispánica en el juicio de sus héroes; Y le aseguró el apodo, Novaliches.
Otro de los nuestros, Morente, se apaga en el silencio de un callejón, con una cicatriz de gumía recibida en Annual, en una noche de caballos y sables protegiendo a un convoy de heridos.
Un jornalero de Los Labrados, fue aconsejado no respondiera al interés de la casa del Caudillo Franco por él, querían condecorarlo y darle mejor puesto, en esas prudencias de nuestra última guerra civil. El motivo era el recuerdo del lance de película, en el que sólo hizo frente a una partida cabileña en el Rif para dar tiempo a escapar a uña de caballo, a las dos damas hijas del coronel que acompañaba en el paseo como asistente y soldado raso de caballería.
Pedro Flores soldado escogido para la escolta real, protegió con su caballo y su cuerpo la carroza de D. Alfonso y Dª Victoria, entre hombres muertos y bestias despanzurradas, cuando la bomba, regalo de bodas de Mateo Morral.
Y nos seguimos y seguimos pegándonos tiros en nuestra última guerra, que es nuestro hobby, asombrando al mundo con nuestra brutalidad.
Termino con otro apodo, muy escueto que quiero conste y que tampoco conozco su origen; es el Soldadito. Son todos los miembros de la familia los así nombrados y a simple vista no se les aprecian virtudes castrenses, pues uno es un solterón, motorista recalcitrante, con colilla
soldada al belfo y su hermano, de igual estado, de austeras vigilias alcohólicas, con intermitentes desmadres.
Los dos tienen más batallas perdidas que ganadas.
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46) TESOROS

14/4/2021

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La Sierra Norte de Sevilla, que coincide con la Beturia Céltica de Plinio, forma un triángulo cuyos vértices se llaman El Real de la Jara, Puebla de los Infantes y Guadalcanal.
Por sonoros puede estar ufana Sierra Morena y, por su humildad y discreción, sigue casi desconocida a pesar de haber representado primeros papeles en la comedia de la historia.
El Real de la Jara, la antigua Xara árabe y Real por su lealtad a los Reyes Católicos, mira de lejos al Tentudía, misteriosa mole de mil metros con un monasterio del Cister derruido en su cumbre, que quedó extremeño en las divisiones de los hombres, pero Dios la elevó en la Mariánica.
La Puebla de los Infantes, la Celsita de los celtas, la Cañebolo goda y de los Infantes Puebla, por haberse otorgado en la reconquista a los hijos del rey San Fernando, es una terraza sobre los regadíos de Palma y Lora del Río; y arriba, Guadalcanal, la de las minas de plata, Tereses íbera,
Sisipo celta, Canalia romana y Guad-al-kanal árabe, es la escudriña Extremadura y otea hasta Carmona. La rodean sierras como La Capitana, la del Viento y la del Agua, nombres que parecen dados por Fernando Villalón.
El relleno de este albondigón que sabe a monte, lo componen Alanís a la que el emperador Carlos V regalara la fuente de Santa María y que fue la Iporci celta, Alanís de los alanos o Al-Anis, la fértil, de los árabes. San Nicolás, cuna de San Diego, discute con Alanís el poblado de Iporci, la llamaron los romanos Fortuumade, tiene un puente de esta época sobre el arroyo Galindón y pare una rivera en el centro del pueblo. Las Navas, con su río Guadalbacar madre del cerdo ibérico. La orden de San Basilio en tiempos de Isabel II, cambió su nombre de Navas de los Puercos, por de la Concepción. Constantina, que acuñó moneda con los romanos y se
llamó Sucum-Murgi con los celtas, Lacuni-Murgi con los cartagineses, Constantina-Julia por el emperador Constantino, Continea en árabe y Constantina la llamó San Fernando. Cazalla de la Sierra residencia de Felipe V y abastecedora de vinos y aguardientes para la flota de Indias, se llamó Callentum, Hermandici-Emanica y Germanicu en la antigüedad, en mozárabe Castalla. El Pedroso celtíbero-romano, pueblo minero de tiempos remotos y con un castillo aún no localizado y Almadén de la Plata, la Iluria fenicia según Ptolomeo, también llamado Al-Maden, la mina, y del que decían los árabes fue fundado y habitado por Hércules el fenicio.
Todo esto que a trancas y barrancas he recopilado, es un gran tesoro; pero como de él podemos disfrutar, poco lo apreciamos.
Hay más, mucho más, de esos que evocamos en los sueños, de los de olla y cartucho, fruto del trasiego de los conquistadores extremeños y del botín del bandolero.
Algunos están alumbrados y otros quedan por cavar; de los conocidos doy relatos y de los ocultos, pistas, rumores y tradiciones: de las necesarias para inquietar.
Recientemente en el desbroce y abancalamiento de una finca a los pies del castillo de Montegil, esas poderosas máquinas que están cambiando nuestro paisaje, desenterraron una rociada de monedas de plata árabes, según dicen, de notable valor numismático.
Ante el lugar, y con la ayuda de mi febril imaginación, vi nítidos a los
castellanos moros bajar de la fortaleza forzados por el pánico ante la inminencia de la llegada de los caballeros de San Fernando. Veía, como si allí estuviera, al viejo Alcaide rodeado de sus trémulas odaliscas, que paladeaban el cambió del sarraceno con olor a Alhucema, por el
chicarrón del Bierzo con sus polvos, sus sudores y sus hierros, buscando una tejonera donde resguardar el producto de las alcabalas hasta pasada la razzia.
No hay duda que así debió ser y para proseguir con otro, pongo freno a la imaginación.
¿Y el tesoro del Cerro del Burro? Todo el mundo sabe que es punto de partida de una rica familia de Cantillana actualmente y, que no ha mucho, eran arrieros.
Cuentan que arrancaban jaras, el suelo era blando y a un golpe de azadón, con la pella se le vino el borde de una tinaja empotrada en el suelo y rellena de peluconas.

Aquel anochecer los dos burros del arriero, no acarrearon jaras para la calera.
En la colonia del Galeón y a un tiro de pistola del vado sobre el San Pedro, por el que salta el camino Real de Sevilla a Cazalla, es rumor muy antiguo, que, acosado por los Migueletes, enterró un bandolero su botín afanado a la diligencia de Llerena. Una arcaz con dineros y dos cofrecillos con joyas, por allí quedaron tapados, pues el salteador recibió un trabucazo en la calavera y quedó bobo y con la razón perdida.
La Cruz del Platero, grabada en una centenaria encina del camino de Valperdido, que se sospecha amadrinaba las minas del Pedroso con Munigua, señala y recuerda el sitio donde un arriesgado vendedor ambulante perdió su vida defendiendo la mercancía. Esta, que venía
incrementada por una herencia, iba a emplearse en Azuaga lugar al que no llegó. Cuentan que el comerciante malherido, tras matar a los tres forajidos, escondió antes de soltar la pelleja todo lo de valor en la coquera de una encina, no dejando a la vista más que las baratijas.
Y como remate de todas estas huellas y rastros que invitan a visitar los lugares que describo, otro en las Jarillas.
Decía Antonio Aranda que le contó su padre cuando volvió de Cuba con
su uniforme de rayadillo, que los yanquis les hicieron pasar malos tragos en varias ocasiones. sobre todo, en una, casi al final del desastre.
Hechos fuertes en un bohío, se defendían varios soldados del regimiento de Talavera, de la riada de salchicheros y mulatitos de Maceo. Las cuentas estaban echadas, poco más, el adiós y la salida a la bayoneta.
Entre los hombres que quedaban se recordaba con nostalgia la patria, y al preguntarse de que lugar procedían, descubriose que un tal Senet de Castellón había servido en las filas carlistas y Dios sabe cómo, había pasado con una patrulla de aprovisionamiento por la sierra de Cazalla.
Aquí muy perseguidos por los isabelinos, abandonaron la impedimenta y huyeron hacia Úbeda y Levante. Al pie de una fuente que decían de las Jarillas y que no distaba mucho de un río llamado Viar, acamparon y se desprendieron de todo el bagaje, matando las mulas para seguir más rápidos en los caballos.
El oficial ocultó, para evitar codicias, un arca con metálico destinado a soldadas para un regimiento derrotado y disperso y unos cajones con fusiles y bayonetas.
Aseguraba Senet que ninguno pudo volver, ni sabían dónde quedó el dinero, pues el oficial murió y el resto corrió muy distintas suertes, pasando a Francia él y otro superviviente.
Estos hombres de Cuba al final fueron rescatados, y terminada la guerra, Senet y Aranda, de vuelta a España, acordaron buscar juntos el tesoro.
No pudo esto realizarse, ya que el carlista, aquejado de fiebres, fue hospitalizado en Cádiz y de él nunca supo más su compañero de armas.
Quién me lo contó, que era mayoral de las vacas en esa finca, buscó lo suyo, pero varias son las fuentes y muchos los barrancos a registrar.
Ahí queda, que, si los detalles fuesen más precisos, yo no los contaba.
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45) EDUARDO EL GAUCHO

13/4/2021

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Andaba diciendo su china que le había entrado el Malo, pero el chucho que tenía no era por el demonio, tampoco del frío y el poncho calamaco que lo embozaba, no lo socorría. Él era castellano y no quería dejar el cuero a merced de los caranchos en aquella chacra inmunda, así que una mañana alzó el poncho, dejó a la china en su cuja y montó en el sotreta.
Esperaba llegar a Buenos Aires en mes y medio si la salud, la poca que gozaban el pingo y el jinete, se lo permitían. Le ayudaba el no ser chapetón, pues sus quince años de pampa le había hecho por necesidad, gaucho matrero.
Llevaba como recado el facón, las boleadoras y la tacuara para ensartar a la viscacha, que el mate para distraer a las tripas, lo tenía tan obligado como la solanera del día y la helada nocturna.
Así una jornada tras otra andaba el pampero de día con los avestruces y de noche con sus recuerdos acercándose lentamente al Río de la Plata cada vez más roto.
 
Yo nunca me he de entregar
a los brazos de la muerte
arrastro mi triste suerte
paso a paso y como Puedas
que donde el débil se queda
se suele escapar el juerte.
 
Se preguntaba el gaucho su viviría su mujer y sus hijos. Si fue bien el parto que a los dos o tres meses de su arribada a la Argentina debió tener. Si era macho o hembra. Como estarían sus tierras, sus olivares, su casa...
En las noches de calenturas con la Cruz del Sur por techo, estos recuerdos como pesadillas, le hacían clamar en aquellos desiertos espantando al indio en sus tolderías.
 
¿Quién es de un alma tan dura
que no quiera a una mujer?
lo alivia en su padecer
si no sale calavera
es la mejor compañera
que el hombre puede tener
 
Se embarcaría de nuevo para volver al pueblo en que nació y a donde creía llegar muy justo para morir...pero… ¿cuál sería la postura a tomar ante su mujer?  Llegaría pobre y derrotado, viejo y enfermo... ¿no sería mejor esperar la muerte bajo un ombú?
Nunca debió casarse, fue un negocio familiar, ella tenía su novio y él tenía mucho donde escoger. Pero casi contra su voluntad acabó queriéndola, se enamoró de su mujer tarde y con daño. El daño que hace el saber que para ella el matrimonio tenía los mismos obstáculos que
para él. ¿Seguiría queriendo a su antiguo novio?
 
Es triste a no poder más
el hombre en su padecer
si no tiene una mujer
que lo ampare y lo consuele
mas pa que otro se la pele
lo mejor es no tener
 
Un atardecer Eduardo el Gaucho desembocó en una pulpería. Ya se encontraba más fuerte.
 
Venía la carne con cuero
la sabrosa carbonada
mazamorra bien pisada
los pasteles y el güen vino...

​
Allí por primera vez después de abandonar el 
 

tranco a la chuquisa, y con el pretexto de comprar yerba, azúcar y tabaco, tomó un chifle de vino y otro y otro, bailó el gato con una tapetada y siguió dando besos al pichel.
Al despertar en la talanquera, le habían limpiado el pingo con el recado y aliviada la guaca.
Cayó en la desesperación Eduardo al encontrarse sin blanca y redoblar en los recuerdos. Muy difícil era reunir los pesos para el barco, era preferible volver a la chacra...pero, más repuesta su salud, se contrató con un gringo que lo tomó por baquiano en la talada de Rosario.
Finalmente decidió escribir a su mujer y tantear como sería acogido, cosa que puso en práctica, así como el propósito de juntar plata para el embarque.
 
Con gato con fandanguillo
había empezao el charango
y para ver el fandango
me colé haciéndome bola
mas metió el diablo la cola
y todo se volvió pango
 
No debió nunca su mujer citarse en la ventana con el antiguo novio. Si al romper las relaciones este se hizo cura, más razón para no verle, pasados ya siete años y estando ella casada… y así seguía atormentándose el gaucho.
Ni a la chacra ni a su tierra, pensaba; no ando mal donde estoy.
 
Es sonso el cristiano macho
cuando el amor lo domina...
 
Y llegó la carta, respuesta de su mujer. En el papel solo una palabra: vuelve... y una fotografía de sus hijos.
Lloró Eduardo toda la noche y al colorear el día, salió para Buenos Aires. Vagó en la ciudad portense esperando barco para Europa y como tardara, a repartir leche con carro y mula dedicó su ocio.
Cuando llegó el vapor había cambiado su figura de gaucho por la de criollo y guardaba un pasaje de tercera para España
 
Cuando la mula recula
señal que quiere cosiar
ansí se suele portar
aunque ella lo disimula
recula como la mula
la mujer para olvidar
 
Aquella noche al embarcar brillaba la luna en la Plata y muy despacio por entre los fardos de lana amontonados en el muelle, Eduardo el Gaucho se despedía de América con su humilde petate al brazo y los sentimientos encontrados.
De pronto y por detrás alguien le sujetó los brazos y un fierro le puso al cuello, por delante un cambujo con facón le pinchaba la barriga…
¡¡suelta la plata, gringo!! Le sopló al oído el prieto.
Volviéronle los bolsillos y vaciado el petate y Eduardo que no era blando, en su desesperación, tiró a uno para delante, pero el otro le abrió el cuello y el caído le sacó el sebo. Antes que parara de patalear, lo mandaron a la corriente con una galga en los pies. Al Gaucho le habían
faltado las bolas y el poncho.
Cuando atracó el vapor en Cádiz, Dolores y sus hijos, esperaron en la pasarela hasta el último viajero; pero Eduardo el Gaucho Matrero no vería más la torre de su pueblo.
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44) UN GUARDA LLAMADO AGUSTÍN

12/4/2021

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Su guardería podía ser discutida; desde luego no era ortodoxa, y si me apuro, la juzgaría tan original como el pecado. No era inquisidor de huellas, ni celador oculto, ni bellaco seguidor... cualidades exigidas en los de su profesión; trabajaba de oído y a distancia, quizás por graves dosis de molicie que acompañaban a una psicología rural macizada de sentido común.
Con el lucero, "Matagañanes", prendía el anafre que recalentaba el café tras sus abluciones reducidas a la implantación de la gorrilla y el ensalivado del medio cigarro de la noche anterior.
A partir de aquí y mientras las gallinas iban bajando del chaparro que tenían por alcoba y la podenca hirsuta ladraba a la luna, reincidía en la cata de su infusión dosificada en pequeños culillos de una lata.
Merodeaba en derredor de la casa bajo el sereno, buscando la lumbre de un bellotero a la escucha del golpe de hacha del bornicero, y satisfechas estas exigencias, seguía sorbiendo culillos de café y disparando acertadas salivillas en su entorno.
La borrica que le auxiliaba tenía por habitación un chozo de juncos y tamujos tras la casa y compartía el pesebre con dos gallinas de guinea bravas como miuras, que, ante la menor alarma, se disparaban en un planeo vociferante a las laderas del Naranjo coreadas por el resto del corral, el ladrido del can y los rebuznos de la asna.
Este hogar al que nunca faltaba el vino, era sin embrago pobre en agua y en leña, ya fuese verano o invierno, pues, aunque estaba rodeado de una exuberante vegetación y la fuente reía en la cañada, el cántaro se aburría y la candela malvivía inope.
A la salida del sol aparejaba a la burra con una albarda herencia de bestia, de mayor porte y un seroncillo de esparto desflecado, que le permitía trasladarse al pueblo, transportar la vitualla y una garrafita de dos litros, eterna viajera.
Las provisiones acarreadas, siempre escasas, obligaban al diario peregrinaje con la consiguiente quiebra de la rutina y soledad del campo y la alegre visita el buchinche ya la vendeja pueblerina.
Manuela su mujer, dotada de afilada voz y requintado tono, cebaba a los pavipollos con cocimientos de ortigas y ahuyentaba a las vacas que deshebraban el chozo. Y Agustín retornaba siempre a la guardesa cuando el sol estaba más alto, en acalorado soliloquio y caballero en su pollina, que soportaba dócil su gesticulante estampa como un remedo de Alonso Quijano, el Bueno.
Era su casa lugar de cita para el caballista, el peón caminero, un guarda forestal impuesto por la Diputación y los vaqueros de la finca. Y eterna disputa y velada la rivalidad con dicho guarda.
Más de una vez solicitaba Agustín la intervención de un tercero que sancionara el pleito:
- ¿Tu qué dices? Diego los llama dólares y yo dollares. ¡Quién lleva razón?
Dice éste que es lo mismo "oropuerto" que "orodromo"... 
¡¡¡ si no sabe distinguir una gamonita de una cebolla albarrana!!!
Hace un año que me está dando la lata con una yerba especial que han sembrado en Cañagerrá y dice es la revolución por lo que alimenta al ganado, y ahora cuando ha salido, resulta que es carretón, carretón que los hay aquí por todas partes…
Trifolium subterráneo... carretón y nada más
que carretón... ¡¡¡ingenieros!!! ¡¡leche!!
Y así eternamente según el temple, procaz o socarrón, agresivo o amigable componedor.
Más liga hacía con el peón caminero, quizás porque a éste las palabras tan solo le salían expulsadas por el mosto, al que los dos tenían en compadraje y por la afición de ambos a esperar a una liebre en el agua, o a perseguir barbos y bogas en charcas enfangadas. Por esta afición les vino conocimiento del día de Acción de Gracias.
Sería mediada la mañana y se afanaba la pareja de amigos, Agustín y el peón, en calzarse y desprender las sanguijuelas de las pantorrillas que, en los lances del trasmallo se les habían asentado, cuando ante sus asombrados ojos asomó una caravana de coches de real presencia y a campo a través, hollando los céspedes del Guanagil. De ella descendieron con algazara extraños seres de polícromo atuendo y jerga ininteligible, quienes como endemoniados, prescindían de ropas y calzados sin parar en barras, hasta hacer hipar a los pescadores que se encogían tras las adelfas para no ser advertidos, ni perder detalle.
Rubios y rubias, negros y negras, todos en alborozado maridaje y con una música trepidante proyectada desde los vehículos, bailaban extrañas danzas y practicaban chocantes deportes. Todo acompañado de sorbetones a preciosas latitas que inexplicablemente abandonaban por
doquiera.
Atónitos ante el espectáculo, con las gorrillas hasta las orejas y quebrantados los costillares por tanto codazo como muda señal de admiración, nuestros protagonistas que no creían lo que veían, inútilmente se atormentaban por deducir quién era el marido de quién.
Después surgió la hecatombe; una rubia jolgoriosa y con todo el cuero al aire, se descubrió asentada en la nalga una sanguijuela. Se hizo corro ante la accidentada, paró el deporte y la música y en menos de diez minutos llegó la ambulancia de la base conjunta de Constantina con un equipo transfusor. Más rápido que llegaron, levantaron los yanquis el campamento con miradas de sospecha a la jungla que los rodeaba, de la que ya asomaban las vacas camino del abrevadero.
Finalizado el espectáculo, Agustín y el peón, escogieron las más atrayentes latas con las que obsequiaron a sus mujeres y lavaron sus conciencias.
El bienaventurado peón, cuando el hijo mayor cayó del burro y se dañó la cadera, disculpaba la cojera asegurando era producida por "la ruma" y heredada de él ya que éste es su padecimiento.
A lo que Agustín contestó explícito y certero como siempre:
-¡¡Coño peón!! ¿Cómo va a ser "la ruma" heredada de ti, si ese chiquillo lo tría tu mujer con seis años cuando se juntó contigo?
Antes de jubilarse, las raposas del carrascal de Cuernavaca le diezmaron los pavos y gallinas, la burra la vendió y el can y dos pollos de perdiz los llevó consigo al pueblo.
La podenca ha engordado con la falta de ejercicio y los huesos de las tabernas, y de las perdices aclara que son mochuelos expuestos a un guiso, a los que es necesario poner el televisor para que piñoneen y que solo dan de pie, con el reclamo de la máquina de coser cuando pedalea Manuela.
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43) DOÑA DOLORES Y DOÑA EUGENIA

11/4/2021

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Varias generaciones se educaron en estas migas; que regentaban y adoctrinaban estas damas de largas sayas y pródigo abalorio. Había como es lógico una rivalidad encubierta en la preparación de los alumnos y en los métodos de enseñanza; quizás Doña Dolores fuese
medieval y Doña Eugenia renacentista, pero de ambas aulas salieron modelos de madres fieles y prolíficas.
Eran métodos distintos de comprobada eficacia que satisfacían a padres de mayor o menor progresismo y a los que se rendían hasta los anarquistas locales.
Doña Eugenia aventajaba a su rival en tener banquetas corridas propiedad de la institución, detalle que en el otro centro se subsanaba con la aportación personal de la sillita de anea que, al finalizar la jornada, se amontonaba en un tinglado cubierto por latas.
El horario era muy flexible, la disciplina ruda y el pago por derechos, al trasponer el umbral. A los buenos días acompañaba una perra gorda de cobre, sabido estipulado que daba derecho a tener recluido al infante hasta las cinco en punto de la tarde; como Sánchez Mejías.
Doña Dolores "toda de negro hasta los pies vestida", apuntando unos blancos encajes sobre los botines, se situaba en un trono compuesto por un rústico sillón sobre un estrado de madera, desde donde administraba la docencia y la justicia directamente sobre el travieso o torpón, con una larga caña de longitud comprobada para que no hubiese defensa.
Doña Eugenia había impuesto la regla y golpeaba de plano sobre la palma de la mano, dejando la cabeza para otros menesteres.
Eran dos estilos de educación tan distintos, que ni aun hoy se ha llegado a una conclusión en la valoración de sus virtudes y defectos. Variaba de una a otra pedagoga hasta la música para la tabla de multiplicar.
Cadenciosa y lenta como gregoriana, la de Doña Dolores, alegre y bulliciosa como bulerías la de Doña Eugenia.
Desde luego a pesar de ser dos damas de sólidas creencias religiosas, las pupilas de Doña Dolores aventajaban en el catecismo del P. Ripalda a las de Doña Eugenia que consideraba de texto al del P. Astete.
​En cambio, estas finalizaban su educación con mayor cultura humanística.
Pero, ¿para qué querían saber estas futuras matronas donde estaba Paris?
Obras de Misericordia, Virtudes Teologales,  Potencias y Enemigos del Alma... 
esto era de dominio general en la clase de Doña Dolores; rezos para cada ocasión: "El Jesusito de mi vida y con el Con Dios me acuesto y me levanto", para dormir, "Ángel de mi guarda dulce compañía", para viajar, "Santa Bárbara bendita", para las tormentas y el "Bendita sea tu pureza y eternamente lo sea", para vestirse de limpio' eran sagaces ventajas sobre la competencia
Estas diferencias didácticas marcaban dos tipos entre las discípulas. Más discretas las de Doña Dolores, más ligeras las de Doña Eugenia.
Andaban los chiquillos por aquel entonces sin ropa interior y las chinches de los asientos prosperaban rollizas, por ello los jueves, ambas maestras, aprovechaban la tarde que era festiva, una para echar polvo de pelitre en las ranuras de sus bancas y la otra para cargar a cada alumno con su silla y el propósito definido de que la madre la escaldara con agua hirviendo.
En los calmazos del verano y a la hora sexta, Doña Dolores caía en sopor y los pupilos cabeceaban rodeados de moscas hasta la airada resurrección de la dómine, que con renovados bríos implantaba de nuevo las disciplinas.
Una orza con tapa de corcho contenía el agua de los refrigerios que se distribuía según la edad en la lata de los chicos o la de los mayores.
Esta era un chocolatero, de origen lata de leche condensada, a la que el maestro latero le aplicó un asa y remachó los bordes. De su trasiego abusivo eran consecuencia las boqueras que como golondrinos pelones padecían los chavales.
Doña Eugenia había dispuesto para estos menesteres un botijo del que los pequeños chupaban a morro con igual padecimiento bucal.
El lector que haya tenido paciencia para excusar mis desatinos de los que pido disculpas por si van mal emperejilados, habrá notado bien claramente las diferentes estrategias de estas dos santas mujeres y sus resultados. ¿Qué puedo añadir? Quizás acompañar una fotografía en la
que las dos maestras de las migas, centran la amarillenta cartulina rodeadas de niñas y mozas recatadas, llenas de perifollos, colgantes y gargantillas.
De todo esto se deduce que Doña Eugenia era más afecta a Triduos y Doña Dolores a Novenas, y ambas al tener noticia de un acto meritorio de alguna de sus alumnas, no dudaban en aclarar: "Se ha educado en casa".

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42) MIS AMAS

10/4/2021

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Cuando yo nací, en mi pueblo, todos los días moría un niño. En aquel villorrio serrano era normal el repique a Gloria y el comentario de las mujeres:
"Un angelito más en el Cielo"
Muchas serían las causas, pero los síntomas eran los mismos, una diarrea. Y los resultados también, una cajita blanca con cintas y un presuroso entierro que rezumaba conformismo y un algo de despreocupación. Se decía un "entierrito".
Los duelos de viejos y recién nacidos estaban descargados de pesar; el trance lo sublimaba la juventud o la hacienda del difunto.
Es humano, que quiere decir inhumano.
Pero volviendo al caso que nos trae. En aquellos años mi madre que era una mujer físicamente débil, me parió a mí, que resulté un braguillas fornido con un apetito pantagruélico.
Rápidamente di buena cuenta de sus reservas y ante mi escandaloso inconformismo, comenzaron las pruebas y experimentos chapuceándome el estómago con harinas tostadas y leches animales.
Me ocurrió lo que a todos; se me declaró el desbarate de tal manera, que nadie me concedía la menor esperanza de supervivencia.
Mucho lloró la santa de mi madre, hasta lograr el pobre de mi padre, una buena mujer que me ofreció una teta, más como caridad que como negocio. Era Pura "la Vejiga". ¡¡Bien me descalostraste, ladrón!!, me dijo ya chanca.
Pura era la mujer de un cazador furtivo de los de "a la luna", que pasaba semanas por los vericuetos de los cotos mejor guardados. A las citas convenidas acudía esta mujer a recoger la caza y aprovisionar la munición de boca y el recado venatorio del marido.
Pescaba en el Huesna cubierta con unos pantalones bajo la bata, de cuya humedad no prescindía hasta vender los peces, que en una cesta de varetas de olivo llevaba sobre la cabeza y pregonaba: ¡¡Peces vivos!!
Machihembraba y entablillaba los huesos rotos y hacía desaparecer las verrugas con solo un toque de saliva. Ella me salvó la vida, su leche ancestral me repuso a esta selva como uno de los suyos.
Cuando contrajo la pulmonía quedé de nuevo huérfano y con los apetitos exacerbados, mi madre seguía más que nunca siendo ama seca y mi situación grave.
Fue entonces cuando tuvimos una oferta que pudo ser la solución.
Dolores "la Carnicera" se ofreció por nada, a ella le sobraba, estaba trastetada y su hijo al que decían "el Alemán" por su enorme desarrollo, no la vaciaba.
​
​En su tremenda espetera quedé perdido y
saciado en un santiamén y todos nos la prometíamos muy felices hasta que se filtró la noticia.
La teta que “el Alemán" no apuraba y que ya, era prácticamente mía, había servido para para ayudar a un lechoncillo expósito hasta la víspera de mi primera mamada.

Nuevo disgusto de mi madre y la cancelación de los servicios de la pasiega, fue la reacción inmediata, y a mí, cuitado lactante, que seguro no tendría el menor escrúpulo en continuar con el machito, me lavaron repetidamente la boca con un hisopo desinfectante.
Solo un milagro me salvaría y se produjo el milagro. Mejor dicho, dos. Antonia “la Sordaita" era la lavandera de la casa. Una vez por semana recogía a la mañana la cesta de la ropa sucia y dos tacos de jabón verde, con los que se dirigía a un arroyo entre piedras de las afueras del pueblo.
Al atardecer volvía con la ropa limpia, soleada y seca y el cachillo de jabón que hubiere sobrado.
Aquella tarde también volvió con la ropa lavada y el pedazo de jabón restante en la cesta sobre la cabeza y en los brazos, una niña asimismo lavada, envuelta en una toalla y que había alumbrado camino del lavadero a espaldas de una piedra. Aquí hizo Dios de matrona y me
proporcionó otra ama.
De su ubre acumulé energías para seguir en liza con la muerte, hasta que quedó teticiega de un pecho.
No acababan mis infortunios y el asegurarme el alimento, de tan accidentado, resultaba ya angustioso.
Pero el Creador me tenía reservado también, para que diera testimonio de estas aventuras.
Vino por entonces como todos los años a dar a luz en el pueblo, la mujer de un vaquero a la que llamaban María "la Calicha"; maciza y ubérrima hembra que ante la congoja de mi madre se comprometió a ahijarme.
Ella me sacó de culero y me destetó a la manera de los gitanillos en los procedimientos y con los afectos y cariños de verdadera madre.
Vivía en la calle por donde había de pasar camino de la escuela, y recuerdo ya zagalón, aquel día que cayó la tromba de agua y viento, cuando al verme azorado, me cubrió con su delantal y me apretó contra su pecho al que los años habían debilitado. Reviví el olor de su cuerpo y
me sentí protegido.
Tenemos que reunirnos los hermanos de leche. Ahora se llaman: Pepillo "Tormenta", "el Alemán", "Agüita" y "la Mona".
Compartieron conmigo su alimento. Les invitaré a un yogur.
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41) CUANDO LOS SÁBALOS DESOVABAN EN GARGANTA FRIA

9/4/2021

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...y las barcas de los pescadores de Don Benito navegaban sobre un mar de jaras por la cuesta de la Fragua, subiendo y bajando los montes como si fuesen olas de una mar arbolada...
Solo la proximidad descubría el truco de los borriquillos que las porteaban en sus lomos, y, el polvo de la angosta vereda apretada por la maleza, patentizaba lo insólito del espectáculo.
No eran espejismos producidos por el ardiente reverbero de las gredas de Montegil del Cielo Hermoso.
En las calientes primaveras de este valle tropical, el Guadiana prestaba al Viar unas barquitas como de papel, de fondo plano con agudo y simétrico perfil, desde donde a los sábalos, que subían y subían desde la Piedra de Salmedina en Sanlúcar de Barrameda (San Lucas la de la barra en medio), casi hasta los llanos de Llerena, les salían al encuentro tres hombres de Don Benito.
En Bajo Guía los veían pasar y en Bonanza y Coria los acechaban los Ybarra para fabricar el caviar ruso.
Desde Mérida a el Pedroso y en una batea del ferrocarril, estas canoas, causaban el asombro con su talante marinero entre los labriegos de la Tierra de Barros y los ganaderos de Sierra Morena. A partir de aquí, aún le restaban veinte kilómetros sobre las albardas de unos pollinos a las que arropaban por completo, no reparándose de los animales más que de los remos.
¡Claro está!, que así ocurría antes que los hombres amordazaran al Guadalquivir en Alcalá del Río, donde ahora calan angulas y las exportan como si de Aguinaga fueran.
Al amanecer, entraba en el Pedroso Torrico el Joven con dos seras en una rocina, a repartir por encargo peces de a medio metro, producto de la almona de la noche anterior.
Tapados los sábalos con juncos húmedos, hacían jornada a la luna desde Mosquila con la burra y el sabalero compartiendo el miedo a los lobos; ella temblorosa y meona y el 
hombre con la treta de arrastrar la faja y
despedir centellas golpeando el chisquero, pues así dicen que se produce espanto a las alimañas en la noche, que temen al fuego y sospechan de la faja el lazo del trampero.
Disponían los extremeños de buenas artes y sus lances eran seguros. Fabricaban en los remansos del río empalomados que trataban con la tóxica raíz de torvisca, y, algunos cepos les aseguraban el conejo para el gazpacho. A veces estas trampas les sorprendían con la piel de la nutria o la del meloncillo.Cubiertos con pretinas, a lo más con pañetes impúdicos, buceaban en las rebalsas sin saber nadar, apalpando los agujeros de las piedras para sorprender al pez grande en su cueva.
Comer lo que daba el campo y por casa y abrigo una de las barcas puesta al revés; esas eran sus dietas y lugar para arrepanchigarse.
Una noche en que la luna andaba embozada y Adulfo recogía el trasmallo en la charca de Risco Nogal, un ser monstruoso salido del fondo embistió a la canoa y naufragó el pescador que tuvo que ser rescatado por sus compañeros. Poco antes habían lanzado a las aguas como explosivo y para agilizar la pesca, una botella de gaseosa de esas con una bola de vidrio por tapón, rellena de carburo de candil.
Amedrantados los extremeños por la presencia de este insólito animal, se insultaron y cargando sus asnos con las barcas y el sabalar, pusieron rumbo a Don Benito.
Días después los mastines de las Gateras sacaban del agua un pez medio podrido de más de cien kilos de peso, del que darían cuenta ellos y los pájaros. Esos pájaros, buitres y alimoches que anidan allí cerca en el llamado Corral de Granados o Barranco de los Buitres.
Bueno, pues el pez que afloró agónico y en sus espasmos hizo zozobrar el bote de Adulfo, era un esturión y la bolsa de la hueva que colgaba de un acebuche en el tablazo del cerro del Toro, futuro caviar y seguramente olvido de un carroñero.
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40) MI ABUELO TENÍA UN MOLINO

8/4/2021

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Mi abuelo tenía un molino de viga, obscuro, fresco, silencioso, con un denso olor de aceite virgen. Allí era fácil verle recostado sobre una pila de capachos sin estrenar, contrastando su regordeta figura vestida de negro sobre el inmaculado crudo del esparto.
La huella firme de sus botitos de fuelle quedaba marcada de un día para otro en el borujo caliente, derramado de las espuertas camino hacia la troja.
Las discretas visitas a la almazara avivaban el ritmo de trabajo de Alfredo y Joseito, los molineros, y el tono bondadoso y socarrón de su voz, espoleaba al burro que remolcaba el rulo con los ojos tapados.
Como lazarillo travieso le acompañaba para evitar que tropezara en las penumbras, o metiera las piernas en una de las tinajas empotradas y a ras del suelo donde reposaba el aceite, pues los azules y honrados ojos de su juventud, los habían maltratado los años hasta dejárselos casi
blancos y con escaso aviso.
¡¡¡Mi abuelo tenía un molino de aceite, un bigote blanco y le gustaba al amanecer, desde su sillón de mimbre, atender al chachareo de las golondrinas!!!
Era en el invierno cuando más disfrutábamos de nuestra compañía, ya fuere por el frío, que me obligaba a buscar su cálida humanidad, o en la candela con sombras, ante la que me narraba cuentos de viejas, quisicosas rurales y sucesos olvidados. Y digo disfrutábamos porque él necesitaba de mi mano para andar y de mi ingenuidad para reír.
Al alba, cuando ya había matado el gusanillo con un harapo, entraba Antoñín el mulero a sacar la ceniza y a prender con las ascuas al nuevo trashoguero de la chimenea… aparecía Felisa malhumorada con un café solo y a veces... yo, que me acurrucaba tiritando en los brazos del viejo espabilado por las tachuelas del gañán.
-¡Hoy es día de migas!, ¡Que traiga Felisa sardinas!, me decía en la mañana desabrida, de brumas y lluvias, de calles solas y tristes lamentos del viento, convirtiendo la desolación en fiesta.

Y venía Antonio el hortelano con la sartén de rabo largo, que ante mi noticia de que ya olía, volteaba la torta a la altura de la tolva y la recogía sin perder migaja, cambiada la cara por el revés. En el borrajo, las sardinas de Peliche, y a la boca de un belez, el abuelo dirigiendo la recuperación de un gato naufrago en aceite, que tenía por salvavidas una cántara que no acertaba y al que el patriarca insistía ¡¡Haz diligencia!!
En la candela el hortelano repitiendo una vez más que no toleraba las migas, por habérsele estropeado el estómago el beber meados de caballos en la guerra de Cuba...
​Mientras el abuelo repasaba con el maestro molinero las cárceles y vírgenes, el resto nos concertábamos para hacer girar las aspas del husillo haciendo correr, aceite y bejina, que, al aflorar la viga y colgados de sus brazos, nos hacía rotar vertiginosos como en un tiovivo.
Al atardecer, las bestias de albarda y algún carro o carreta animaban con gritos y juramentos el nutrido cotarro en la descarga de las aceitunas y colmaban el algorín de sacos pringosos.
Me gustaban los sábados, y de esto sacaba también provecho, asistir a mi abuelo en el pago de los jornales. Esta operación la ejercía desde un sillón frailero con la mesa de camilla por pupitre; y sobre el hule una caja de madera, lugar del dinero, un tintero con pluma de bayoneta y una libreta negra donde todo estaba reflejado. Se calaba los quevedos que alternaba con unos impertinentes y enfadado con sus ojos que no le respondían, solicitaba mi auxilio con frecuencia para no pagar con setenas.
El billetillo de a peseta más aseado era mi recompensa, pero por poco tiempo, pues para eso estaba mi madre alerta que me lo arrebataba, calificando la liberalidad del abuelo como un contra Dios.
Ante la besana me preguntaba... ¿va derecho el surco? Bajo los naranjos y las palmeras..., ¿se ve fruto? En el gallinero... ¿Ha sacado ya la clueca?...
Venían en el verano las tórtolas a los almendros, las chicharras a los olivos y los jilgueros a los naranjos; y para beber, todos los pájaros, incluidos los desvergonzados gorriones domiciliados bajo las rojas tejas del convento de la cartuja. La tajea enladrillada que desde la fuente del Cu-cu abastece la casa, la tenían por abrevadero y balneario. Y la era para jugar y sudar, y el pilar donde se abuzaban las caballerías repleto de verdín y avispas, para refrescar. ¡¡Ay la era...!!
Algunas veces cuando el sol rojo como un tomate se escurría tapándose con las palmeras, el viento solano nos acercaba de la parva el canto de la trilla que decías Joseito:
 
¡¡Esa mula alazana
que está en la era...
ay, la hija del amo
si me quisiera...l!
 
De meseguero hacía pepe Carretilla, peludo, renegrido y vigoroso de quién me contó el abuelo luchó toda una noche con un mastín rabioso hasta acogotarlo.
Bieldos, palas y rastrillas para aventar y juntar el grano, es oficio de maestros; pero el trillo, el trillo de “cometa”, es como navegar.
Tiraba del trillo de mi abuelo una yegua blanca a la que le sobraba el nervio y con la que era difícil guardar el equilibrio en la plataforma, ni aún sentados, por lo que cada dos por tres, Bero y yo que nos la disputábamos, andábamos enterrados en el balaguero.
Ya cansos, al lubricán, me señalaba la magnolia donde todos los años cuelga el nido la oropéndola.
Bero, era el hijo del zapatero, del "Sordo" que se acomodaba en la era por la comida para en la siesta del viento, velar golpeando un latón ahuyentando a los pájaros.
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39) EL PILAR DE VACIATALEGAS

7/4/2021

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Así llamaban a un abrevadero con fábrica de ladrillos pálidos que gotea en el fondo del soplado de una rambla. Quizás se lo digan por la tentación del caminante a librarse de todo peso para poder ascender a la planada de las Mesas.
Allí mataron a Bellota el guarda una tarde de Septiembre. Allí murió también aquel mismo día Quino el de los conejos.
De los tres protagonistas de esta tragedia que tuvo por música de fondo al viento y el ajear de la perdiz, tan solo vive uno: El Tonto de la Mariquina.
Lagillón los encontró porque les delataron los pájaros y ya sus cuerpos se los comían las avispas.
Quino con una bala de tercerola en el cuello y Bellota con el pecho raso de perdigones, a uno y otro brocal del pilar, hicieron la paz para siempre con los buitres del Corral de Granados por testigos.
De lo ocurrido hay muchas versiones, solo el Tonto de la Mariquina podría decirlo, yo malicio una, voy a narrar tres y tu escoges aquella que más te guste.
Son aquellos andurriales por lo quebrados, lugares apropiados para la caza y difíciles de dominar por los guardas del coto. La Tambalana y el Cerro de Enmedio se cierran en repentinos barrancos tapados de monte y levantan las cabezas para fisgar a la Hoya de Garganta Fría que ronca en los temporales.
Los furtivos cubiertos por la aspereza del terreno y descubierta su osadía por la necesidad, bajaban por el Almendral hasta la presa de Reales y subían por el Cubillo a Riscos Pardos con asiduidad para hacer veredas... Bellota era joven y fanfarrón, Quino un hábil cazador y el
Tonto de la Mariquina... una comadreja escurridiza.
Esta pareja practicaba todas las modalidades del arte venatorio: aguardos, recechos, lazos, cepos, hurones...lo necesario para tener colmados a los guardas; y Bellota al oír los disparos aquella tarde sin dudarlo salió al encuentro por la vereda de Vaciatalegas.
Así lo dedujo el juez: Bellota sorprendió a Quino y lo quiso obligar a que le acompañara al cortijo. Este se negó, lo amenazó y mutuamente se encararon las armas como en un duelo con el pilar en medio. Los disparos 
 fueron simultáneos y las heridas 
mortales.
​No gustó esta versión en el Pedroso y el hermano del guarda que era hatero de la finca y el resto de los allegados, lo explicaban así:

Había llegado a la propiedad la señora y los empleados saludaban a la puerta de la casa, cuando se oyeron tiros de escopeta. Bellota ante la dueña, espontáneamente, se comprometió a traer desarmados a los infractores.
En el aguadero dio alcance a Quino, furtivo con el que había tenido enfrentamientos anteriores. Discutieron y en el calor de los insultos, el cazador hizo intención de usar su arma. El guarda se adelantó con su tercerola y Quino cayó sobre la fuente.

El Tonto de la Mariquina que recechaba por la otra banda del regajo haciendo pareja con el muerto, observaba la escena tras un lentisco y a su vez descargó su escopeta a boca de jarro sobre Bellota.
Pero esta variante tampoco satisfizo en Cazalla; para ellos el caso era más complicado.
Aquella tarde todos los operarios de la finca habían sido agasajados por la dueña y la euforia de las copas las rompió el estampido de las escopetas de los intrusos. El guarda acicateado por la presencia del ama, partió con el propósito de traerlos desarmados.
Allí en el pilar de Vaciatalegas sorprendió Bellota, el guarda jurado, a Quino el de los Conejos y al Tonto el de la Mariquina, ambos cazadores de profesión en terrenos libres, cotos y vedados.
En esta ocasión las cosas llegaron más lejos; con los agravios, las amenazas y ya los nervios perdidos, Quino disparó sobre el guarda que cayó herido de muerte.
El Tonto, mudo espectador del suceso, veía como Quino se desesperaba viendo agonizar a Bellota y fríamente pensó que había llegado su momento.
Tomó el rifle del moribundo, lo descerrajó sobre su compañero y huyó monte arriba.
EI Tonto de la Mariquina tenía embarazada a una niña de trece años, la hija de Quino y sabía que este no le perdonaría.
Por todo ello tiene explicación el escrito con sangre que había en el brocal del pilar. Se leía maricón según unos, para otros quería decir: Mariquina.
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38) LAS ALBERQUILLAS

6/4/2021

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Don Pablo
Don Félix
Y Don Manuel
 
Eran tres arcaduces de una noria aristocrática que subían y bajaban de las Alberquillas al pueblo, revistando a los eucaliptus del Espino que forman en línea con uniformes de gala.
En verano se tocaban con alpargatas de esparto y canotier, dejando al cuerpo el rayadillo de los driles ingleses.
Al invierno lo sorprendían con sus botas de mineros, los flexibles grises y los paños de Manchester, a la moda del príncipe de Gales.
Sus tres bastones de espino con regatón de hierro, trazaban arabescos en el aire, al ser blandidos elegantemente por sus dueños.
Eran tres gentelmans de Cantabria educados en Centro-Europa a principios del siglo pasado.
Aterraron por sierra Morena al olor de las piritas tan solicitadas en la primera guerra mundial por la rubia Albión, y, en su escritorio, sobre una monumental máquina de escribir Royal, navegaba en un hermoso marco la imagen amarilla de un vapor de su propiedad de alta chimenea, hundido por los submarinos prusianos.
A semejanza de Lord Byron, se domiciliaron en una huertecilla que trasformaron en quinta romana con pérgola de buganvillas y palo borracho. El aviso de la visita lo delataban las chinillas del paseo y el ladrido de un mastín llamado Well-Come.
Yo acompañaba a mi padre en la convalecencia de la escarlatina, para que, con el ejercicio de recoger las pelotas del frontón, se me acrecentaran los apetitos y expulsara las miserias. Y al agotarnos los menores en la búsqueda de las pelotas de la cesta-punta y en la colocación de los bolos, del revellín de la chimenea nos sacaba Don Manuel un policromado y precioso tren de gran tamaño y realismo.
Allí en las Alberquillas, se daban cita el propietario, el médico, el industrial, el farmacéutico... todas las fuerzas vivas en escogidos saraos, amenizados por el violín que rascaba Don Félix y el piano aporreado por mi padre. Mientras, la gente menuda jugábamos en el frontón o admirábamos los peces de colores del estanque.
Nos embelesaban las narraciones de sus continuos viajes a Inglaterra, Alemania, Bélgica... de donde regresaban con exóticos personajes como aquel ingeniero que comía las naranjas con cáscara...
Con frecuencia paseaban por aquel paraíso donde vivíamos al que llamaban Huerta Cataño. El caminillo de las palmeras y los rosales que mimaba el bisabuelo, era sus delicias y por él subían hasta el mirador acompañando a mis tías y haciendo paradas fotográficas. Ya por entonces me parecía que Don Pablo rondaba a la tía Claudia.
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Era un nutrido grupo de señores con frecuencia renovado por técnicos extranjeros... Recuerdo a uno holandés que hurgaba en la mina de los Conejos y era muy amigo de mi abuelo. Grandote, simpático y  comilón, me sobornaba con una peseta solo por llevarle a los pies del limón dulce; se apellidaba Van Derbrokens y en los bolsillos
las almendras no le faltaban.
El administrador de la casa Krupp, que tenía las oficinas cerca de la estación del ferrocarril, también era de la reunión y acompañaba a Elisa, una guapa moza que abrigó por novia. Le llamaban Don Fritz y cuando lo reclamaron de Alemania, dejó el pozo repleto de botellas de cerveza, de tantas como se le caían del cubo donde las refrescaba. Después se descubrió más. En aquel lugar, una hermosa casa de pueblo, se constituyó una logia masónica que tuvo por venerable y orador a su futuro suegro.
Mandiles, compases, delantales, triángulos y un atril retorcido, muy poco hace salieron a la luz. Su objetivo era opuesto al del otro grupo minero de las Alberquillas.
La familia Mac-Lennan siempre era esperada con asombro. Lo componía un matrimonio con su hija y todos parecían de la misma edad. Muy altos, muy rubios, muy educados, venían periódicamente y por todo daban las gracias.
Vestidos de blanco, con sombrilla y abanicos, pamelas y gasas, eran un óleo de Reynolds.
Así pues, todos dábamos por hecho que en las Alberquillas se quedaría Dña. Blanca, que tal era el nombre de la hija. La duda era: ¿con Don Manuel o con Don Félix? Y ocurrió lo que tenía que suceder. El verano andaluz encendió la rosada piel de Dña. Blanca que enfermó de insolación
y los dos hermanos, solterones, desarmados ante la dulzura de la enferma, solicitaron su mano, no se sabe en qué orden.
Don Félix era más alto, Don Manuel más graso, Don Félix más seco, Don Manuel más íntimo... pero los dos, hombres de mundo, comprendieron lo que había ocurrido y fraternal y caballerosamente se cedieron el sitio. Y Dña. Blanca regresó a Escocia curada de un sofocón y atenazada por otro.
Las minas unas tras otras pararon; el vino y los aperitivos en las Alberquillas bajaron de calidad y la Niña Chica, la criada vieja, siguió durante algún tiempo intentando hacer el milagro de mantener las atenciones tradicionales a los invitados.
Sostenían los tres hermanos su pobreza vergonzante con gran dignidad, cuando enfermó Don Pablo, que murió con la novia en la cabecera y un círculo de amigos más estrecho... y siguió bajando la calidad del vino.
Murió Don Manuel casi en familia y se acabaron los guateques y los amigos.
Don Félix quedó solo en su carmen desmantelando las instalaciones mineras y simultaneándolas con largas ausencias. Un buen día apareció Dña. Blanca, se habían casado en Bilbao.
En realidad, eran dos carcamales, pero nos alegró, porque ya sabíamos que él era el preferido.
Después...los expulsaron de la quinta que ellos fabricaron y nunca se preocuparon de comprar.
Allí quedaron las buganvillas, el árbol de la goma, el palo borracho, los peces de colores y Well-Come enterrado al pie de un tilo plateado. El último de los Latorre murió asido a la mano de Dña. Blanca en casa de su antigua criada, la Niña Chica, que le cedió su habitación.
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37) QUE PASA EN JUAN TENIENTE

5/4/2021

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Chuzos de punta caían aquella noche sobre el cristal delantero de mi automóvil. Apenas entraban los faros en la doble muralla del agua y la espesa oscuridad, de forma que los olivos de las cunetas, parecían árboles arrancados de las ilustraciones de un cuento de Perrault.
Serían más de las once y la dureza de los elementos habían hecho recogerse a personas y animales en sus abrigos, excepto yo, que me había empecinado en dormir al calor de la chimenea de mi pequeña casita del campo.
Conducía despacio por estas razones y porque los ojos me los abrochaba el sueño, cuando en esa zona en que el bruno empieza a comerse los focos del coche, advertí como una persona totalmente desnuda con la cabeza rodeada de charamuscas y a grandes trancos, cruzaba la calzada.
Atónito paré el vehículo y entonces del profundo silencio del arcabuco, brotó un sonido tristón como la cuerna o caracola de un montero.
El resto del trayecto y ya en mi casa hasta quedarme dormido frente a la lumbre, no hice sino discutirme si vi algo real o había dado una cabezada al volante.
A la mañana siguiente seguía atormentándome la explicación lógica de este suceso y con el casi convencimiento de haberlo soñado y el propósito firmísimo de no conducir con sueño, regresaba al pueblo. Al llegar a la altura del lugar donde creí tener la visión, sin esperanza de
aclaración alguna, me apeé de mi vehículo para curiosear.
Después de varias vueltas y con tremenda emoción, vi en la roja y blanda arcilla del olivar, la huella nítida de un pie desnudo.
¡¡Ni me había dormido, ni alucinado!! Aquella horrible noche un ser humano sin ropas y rodeado de centellas, vagaba por el monte soplando un cuerno.
Con gran cautela ante el temor al ridículo o de bromas pesadas, comencé a indagar entre los hombres del campo de aquellas cercanías, que bien pocos eran: el vaquero de Agua-Corcho, el pastor del Castaño, el cabrero de los Cardales... nadie me aclaraba nada y parecía que eludían este motivo. Lo más que pude sacarles es que algunas noches habían visto una luz por las calicatas de Juan Teniente, y que suponían eran cazadores furtivos de los de "aves con lumbre".
Así en mis pesquisas me llevé meses hasta tener un día, cuando ya me daba por ven
cido, un pequeño rayo de luz. La casera del Cañuelo había enfermado y le habían trasladado a su pueblo Cabeza del Buey. La causa del mal fue la impresión que llevara al encontrar en el gallinero a un hombre en cueros.
Esto solo eran rumores, pues el marido no había denunciado el hecho, por no dañar su reputación.
Después de esto solo me quedaba por conocer e interrogar con la debida precaución, a un matrimonio que tenía por habitación la Zahúrda de Juan Teniente.
Según el encargado de las Umbrías, eran gente hosca que rehuían el trato y centraban 
toda su actividad aislados en el carrascal, haciendo boliches, pues eran de profesión carboneros. Completaba la familia un anciano ciego padre del piconero.
Varias veces subí al San Cristóbal con los prismáticos y dediqué mucho tiempo a vigilar la casa. El matrimonio se afanaba en la corta de leña sin descanso y al atardecer sentaban en una silla y en la puerta, a un viejo de pelo blanco.

Un atardecer cuando ya el inválido patriarca se mecía en su asiento, me acerqué descuidadamente con la intención de observar más de cerca y entablar conversación. ¡Nunca lo hubiera hecho! Al verme descender por la vereda, la mujer horriblemente disfrazada por el polvo del carbón, recogió brutalmente a su suegro en el interior de la vivienda y respondió con un agrio ¿Qué quiere Vd.? a mi templado buenas tardes.
-Señora, pasaba por aquí y tengo sed. ¿Me da Vd. agua?
-Ahí tiene el búcaro. - Y me señaló un tiesto que debió ser blanco.
Mientras intentaba beber noté a mis espaldas la presencia del marido, el que, al devolver el pitorro a su lugar, me lo arrebató casi en el aire y me espetó:
-Váyase y no nos espíe más.
Y así me despidió cuadrado en el llano de la casa con una pequeña hacha colgada del antebrazo.
Este fracaso me hizo ser más prudente y casi olvidar mis pesquisas durante mucho tiempo, pero estaba de Dios que mi participación en estos enredos no acabarían aquí.
Para que mi interés no decayera, una vez vi la luz por los castaños del Cerro Montilla y dos madrugadas me despertó la triste voz de la cuerna.
No me cupo duda, mi finca estaba situada de forma que sin querer era testigo de un poderoso misterio.
Me pasaba desde el porche de mi terraza en el campo, largas horas por las noches vigilando el valle del San Pedro y sus laderas de algaba.
Una noche que lloviznaba mansamente, hacía mi guardia tan relajado en la butaca, que me venció el sueño.
Dicen que el hombre presiente al lobo en la oscuridad, porque se le eriza el vello. Algo así me pasó. De pronto abrí los ojos con sobresalto y un grito de terror se me escapó quebrado.
Ante mí, a pocos pasos un hombre altísimo, de piel y cabellos blancos, larga barba de igual color y totalmente desnudo.
Los ojos overos y con expresión de loco, en una mano un tizón ardiendo y en la otra una liara.
Ante mi grito saltó la baranda con gran agilidad y se perdió en la noche.
Cuando despavorido me encerraba a cal y canto, sonó la cuerna.
¿A quién puedo contar esto? ¿Quién lo creería?
Un día me apuntó el Cotufa, que pone cepos para conejos y busca esparraguillas, que en una galería de la mina, en lo más hondo, alguien duerme y hace candela.

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36) A TONTAS Y A LOCAS

4/4/2021

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Para mí las gallinas siempre han sido tontas y las cabras locas. Necias resultan las pollitas púberes, estilizadas y coquetas, ante el gallo garañón, fantoche y celoso. Viejas papanatas las cluecas ventrudas y quejosas, dóciles y enamoradas ante el cacique emplumado.
Alborotadas sin razón, se resignan horripiladas a que la comadreja les chupe la sangre bajo el ala.
Picotean incansables sin discernimiento, soltando con igual facilidad un huevo o una gallinaza.
Su cobija es muy variopinta, pero ninguna más sorprendente que esas leonadas sin raza reconocida, pesadas como buitres y de pescuezo pelado. Igual comen un membrillo que una rana, y berzas más que una vaca.
Ponen cuando Dios quiere un huevo descomunal encubierto como un tesoro en la maleza, con cascarón a prueba de cantos y yema encendida como las mejillas de una batueca.
Razón llevaba Don Fabricio. Este es un extraño personaje que deambula por los campos pasmando a los labriegos con su sencillez y discreción.
Acumula piedras y bichos en su morral y pide asilo donde le sorprende la noche, fuere cortijo o choza.
En muchos de estos humildes lugares, las letrinas coinciden con los establos y gallineros, y sé que para él es dura prueba en más de una ocasión, vencer su timidez y exhibir sus vergüenzas ante la mirada bonachona de una vaca y la múltiple expectación del gallinero.
Además, decía: tuercen la cabeza porque prestan más atención.
Inoportunas, desangeladas e insensatas me mostraron cuanto eran, la tarde que se averió el coche. Ya venía mal de algún tiempo atrás, pero aquel día sus toses y espasmos me hicieron maliciar una obstrucción en el carburador.
Hice un alto en la explanada de un humilde cortijo y febrilmente, por la inminencia de la oscuridad, procedí a intervenir a mi paciente.
Lo tenía destripado y después de haber soplado numerosos tubos con sabor a gasolina, andaba con el destornillador soltando un tornillito rubio como de bronce pulido, que por su pequeñez se me resistía.
Confianzuda y osada una gallina blanca me escarbaba bajo las piernas, cuando como empujado por un resorte saltó el tornillo ante la cloqueante criatura, que sin el menor titubeo se lo zampó de un solo golpe de pico, seguramente por su parecido con un grano de maíz.

Ella, la pita, siguió esculcando y yo sorprendido pensando sin perderla de vista como recuperar la pieza. Al fin lo decidí; tenía que cazar al ave y hacerle esta vez en un ser vivo, una intervención quirúrgica con mi navaja, o resignarme a dormir allí mismo.
Despacio primero y airadamente después la perseguía. Ella me esquivaba y escandalosamente protestaba, hasta provocar la intervención en su defensa de una vieja que se declaró la dueña, quien con ojos de sospecha no daba crédito a mis explicaciones.
Al final compareció el marido que me autorizó el sacrificio de la glotona previo pago de su importe y concediéndome llevar la carne. Pero cual no sería mi desolación al comprobar que, durante estas negociaciones, la ratera se había mezclado con quince o veinte compañeras todas de la misma pluma.
¿Qué va a Vd. a hacer?, me preguntó socarrón el paleto... ¡Puede poner un palito al agujero del tornillo o despanzurrarme todas las gallinas, pero a quinientas pesetas por pico, que son de raza!
Después de una hora de marcha pedestre me recogió un camión y con las aves pernoctó mi vehículo.
Que por cierto no fue esta la única agresión que sufriría ni la más grave, ya que, si las gallinas pueden producirle una avería, las cabras lo abocadean con regusto.
En una ocasión que lo estacioné en un sendero, a mi vuelta lo sorprendí rodeado de una machada que se merendaban los guardabarros de plástico, lo que no me extrañó mucho pues como cosa natural en su chaladura, comen con apetito los periódicos. Y en una ocasión fui testigo y no lo olvido, de cómo una chota retozona arrebató de la mano a un vendedor de huevos un billete de mil pesetas que ingirió en un santiguo.
Se botan, balitan y hacen títeres por piedras y tapias como alienadas, si bien es verdad que en otros quehaceres sus locuras son aprovechadas con éxito.
Si quieres extirpar un tupido zarzal ata una chiva a su orilla y para mondar las almendras un astuto labrantín, se las esparcía al anochecer en la enramada, para recogerlas al siguiente día limpias y brillantes, listas para encucar después de pasar la noche como caramelo en boca de
viejo.
Me ratifico, las gallinas no tienen discernimiento y las cabras son unas irreflexivas.
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35) EL PAVO DE NAVIDAD

3/4/2021

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De la caseta de peones al puerto y por las cunetas, arreaba a unos pavos siempre precedidos por uno más voluminoso del que guindaba una cencerrilla. Completaba el estrecho hato, una cabra rezagona y un perrillo endino.
En el invierno era un rebujo de paños pardos, y en el verano un espantapájaros con sombrero de paja. Así se reparaba desde la carretera, y ¿a quién interesaba más?
Debía ser familiar del peón caminero que asistía aquel tramo de arrecife empolvado, y año tras año, su meñique figura se iba concretando, y el semblante se lo endurecía el desecar de los soles y los cencios del alba.
Cuando yo decidí comprar el pavo, estos accidentes y su probable climaterio, habían transformado a esta mujer en una esbelta coscoja.
Fugitiva de todo contacto humano, negaba el saludo, mantenía el gesto hosco bajo sus crines entrecanas, y huía despavorida ante la presencia de la guardia civil.
Para mí, era una cretina rural.
Buenos pavos, sí tenía, pero como el del aljaraz que avisaba a la tropa, ninguno, y por ello lo solicité.
Cuidando el trato andábamos el peón con la peona y yo en la talanquera del huerto, cuando como de la tierra brotó la Ana que había estado a la escucha tras la tapia, quién con horribles aullidos y parajismos, quebró la armonía del acuerdo y me obligó a despedirme sin lograr el garullo.
Yo me fui molesto y ellos quedaron confusos y avergonzados.
No pasarían dos días de que esto ocurriera, cuando Cristino el peón caminero, me llevó el animal a casa envuelto en disculpas por el desplante de su cuñada Ana; Ana la Pavera.
Más tarde en la taberna insistió reiteradamente en su descargo y de forma deshilvanada me narró la historia que justificaba sus desequilibrios.
Ana era una niña normal a los trece años, que, junto a sus padres, y en el último año de nuestra guerra civil, vivía en un pueblo de Levante.
Este villorrio fue conquistado penosamente y ocupado por tropas marroquíes en una orgía de sangre y disparate... había llegado el jinete de la guerra.
En la barbería del padre de Ana, mientras tres magrebíes violaban a madre e hija, otro
 obligaba con el mauser encarado al barbero, a rasurar la barba de otro hijo de Mahoma.
​Fueron los gritos de las mujeres los que atrajeron a un teniente de regulares, quién ante la escena, no dudó en ejecutar a los tres forzadores en el acto.

Mientras el padre de Ana degollaba al que afeitaba, el último de ellos al huir, lanzó una granada que cerró la tragedia matando al barbero e hiriendo al oficial. A partir de aquí los acontecimientos, si fueron menos precipitados y violentos, no dejaron de poseer la dureza necesaria para que Ana fuese capaz de salvarlos sin detrimento.
Quedó la niña embarazada, hízola abortar la madre y enfermó gravemente. Lentamente se repuso el cuerpo, pero su cabeza quedó tarada y su boca muda.
Lo demás ya era presente, murió la madre y lo que recoge el bueno del peón, es una vieja de veinte años, que, según sus palabras, poco ruido da, es como una niña....
Quedé entristecido por aquella amarga historia y rumiando cómo la desgracia se ceba a veces en los seres más sencillos.
Decididamente su reacción ante el trato del pavo, fue el de una niña a la que le venden su juguete, y para reparar en lo posible el daño que yo pude hacerle, decidí regalarle... ¡Pues lo que se le regala a una niña!: una muñeca.
Así lo hice, compré una graciosa muñeca de trapo y la metí en el coche para aprovechar la primera ocasión y dársela.
Varios días pasaron y no la vi por su eterno pasturaje ni a ella ni a su rebaño, hasta que al fin la sorprendí sentada en el pretil de la alberca a puertas de su casa.
Con miedo de que no comprendiera o que guardara resentimiento, me acerqué despacio y le ofrecí la caja con el juguete. Miró sin expresión y la tomó en sus brazos... ¡pero no la abría! La destapé para que viera su contenido sin perder detalle de sus gestos. La acunó en sus brazos como una madre, y sin mirarme se fue con ella a la caseta.
Satisfecho por el resultado ponía el coche en marcha, cuando la vi venir a mí gritando. Desconcertado esperé cualquier cosa...menos lo que ocurrió.
Se abrió la bata enseñando un pecho sin senos, y de entre las costillas que parecían cuadernas de un barco varado, extrajo una estampita de la Inmaculada que me ofrecía con el brazo extendido.
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34) EL DUELO DE PACHECO

2/4/2021

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La abuela Basilia ya andaba simple, y el abuelo Pacheco bien asido tenía el mal de la muerte. Se perfilaba el duelo, lujo de Castilla, en telas negras y penumbras silenciosas, cita de deudos y fámulos rústicos.
Hijas y comadres adecentaban la casa ante la inminencia del trance y las llaves de arcas y despensas, las custodiaba Remedio, la mayor de ellas, mujer enteca y sin risas, aun en sus años mozos.
Era una familia, unida en piña ante la tragedia del fin de una dictadura paternal, templada a ocultas por la bondad adufe de la abuela. La villa entera asistía al desmoronamiento de una institución de mano férrea acatada por hijos, nueras, yernos y nietos. A las fiebres que al abuelo tiraron a la cama, se le había añadido según el galeno, una buba en el colodrillo que lo había traspuesto.
Mientras las hijas dirigidas por la primogénita disponían con las mejores telas el lecho, Teodosio su amigo de café y copa, aguardaba en la habitación contigua al Sr. Cura que lo ungiera con los Santos Oleos y encomendara su alma.
Sentados en sillas de anea alrededor de una mesa central y en fila, espaldas contra el muro, yernos, nueras y vecinas cerraban el cuadro en oscuro silencio con suspiros y pañuelos en la cabeza.
Una bocanada con olor a membrillos y gamboas, brotó del altillo en el ropero al abrirlo Remedios, en busca de las sábanas de hilo, lienzos que solo dos veces sirvieron: la noche de bodas y la del duelo. Subida en una silla, a duras penas alcanzaba, por lo que, a sus esfuerzos, al suelo se le vinieron, ropas, membrillos y un reguero de monedas en el cachucho de los abuelos. Doblones de a ocho y excelentes de Granada, hasta veinticinco en total.
Como un resorte se volvieron las tres hermanas hacia los viejos, que ajenos completamente a las vanidades de este mundo, uno se moría a chorros y la otra seguía rezando su interminable rosario.
Como la recolección de las monedas fue apresurada y dispar, trabáronse de los moños y difícil fue el sedarse e intentar dividir aquella lluvia caída del ropero entre las tres, sin noticia para el resto de los deudos, en este caso, las cuatro cuñadas.
Como veinticinco no es divisible por tres, un excelente quedaba de pico, que pudo ser causa de escándalo y de la intervención del total de los herederos que con el cura esperaban en la puerta. Al final, Remedios prometió un mulo domado al arado, a cada una de sus hermanas, a
cambio de la moneda de la discordia. Y aseado el moribundo, abrieron las puertas, visiblemente compungidas, al clérigo.
Siguieron llegando comadres dispuestas a gemir y llorar a gritos, y Basilisa ultimaba un lebrillo de pestiños, que junto a media arroba de aguardiente, moderarían los flatos en la vigilia hasta la madrugada.
Ajeno a estos negocios y tan solo pared por medio, rumiaba Teodosio atusándose el mostacho, las confidencias del moribundo, únicas para con él, ya que Pacheco era reservado además de serio.
Bracero temporal limpio de fortuna, casó con Basilisa ingenua pueblerina heredera de una suerte de olivar.
Tras cincuenta años de trabajo constante y administración usurera, había reunido siete hijos y muchas parcelas, a la tierra de su mujer.
Averiguador de meonas con dignidad y recato, se caracterizaba por una graciosa facilidad en idear estratagemas para conseguir lo que se proponía y sus frases eran sentencias citadas como axiomas.
Siendo mozo y peón de albañilería, tenía la "hiel reventada" de apetito ante el espectáculo del doblado de la casa en que trabajaba, cuyo piso se hallaba tapado de uvas para pasas. Con el gato del amo y una tralla se avió postres y primicias.
​Una vez atado el morrongo por el rabo, lo introducía por la gatera de la puerta que a su vez servía de mira, produciéndole un espanto hasta lo que daba la cuerda. Colocado en el tajo el animal lo allegaba dulcemente, a lo que el minino se oponía arrastrando las uñas y
acarreando la fruta.
Era muy comentado cómo demostró a la guardia civil quién le robaba las aceitunas basándose en la disposición de las piedras que el ladrón había colocado para pasar el arroyo. Las lajas para pisar enjuto, se acomodan por prudencia más próximas en la orilla donde se entra cargado.
Afirmaba que las cosechas de bellotas y aceitunas no se aforaban mirando a los árboles, sino al suelo que es más cómodo y se aprecia mejor, pues el soleo es parte de lo pendiente.
Recordaba Teodosio cómo se complacía en los días fríos y despejados del invierno, salir al campo aún con las estrellas, armado de su apoyo de acebuche, del que regresaba a la hora de tercia con una sonrisa socarrona y un lebrón desmesurado.
Al amanecer, en las frías mañanas de las heladas, al lebrato ya encamado, lo rodea una pompa de vapor que lo delata. Pacheco, agachado a ras de la yerba, lo situaba, continuaba el paso y
canturreando al mismo ritmo, al llegar a su altura, sin verlo le acertaba con la garrota.
Las últimas peras de la huerta y algún melón duro, los distribuía estratégicamente entre la paja, de forma que a lo largo de todo el año tenía asegurado el concurso de los nietos para llenar los sacos que necesitara, con el soborno de un dulce encuentro.
Inverecundo por sus experiencias, ante la noticia de que alguien quisiese adquirir alguna finca, siempre exclamaba jocoso: "¡¡No corráis, esperad a que yo muera y compraréis barato!!".
¡Era un cínico!, recapacitaba su amigo, pero con gracejo e ingenio. Solo en una ocasión lo vi confundido y avergonzado, y quizás por ello, me lo contó.
Tenía la abuela Basilisa como ama y criada, una moza honrada y de gran discreción, a la que el abuelo Pacheco acechaba arteramente de luengos años, tantos como hacía que entró en su casa.
Sólida como una encina, le huía los encuentros por cuadras y graneros con femenina prudencia. Tantos fracasos y manías seniles apremiaron al viejo en su cerco, y Bibiana, que así se llamaba, puesta entre la espada y la pared, apeló a mamá Basilisa no confiando en su acierto.
Tomó la abuela la confesión tan ligeramente como era de esperar y acordaron consultar con el confesor, siempre grueso invitado y hábil maniobrero.
Un anochecer en la despensa, la Bibiana salvó su pureza con la horqueta de colgar los chorizos y la promesa de coincidir en el henil cuando la abuela Basilisa fuese al rosario.
Al tercer toque de las campanas de la Parroquia ya estaba el abuelo Pacheco por los corrales camino del henil; entreabrió el portón y allí en el lóbrego, la Bibiana con su delantal blanco y pañuelo de flores, sobre un haz de gallarofa.
Retornó el abuelo Pacheco a sus mejores y apasionados años mozos... le voló el tiempo...
Serenado el ánimo y refocilándose de su virilidad, volvía reparándose el semblante, y con sigilo se coló en la casa por la cocina.
Allí la sangre le huyó del cuerpo al descubrir a la Bibiana planchando mansamente, y al revolverse, a la abuela Basilisa tras él, plácida y sonriente con un delantal blanco, y sacudiéndose la farfolla.
Huyó al campo y cuando a los tres días, aplanado y sumiso intentó justificarse en algo, encontró a la abuela en las mejores disposiciones, asegurándole con coquetería que le gustaría repetir la aventura.
¡¡Que en paz descanse el abuelo Pacheco!!
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33) LA CRUZ DE LOS LOBOS

1/4/2021

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Esparcidos alrededor de la vereda encontraron Cachón y Vicente el Cojo las alforjas, una libretilla de cuentas y tres duros de plata. Jirones de ropa con sangre muy diseminados había más lejos, y las botas, que sentaron veredicto, las encontró el cabo de la guardia civil a los dos días, en la inspección ocular. Tenían los pies del desgraciado en su interior, con los cabetes enlazados y roídos por las canillas. Nada más.
El forense aseguró que, más restos, si los había, estarían desmenuzados y en kilómetros a la redonda.
¡¡A Genaro el Portugués se lo habían comido los lobos una noche de tormenta!!
La noticia rebotó como un eco por cortijos, molinos, lagares y gañanías; las mujeres se horrorizaron, se organizaron monterías que no vieron un lobo, y el alcalde mandó fabricar una cruz de piedra en el lugar donde el Comandante del Puesto halló los pies intactos preservados por el cuero del calzado.
Genaro el Portugués era un tipo simpático, con profusa paula de tratante. De media estatura, cabello y ojos muy negros, se dedicaba a la compra de ganado por las cortijadas, especialmente de cabras. Hombre maduro y responsable, era conocido en tabernas y posadas.
Por el tráfico de unos barbones visitó la majada de Cachón, que tenía una machada y unas chozas en la ribera de Benalija.
Cachón, con su mujer la Aurora, presidían una familia como tantas otras en aquellos pagos, con escaso contacto con el pueblo y una dependencia relativa, que salvaba el marido con un hateo mensual, rematado con una romería de tabernas y una fenomenal pítima.
Tenía una hija, la Yedra, de poco más de veinte años, agraciada, morena y robusta, inexplicablemente sin cortejo ni rondador.
​
Completaba la familia un viejo, Vicente el Cojo, solterón y tullido, que ordeñaba las cabras, hacía los quesos, traía la leña, pelaba la burra, barría la zahúrda..., lo hacía todo por la comida, la cama y el lavado de la ropa.
Genaro no vio los cegajos cuando visitó la choza de Cachón, solo vio a la Yedra y ésta no le hizo remilgos, por lo que siguió frecuentando la majada hasta lograr su noviazgo que a todos agradaba: a la codicia de la madre, al pragmatismo simplón del padre y... rompía la monotonía de la vida de Yedra.
Totalmente ciego y cautivo en los encantos

 juveniles de Yedra, el maduro Genaro pelaba una pava con largas ausencias, obligadas por su profesión de marchante. Cuanto acabara de recoger los chivos se casarían, y para celebrar esta decisión, tomaron los componentes de la familia una botella de aguardiente que trajo el novio aquella tarde pegajosa de Mayo.
Con la alegría se hizo la noche, la tormenta que amenazaba, cuajó en una espeluznante exhibición de culebrinas azuladas.
El Portugués, ya sea por la tormenta, ya por la Yedra que le habían sentado bien los calostros de la Primavera, retrasó lo que pudo la vuelta a la olla de Sta. María, donde le esperaban dos zagales con una piara de borregos.
Con verdadero dolor declinó la invitación de sus futuros suegros a compartir chozo con Vicente el Cojo aquella noche, y, saludando jovial, unas veces se perdía en la vereda como boca de lobo y otras aparecía iluminado por las centellas.
Nunca más se supo de él.
Cachón murió casi montado en su mulo blanco; la Aurora vendió el ganado y compró una casa en Puebla del Maestre, que convirtió en taberna; Vicente el Cojo más viejo y áspero, servía el vino, y Yedra se acartonó.
Pero en el campo, en las noches de invierno, a la lumbre, se contaban otras cosas.
Cachón y la Aurora habían tenido en Vicente un fiel mastín para hacer sus pesetas valiéndose de su rudeza y misantropía...y éste, por la misma razón, a Yedra la había manoseado desde muy pequeña.
Profundamente apasionado y en constante promiscuidad, asaltaba a la Yedra, que no era más que un animal joven.
La noche de la tormenta, Vicente aguardó en las tinieblas el paso de Genaro, le hundió el cráneo con la cachava, echó el cadáver a las cochinas paridas y antes del alba esparció los restos.
Noches antes, y muchas veces después, aullaron las lobadas en los barrancos de la Cueva de Santiago.
 
 Sombras le avisaron
que no saliese
y le aconsejaron
Que no se fuese...
...que de noche le mataron
al caballero.

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32) QUEBRANTABOTIJAS

31/3/2021

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Quebrantabotijas...
¡Quebrantabotijas...!
 
Yacían alineados ante la piedra de la autopsia con expresión de vida reciente.
Eran cuatro hombres del campo andaluz. Chapona de "paten" gris, pantalón de pana color miel, botas de cartera con piel de becerro y tachuelas, y sus gorrillas de visera sobre el pecho.
Coincidía también en su expresión, la sorpresa; el pasmo de su rostro lo había fijado la muerte.
Al Tripas el jefe, le colgaba el brazo acribillado sobre la funda de un nueve largo que aún le pendía del cinturón.
Antonio el más alto, se había querido cubrir de las balas como los chiquillos se defienden del azote de la madre, levantando el codo para proteger la cara.
El Colono estiraba su fuerte complexión en contraste con el de Fábrica, tísico y cetrino.
Lara el carpintero y Ortega el enterrador los reconocían y el capitán de la guardia civil apremiaba echar a los curiosos.
Coincidiendo con la hora salían de la escuela en Cazalla, los hijos de Antonio y el Colono, y en el Pedroso la mujer del de Fábrica hacía cola en la fuente de Cartuja.
Picavientos es un torrente que suma las aguas de los temporales y tormentas precipitadas desde las Mesas de Tambalana; la Orza es el barranco profundo, y Quebrantabotijas es solo para el lobo y el jabalí... y para los hombres que van a morir.
¡¡¡Qué lejos la cálida noche a la luz del "carburo" y en el baile de la feria de el Pedroso!!!... vino de La Palma, tapas de chivo, mujeres con seda en el cuerpo...
Exasperada la guardia en las sombras, ni a los suyos se acercaron.
Sobraba el dinero y faltaba el sosiego.
Los vio el pastor de los Conchos, pero ese no habla pues les lleva el pan, los reconoció el hatero de Montegil que les proporcionó las botas y Peral que finge no ver ya.
¡Qué bien se presenta la feria!  ¡Qué fácil llega el dinero! Salen los hombres de jornal arrancando encinas y haciéndolas carbón a treinta pesetas.

Excitaba Juan de Alanís a su jaquita de cola recortada camino de la majada, cuando topó con aquellas dos figuras en cuclillas bajo las encinas difuminadas por la llovizna.
No dudó, le estaban robando las bellotas y con descaro. Lleno de soberbia les echó el caballo encima e inmediatamente comprobó, que las que suponía mujeres eran dos hombres con escopetas que le apearon sin contemplaciones.
​De allí al cerro Gonzalo donde después de tres horas con los caños del retaco en los
 riñones, llegó el extremeño con los cuarenta mil duros para redimirle y la noticia del espanto de su mujer.
Y en los Ganchales de Almadén, y en Fuente-Luenga de Cantillana, y en Cabeza-García de Cazalla, y el Campo-Allá de Constantina, y en otros lugares sin nombre pagaron los terratenientes sus prisiones a la partida del Tripas.
 
Y la historia se repite una vez más, surge el traidor y la justicia no duda en pactar con él.
Se organizan las contrapartidas formadas por agentes de la ley enmascarados como forajidos, y cuya misión es acabar con los ¿bandidos? ¿maquis?... No; eran bandoleros andaluces trágicamente desfasados.
Chocolate, que así se apodaba el traidor y tres guardias civiles voluntarios, forman la patrulla que inicia una labor de acercamiento a los lugares frecuentados por el Tripas y los suyos.
A su vez crean el desconcierto en los campesinos que se ven en el dilema de no saber para quien colaboran y temen las represalias de unos y otros.
Después de varios contactos en los que incluso llegan a tirotearse ambas partidas, es reconocido Chocolate por el Tripas y las dos cuadrillas entablan relación con desconfianza.
Insiste Chocolate en la formación de una sola pandilla, razonamiento que es rechazado por los del Tripas y acuerdan finalmente comer juntos y separarse aquel, mismo día.
Eran cuatro hombres contra otros cuatro. De allí habían de salir cuatro muertos. Todos sospechaban y no había cuartel. ¡Qué comida más amarga!
Chocolate mataría al Tripas y cada guardia a su pareja previamente señalada al aviso del traidor.
Terminada la colación, pidió Chocolate le enseñara el Tripas el lugar de la fuente para beber. Colocáronse estratégicamente los guardias a la espera del disparo que acabaría con el jefe de la banda y sería señal para la ejecución de los restantes.
Aun sonaba el estampido primero y ya había vaciado cada guardia su cargador.
Contó Chocolate que el Tripas bebió después que el echándose de bruces en el charco, y que debió verle en el agua, su intención, porque hizo propósito de sacar su arma.
 
 El juez con guardia civil
por los olivares viene
sangre resbalada gime
muda canción de serpiente
señores guardias civiles
aquí pasó lo de siempre
Han muerto cuatro romanos
Y cinco cartagineses.
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31) ARRIEROS SOMOS

30/3/2021

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Tan poca edad tenía, que la remembranza de los hechos, a pesar de mis preguntas a la abuela y de ser testigo de excepción, son como fogonazos.
¡Mi abuela con su pañuelo y saya negra siempre fregando algo!
¡La casa de la calle de la Liebre donde ellos me criaron por falta de padres!
¡Sus tres escalones de porrilla a la entrada única!
¡Su rampa subiendo hasta el corral con piso de guijas arromadas por el río, que afirmaba la pezuña del burro hasta su pesebre, con notorio peligro de una incontinente evacuación frente al puchero...!
¡El cochinillo que engordaba nuestras menguadas sobras y socorridos baldíos y que regresaba al lubricán, insolente y vocinglero como Perico a (por) su casa!
Eran dos medios pensionistas; él y la cabra, que a la mañana recogían "Curro el de la Porcá" y "Pajote el cabrero" los que, mediante una módica soldada semanal, llevaban por esas cunetas y cordeles de Dios para el aprovechamiento de todo lo que pudieran rustrir, a un heterogéneo hato de casi todos los vecinos de la villa.
Volvían al atardecer cada cual, buscando su casa, al tiempo de los colegiales, a trompadas o remolcados por el rabo en un disparatado clamor de balidos y gruñidos quebrando la tarde.
¡Olían los braseros de cisco de jara a las puertas de las casas como abandonados, para "empendolar".
Se apegaban las mujeres los culos y mondaduras de pepino a la frente y sienes para aliviar el bochorno!
¡Las tardes de Septiembre, a la vuelta de "piensear" los toros en el llano del Lirial en la Jarosa, llenas de "candilazos"...
Los berridos del destete...el cuero quemado del hierro...la cría comida de lobos...los cencerros cadenciosos del repastar en el alba...l
Entre todo esto, que más que recuerdos son sensaciones, está aquel año malo. Serían más de uno como siempre; tres, cinco, ... da igual.
El tiempo también cobra sus trienios y quinquenios de seca a los ganaderos, que en tales ocasiones son "perdederos".
No se segó, no hubo grano ni paja como consecuencia, los bichos pasaban hambre y los amos necesidad. Bíblico: lo de las vacas flacas sin judíos que culpar.
Tras varios días de conciliábulos en la taberna y penosos silencios en la casa, mi abuelo se añadió al grupo, que, con recuas, carros de mulos y carretas de bueyes, comprarían unidos paja en Extremadura, concretamente en Ahillones y Berlanga.
Pedro Buya, Rafalillo Cobertón, el Chamizo, Adulfo el de la Cataña, Brenillo y Manolito Risa, hicieron hilo junto con nosotros hacia la Tierra de Barros.
De este alucinante y boyero acarreo, se me agolpan posadas y ejidos repletos de eras Y mesegueros.
Entonces conocí a ese lucero último que resta a la noche y tilila hasta alborecer, llamado "matagañanes", aprendí que la abubilla, antes que el cucu, dobla su canto con igual sonido: (cu, cu, cu, cu). Cuatro golpes maestros, más fijos en la hora que el gallo.
Comprobé cómo se avisa el conejo con el zapatazo, cómo simula la perdiz estar desalada con riesgo de su vida, para distraer al enemigo y dar tiempo a su abundante prole a desparramarse... como recela la avutarda....
​
Atravesamos Sierra Morena por veredas de carne y caminos reales bordeados por espesos encinares, donde el atardecer canta dando miedo con su "gurugugú", el cárabo, y llegamos a Guadalcanal la de las minas de plata.
​Desde la cruz del puerto, se nos cansó la vista

de aljarafe extremeño salteando pintas verdes de olivar y viña, sobre fondo de tierra roja, madre de búcaros y lebrillos.
Trigales hasta las calimas de Zafra con barbechos, ovejas, rabadanes, mayorales, pastores Y zagales.
Galeras ventrudas de tres mulas con campanos; la yugada apretando las costillas sobre la lanza, animosa la liviana que rompe el polvo.
Cortijos aplastados sobre el suelo, que miran sumisos las altivas ruinas del castillo de Reina.
Cinco días en llegar a Berlanga; mi abuelo, el Nono y yo con las tres carretas.
Las botas abiertas como bocadillo generoso de tanto tropezar, los ojos bermejos de tanto velar las reses hambrientas, y, siempre con el tiempo justo, de soltar y trabar los tiros, para luego caer, arrebozados y sordos, con las mantas.
Entre las nieblas de mis ojos, las del nuevo día y los gritos de mi abuelo, vi las yuntas plácidas triscando en un cercado de habas, donde, con creces se habían resarcido de los ayunos del camino.
¡Para qué hablar del duelo y quebranto del abuelo ante el propietario de la siembra!, máxime, cuando los realillos de plata que sacó la abuela de la viga, escasamente pagarían el cargamento.
Se midieron el extremeño y el andaluz en silencio, en un juicio improvisado de hombres de pro. Yo los vi calarse con sus ojos de mucho ver y fallar al final el averiado no haber dolo, pues las bestias no tienen conocimiento y al amo, lo rindió la fatiga. Una bota de vino de Azuaga agregó a los daños y aquí paz y después gloria.
Buenos hombres los de la Extrema-Dura.
Ya de vuelta sesteamos en Tres Vigas, lagar a las puertas de Cazalla la de los aguardientes. El manigero contó al abuelo que el nombre del cortijo era debido a las tres prensas que poseía en las que se añeja dos mil arrobas de mosto.
En los poyetes de la gañanía que rodean la chimenea de tribuna más grande que he visto, duermen hasta cien braceros, separados los hombres de las mujeres por dos esterones que penden del techo, y todas las noches se queman dos carros de sarmientos.
Posada y una buena mano la que nos dieron en Trasierra la del Deán la noche que la tormenta espantó los bueyes. Mal recuerdo de aquella noche oscura de vientos y truenos buscando al ganado.
Y volvimos con un día más de jornada, rubios de paja, prieta la piel, cortos de pan y tocino, a la fresca cama de sábanas de lienzo moreno de la abuela.
Llegó el Otoño y llovió y aramos una vez más el cortinal y se segó y volvió a sembrar muchas veces, tantas que el abuelo se puso temblón y a la abuela le dolían todos los huesos.
Aquella Primavera teníamos sembrada avena en la Porrilla, cuando le entró una punta de cabras que iba de paso.
De una mula castellana ante mi casa, se resbaló trabajosamente el dueño del rebaño para dar satisfacción a mi abuelo de los daños. Hízole entrar y sentar a la mesa mi viejo, mientras se estudiaban las reparaciones.
La nobleza, que se acentúa con la edad, se palpaba en las pocas palabras. El entendimiento era seguro; pero había más.
No es posible relatar como ocurrió, ni cómo se reconocieron, pero mientras ellos se daban tabaco disimulando su emoción y recordando cuando en Berlanga la situación era inversa, mi abuela servía la comida llorando.

Cabezas se llamaba él y Marín, mi abuelo.
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30) EMMA POOL

29/3/2021

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"Aquí yacen los restos mortales de Emma Pool, viuda de D. Francisco López hija de Tomás e Isabel Parks.
Nació en el condado de Staffordshire, parroquia de Dipton.
Murió el 26 de Agosto de 1858 a la edad de29 años, 10 meses y 26 días, hija obediente y virtuosa, fiel esposa y tierna madre"
Así estaba grabada la lápida, que hube de encajar en sus porciones como rompecabezas y que se cubría con el pasto”
Había entrado por curiosear en el antiguo cementerio de aquella aldea, dormitorio de unos Altos Hornos de mediados del siglo pasado, hoy ruinas, en la Sierra Norte de Sevilla.
Quizás por el exotismo de los apellidos, hice propósito de indagar quién pudo ser esta inglesa en Sierra Morena; pero tan solo en el archivo parroquial aclaré que se hizo católica al casarse en España, y que procedía de Riotinto.
Huérfana de madre e hija de un forjador, casó con un capataz de minas asturiano que murió en circunstancias extrañas.
A estas frías noticias le he entallado unos confusos rumores que oí a un viejo barrendero hace muchos años.
-En el otoño de 1850 atracó en Huelva el paquebote inglés de ruedas "Ivanhoe", procedente de Cardiff. De él desembarcó con su padre una joven de cabellera encendida y asombrados ojos de aguamarina, camino de los cobres de Riotinto, donde su padre, míster Pool, iba destinado como especialista.
Su blanca piel y talle de junco de las orillas del Severn turbó el orden en la diligencia y postas hasta su destino; ya en las minas vivió en los cerrados clubes británicos de la explotación sus últimos días en el ambiente que la vio nacer.
Mejores condiciones económicas movieron a Mr. Pool a viajar por aquélla Andalucía de Gustavo Doré, repleta de bandoleros, contrabandistas y toreros, hasta los Altos Hornos de Fábrica de El Pedroso. Excitante aventura hasta Sevilla, pasaba a ser peligrosa desde Lora
Diligencia de Carmona
la que por la vega pasa...
En su nuevo domicilio, Emma pasa inmediatamente a ser blanco de todas las miradas, atenciones y piropos que no comprende; nunca llegó a expresarse medianamente en castellano, ni a entender a la nueva sociedad en la que le toca vivir.
Fue en los bailes de aquel Carnaval cuando conoció a Francisco, joven capataz asturiano de nacimiento, buen mozo de presencia y abanto de carácter. Despilfarrador y mujeriego, cerraba todas las cantinas y se rodeaba de cierto prestigio en la mina.
No es necesario explicar que entre la nube de admiradores que rodeaban a esta deliciosa inglesita, un ingeniero y varios terratenientes incluidos, escogió Emma al capataz, al que se entregó con una pasión causa de escándalo por la ingenuidad de ella y la fatuidad del minero.
Doblegada a la voluntad del novio, se encerró en su casa y se bautizó por la Iglesia Católica para llegar al matrimonio dignamente.
Todas estas vicisitudes, y muchas más cuya intimidad se nos escapan, abocaron en la seria discrepancia entre Mr. Pool y su hija Emma, que finalizan con el abandono de la casa paterna y el refugio de la conversa en la posada de su amante.
El Párroco, el director de la mina y las beatas, se despliegan para la legalización de este enredo, el anglicano progenitor se reembarca en Sevilla camino del Reino Unido, el pueblo 
​ruge de emoción y el embaucador, comienza a poner obstáculos a la obsesión de todo el vecindario: casarlos.
Se consigue al fin el objetivo, ayudados los argumentos morales por una amenaza patronal muy seria, y la boda se celebra de
madrugada con recogimiento monacal.
Sigue ella de casada más atractiva que nunca y el marido, igual de calavera; sigue también sin explicación tanta entrega encendida con tan botarate destino.

Una madrugada cualquiera, por entresijos de faldas, dos mineros ofendidos clavaron en una puerta al asturiano. Paró la mina, se movió el pueblo y se hacinaron las mujeres en las esquinas, al estilo de las tragedias griegas.
Días antes había parido Emma gemelas; Emma y Espino, y la madre, muy debilitada, no quiso reponerse.
Perdió la razón y en su amor y locura, no quiso admitir la naturaleza de la muerte de su marido, atribuyéndolo a un accidente en la mina. Por ello, se escapaba de la solicitud de las vecinas de clamar a las bocas de las simas de Monteagudo con acento sajón ¡¡¡Francisco!!! ¡¡¡Francisco!!!
Allí la encontró la guardia civil con los tres rojos mezclados: el polvo de la hematites de la mina, su sangre y el escarlata de su pelo, acompañando a la clara confianza de sus ojos abiertos la determinación amorosa de su boca.

Han pasado ciento cinco años desde que ocurrieron estos sucesos que tanto conmovieron en su día y que nadie sabe actualmente no inspiran la menor curiosidad.
Las minas en todo este tiempo han atravesado épocas de distintas fortunas, desde el abandono total a febriles actividades.
Los hombres han seguido sacando el mineral o buscando la seguridad de su jornal como han podido...
Llegué al pueblo la última vez coincidiendo con uno de esos periodos de euforia minera. Todos los vecinos tenían oferta de trabajo, era difícil contratar los jornaleros necesarios para la recolección de la aceituna.
Corría el dinero y había satisfacción y confianza… Hasta aquella tarde. Se pararon las máquinas de la mina, salieron formando grupos los mineros tiznados, corrió la ambulancia hacia las oficinas y el Land Rover de la guardia civil pasó con el juez y el médico.
Cien mujeres pedían egoístamente a Dios que el suyo no fuera el muerto. Cien viejos blasfemaban y todo el pueblo esperaba un nombre.
Están todos contados. Es Pedro: Un liso de toneladas tiene su cuerpo contra el suelo.
Paró la mina, se dijo misa, habló el cura y se enterró.
Pregunté: ¿Tenía familia? - Sí, casado y con dos hijos-
Aun no se había decantado la impresión popular del accidente, cuando una mañana frente el Ayuntamiento observé gran revuelo de mujeres; pregunté qué pasaba y una vieja de ascendientes plañideras me contestó:
 
-Se llevan a la Espino pa ingresarla
- ¿Quién es la Espino?
-La mujer de Pedro, el que le cayó la piedra en la mina
- ¿Y qué le pasa?
-Pues que ha perdido la cabeza y que cuando la dejan sola se va al barranco de la mina a llamar al marido.
Me acerqué a la ambulancia y vi una mujer joven con el pelo como los madroños maduros de las Umbrías, los ojos color de uvas verdes y el talle de mimbre del Huesna.
Era tataranieta de Emma y ella no lo sabía
 
... y cantan los mineros
Todos le llaman la Santa
a la hija de Agustina
todos le llaman la Santa
se ve a la boca la mina
a rezarle a una esperanza
una esperanza perdida.

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29) LA TORRE

28/3/2021

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Un prisma cuadrangular de bloques de granito, rematado por un cucurucho recubierto de azulejos, es la torre de mi pueblo en su forma, como muchas de otros lugares de la zona oeste de Sierra Morena.
Pincha el cielo su pararrayos torcido, cuyo cable impide dar el giro completo a una veleta oxidada.
Le ascendía por una escalera de ladrillos desgastados a tramos de seis peldaños, con un solo punto de luz sobre el tejado de la Parroquia. Había una vuelta cerca del reloj en la que todos nos meábamos, ya por susto de las tinieblas, por el olor de anteriores micciones, o por ambas causas.
Está arropada en su mitad por la Rectoría y algún otro añadido eclesial, que nos priva confirmar su esbeltez y ¡cómo no! Se horadaron sus cuatro caras para alojar las esferas de un reloj.
La maquinaria de este valioso artefacto daba zapatazos y movía ruedas dentadas del tamaño de las de una bicicleta, en una habitación sobre la vivienda del cura y su exactitud, corregida aproximadamente por nuestro chantre de rotunda voz de canónigo macho, que afinaba los contrapesos añadiéndole toda clase de objetos.
Un día paró y como buen viejo, el ocaso le vino por la falta de dientes, que la piorrea de los años se los fue arrancando, haciéndole andar a saltos. En realidad, no servía ya para nada, pues todos los vecinos tenían su Roskoff-Patent agujereándoles los bolsillos con su gravedad, y los emigrantes el digital de pulsera; pero nos apenaba su silencio y sus manecillas desmayadas.
No debiera relatar lo que siguió porque el cura era amigo mío, pero ¡carajo! también lo era el alcalde y si alguien no lo saca a colación, con el tiempo nadie lo recuerda.
El clérigo se refocilaba de la avería que suponía per "saecula saeculorum", y le garantizaba el descanso al cesar su martilleo cansino y la explosión de sus horas. El pueblo llano, tradicionalmente nostálgico, presionaba al alcalde, quien a la postre, asesorado por dos electricistas de la RENFE, acuerda prescindir de la maquinaria antigua, instalando otra eléctrica y con mando a distancia en las Casas Consistoriales que, si bien aseguraban las campanadas, suprimía en las vigilas del sacerdote el crujir y rechinar de sus dientes y mellas.
La inauguración y regocijo de su vuelta a la vida, se fijó a las doce de la noche de fin de año.
Autoridades, técnicos y fuerzas vivas, amén de todos los villanos, con las uvas en la diestra, alertada la siniestra y clavadas las miradas en la brillante y remozada esfera, sostenían el resuello en espera de la primera campanada.
¡Para que cansar más! Todos sabemos que salió el sol y ni pum.
Yo podría dar el nombre del que cortó el cable en la sacristía, pero no lo digo porque era amigo mío... pero... ¡carajo! el alcalde también lo era.
Sobre las esferas del reloj que me ha apartado de mi intención primera, y asomándose por cuatro ventanas de medio punto, las campanas. Son cinco, una en cada hueco que se orientan a los cuatro puntos cardinales y la esquila, locuela y vocinglera que baila en el alto, con una escalera de madera, a la que hay que trepar guapo para voltearla.
Son además de la citada: el Dim, el Dam y el Dom. La otra de timbre intermedio está rajada y no se cotiza.
Los rayos de nuestras tormentas celestiales, caen sobre las campanas y no sobre los pararrayos como parece ser es su obligación y cuestan o costaron entonces, treinta mil pesetas que enjugan con las aportaciones de padrinos, cuyos nombres quedan inmortalizados en el bronce, hasta otra exhalación naturalmente.
Además de las horas, las campanas en manos de los monagos tenían su lenguaje. El toque de misa remataba con una, dos o tres campanadas sueltas que marcaban la inminencia de la ceremonia y era responsabilidad del Dam. El Ángelus lo aireaba alborozada la esquila. Las tres de la tarde, no sé por qué, era un juego entre el Dam y el Dim, que nos obligaba a precipitar el paso camino de la escuela. Al atardecer el toque de ánimas paraba nuestros juegos con un repelo.
​
El Dam, el Dim y el Dom por este orden, componían el toque a muerto.
Al final y manteniendo una atención siempre confusa, se precisaba si el difunto era hombre o mujer, contando las campanadas finales; si veinte, el finado era del sexo femenino, si veintiuna masculino. En caso de ser menor 
de siete años, evento ordinario, la esquila repicaba a gloria y la caja era blanca con cintas.
El entierro era nuestro plato fuerte, en el que todo se unía para patentizar la gravedad del trance: campanas, silencios, cantos, lloros y lutos. Reminiscencias carpetovetónicas nos imponían el cerrar las puertas y ventanas para impedir la luz, alargar la ropa en la mujer, del tobillo a la cabeza, tocada con el pañuelo negro que cubriera la boca, y, sobre todo a considerar poco afectada a la mujer deuda, que continuara su habitual ritmo de limpieza del hogar (barrer la puerta) o personal (lavarse la cabeza).
Los había de distintas categorías según el precio. De primera con esquila y tres capas, de segunda, de tercera y de caridad.
El primero lo componían además del muerto, tres curas, sochantre, el sacristán y monaguillos; tantos, como ropa había.
Tenía varias paradas en las que el féretro se colocaba en una mesa y se le rodeaba de incienso y canto gregoriano, hasta el responso final frente al panteón.
Estas ceremonias, iban en progresión decreciente, hasta llegar al llamado de caridad al que tan solo correspondía escuetamente el Dim, Dam, Dom, ataúd retornable al municipio al finalizar el traslado al Campo-Santo y despedida del sacerdote en la puerta de la Iglesia.
En la primavera llegaban los aviones, vencejos y cigüeñas, porque las lechuzas que se beben el aceite de los santos siempre están. Se llenaban las plazas de silbidos y casteñetazos de unos y otros que acarreaban pelotillas de barro y ramas para sus casas en las alturas.
Desde el campanario, se veían entrar como meteoros los aviones por las gárgolas de las antiguas bóvedas, hoy cubiertas de tejas, a sus inasequibles nidos. Las cigüeñas y vencejos tuvieron peor suerte. Como consecuencia del adecentamiento de la fachada parroquial, se destruyó nuestra magnífica colonia de vencejos y el nido de la cigüeña al amparo del chapitel, de romo asentamiento.
Cuentan que un día de la Virgen del Espino, cuando todos se apretaban en la plaza, y mayor era la algazara de cohetes y repiques, el badajo del Dom salió despedido empotrándose entre niños con zapatos nuevos y el turronero de negro blusón y cuchillo de media luna. ¡Milagro!
¿Y los inviernos? ¡qué duros eran los inviernos! Mal vestíamos y peor calzábamos; entonces llovía y llovía… y también hacía mucho frío.
Llevaban los chiquillos el pantalón a la rodilla donde las pupas, granos y otros huéspedes no dejaban de inquietar.
Aquel día era sábado y después del rosario nos despedíamos alegremente de la escuela hasta el lunes Dios mediante'
"Un automóvil" "Un automóvil", respondíamos en la letanía a D. Rafael el maestro por el "ora pro nobis", abusando de su oído duro. En manada corríamos bajo la lluvia de la que muchos se reservaban utilizando como impermeables, sacos con uno de los picos del fondo remetidos hacia dentro, en cuyo hueco metían la cabeza, y que al lejos, bien podían ser monjes capuchinos o pajaritas de papel.
En este tropel alguien dio la noticia: ¡¡¡se ha muerto Antoñito el de la Mina!!!
Antoñito el de la Mina era un niño renegrido y enclenque que no podía correr porque se asfixiaba y se le ponían los labios morados; por ello no jugaba y era el segundo de la clase.
Mientras el maestro nos recomendaba acompañarle en el entierro por ser condiscípulo y huérfano, yo recordaba su pantalón de “patén" con un solo tirante a la bandolera y las dos piezas de tela más oscuras en las nalgas como un libro abierto.
Como llovía tanto, no fue casi nadie. Familia no tenía más que la abuela y el entierro era de Caridad... en resumidas cuentas, diez chavales como gorriatos calados, dos viejos con los cuellos de las pellizas alzados y Ortega, el enterrador de la boca torcida.
Y llegamos a la fosa en el suelo, que no era más que una alberca rebosante.
Había que vaciar el cuerpo del féretro sobre la hoya, pues la caja ha de volver a la beneficencia para una próxima eventualidad.
Ortega, con el agua a la cintura y armado de una palangana achicó la fosa, depositó delicadamente el cuerpo y le tapó la cara con su pañuelo.
Aceleradamente rellenó el agujero en el que seguía entrando agua en cascada, mientras nosotros los chiquillos, ayudábamos instintivamente con los pies.
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28) EL CORTINAL

27/3/2021

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¡Madre! He vendido el cortinal.
Ayer muy temprano, antes que cantara el mirlo, ya estaba entre sus piedras mojadas de rocío, con mis ojos húmedos de recuerdos. Solo nosotros reconoceríamos aquel jardín donde me criaste. ¿Recuerdas?
"La cañada de gamonitas con sus flores blancas siempre encharcadas. Nuestra punta de retintos cornilargos en un frutaje recargado de color.
Su cucar en la primavera entre el violeta del cantueso y el amarillo oro de la aulaga.
La encina grande sobre la zahúrda de piedra que nos salpicaba las bellotas por fanegas y propinaba con sombra espesa.
La cosecha fija de los guaperos injertados por el abuelo. Los arrayanes y lentiscos de las lindes donde anidaba el alcaudón.
Los pesebres de piedra ahuecados con punterolas de picapedreros en la porrilla que va emergiendo del suelo.
EI pocillo de agua canita y ranas de San Antón que siempre rebosaba.
La higuera que daba sombra a la pila de lavar, cuyo granito puliste con tus manos y donde se batía la guadaña del heno.
​
Tu ropa blanca soleada y perfumada en el prado natural de mastranzo y poleo.
Los grandes lagartos verdes tomando el sol en las piedras del cerro.
​El canto del cucú a media mañana.

La chicharra de las siestas sudorosas.
Los títeres para capturar a los irascibles enjambres de nuestras colmenas de corchos, siempre pendientes de la rama más alta...
Arrullaba la tórtola en el aguadero y daba de pie la perdiz en el collado...
¡Madre! de todo esto y de la mujer que era mía, ¿qué queda?
El pozo no pudo con tantos años secos y arrastró en su agonía a la cañada con sus berros, juncos, mastranzos y gamonitas. La membrillera también se fue y la higuera con ramas desesperadas tira sus higos amarillos y sin tamaño.
Nuestras vacas se devoraron a sí mismas por el pienso que consumieron.
Una nueva enfermedad nos prohíbe el cochinillo que regalaba arrobas de carne sacadas de entre las piedras.
La miel para nuestros piñonates y pestiños escasea. Un feroz enemigo, los insecticidas, rehabilitaron al tejón y al abejaruco.
El ayuntamiento nos ha domiciliado las basuras, que ya no son estercoleros sino montañas malolientes de residuos eternos.
Y como final, lo que yo creí inmutable, las piedras, pues tampoco. Una
empresa foramontana con mastodónticas maquinarias las arrancan, las parten y se las llevan cuadriculadas.
Ya no nos queda nada.
Por eso he vendido, Madre... y porque ella se ha ido.

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27) EL TESTAMENTO  DE D. FÉLIX DE LA FONTECILLA, SÚBDITO DE SU MAJESTAD CARLOS III (AÑO DE 1785)

26/3/2021

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"In nómine de Dios Nuestro Señor y de su Santísima Madre, Amén".
Sepan cuantos esta Carta Testamento y Última Voluntad vieren, como yo, D. Félix de la Fontecilla Vivero, vecino de esta villa, hijo legítimo de D. Lucas de la Fontecilla Vivero y de Dª Gabriela Gonçales de Andía y Valera, estando enfermo del cuerpo, sano de la voluntad y en mi libre juicio, memoria y entendimiento natural que Dios Ntro. Señor fue servido darme, creyendo como firmemente creo en al Altísimo y Soberano Misterio de la Stma. Trinidad, Padre, Hijo y Spiritu Santo, Tres Personas distintas y Un solo Dios verdadero, y en los demás misterios y artículos que tiene, cree y enseña Ntra. Sta. Madre Iglesia Católica, Apostólica y Romana, temiendo de la muerte como cosa natural a toda criatura, y deseando poner mi alma en carrera de salvación, otorgo que ordenen mi testamento en la manera siguiente..."
(Una vez satisfechas las exigencias del Sto. Oficio, pondré que me amortajen con hábito franciscano, que mi dinero me cuesta ser Tercero... naturalmente que me sepulten...  ¡Válgame el Cielo! ¡lo que hay que disponer!, en una de las bóvedas de mi familia en el Altar Mayor de la Parroquia, la que tengo más aseada, al lado del púlpito de la Epístola, y que el entierro lo haga la Cofradía de las Benditas Animas del Purgatorio, que para algo soy hermano y de la Virgen de la Soledad, por la misma razón.
Me han de asistir, que es su obligación, General de Clérigos... Triste e no tener herederos forzosos, pero mucha autoridad me da en derredor mis riquezas, y al nadie tener derecho, más se afanan en mi complacencia por ganar mi voluntad.
Repartiré entre sobrinos, primos carnales, cuñados y ahijados de aguas, con prudencia y tino, manteniendo ¡¡Ay Dios mío!! recelos entre ellos para evitar un jicarazo y que así rivalicen en sus solicitudes.
Algo habré de disponer para mi servicio, de lo que esta fuerte y agraciada moza sobre la que descansa el trabajo y orden de mi casa (aunque su fidelidad no tengo comprobada) saque parte bien medida que evite ¡pobre de mí! La hablilla del pueblo.
1º, 2º, 3º,....... 16º,...
17º -Yo lego y mando a Dña. Manuela Villarroel, mi sobrina, el horno de pan cocer que tengo en la calle Guzmán con lo que le pertenece y con cargo y condición de dar todos los días y mientras viva, un pan a su hermana menor Dña. Josefa, porque me encomiende a Dios.
(A esta manirrota si no la dejo atada, me vende el horno tras las cabezadas del duelo).
18º -Yo lego y mando al convento de San Agustín, para la Cofradía de la Virgen de la Soledad que allí se venera, como poseedor que soy de unos duros impuestos en puertos secos de lana en la villa de Madrid, cuyos títulos con su sello de plomo tengo en un arca y con la obligación de tres mil misas rezadas para la tranquilidad de mi alma y la de mi difunta esposa.
19º -Yo lego y mando a D. Francisco de Ocaña, mi ahijado de aguas baptismales, un arca que tengo de dos varas, conteniendo: una casaqueta de montar, unos calzones de cordoncillo servidos, una capa de paño pardo, una chupa de alborlón azul, una cortina de bayeta encarnada y un jubón blanco, porque me encomiende a Dios. (Si la zorra de la mujer hubiera sido honesta, menos lenguaraz y no me robara el vino, otro legado tendría).
2º -Yo lego a Dña. María Valero, mi sobrina, la viña y lagar que poseo en este término al sitio de la Fuente del Castaño y la casa principal que habito en la calle de la Judería, y que hube de mi mujer Dña. María de la Seda, con la obligación de decirme doscientas misas rezadas, porque así es mi voluntad.
(Esta lerda, sería hoy mi compañera legítima y heredera universal, si no hubiera trocado mi prestigio, seguridad y discreción, por el palmito de ese galopín que la ha llenado de hijos y arruinado la bolsa y la figura. La Rodrigona la aconsejó por mi expreso deseo y a pesar de su habilidosa industria en esta materia, nada consiguió).
21º -Yo lego y mando al convento de San Diego y expresamente a San Nicolás de Tolentino, y para su gasto de cera, seis colmenas que tengo al pago de La Mina, porque así es mi voluntad. (Muy milagroso será, pero yo creo difícil haga mucho por mí, dados los años y desfallecido que estoy).
22º -Yo lego y mando al mozo que responde al nombre de Juanelo Barón, y que tengo trabajando en el molino de aceite de mi pertenencia de la calle Piernas de esta villa, un cercado que tengo en la calle Canalo de cabida dos fanegas de cebada en 
 
​sembradura, dos castañares que tengo en el Camino Real que va al lagar de la Magdalena y linda con el cortijo de Pedro Sayago, al sitio de la Carrasca, una yunta de mulos burreros y una yegua con sus aparejos que allí están,
una escopeta y la mitad del menaje de mi casa, además de la almazara donde trabaja, porque me recuerde y encomiende a Dios.
(Tiene mis andares y desplantes, tiene mi confianza, todo el mundo lo da por cierto, pero ¿puedo yo asegurarlo, con el bicho que era su madre? Quedo bien con Dios, lo dejo colocado y tapo la boca a mis enemigos)
23º -Yo lego y mando a Dña. Josefa Becerra, viuda de mi sobrino Benigno Vivero, una bodega de anefar vinos al sitio de la calle Calderranas, una casa principal en la calle Juan de Lora, que tengo arrendada a Justo Prieto, dos arcas y un cofre de clavos con la ropa de la casa, una salvilla de plata, un aderezo de perlas y diamantes, un cintillo de esmeraldas, tres cucharas y dos tenedores de plata y dos chorizos de perlas con seis canaritos de oro.
(Este legado va a tener trascendencia, pero ¿a mí qué va a importar, si yo estaré muerto? Además, hace años que estas joyas se las di en secreto, aparte de ser mujer a cuyo lado huyen las penas).
35º -Lego y mando porque es mi voluntad, al Hospital de la Santa Charidad de esta población, un cercado de olivar de cabida tres fanegas y cuartillo, al pago de herederos de Juan Prieto, llamado El Segajo, con el cargo de cincuenta misas rezadas y dos cantadas para la salvación de mi alma y la de mi mujer. (Seguro estoy que habrá quien diga que este legado tranquiliza mi conciencia, ya que algunos de sus pupilos hoy aquí alojados, tuvieron negocios conmigo).
40º -Declaro tengo en mi poder hace años, ocho ducados de unas tierras que he administrado al Hospital de Spiritu Santo de Sevilla, mando se las remitan a su administrador. (Mi desidia prolongada, parecería hurto si no constara en este documento).
60º -Yo mando dedicar por mi alma y por algunos cargos de conciencia que pudiera tener, cien misas rezadas a tres reales de vellón cada una y con cargo a mis albaceas y que, para su satisfacción, vendan una tinaja de aceite que dejo llena.
(Este aceite de hace tres cosechas, estará algo rancio y se puede vender barato para alimento de pobres y contribución a mis reparaciones).
Y 70º, 98º, y hasta 148 cláusulas de legados y donaciones del anciano moribundo de cabeza firmísima y decidida voluntad de salvación.  Los caldos, cocimientos, sopas y jugos, en lucha con emplastos, sangrías y lavativas, despabilaron al viejo, que llama de nuevo al escribano y rectifica el testamento.
149º -Declaro que, por una de las cláusulas antecedentes, legué a la Fábrica de la Parroquia, dos castañares que tengo en la Carrasquilla, con cierta carga de misas, lo que revoco y de nuevo mando y lego como última decisión, pasen a mi fiel sirviente Dña. María de Miera. (Esta brava moza me demuestra absoluta dedicación en mi enfermedad y mucho se debe mi recuperación a su cariñoso trato).
160º -Declaro que por otra donación de dicho mi testamento, mandé al Cotarro conventual de este lugar, una bodega con sus tinajas que tengo en la calle de Caldereros, y cosa quiero y es mi voluntad, revocar esta intención para siempre jamás y donarlo a mi sirviente fiel Dña. María de Miera. (Se lo merece, ¿Qué sería de mí, si no viera su fresca cara, alegre risa y firme apoyo al ayudarme en mi andar vacilante?).
176º -Declaro que, por otro apartado de mi testamento, delataba el lugar donde guardaba un pañuelo de seda que envolvía unos zarcillos de perlas y diamantes, seis cucharas, seis tenedores, todo en plata, y un rosario de oro, para que se le entregara a mi primo Don Álvaro de Argandoña el Presbítero, lo que revoco por mi voluntad y lego y dono finalmente a mi honrada y fiel Dña. María de Miera. (He tenido suerte al tropezar con esta chiquilla, que de seguro me está prolongando la vida con su donaire y bondad, haciéndome plácidamente feliz. ¿Será verdad lo que me dice que aún me restan embelecos?).
201º -Y revoco y anulo y doy por ningunos y de ningún valor y efecto todos los anteriores codicilos, mandas y otras disposiciones que haya fecho por escrito o de palabra, que quiero no valgan ni hagan fe en juicio, sino los legados a Dña. María de Miera, mi humilde, fiel y honrada compañera, física de mis males, y le sean adjudicados todos mis bienes que anteriormente había repartido a personas y cofradías, declarando a la dicha Dña. María de Miera, heredera única, total y en absoluto dominio de toda mi hacienda.
(¿No le voy a entregar mis bienes, si ya es dueña de mi cuerpo y voluntad…? Desde luego es calumnia de la harpía de mi sobrina Dña. Manuela, que barrunta el cambio de mi testamento, que se da cita con Juanelo en la cuadra).
E fice mi signo en testimonio de verdad.
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26) LA NOCHE OUE SE ESCAPÓ LA LIEBRE

25/3/2021

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Sería allá por San losé cuando canta el cu - cu...
Araba Sayago y goteaban las encinas. A las aguas de la noche que en sordo rumor había silenciado el campo, le había suplido el estallido del sol y el escándalo de los pájaros en un barrunte de primavera.
Con un pie en la besana aspiraba esa mezcla de olores de la tierra húmeda levantada, yerbas partidas y el sudor de la yunta... al final de la mielga canturreaba el gañán... En esto me holgaba cuando la descubrí.
Desabrigada la cama por la reja del arado, al aire lucía dos verdes y honestos ojos, que unidos a sus largas orejas y tembloroso bigotillo, denunciaba la pelusa de la liebre recién nacida. Unos pasos allá, la herradura del mulo, había convertido a la hermana en un pinganillo sangriento. Ante su irresponsable candidez decidí salvarle la vida; la cogí sin la mayor protesta por su parte, y arropada entre camisa y piel, la llevé a la casa. Allí empezó el duro aprendizaje de sustituir la cálida teta materna, por la jeringuilla de pitorrillo almohadado con algodón y rellena de la leche de vaca.
A la primavera siguiente era una hermosa hembra que compartía los juegos con los niños y acudía por Penélope a la golosina de una galleta; pero el sexo la inquietaba. Por esta causa mientras daba solución a su desasosiego, extremamos la vigilancia para que no huyera.
Tuvo que ser aquella noche en que los calmazos de Mayo nos sacó el sudor y espantó el sueño. En realidad, fue una broma; ella no quiso huir, la amedrantó el brillo de los focos de un coche y en su cabecilla prevaleció, sobre mis llamadas amigas, el instinto de miles de años.
No dándola por perdida la seguí calle tras calle, adivinándola en la distancia al paso de las farolas, hasta que en ese callejón que llaman de las Charnecas, golpeó la ladra de un perro.
Con este apremio avivó al galope y se perdió para siempre en el bruno, dividiendo ortigas y jaramagos.
Desalentado y para dar respiro a los bofes, tomé asiento en el granito de la acera, y andaba tasando mis desventuras cuando una voz de timbre desagradable me sorprendió desde un ventanuco a mi retaguardia.
​
- ¿Se te ha perdido el gatito, niño?
-No es un gato, es una liebre. - contesté molesto por el tono burlón.
- ¡Ay hijo, ya no veo! iy de noche menos! A mí se me perdió una vez, hace mucho tiempo otra liebre... era casi una chiquilla. ¿Te lo cuento?
Tras mis largas carreras y en la necesidad del descanso, me había puesto a refrescar en la puerta del tabuco de Mariquilla la Pintá.
La Pintá era una vieja, muy vieja, de ojos negros y perfil de bruja, alcahueta de profesión y notable flaco por el aguardiente. Y por ello doblemente incómodo hice intención de levantarme, ¡Como sé que escribes
cosillas del pueblo, pensé, a lo mejor te gusta!
¡Vamos! ¡si no temes por tu reputación al hablar conmigo y a estas horas!

Así habló de nuevo con magistral artería la celestina cebando mi curiosidad y probando mi amor propio.
-Pues verás, ahora que lo pienso bien, quizás no fuera una liebre, pudo ser un cochino... tampoco, era una gallina que andaba clueca lo que yo buscaba aquella mañana...
No andaba muy hilvanada en el relato, pero se le entreveía penetración con buena carga de malicia, y me fui afianzando en la escucha, al tiempo que se desvanecía mi recelo.
-Éramos doce, doce hijos de un cabrero en una gran finca, con dos fiestas para soñar todo el año. El día de la Virgen del pueblo y aquel en que nos visitaba el señorito.
Percales nuevos y "calentitos" en la Patrona y en la otra un real de plata y una palmadita en la cara propinada por el amo en la portada del cortijo. El resto del tiempo...caló o frío, agua o polvo.
Quince años tendría cuando salí a buscar a la clueca... y ya no volví más al chozo... ni vi más a mis padres... ni a mis hermanos…
Decidí levantarme; no estaba en condiciones de ánimo para acoger con satisfacción una historia desgarrada.
-Si te vas, me dijo al advertir mi movimiento, te perderás lo mejor. Siguiendo. - Y ello es que yo sabía dónde estaba la gallina; mejor dicho, quien la tenía.
Al borde de la carretera y a orillas del río, un hombre hizo candela la noche anterior. Yo vi el fuego y las sombras, yo lo vi lavarse a la mañana...
Decidí aguardar el desenlace al contar con protagonista masculino y sospechar un drama rural.
¡Sigue Pintá que ya canta el gallo!
Cuando llegué estaba comiendo seguramente mi gallina, recostado en la rueda grande de su trasto de afilar; podía se mi padre y hablaba de forma distinta, me dio carne para comer y me eché con él bajo una encina...
¡Ya me lo contó toda esa vieja puta! Rumiaba mientras me levantaba.
¡Espera al final muchacho! Casi me gritó. Que esto solo duró quince años y yo tengo setenta y cinco. - Y en tono más alto seguía: - Puso mi bata y las alpargatas a la orilla de la charca grande, y con una camisa y pantalones suyos remangados, subimos hasta Orense turnándonos el empujar la amoladera y cobrando por cuchillos y tijeras. Mientras, la guardia civil pegaba tiros en el río para que flotara mi cuerpo.
Según convino fui su hija, su mujer, su manceba… y muchos años, en un pueblecillo de Galicia, su enfermera... y al final... otra vez aquí. ¿Te ha gustado? Escríbelo y vuelve de nuevo que tengo una buena cosa para ti; es una "nueva" que ha venido de Carmona.
Esto me decía mientras yo me declaraba en retirada, una retirada confusa, desordenada, quizás presurosa.
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25) Dª BLANCA DE BORBON

24/3/2021

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Entre las gentes se suena
y no por cosa sabida
que de ese buen Maestre
don Fadrique de Castilla
la reina estaba Preñada
otros dicen que parida...
 
Hay en los primeros contrafuertes de Sierra Morena los restos de un castillo, que unos dicen de las Jarillas y otros, de Montegil. Salda los tiempos, ruinoso, arropado de madroños y arrayanes y le minan los cimientos la uña del raposo y el tejón.
Como Álora, era bien cercado y adarves tenía que paraban el respirar. Un barranco enjuto llamado de los Ciegos lo ciñe en hoz y le siguen sobrevolando neblíes y gerifaltes, que parecen buscar la manopla del cetrero.
Tan súbito es alcanzarlo que se echan los bofes por coronarlo y las ancas pulen los machos al bajar. Fortaleza celada, no pestañea celando el valle del río Viar y resistió a los romanos de Escipión, vándalos de Geserico, bereberes de Tarik y a las huestes cristianas de la Orden de Santiago apoyando a San Fernando en la conquista de Sevilla. Se guiña con los dos Benitos, el abatido monasterio del Cister en el Tentudia y la ermita del Abad romero de Castilblanco.
Hubiérase convertido en un rimero de cantos, si no fuera por la proximidad del camino real de Extremadura a la escucha de Cantillana.
Por el año 1353, cuando se casa el rey D. Pedro I de Castilla, cruel o justiciero, pero sin duda mujeriego, con la adolescente Dª Blanca de Borbón, era este castillo presidio, a cuyo alcaide con sus huestes acosaban las tropas de D. Enrique de Trastámara llegadas de Alanís.
Nadie que viera los desposorios reales de Santa María la Mayor de Valladolid, podía sospechar que aquélla misma noche la joven reina de dieciocho años fuese repudiada por D. Pedro y que éste se uniera inmediatamente a su concubina Dª María de Padilla'
 
...llorando de los sus ojos
de la su boca decía:
yo desventurada reina
más que cuantas son nacidas
casáronme con el rey
por la desventura mía
de la noche de la boda
nunca más visto lo había…
 
Casó el rey de nuevo con Doña Juana de Castro a la que abandonó igualmente y de nuevo fue al altar con su amante Da María por la que dicen las crónicas sentía pasión.
Debía ser Dª Blanca de Borbón y Navarra de pálida piel, rubios cabellos, ojos claros y dulce carácter. Hija del duque Pedro I de Borbón e Isabel de Valois llegó a España con la aureola de una dote de trescientos mil florines de oro que su padre nunca pagó.
Doña María de Padilla era una gran belleza morena no exenta de dotes espirituales, según algunos. De refinados sentidos, se hizo construir piscinas en el Alcázar sevillano y escanciaba en sus banquetes bebidas heladas, para cuyo resfrío se almacenaba en Constantina en los Pozos de la Nieve, el hielo de las cumbres y se transportaba en carretas tapados de paja y nocturnas jornadas.
De los baños que aún perduran bajo el palacio y dando vista a los jardines como enormes piletas umbrosas, se cuenta que no eran bien vistas de los nobles por su relajación y sospecha de pecado. Enterado el rey, se encoleriza, los reúne y les invita a beber medio azumbre de esta agua donde retozó Doña María.
Solo uno, D. Fadrique, puso obstáculo arguyendo que "evitaba la cata de este caldo, no se le antojara la perdiz".
De D. Pedro dicen era varón lúcido, iracundo, ambicioso, maestro en intrigas y hollador de la judería en busca de susonas.
​Entre los personajes de la corte del rey castellano, se destacaba el Maestre de la
​
Orden de Santiago D. Fadrique, hermano
bastardo del monarca y que a sus veintiún años ponía cerco a Coímbra, siendo diestro en el negocio de la guerra. Es probable que entre la reina despreciada y el hermanastro del rey hubiera algo más que simpatía.
 
...de la noche de la boda
nunca más visto lo había
y su hermano el Maestre
me ha tenido en compañía
si esto ha pasado
toda la culpa era mía...

Enredado en continuas guerras y venganzas contra la nobleza, D. Pedro manda llamar a su hermano en Portugal y lo recibe en el Alcázar de Sevilla.
 
...Yo me estaba allá en Coímbra
que yo me la hube ganado
cuando me vinieron cartas
el rey D. Pedro, mi hermano
que fuese a ver los torneos
que en Sevilla se han armado…
 
Allí, en una de las salas y en presencia del Rey D. Fadrique, es decapitado.
 
…En entrando por las puertas
Las puertas me habían cerrado
quitáronme la mi espada
la que traía a mi lado
quitáronme mi compañía
la que me había acompañado…
 
Muerto D. Fadrique, Dª Blanca es condenada a prisión y anulado su matrimonio. Es encarcelada en Toledo, Sigüenza, Torreblanca del Jerez, el castillo de las Jarillas y el de Medina Sidonia, donde fue asesinada. En uno de estos traslados se deshace del fruto de su romance, que oculta en Extremadura una sirviente fiel.
 
...Mira, mira Alonso Pérez
el niño ¿a quién parecía?
Al maestre mi señora
Alonso Pérez decía,
pues dadlo luego a criar
y a nadie esto se diga...
ya llegaba Alonso Pérez
a Llerena aquesa villa
puso el infante a criar
en poder de una judía
criada fue del Maestre
Paloma por nombre había
y como el rey D. Enrique
reinase luego en Castilla
tomara aquel infante
y almirante lo hacía...
 
De su muerte, el romancero resalta romancero resalta la dulzura de la reina y su resignación. 
 
...Cuando vido al ballestero
la su triste muerte vio
aquel le dijo: Señora
el rey acá me envió
a que ordenéis vuestra alma
con aquel que la crió
que vuestra hora es llegada
no puedo alargarla yo.
Amigo, dijo la reina
mi muerte os perdono yo
si el rey mi señor lo manda
hágase lo que ordenó...
 
En contra del decir del romance, de los viejos del lugar se oye, que fue ajusticiada en el castillo de las Jarillas.
Es tradición que Dª Blanca era dada durante la prisión, en los atardeceres calmosos del valle del Viar, a pasear por el matacán de la fortaleza, donde lloraba amargamente. Allí la sorprendieron dos esbirros del rey D. Pedro y la despeñaron a la sima del Tamujal.
Cuentan, que antes de rebotar en el abismo, se convirtió en una garza pájaro que las gentes sencillas identifican con una garza real que planea a veces en los crepúsculos del valle.
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24) LOS GITANOS

23/3/2021

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Por el olivar venían
Bronce y sueño los gitanos
Las cabezas levantadas
Y los ojos entornados
 
Vienen todos los años al finalizar la recogida del algodón, por el tiempo que nos embocan los estorninos; emplean parte de lo ganado en compra de jumentos y esperan la maduración de las aceitunas para, de nuevo, volver a un trabajo a destajo, sin horario ni manijero.
Son los gitanos que yo conozco. Se les ve a las puertas de las tabernas, por los ejidos con sus bestias o sentados primitivamente sobre las cujas, sin posar en el suelo las nalgas y en el lugar más inverosímil.
Como mínimo, y aunque proceden de dos familias tan solo, rondarán la cincuentena y parece que les deleita el tener representantes de todas las edades.
Dos hermanas que no se tienen devoción y los cuñados que se toleran, gobiernan originalmente en la misma casa, a diecisiete hijos, varios yernos y nueras, nietos y biznietos; cruce de primos hermanos y calés fratrias.
Hay gitanillas con ojos como los pozos de las minas de La Unión y otras con la claridad del puerto de Almería; el pelo de negras jacas cordobesas o de potrancas bayas de la marisma. Son, como dicen que tienen que ser la libertad, bellas y sin sentido común.
De los dos patriarcas, Agustín brilla más, tanto por su figura y empaque, como por su acierto y prudencia en el decir.
Un pajón oportuno le dañó un ojo y con la prima del seguro y su maestría en los tratos, sentó las bases de la economía de la tribu.
A la mujer y a la cuñada las nombraban en Lora las Chovas. Una en baguala y la otra en caroca, tan solo coincidían en el volumen de sus mamas, desarrollos conseguidos por una lactancia mantenida a sus crías, hasta la inminencia de la muela del juicio. De los recreos en la escuela
nacional, escapaba el Tomate para refrescarse con el pecho de su abuela, que por entonces había parido al Perlo.
Mujeres decididas e industriosas por necesidad, no dudaban, en la distracción de la pescadera, deslizar una pijota por el canal entre sus senos a la sima avernal de su anatomía. Esta sisa descarada se aireó por un cangrejo vivo que, unido al pescado en la urgencia de la operación, bajó a los fondos y apretó las pinzas.
Un día llegó que los maestros de los escolares, cansados de las faltas de puntualidad y de asistencia de sus churumbeles, acordaron cerrar a cal y canto la escuela a partir de las diez. En la hora del recreo lanzaban por encima de la valla metálica hijos, nietos y biznietos, provocando a los profesores a un partido de tenis con gitanillos por pelotas.
El día que la abuela con cuarenta y seis años rompía aguas coincidía en aguas rotas con la nieta en la misma habitación.
Esta lanzó antes a este mundo un gitanillo gordo y colorado que las comadres piropearon: era rojo y apetitoso como un tomate. Y el Tomate por nombre quedó.
La abuela quería una niña y así nació: pálida, morena y de ojos garzos
¡Es una perla! Gritó el coro; pero les cegó el afán de satisfacer a la parturienta, porque, una vez salvada la confusión y lavada la criatura, se precisó el sexo. Era un macho, a lo que replicó la madre-abuela desfallecida; ¡¡pues entonces es un perlo!! Y por el Perlo se nombra.
¡Gran día aquel! En una hora María la Chova fue madre y bisabuela.
Tomaron un año por cuenta la recolección de las aceitunas del Cañuelo, cortijo frío y hundido en el valle del San Pedro, donde las heladas se ensamblan. La huerta enrojecía de las ácidas naranjas de la serranía y esta ventaja influyó en el cierre del trato.
Fue Agustín en representación del clan a rogar a rogar al señorito subiera unos céntimos el kilogramo por lo rudo del trabajo y la aspereza del tiempo. En la toma y daca para lograr su propósito, argumentaba perdían más tiempo desentumeciéndose en las candelas, que trabajando.
El amo, que era el boticario, le recordaba que tenían el beneficio de las frutas de la huerta, a lo que muy certeramente respondió Agustín, que el dinero íntegro al amo volvía, parte por la compra de la penicilina para los catarros y el resto en bicarbonato para comer las naranjas.
Una mañana de Mayo el Tomate hizo la primera comunión. Tenía cumplidos los trece años y a la salida de la ceremonia, en la puerta de la Parroquia, entre tanto niño marinero, repartía sus estampitas y un cigarrillo celta a troche y moche.
En otra ocasión, cuando el patriarca mataba al gusanillo matinal, se le espetaron dos gitanillos, uno en los brazos del otro y los mocos a la barba.
¡¡Papa, trae veinte duros!! - ¡Niño, esas nacles!
Satisfizo Agustín la imperiosa demanda y explicó: ¿Cómo no le voy a dar veinte duros, si me ha ganado diez mil en el algodón? Estos chiquillos, que tropiezan el capullo a su altura, sacan más que las personas mayores. ¿O va a ser igual que yo, que tengo que doblar esta caña de cuerpo?... explicaba contundente.
- Nueve vivos.
- ¿Cómo se llaman?
- Po verá... La Grasia, la Rosío, el Rafalete, Mariquilla, Lolito, Rafael, Setefilla, Robledito, Rafi y el Perlo.
-Agustín salen diez.
- ¡¡Bueno... es igual... to son familia!!
-Pero Agustín, hay tres Rafaeles, ¿eso para qué es? ¿Por si hacen algo...?
-Mire Vd., nosotros somos pobres, pero honraos y precisamos del trabajo de los hijos... si alguno se puede librar del servicio militar... pues en su casa se queda ayudando.
Agustín tiene cincuenta y ocho años.
 
Hijo y nieto de Camborios
moreno de verde luna
anda despacio y garboso
 
Flexible con la religión, Agustín no cree en el Dios de los cristianos y respeta a los curas como guardias civiles con sotana.
Añaden a sus ritos ocultos, la Navidad; y el niño Jesús y María Virgen, son el centro de una de sus mejores fiestas. Como estas coinciden con la cosecha de las olivas, les sorprende en el campo y se les ve acumular para esos días, abundante munición de boca con peregrina desproporción de bebidas gaseosas.
Va y vuelve una y otra vez la pollina de leche con un serón de esparto, del que asoman cabezas y mocos, pavos maniatados, alfajores y roscos de vino.
Pero no todo es felicidad. Este año, Agustín y la Chova, tienen una pena que les ha cambiado el semblante. ¡¡mientras haya salú, tó se pué aguantá!! -Se les escapa con amargura.
Se enroló el Tomate en una cuadrilla para la siembra del arroz y pesca de cangrejos en el coto de Doñana.
Dos meses llevaban los padres sin noticias y, cuando sospechaban que el chavalillo no iba bien, como por casualidad, visitó a los viejos Cencerrito el primo, y les dejó caer que el Tomate tiraba el parné como lo ganaba, "embelesao" con una paya.
Aparejó María la Chova su burra, cortó una vara de adelfa y arreó para Lebrija. A la semana volvió a la casa, donde la esperaba su marido sentado en el poyo de la puerta en que lo dejó, hostigando desde atrás a la rucia con su silencioso jinete, el Tomate.
Pero algo grande le ha pasado al mozuelo. Había perdido la "chaveta". María aseguraba que, al niño, una paya le había dado el jicarazo. Y mientras la madrina, venida de Lucena, le administraba las pócimas neutralizantes, el chaval, descompuesto como un reloj de tres reales, salía al amanecer carretera adelante a vivísimo trote, con el pobre Agustín a su retaguardia y custodia que le decía con voz melosa: ¡¡amaina hijo, que vas a reventá!! Cuando le preguntan cómo sigue el enfermo, no duda en responder:
 -“Está mejorcito, ar meno ha perdío velosidá”.
No hace mucho, el patriarca calé se puso a morir; tuvo una melena: tres hemorragias de sangre, decía la mujer.
 Tuvo tres golpes de sangre
y "a poco muere" de perfil…
 En algarada, todos los gitanillos buscaron al médico, invadieron la farmacia y arrastraron al practicante con sus jeringas. Agustín, amarillo como la cera, se despedía quejumbroso.
Y entonces exclamó el doctor: ¡¡A Sevilla, que se nos va!! De nuevo toda la tribu se desparramó desgargantada en busca de la ambulancia Para su traslado.
Una vez colocado el abuelo y a la María a su cabecera con un horripilante grito sostenido y las venas del cuello con amenaza de explosión, empezaron a invadir la ambulancia los deudos, en tal número, que el conductor no cabía, y nadie cedía sitio. Desalojada la ambulancia por la guardia civil, el jefe de la horda pudo ser evacuado e ingresado en el hospital.
La familia entera y muchos flamencos añadidos de toda la comarca, acompañaron en un solar próximo con sus lonas, carros, jumentos, churumbelillos, perros y gallinas enanas, hasta su restablecimiento y vuelta a casa...
Este Agustín es una retama cargada de sentencias. Siempre lleva chaqueta y castora, abrocha hasta el último botón de la camisa y los pantalones grises con listas negras de etiqueta, dejan ver sus botas entrefinas de cartera.
 
Si las tuviera...
Yo le regalara
unas espuelas de plata.
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