Asociacion Cultural LA FUNDICION de El Pedroso
  • LA FUNDICIÓN
    • QUÉ ES
    • ¿Cómo participar? >
      • INSCRIPCIÓN >
        • Tus ideas >
          • El escudo de El Pedroso
  • EL PEDROSO
    • Geologia
  • PAISAJE
  • HISTORIA
  • ARTE
  • Las Escuelas Nuevas
    • El origen del CCEENN
    • CCEN PLANTA BAJA >
      • Recepción
      • Galería Gertrudis
      • Sala Ingeniero Elorza
      • Biblioteca José Manuel Lara Bosch
    • CCEN PLANTA ALTA >
      • Historia de la Escritura
      • Espacio LARA
      • Galería Planeta
  • INDUSTRIA DEL HIERRO
    • Las minas de El Pedroso entre la Munigua romana y Felipe II
    • El Pedroso MINERO S XIX
    • EL Pedroso MINERO auge y decadecia
    • siglo XX MINERO
    • ARCHIVOS MINAS
  • EN SEPIA
  • CRONICAS Blog
    • LA MEMORIA PRODIGIOSA
    • MAS ALLA DE MI MEMORIA
    • JOSÉ Mª DURÁN

24) LOS GITANOS

23/3/2021

0 Comentarios

 
Imagen
Imagen
Por el olivar venían
Bronce y sueño los gitanos
Las cabezas levantadas
Y los ojos entornados
 
Vienen todos los años al finalizar la recogida del algodón, por el tiempo que nos embocan los estorninos; emplean parte de lo ganado en compra de jumentos y esperan la maduración de las aceitunas para, de nuevo, volver a un trabajo a destajo, sin horario ni manijero.
Son los gitanos que yo conozco. Se les ve a las puertas de las tabernas, por los ejidos con sus bestias o sentados primitivamente sobre las cujas, sin posar en el suelo las nalgas y en el lugar más inverosímil.
Como mínimo, y aunque proceden de dos familias tan solo, rondarán la cincuentena y parece que les deleita el tener representantes de todas las edades.
Dos hermanas que no se tienen devoción y los cuñados que se toleran, gobiernan originalmente en la misma casa, a diecisiete hijos, varios yernos y nueras, nietos y biznietos; cruce de primos hermanos y calés fratrias.
Hay gitanillas con ojos como los pozos de las minas de La Unión y otras con la claridad del puerto de Almería; el pelo de negras jacas cordobesas o de potrancas bayas de la marisma. Son, como dicen que tienen que ser la libertad, bellas y sin sentido común.
De los dos patriarcas, Agustín brilla más, tanto por su figura y empaque, como por su acierto y prudencia en el decir.
Un pajón oportuno le dañó un ojo y con la prima del seguro y su maestría en los tratos, sentó las bases de la economía de la tribu.
A la mujer y a la cuñada las nombraban en Lora las Chovas. Una en baguala y la otra en caroca, tan solo coincidían en el volumen de sus mamas, desarrollos conseguidos por una lactancia mantenida a sus crías, hasta la inminencia de la muela del juicio. De los recreos en la escuela
nacional, escapaba el Tomate para refrescarse con el pecho de su abuela, que por entonces había parido al Perlo.
Mujeres decididas e industriosas por necesidad, no dudaban, en la distracción de la pescadera, deslizar una pijota por el canal entre sus senos a la sima avernal de su anatomía. Esta sisa descarada se aireó por un cangrejo vivo que, unido al pescado en la urgencia de la operación, bajó a los fondos y apretó las pinzas.
Un día llegó que los maestros de los escolares, cansados de las faltas de puntualidad y de asistencia de sus churumbeles, acordaron cerrar a cal y canto la escuela a partir de las diez. En la hora del recreo lanzaban por encima de la valla metálica hijos, nietos y biznietos, provocando a los profesores a un partido de tenis con gitanillos por pelotas.
El día que la abuela con cuarenta y seis años rompía aguas coincidía en aguas rotas con la nieta en la misma habitación.
Esta lanzó antes a este mundo un gitanillo gordo y colorado que las comadres piropearon: era rojo y apetitoso como un tomate. Y el Tomate por nombre quedó.
La abuela quería una niña y así nació: pálida, morena y de ojos garzos
¡Es una perla! Gritó el coro; pero les cegó el afán de satisfacer a la parturienta, porque, una vez salvada la confusión y lavada la criatura, se precisó el sexo. Era un macho, a lo que replicó la madre-abuela desfallecida; ¡¡pues entonces es un perlo!! Y por el Perlo se nombra.
¡Gran día aquel! En una hora María la Chova fue madre y bisabuela.
Tomaron un año por cuenta la recolección de las aceitunas del Cañuelo, cortijo frío y hundido en el valle del San Pedro, donde las heladas se ensamblan. La huerta enrojecía de las ácidas naranjas de la serranía y esta ventaja influyó en el cierre del trato.
Fue Agustín en representación del clan a rogar a rogar al señorito subiera unos céntimos el kilogramo por lo rudo del trabajo y la aspereza del tiempo. En la toma y daca para lograr su propósito, argumentaba perdían más tiempo desentumeciéndose en las candelas, que trabajando.
El amo, que era el boticario, le recordaba que tenían el beneficio de las frutas de la huerta, a lo que muy certeramente respondió Agustín, que el dinero íntegro al amo volvía, parte por la compra de la penicilina para los catarros y el resto en bicarbonato para comer las naranjas.
Una mañana de Mayo el Tomate hizo la primera comunión. Tenía cumplidos los trece años y a la salida de la ceremonia, en la puerta de la Parroquia, entre tanto niño marinero, repartía sus estampitas y un cigarrillo celta a troche y moche.
En otra ocasión, cuando el patriarca mataba al gusanillo matinal, se le espetaron dos gitanillos, uno en los brazos del otro y los mocos a la barba.
¡¡Papa, trae veinte duros!! - ¡Niño, esas nacles!
Satisfizo Agustín la imperiosa demanda y explicó: ¿Cómo no le voy a dar veinte duros, si me ha ganado diez mil en el algodón? Estos chiquillos, que tropiezan el capullo a su altura, sacan más que las personas mayores. ¿O va a ser igual que yo, que tengo que doblar esta caña de cuerpo?... explicaba contundente.
- Nueve vivos.
- ¿Cómo se llaman?
- Po verá... La Grasia, la Rosío, el Rafalete, Mariquilla, Lolito, Rafael, Setefilla, Robledito, Rafi y el Perlo.
-Agustín salen diez.
- ¡¡Bueno... es igual... to son familia!!
-Pero Agustín, hay tres Rafaeles, ¿eso para qué es? ¿Por si hacen algo...?
-Mire Vd., nosotros somos pobres, pero honraos y precisamos del trabajo de los hijos... si alguno se puede librar del servicio militar... pues en su casa se queda ayudando.
Agustín tiene cincuenta y ocho años.
 
Hijo y nieto de Camborios
moreno de verde luna
anda despacio y garboso
 
Flexible con la religión, Agustín no cree en el Dios de los cristianos y respeta a los curas como guardias civiles con sotana.
Añaden a sus ritos ocultos, la Navidad; y el niño Jesús y María Virgen, son el centro de una de sus mejores fiestas. Como estas coinciden con la cosecha de las olivas, les sorprende en el campo y se les ve acumular para esos días, abundante munición de boca con peregrina desproporción de bebidas gaseosas.
Va y vuelve una y otra vez la pollina de leche con un serón de esparto, del que asoman cabezas y mocos, pavos maniatados, alfajores y roscos de vino.
Pero no todo es felicidad. Este año, Agustín y la Chova, tienen una pena que les ha cambiado el semblante. ¡¡mientras haya salú, tó se pué aguantá!! -Se les escapa con amargura.
Se enroló el Tomate en una cuadrilla para la siembra del arroz y pesca de cangrejos en el coto de Doñana.
Dos meses llevaban los padres sin noticias y, cuando sospechaban que el chavalillo no iba bien, como por casualidad, visitó a los viejos Cencerrito el primo, y les dejó caer que el Tomate tiraba el parné como lo ganaba, "embelesao" con una paya.
Aparejó María la Chova su burra, cortó una vara de adelfa y arreó para Lebrija. A la semana volvió a la casa, donde la esperaba su marido sentado en el poyo de la puerta en que lo dejó, hostigando desde atrás a la rucia con su silencioso jinete, el Tomate.
Pero algo grande le ha pasado al mozuelo. Había perdido la "chaveta". María aseguraba que, al niño, una paya le había dado el jicarazo. Y mientras la madrina, venida de Lucena, le administraba las pócimas neutralizantes, el chaval, descompuesto como un reloj de tres reales, salía al amanecer carretera adelante a vivísimo trote, con el pobre Agustín a su retaguardia y custodia que le decía con voz melosa: ¡¡amaina hijo, que vas a reventá!! Cuando le preguntan cómo sigue el enfermo, no duda en responder:
 -“Está mejorcito, ar meno ha perdío velosidá”.
No hace mucho, el patriarca calé se puso a morir; tuvo una melena: tres hemorragias de sangre, decía la mujer.
 Tuvo tres golpes de sangre
y "a poco muere" de perfil…
 En algarada, todos los gitanillos buscaron al médico, invadieron la farmacia y arrastraron al practicante con sus jeringas. Agustín, amarillo como la cera, se despedía quejumbroso.
Y entonces exclamó el doctor: ¡¡A Sevilla, que se nos va!! De nuevo toda la tribu se desparramó desgargantada en busca de la ambulancia Para su traslado.
Una vez colocado el abuelo y a la María a su cabecera con un horripilante grito sostenido y las venas del cuello con amenaza de explosión, empezaron a invadir la ambulancia los deudos, en tal número, que el conductor no cabía, y nadie cedía sitio. Desalojada la ambulancia por la guardia civil, el jefe de la horda pudo ser evacuado e ingresado en el hospital.
La familia entera y muchos flamencos añadidos de toda la comarca, acompañaron en un solar próximo con sus lonas, carros, jumentos, churumbelillos, perros y gallinas enanas, hasta su restablecimiento y vuelta a casa...
Este Agustín es una retama cargada de sentencias. Siempre lleva chaqueta y castora, abrocha hasta el último botón de la camisa y los pantalones grises con listas negras de etiqueta, dejan ver sus botas entrefinas de cartera.
 
Si las tuviera...
Yo le regalara
unas espuelas de plata.
<< ANTERIOR
SIGUIENTE >>
0 Comentarios

23) EL RELOJ

22/3/2021

0 Comentarios

 
Imagen
Imagen
Va asociado con mis primeros recuerdos un complicado reloj que siempre nos miró y dio horas desde la última balda del aparador situado en el comedor de mi casa.
Lo centraba una botella de anís con la forma de la Torre del Oro y un búcaro vidriado que nunca conocí que contuvieran nada. Sonaba a los cuartos y medias, y a las enteras que esperábamos en silencio, aparecían dos enanitos con unos martillos y golpeaban un yunque.
Más lujoso que el conocido Cu-Cú, se prestigiaba de original y bueno, amén de su valor sentimental, por ser el mejor regalo de bodas de mis padres.
Solo mi madre le limpiaba el polvo, y le daba cuerda cada dos días con un ritual lleno de veneración y cuidado. Su exactitud era contrastada diariamente por mi padre.
A mí, me producía un cierto cansancio su tiranía, y era empachosa la risita perenne de los dos bobalicones duendecillos asomándose periódicamente a la misma faena; además me resultaba pueril y cateta la complacencia de mis mayores ante las alabanzas de las visitas y el asombro de los niños.
Lo acababa de prestigiar una inscripción en alemán llena de consonantes, que supongo sería la marca, modelo o nombre del constructor, y que mi padre leía con acento que envidiarían en el mismísimo Holstein.
Pues este ingenioso artefacto impasible como máquina que era, presenció los cambios habidos en mi casa con el paso de los años.
Murió mi madre, se cerró más mi padre en sus asuntos y yo crecí reafirmándome en mi criterio sobre el reloj.
Tomó mi padre el relevo en la atención de este. Nadie más lo limpiaba y daba cuerda, acentuando su huraña soledad sobre todo en este menester.
Una noche, el reloj se paró. En realidad, lo que se paró fue toda la casa.
Fue otro duelo sin lágrimas, muy quedo, pero de una gran profundidad, tanto más honda, cuanto que no había explicación ni lamentaciones.
Viendo el daño que su inmovilidad y silencio hacía a mi padre, en una de esas comidas, mano a mano con el sorber de la sopa como único ruido, le insinué tímidamente la idea de llevarlo a un relojero.
Si las miradas dieran la muerte, allí hubiera yo caído fulminado. Me entrilló entre las gruesas gafas y las peludas cejas con sus ojos, y con voz ronca me espetó que mejor quedaría así, ya que no confiaba en nadie para entregárselo.
El tiempo siguió corriendo cada vez más alocado, y me hizo crecer, pero sin desenterrar mi tímida inferioridad ante mi firmísimo padre.
Conocí por aquel tiempo a un amigo que me causó gran admiración, quizás porque le sobraba algo que a mí me faltaba. Era un hombre decidido, de gran personalidad y sin pudor a equivocarse. Entre otras habilidades, lo arreglaba todo y siempre me convencía y apabullaba.
La idea me saltó como una liebre en el campo, y la fui madurando poco a poco hasta darle forma. No vacilé en poner a mi amigo en antecedentes de mi plan, que me parecía tan peligroso en su ejecución, y que él consideró fácil y seguro.
El Martes, mi padre faltaría casi todo el día; volvería en el tren de las diez de la noche, disponiendo de doce horas consideradas muy sobradas por mi entrañable compinche para su cometido.
El Sábado, cumpleaños de la muerte de mi madre, le entregaría a mi padre el reloj reparado con sus duendecillos dando martillazos, gracias a la pericia de Raúl, que así se llamaba. ¡¡¡No fallaría, no fallaba nunca, se lo entregaré como nuevo!!!
​Aquella noche no dormí bien. Soñé con enanos, ruedas dentadas y con la cara enfadada de mi padre. Pero como todo pasa en este mundo, llegó el día, marchó mi padre
 y tras él yo con el reloj en una caja de zapatos a casa de mi amigo, quien ya me esperaba en su taller ante una mesa repleta de tuercas y herramientas.
No dudó un instante, y con esa vivacidad tan suya, se lanzó a destripar al aparato de tal manera que me dio un vahído. No paraba de hablar; esta rueda sirve para esto, este trinquete para aquello...Y yo, próximo a caer al suelo, disculpé mi presencia arguyendo mi inutilidad.
A las dos horas volví y hallé con horror la mesa repleta de las entrañas de mi reloj, en asqueroso concubinato con las cien mil otras cosas que antes vi, y Raúl ausente.
Pronto volvió de arreglar un plomillo, y con un golpe amigable, y un vamos a terminar esto, comenzó de nuevo a ponerme al día sobre los defectos del chisme, pues a su parecer los materiales eran de baja calidad.
La causa de la avería, desde luego, la tenía el complicado y torpe sistema de los cuartos, que convenía suprimir y que ello no iba a notarse prácticamente.
Accedí, no sin disgusto, a la simplificación y comenzó el montaje, yo paseaba nervioso observando cómo se acercaba la hora de comer sin finalizar el trabajo, mientras el mecánico no dejaba de hablar, reír e insultar a los artesanos antiguos, por la forma de complicar la vida.
Poco antes de comer descubrió que la pieza que empujaba a los enanos, se había perdido. ¡No en su casa!, que sobre la mesa estaba todo, sino sabe Dios cuando y donde, por lo que los golpes en el yunque lo darían los enanos en las tinieblas de su receptáculo.
¡Todo esto si a mí me parecía bien! Aquí hice propio aquello de ¡¡Dios mío, siquiera como estaba!!
Después de comer, y tras una interminable charla con otro amigote sobre una escopeta, me animó diciendo que iba a terminar la chapuza, pues le esperaba la mujer del alcalde para arreglar un grifo.
¡Para qué cansar más!  A la puesta del sol volvía a mi casa con el alma en los pies y el corazón helado, llevando en la caja de zapatos mi mutilado reloj con duendecillos sueltos, la esfera descascarillada y en paro total.
¿Qué le diría a mi padre?, ¿No sería mejor huir de casa?, ¿Cómo había sido tan necio?, ¿Repercutiría en la salud de mi padre este tremendo disgusto?
¡Mejor sería me recogiera Dios ahora mismo...! y así eran mis reflexiones.
Decidí ponerlo en su sitio y así alargar el momento de su descubrimiento en lo posible, ya que había notado últimamente que mi padre era menos meticuloso y asiduo en su limpieza.
Dicho y hecho; lo aparejé como mejor pude y lo situé en su lugar habitual con una astuta desviación para enmascarar los desperfectos.
Dios aprieta, pero no ahoga y el tren llegó con retraso, oportunidad que agarré para estar en la cama a su llegada y mañana será otro día.
¡Si el encuentro a la hora del desayuno lo supero, pensé mientras se acercaba al comedor, soy un kamikaze!
Estaba mi progenitor pensativo mirando hacia el aparador donde el cuerpo del delito mostraba toda su miseria, cuando yo con voz que no me salía del cuerpo, le di los buenos días.
Me devolvió el saludo mirándome fijo, y despacio en un tono que jamás le había oído, me añadió que tenía que hablarme.
A punto estuve de caer de rodillas; si no lo hice, fue porque ya estaba sentado y era incapaz de movimiento.
No espero, decidí, confesaré de plano y lo que haya de ser, cuanto antes mejor… es peor esta agonía...y balbuceante le pormenoricé de cabo a rabo mi odisea ante su asombrado silencio, que rompió tras una pausa para decirme con un sollozo... ¡¡¡lo que iba a decirte hijo, es que me caso…!!!
<< ANTERIOR
SIGUIENTE >>
0 Comentarios

22) PALOMA

21/3/2021

0 Comentarios

 
Imagen
Imagen
Cuando la vi, se refugiaba entre dos coches para defenderse de la fría llovizna de aquella noche.
La calle estaba de gente animada que, presurosa, regresaba de sus trabajos o diversiones, todos con un fin concreto.
Solo ella y yo; nada teníamos que hacer. Ella inmóvil, yo con paso tardo.
Mis pies mojados, su blanco ropaje manchado de barro. Me sorprendió el color inapropiado para el momento y su cara asustada. Aún más, derrotada.
La observaba detenido bobamente tasando sus atractivos, como es común en los viejos. Ella me evaluaba con la desconfianza que dan los errores recientes. Nos estudiamos más tiempo de lo acostumbrado, hasta romper el silencio...
¡Te pasa algo? ¿Cómo te llamas? ¿Quieres ayuda?...
Por su gesto aprecié que no hablaba mi idioma o... ¿acaso era muda? En sus ojos violetas había inteligencia y su aspecto, descartaba la simpleza o anormalidad.
¿Qué habría pasado a esta deliciosa criatura? ¿Qué hacía sola a estas horas y en estos lugares? La angustia y el miedo que yo le advertía ¿a qué era debido?
Era posible hasta que sufriera hambre. Sí, tenía necesidad de comer. Su esbelta figura se afilaba demasiado a falta de carnes. Su pecho debía ser más alto. ¿Qué hacer?
Le adelanté la mano... ven conmigo... no te haré daño... cuando puedas, cuéntame... y cuando quieras volar de nuevo, vete.
Dócil, más bien rota, la llevé a casa, le serví comida y acondicioné su cama. Aquella noche vigilé su salud, con la preocupación de no inquietar su intimidad y al ser de día, dormía, laxa, descuidada y cálida.
No me atreví a despertarla para que volviera a la realidad de ayer. Soñará con algo que sueñan ellas y nosotros los hombres no comprendemos; a la mañana tendrá otros secretos que añadir...; que duerma.
Cuando se acicalaba, ya muy tarde, la sorprendí sin ropas, desnuda. Me lo dijo todo mientras quitaba el barro de su ajado vestido. Se escapó hace algún tiempo del palomar. Pensó que el espacio era solo para volar.
Cerniéndose, sobre todo, vivió sus caprichos. Cansada se posó, y ya en el suelo, pasaron sobre ella la desilusión, la duda y la angustia...; cuando la encontré, había llegado al final.
Vivió conmigo no sé si un mes o diez años, yo queriéndola y ella siempre volando. Nuestros arrullos chocaban en nuestro derredor por su delicadeza y mi diferencia de edad.
Su belleza recuperada, iba a más en manos de mi pasión.
Un día la llevé al campo. Redoblaba el sol y cantaba el aire; lo escuchábamos los dos solos entre los sauces, cuando ella, llena de vida, inopinadamente remontó el vuelo hasta perderse de vista.
Cuando riendo volvía a mí, sonó un disparo. corrí a la huerta donde había botado sobre la yerba. Junto a una amapola y con las blancas plumas llenas de sangre, movía una patita.
<< ANTERIOR
SIGUIENTE >>
0 Comentarios

21) RECUERDOS DE UN NIÑO

20/3/2021

0 Comentarios

 
Imagen
Imagen
¡Se creen los mayores que el tren es suyo!, pensaba al mirar el alocado frenesí de resoplidos y vapores de una locomotora que me recordaba a la colorada lavandera de mi casa cuando discutía con el marido.
Se montan con caras de prisa, se asoman aburridos, leen, duermen... ¡no saben jugar!
La casilla del Chulo, el capataz de la vía, es estupenda para explorar y ver el tren. Me traen en las tardes de verano y juego en el huerto cercado de traviesas negras y puntiagudas. Tiene una higuera sobre el pozo y desde la cruz de su tronco, atalayo la estación y me como las brevas picadas de pájaros.
Mi padre, que es el más importante, bebe vino y prepara los tomates con sal.
Es el médico y habla, habla, habla...con el capataz y el asentador, hasta que empiezan a cantar los grillos y me voy acercando al grupo porque se va haciendo oscuro.
Hoy le he oído que nos vamos a otro pueblo, que ha escrito al jefe de Sevilla porque ya no quiere ser médico de los trenes, que está cansado de la guerra y le duele la herida que le hicieron en el frente.
Pero de los mayores no hay que fiar; hoy dicen esto... mañana lo otro...
¡Si fuera verdad y tuviéramos que hacer un viaje largo, largo...! no como el ir a Sevilla, solo dos horas y luego en Rosales siempre hay que ir para atrás.
Bonito, lo que se llama bonito, cuando fuimos en la zorra, esa plataforma con ruedas de tren, a Ventas Quemadas al nacimiento del niño del guardagujas. La empujaban y frenaban con palos dos mozos de estación; íbamos sentados con los pies colgando, casi dando en las piedras, corriendo como locos.
Cuando llegamos el niño había nacido. Le regalaron a mi padre dos conejos muertos y a mí un pato vivo.
Volvimos en el Carreta que era un tren estupendo. Tenía una máquina grande delante y otra detrás más pequeña, pero con la chimenea muy larga. Eran todos vagones de mercancías y cada dos o tres iba uno con garita donde dormía un hombre que le decían guardafrenos; pero el último carruaje llevaba asientos corridos y dos balconcillos en los extremos.
Al llegar a un monte muy alto que se llama Cerro de Guillermo, se resbalaban las máquinas, chu, chu, chu... chuchuchu... una y otra vez hasta que se paraban tapadas de humo negro.
Mientras más emocionante era nuestra aventura, más se enfadaban todos: el jefe del tren, el maquinista, el fogonero, los guardafrenos... todos vociferaban contra el carbón que era malo, que la guerra, ¡qué sé yo cuantas cosas...!
¡¡ No saben jugar!!
Pero tren bonito, el Correo. Ese era casi de los buenos, buenos. La
máquina era muy grande, negra con cinchos amarillos de metal como los "curitas", esos bichos que atraviesan las veredas en verano y que si les echas una saliva revientan...
El maquinista y el fogonero con sus palas, eran dos fantasmas tiznados al aire libre, siempre pendientes de los muchos relojes sobre la boca del fogón.
El agua que le metían por un agujero del lomo, salía de una ducha muy gorda que se movía tirando de una cadena y de la que nosotros nos columpiábamos.
Conocíamos las locomotoras por el silbato, las de serie setecientas y novecientas corrían más y pitaban ronco, las milcien eran más lentas y su aviso agudo. La dedicada a las maniobras, era un juguete precioso con una chimenea como un sombrero de copa y siempre de acá para allá.
En el tren Correo el primer vagón era el furgón, luego el de las cartas, después venía el primera, el segunda y dos vagones de tercera. El billete más bonito era el de segunda, un cartoncito de color verde; los otros, amarillo y marrón, muy feos.
La misa la decía Don Manuel a las diez, y ¡hay que ver lo que teníamos que correr para verlo pasar! Íbamos tantos a ver pasar los trenes, que Don Elías, el jefe de estación, mandó que se cobrara billete de andén.
Pero nosotros dábamos la vuelta y entrábamos por el muelle donde embarcan los cochinos.
¡Ahora, que el que aplastaba bien las perras gordas, era el tren de la piedra! Hasta que vino un guarda vestido de marrón con una escopeta de gatillo blanco, Ni sabía jugar ni se reía; estaba siempre escondido detrás de los vagones de carbón como si se los fueran a robar.
Estaba el despacho del médico al lado de una casilla que le decían, no sé por qué, la de enclavamientos. Allí vivía un hombre muy fuerte, que cuando llegaba un tren, iba sin prisas con un martillo gordo dando en las ruedas...plink, plink...y casi siempre se le escapaba sin tocar el tambor en todas.
Era serio, pero sabía jugar.
La consulta para los enfermos olía como la casa, pero mezclada con brea, y tenía una parra a la entrada con muchas uvas.
En ausencia de mi progenitor, el jefe la cortó, porque le picó una avispa, y mi padre dio parte y plantó una enredadera de flor de pasión que dicen atrae a las abejas.
Un día a la semana se repartía la quinina y A.T.P. entre los enfermos de tercianas. Estas eran unas fiebres a plazo fijo que explicaban el dicho de aquella moza lamentándose de que a ella y a su novio les daba la calentura al mismo tiempo.
Detrás de los servicios había una caseta con un letrero: caloríferos. Allí era donde se reunían en el invierno los empleados, al amor de una gran estufa que calentaba agua para unos depósitos de metal, que ponían en los departamentos de primera clase para que los viajeros colocasen los pies.
Con frecuencia tenían piteras y por lo tanto muchas quejas de usuarios con los pies mojados, mortificaban a los revisores.
La cosa más divertida y emocionante de la estación, no era el arenero, ni la tolva de la mina, sino una gran rueda de hierro con una vía por el centro que daba vueltas y ponía mirando para Sevilla la máquina que apuntaba hacia Guadalcanal. La empujábamos los chiquillos y andaba despacito hasta que ella quería, y nadie la podía parar.
​
Una noche sin luz llegaron muchos hombres a mi casa a la hora de cenar. Se asustó mi madre que padecía del corazón y con la servilleta al cuello y grandes voces, mi padre puso orden en el portal.
Un hombre de mono azul con la mano tapada con una toalla pasó al despacho. Por el agujero de la cerradura lo vi todo. Era la mano aplastada como las perras gordas que poníamos en el raíl, pero mucho más grande.
Soñé varias noches con los dedos que vi al practicante meter en una cajita para dar al sepulturero.
En aquellas maniobras que aplaudíamos, en las que los vagones corrían solos a chocar unos con otros, con un ferroviario esperando entre los topes para engancharlos, alguien se equivocó.
Es un bonito juego, pero ya no me gusta tanto.
Bajábamos a la estación a ver pasar los trenes militares con cañones monstruosos y repletos de soldados, que decían cantando que iban a morir; y a esperar durante horas los trenes de

moros e italianos sentados bajo un arco de hierro que dicen gálibo... Llevaban sábanas, barbas y bigotes, gallinas sueltas entre los asientos y olores raros.
Los que mandaban tenían látigos muy bonitos.
Los italianos hacían amistad con las muchachas y se ponían las bayonetas en la boca.
¡¡Adis-Abeba de la Abisinia!! los oíamos cantar.
 
Espera, espera que vengan los españoles
Los italianos se marcharán
Y de recuerdo un bebé te dejarán
 
Les cantábamos nosotros con el mismo son, a las mozas que les hacían cara.
Los retretes olían parecido a las tapas de riñones de la cantina y tenían muchos letreros que no se podían decir, porque eran pecado.
 
El que lo lea me la...
-----
Con las bragas en la mano
Ando buscando un papel...
-----
En este rincón bendito
Donde va toda la gente
Hace fuerza...
----
 
c... tranquilos
c... contentos
pero hijos de...
 
Los finales de mes llegaban una revolución, que no era más que un vagón que le decían de pagos. Lo traía un tren de Sevilla; lo ponían en una vía que llamaban muerta porque estaba oxidada y nadie se podía acercar porque tenía dentro mucho dinero. Una pareja de la guardia civil con las tripas muy gordas estaba sentada dentro y todos los empleados hacían fila para cobrar.
Lo que no entendíamos eran sus disgustos y protestas por las faltas de dinero y sus risas y canciones en la taberna.
Un día se recibió en casa un papel de Valladolid diciendo que los médicos eran alféreces de ferrocarriles y habían de ir a la estación de uniforme y con el gorro puesto.
Me hizo una gran ilusión, aunque reconocía que era menos vistoso que el de aviación. Pero la locomotora que llevaba mi padre bajo la estrella plateada era impresionante.
Aquellas Navidades fueron tristes; Llovió mucho, el pueblo estaba solo y la familia se reunía en mi casa para oír a Queipo de Llano por la radio.
Metieron los libros en cajones, llenaron baúles y maletas de ropas y no quedó un mueble cognoscible al desarmarlos.
Todo este montón de cosas lo llevó en el carro Antoñín, el mulero de mi bisabuelo, que guiaba al Gallardo y al Peregrino, dos mulos blancos a los que arrancaba cerdas de la cola para hacerme lazos de pájaros.
En la estación esperaba el vagón que ponía: Destino Santoña (Santander) G.V. que quiere decir, gran velocidad.
Fue una madrugada muy fría, a la luz de una lámpara de petróleo y con una estufa de carbón esperando al expreso.
Según decían, no se había tomado Madrid y nuestro tren iría por muchos pueblos sin bajarnos, hasta uno que se llama Miranda de Ebro.
Lloraba mi bisabuelo en la oscuridad y había perdido yo las ganas de tren, asustado de tantas noticias malas como oía de guerras y bombardeos.
Y llegó el tren. Era el más largo que había visto. Me sonaron los mocos, me dieron muchos besos, dijeron muchas cosas y ¡arriba! Que ya pitaba.
El coche en el que montamos no llevaba luz y estaba repleto, pasamos al siguiente, y al otro, y al otro, dando trompicones y tropezando con gente dormida sobre sus maletas, hasta dar con el oficial de escolta, que nos aconsejó ir al coche cama.
Oí la discusión, porque nosotros teníamos pases de primera, y al final se pagó la diferencia y quedamos en un departamento de dos literas, mi madre, mi hermana y yo.
Comiéndome las lágrimas me tiré en la de arriba y quedé dormido como yo sabía hacerlo.
Un suave tacatá, tacatá me iba despertando con el recuerdo de la tristeza de mi bisabuelo, y por no llorar, subí la cortinilla de la ventana.
Creí seguir dormido o haberme quedado ciego. Todo lo que veía era blanco y el tren que tomaba una curva, con los techos blancos también.
Llamé a mi hermana que tampoco conocía la nieve y hasta la pobre de mi madre se pegó al cristal de la ventanilla con nosotros.
Aquel día ocurrieron muchas cosas importantes. Vino un capitán de la legión gritando ¡Un doctor, un doctor!, Se necesitaba para curar unos heridos por la bomba que habían tirado al tren; después comimos en el coche restaurante y no se derramaba ni el agua de los vasos a pesar de que el tren volaba. Paramos mucho tiempo en un pueblo que llaman Salamanca y el tren siguió corriendo y nevando, corriendo y nevando...
Al llegar la noche caí a plomo en la litera con el pecho explotando de tantas emociones.
Me despertó el parón y el ruido de hierros cuando todavía era de noche... Estamos en Miranda; ¡abríguense bien para bajar!, nos recomendó el revisor.
Vagones y nieve por todas partes con un frío que dolía y la voz del cabeza de familia: ¡¡A la cantina que nos helamos!!
Nunca vi una taberna más fría y sola que aquella, ni una sala tan grande llena de mesas y sillas.
Terminábamos el desayuno y rebosaba ya de soldados cantando, que, al salir para coger nuestro tren, se pegaban, como nosotros en el pueblo.
Ocurrió que habían coincidido un tren de falangistas y otro de requetés.
En un pueblo muy verde que se llama Treto descubrí el mar, mientras comentaba mi padre que sería el médico de muchos presos de guerra que tenían encerrados en el penal del Dueso, al lado de una inmensa playa que se llama Berria.
Tengo un gran lío en mi cabeza de barcos, pescadores, soldados, desfiles y sobre todo el recuerdo de nuestra casa en Santoña, residencia de un político exiliado. Su galería, desde la que se veía entrar los barcos en el puerto, temblaba con las galernas... Los carros de la leche tirados por un caballejo y conducidos por una aldeana con las almadreñas...
A Berria íbamos los chavales a ver miles de prisioneros que llegaban en formación cantando una canción que decía: Yo tenía un camarada... y después se bañaban en cueros.
Reíamos al recordar el aspecto de cinco condenados a muerte, republicanos de mi pueblo y rudos labriegos, a los que el autor de mis días les puso bata de enfermeros para librarlos de la cantera.
Yo creo que nos perseguía el ferrocarril, porque más tarde, en Valmaseda, mi progenitor fue médico de los Ferrocarriles del Norte y de la Robla y cuando volvimos a Sevilla, de la RENFE, hasta que se jubiló.
Le bromeaba mi madre, que, si hubiese ido a la División Azul, hubiera sido funcionario del Transiberiano.
<< ANTERIOR
SIGUIENTE >>
0 Comentarios

20) EL POLLO

19/3/2021

0 Comentarios

 
Imagen
Imagen
¿Y el Pollo? Pregunté a Pepito el de la Escuela, pirata de nuestro tiempo, blandedor de bastón por garrancha con su pata de palo y gesto de malo.
-No está bueno.
Tremenda respuesta en nuestra jerga pueblerina. Al pasar por su puerta camino de la tasca del Francés pregunté de nuevo. ¿Y el Pollo?
-No está bueno, repitió la madre, una vieja sin expresión rodeada de gatos negros. Insistí una vez más, conocedor de los preámbulos y costumbres...pero... ¿qué le pasa?, ¡¡Pues que no está bueno!! Se me volvió a decir con tono más agudo y reiterada lógica.
Aquí ya ha de pensarse que la cosa era seria. A mí correspondía preguntar qué le dolía, y al fin lo supe. El mal se localizaba en el estómago y devolvía todo alimento.
Mientras se restregaban por mis canillas ronroneantes hileras de gatos con rabos erguidos, la madre, de vuelta en hambres y privaciones, me anunció que lo llevaría a Sevilla en la ambulancia, su cuñada la Gitana, mujer de "Mengañate”.
-Mala cosa- Sentenció Pepito el de la Escuela; y con este sabor seguimos nuestro periplo.
Han pasado dos semanas, en las que nuestras complicaciones nos han embebido tan profundamente, que hemos olvidado la suerte de este ser merecedor de más atención.
Me lo encontré a la puerta de una taberna como siempre. Bueno, igual, no. Aprecié algo difícil de describir. Estaba más delgado, era natural. Los pómulos salían más, no era raro.
...Eran sus ojos; se le habían quedado abiertos; sorprendí que eran muy claros y que había dulzura y tristeza en la luz de sus adentros.
Me detuve hecho un taco. ¿Qué ha pasado Dios mío? Me senté para mejor recordar...
...Cuando la muerte de su padre el año cuarenta de lo que llamaban hincharse, y la tragedia del desahucio, vinieron a vivir a la cueva del Huerto de Arriba, de la que a su vez sometieron a igual procedimiento judicial una familia de tejones.
Auténtico Pithecanthropus Erectus, de brazos desmesurados, andaba el Pollo, con las rodillas flexionadas, como nuestro primo el chimpancé.
Solterón sin complicaciones, descuidaba su atuendo escogido con poco esmero y precisión en modas y tallas, lo que le permitía, en día de fiesta, salirse por el cuello de la camisa, o alabear en lo inverosímil unos zapatos puntiagudos de dos números más.
Funcional en el campo, lo suyo resultaba naturalmente mimético e incorporado al ente en que se desenvolvía.
Este tipo de hombres también se especializa, y nuestro protagonista lo era en grado superlativo, en trepar a los árboles.
Una botella de vino apostaba a cualquiera por aventajar en el tiempo de subir a un chopo; pero él, cabeza abajo.
Lógicamente y en nuestra tierra, su dedicación era la recolección de piñones, castañas, bellotas y faenas del campo que hicieran imprescindible su agilidad, y como buen artista, era anárquico, caprichoso y temperamental. Pero, decididamente, su atención estaba centrada casi el año entero en los piñones.
Era en las Umbrías, garduño sigiloso y volatín de uno a otro pino en arriesgadas cabriolas, sin público para aplaudir, que amontonaba piñas para tostar en recóndita lumbre y desgranar apresurado.
Que subía por empinados vericuetos a final de jornada, cuarenta o cincuenta kilos de su aromático hurto, a paso de carga, y seguido del guarda. Que vendía en la plaza del pueblo a los críos el contenido de una lata de leche condensada a real, y regalaba igual medida al chaval menesteroso. ¿Estás pelao? Pues, toma tú también, decía en su cristiano comunismo.
Sus tretas para burlar al guarda, verdadero doctorado en su profesión, no serán igualadas en el campo: El andar para atrás en la polvorienta vereda para endilgar a su enemigo en sentido opuesto, el hacer fuego abundante en humo al otro extremo de la finca antes de la salida del sol, para atraer a su perseguidor a las primeras luces fuera del tajo escogido.
Para criar una jabalina rayada, huérfana de cacerías, que tropezó en un sumidero, se obligó a robar bellotas cuando las bellotas tenían guarda.
Dobló la jornada valiéndose de la luna y en su carencia, aplicaba una vela a la concha de un galápago vivo, foco itinerante que le precedía en su recolección en el suelo bajo las encinas, acuciado por el calor de la cera derretida.
​
El humo de las piñas en las frías mañanas, se levanta azul y derecho sobre el bosque, y
 acusa al furtivo. Decía: "No se me olvida el sofocón de aquel día": Estaba asando más de cien piñas y oí resoplar al caballo. Como un gato subí al pino y me pegué a la "pincoya" cuando apareció en el claro del monte el guarda. Un cazallero hijo de puta, con la sangre más fría que una salamanquesa. Allí estuvimos hasta la puesta de sol, él haciéndome el aguardo detrás de una madroña, y yo, "arresío" en lo alto del pino, mientras se quemaba mi trabajo. Y al irse aburrido, se llevó mi talega con un cacho de pan y queso.
Arrancando monte a destajo en Los Cinchos, una racha de tormentas interrumpía constantemente a la cuadrilla, pues además de calar a los hombres, les hacía perder el tiempo en el ir y venir al cortijo para cobijarse. Él acababa su cometido a la hora de dar de mano, seco, como si en la chimenea hubiera estado, porque continuaba su faena en el diluvio, en cueros como lo parió su madre, reservando la ropa bajo una piedra.
Siempre subió a los árboles descalzo, aprendió de los piñoneros de Huelva a trabarse los tobillos con una correa y, al pino grande de Quintanilla, le clavó tirafondos del ferrocarril a la manera de los alpinistas con sus clavijas, porque no lo abarcaba.
Una fría mañana en la Hoya de Juan Teniente, cayó de la cruz de un retorcido palo. Lloviznaba, había silencio en el campo y por testigo, la vieja podenca, camarada siempre, a pocos pasos. Me decía: No me mató el porrazo, solo me traspuso, y me despertó el agua del regajo que se había "aventao" y me entraba en la nariz.
No podía mover las piernas y el frío me daba sueño. Arañando salí del barranco y debajo de una piedra hice un agujero donde pasé la noche abrazado a la perra para que me diera calor. A los pocos días, me encontró en la vereda de Montenegro "Jabas Verdes" que iba por jaras.
Los cepos para los conejos Sr. Luis, me aconsejaba, hay que ponerlos en el "salistre del meao" y no en el "jechío del cagurreteo"; así es más seguro y se hace menos daño al campo, porque casi todos los que se cogen son machos.
Antes de llegar al cortijo, sentenciaba con autodidacta psicología, hay que pasar por el estercolero, para saber qué clase de gente son. Las botellas, las latas y los demás restos lo "cantan tó".
Aunque no sabía leer, su agilidad mental, no iba a la zaga de la física. Su eterno duelo con el guarda del pinar, Juan Diego, es un epítome de astucias.
Venía del Barranco Sevilla con su saco de piñones; atrás quedaba un día agotador. Disminuido por el cansancio y cegado por el sudor, topó al rematar la vereda con la pareja de la guardia civil y el guarda.
-"Maldije mi suerte cochina y mi torpeza -me decía- di la carga por perdida, el fatigoso trabajo por inútil y como seguro, los civiles me calentarían.
A la distancia que estaban, no había solución. ¡¡¡Al toro por los cuernos!!!
- ¡Buenas tardes!... ¡Ojú que caló ¡Qué le iba a usté a desí Juan Diego... que... a dónde ha dicho D. Vito que lleve er saco? Me miraban con sospechosos ojos de charol, Jesús er cabo y Gabino er número. Con un punto de sorpresa Juan Diego, que para mí tardó medio día en decir con muy mala gana...
-A la estación de Fábrica para facturarlo...y (esto con cachondeo interno) ... que te pases por el cortijo para cobrar...o ¿lo quieres aquí?
- ¿Qué trae? Dijo el cabo.
-Piñones. - Respondió Juan Diego; anda pollo, dale una "embozá" pa los chiquillos.
Las carteras negras les llené antes de despedirme y cuando iba a cargarme el saco de nuevo, me dijo el cabrón del guarda:
¡Échalo si quieres en la yegua y no vayas cargao hasta Fábrica! Pero ya
me cogió "envalentonao". - Grasia hombre, yo estoy acostumbrao y ademá tengo que ver el peso'-
Cuando el tren de la piedra silbaba en la curva del túnel, trotaba Juan Diego a mi encuentro con cara de mala leche, una vez despedidos los civiles.
Un corte de mangas le hice desde la batea en que viajábamos el saco y yo".
Difícilmente vuelve a romperse el silencio de las Umbrías con un juego más ágil, astuto, gracioso y peligroso, sin perder el tipo, a cuerpo limpio.
El delito, la confesión, el soborno, el juicio, la pena, el perdón y el regodeo, casi sin hablar.
Del hospital de Sevilla, tras tirar de las gomas que le taladraban la nariz y venas, se nos vino al pueblo para morir bajo un chaparro, como Dios manda.
Texto del botón
Texto del botón
0 Comentarios

19) LA MATANZA

18/3/2021

0 Comentarios

 
Imagen
Imagen
El verdadero protagonista yacía trabado del pesuño a la reja desde muy temprano, con su punto de recelo en sus abotagados ojos y rítmicos gruñidos de obeso. Le hacía pared un rimero de aliagas que trajo Evaristo a lomos de burro, sucedáneos de jabón de afeitar y crema reblandecedora. En la casa aún con mayor antelación, se habían dispuesto prevenciones de recipientes y especias, para que al equipo defenestrador nada faltara.
Aquilino el de la posada había servido el pimentón, dulce y picante, cuatro mazos de tripas, y tres cuartillas de sal gorda. Un vendedor ambulante tras laborioso toma y daca, las ristras de ajos. De la huerta de Andrea las cebollas y de la tienda de la Currita, la pimienta en grano que la tenía muy fina. Un rollo de cuerda delgada de la espartería con la máquina de llenar que prestó Genaro, totalizó el apaño.
El matarife, Dominguín y la aliñadora, la Irene, que tampoco hacía el jabón.
Regarían estos menesteres una botella de aguardiente de Cazalla y media arroba de vino de la Palma del Condado, ambos por aquí muy acreditados y traídos de casa de Peral.
A todo esto, había que añadir otro grupo de personal no cualificado y una batería heterogénea, que también merece nuestra atención.


La vejiga de la orina a fuerza de soplarla y batirla, era un bonito globo de duración indefinida cuya propiedad se dirimía a mamporros entre la gente menuda.
A partir de aquí este rito perdía interés; solo la cabeza del protagonista en el centro de un lebrillo como un señor gordo en la playa, acusaba en silencio.
Pasado el frío de la mañana y agotado el Cazalla, se mantenía el ritmo de trabajo con el vino de la Palma y se asaban los hígados para acompañarle.
Los trapos blancos, la manteca que funde y puede ser colorada o alba, la cebolla cociendo para la morcilla, los lomos y las costillas friendo con una hoja de laurel, y sus orzas con las bocas abiertas esperándolos para guardarlos un año en su vientre; los cajones de tocino con sal nueva (la del año anterior se tiró porque tenía "saltones") donde reposan las hojas unas sobre otras como la ropa de la cama... Esta sabrosa artesanía llena de defectos y virtudes, que se nos ha ido.
​El amo señor de la casa y del gorrino, acompañado de su consorte, estratega capital; algún invitado, la maritornes, fámulas

adheridas y chiquillos. Siempre muchos chiquillos.

En el patio y la despensa de la casa, distribuidas con avezada experiencia, las orzas; unas para manteca, otras para aceites, los lebrillos para la sangre y las masas de chorizo y morcillas, el caldero con agua hirviendo en la chimenea, los cajones para el tocino y huesos y la mesa tocinera, ara renegrida, piedra de sacrificio de Dios sabe cuántos delitos, de altura y solidez bien medida y desarrapado perfil.
Con la llegada de Dominguín el jifero, portando bajo el brazo liados dos chuchillos y la chaira, avivaba el ritmo y se disponía la consumación del pragmático sacrificio.
Se tomaban unas copas de aguardiente, se "arremangaban todos" y a partir de aquí se entraba en un "allegro in crescendo"
El guarro conducido quiera que no a la mesa, grita como poseído. El matancero y ayudantes, utilizando orejas y rabo por asas, lo aúpan hasta dejarlo situado en el altar del holocausto, donde es inmovilizado preso de jamón y paletilla.
Todos con caras asesinas y gestos contraídos contribuyen al acto. El carnicero lo degüella, la matancera da vueltas con la mano a la sangre que recibe en un lebrillo directamente de la herida, el resto de testigos se reparte la complicidad de acogotar el moribundo que gorgojea y, un niño voltea el rabo como una manivela, porque así sale toda la sangre.
Una vez comprobado el fallecimiento, la primera operación a ejecutar es la rasura del suido. La mata de abulaga pisada y una vez incendiada puesta sobre la piel, hace con el cuchillo la labor del barbero en el cerdo, que una vez raspado y puesta a la luz la sonrosada piel, comienza a inspirar esbozos de lástima. Siempre alguien dice ¡¡animalito!! También es el momento de calcular el número de cuelgas de embutidos que penderán de las varas de castaño del doblado.
Abierto el animal en sección bilateral y sin pudor las vísceras al público, también es frecuente la segunda y última exposición de sentimiento por la víctima en la cita del socorrido refrán "abre un puerco y verás tu cuerpo".
Después ya todo es alegría. Salen lomos, solomillos, espinazos, costillas, jamones, tocinos... ¡¡Ah!! ¡Qué no se olvide!, la muestra del veterinario que no sea breve, y el funcionario municipal que dio la licencia, que venga y lo pruebe.
​

<< ANTERIOR
SIGUIENTE >>
0 Comentarios

18) EL EMPIEDRO DE CARTUJA

17/3/2021

0 Comentarios

 
Imagen
Imagen
O el material no reunía las condiciones precisas de dureza o no había tamaño justo en la Porrilla para vaciarlo. Yo no lo sé. Las razones pudieron ser también laborales, ya que era obra de mayor cuantía y los especialistas locales trabajaron siempre unidades más pequeñas.
La cuestión fue que hubo de labrarse en Extremadura. Se trataba del solero, "empiedro" sobre el que rodaría la piedra volandera, rulo en forma de cono y que había de ser de una sola pieza.
Las cosechas de aceitunas fermentaban en las trojas y ahogaban a los antiguos molinos de vigas, que exprimían las tímidas olivas con la presión de aquellos bestiales ensamblajes de pesados maderos, izados por sinfines de primorosos tornillos de acebuche, con la rosca tallada a navaja.
Había llegado la revolución industrial a Sierra Morena y el enfoque empresarial coincidía en tres proyectos, preferentemente:
Fabricar anisados ante la catástrofe de las viñas producida por la filoxera, modernizar las almazaras y aprovechar las borras y aceites añejos para manufacturar aquel sano y honrado jabón verde.
El aguardiente, que dicen los entendidos necesita, amén de buenos ingredientes, unas caprichosas condiciones de altitud y clima para su destilación, lo lograba un anciano de pelo blanco menudo y pulcro llamado D. Anselmo Membrillo; y llaveros ruedan por ahí con su marca: Anís Euskadi.
Yo creo que se adelantó a su tiempo.
Otro alambique goteaba en el lugar, dedicado a extraer el poleo, romero, tomillo y demás yerbas aromáticas, aceites que exportaban al extranjero.
El propietario y alquimista era otro Don, don Manuel el de las esencias, viejecillo corretón y lúbrico casado con Dª María Pulió, águila abatida de un ladrillazo, que tenía un loro en el balcón que decía Jesús, María y José al que estornudaba, y los randillas habían enseñado a decir hijo de puta.
Los olivos, que aún no conocían a sus nuevos enemigos, el tractor y los insecticidas, producían cosechas con la tradicional vecería. Porque los insectos, los del campo, eran responsabilidad de los pájaros, y las moscas domésticas, antes de los pulverizadores a presión que huelen a tunas caras, se eliminaban de las casas con procedimientos más ingeniosos y atléticos; no se mataban, se las confinaba airadamente, se las expulsaba de nuestra sociedad. Abolida la pena de muerte.
El artilugio era decantado y perfeccionado por los siglos y consistente en una labor con reparto de cometidos y sincronización de movimientos: Primero se cerraban puertas y ventanas, quedando la penumbra necesaria para orientarse. Varias personas armadas de toallas,
delantales o cualquier trapo, sacudían con los brazos extendidos estas grímpolas, empujando con la acción del viento y el azote, a los infelices insectos cegados hasta la 
puerta de la calle, donde el verdadero jefe 
de la operación, estratega consumado, abría y cerraba la puerta con cadencia taimada, dejando entrar algo de luz a intervalos. Los animales enloquecidos en esta discoteca, se lanzaban a la calle por manojos, con el propósito decidido de nunca jamás.
Este procedimiento sin contaminación alguna, ganaba en rapidez y galanura al tirabuzón meloso de reconocida eficacia y que colgaba de la lámpara, siendo punto de cita del que por su untura peguntosa ninguna mosca volvía.
Nuestro caso motivo de estos desvaríos es el solero de Cartuja.
Volvamos a él. Vino aquel fenomenal Aljarfe en una plataforma especial del flamante ferrocarril de Madrid, Zaragoza y Alicante (M.Z.A.), remolcado por una maquinita como de juguete con muchos tubos de cobres dorados; dejó el vagón atracado al muelle de las piedras y se fue echando humo blanco.
Había acondicionada una zorra de macizas ruedas para su traslado y dos plumas de solidez comprobada, con cables y sogas para su carga y descarga.
Desde la noche anterior vivaqueaban catorce yuntas de toros en el ejido, en un ferial de paja, mugidos y carretas desenganchadas, con sus yugos mirando al cielo.
Era la fuerza motriz que arrastraría al pesado y quebradizo cargamento a su emplazamiento final.
La caravana, por no apechar la calle de la Palma, salvaría los cincuenta metros de cota de la estación del ferrocarril al molino, en el convento de los cartujos, faldeando por la carretera de Cazalla a la Cruz de Humilladero para entrar por la calle de los Cercos.
Ya entrada la mañana, con las plumas, palancas y rodillos los picapedreros dejaron montado el empiedro en la zorra y los catorce vaqueros espectadores en las tabernas próximas, uncieron sus yuntas al largo tiro de cadenas. Carreras, maldiciones, mugidos, tacos...pero ni los gritos ni las aguijadas ponían en movimiento al armatoste.
Alguien pinchó con la puya al boyero anterior y no a su buey y como la sangre andaba ya caliente, se abandonó al ganado y se entabló la contienda.
Rodaron los sombreros de ala ancha, desliáronse las fajas negras de flecos y se midieron lomos y nalgas con las picas.
A la mañana siguiente después de la solfa, y en un consejo lleno de insultos, acordaron que encabezara el tiro de la zorra, una yunta de vacas blancas y huesudas de origen norteño, que tiraban de los vagones del mineral en la Pirotecnia.
Triste humillación a los toros de la Jarosa.
La yunta minera con su experiencia y los retintos andaluces con su poder arrastraron la carga hasta su destino.
Me lo contó quien lo vio. Un viejo llamado el Rey que andaba arrastrando los pies a consecuencia de una perdigonada en la espalda y que vendía higos chumbos en la plaza del pueblo al ronco pregón de: ¿a quién se lo pelo?.

 
​
<< ANTERIOR
SIGUIENTE >>
0 Comentarios

17) MIS AMIGOS INGLESES

16/3/2021

0 Comentarios

 
Imagen
Imagen
“El que tiene, contrae o estrecha amistad verdadera o fingida "...así define mi diccionario añoso al amigo.
Según esta aclaración yo tengo muchos, muchísimos amigos. Pero especifiquemos, nacionales; extranjeros, dos y, además, ingleses. Mister George Y Pepito Paco.
Ambos, a pesar de mis recelos y fobias ibéricas, he de reconocer que debían o merecían haber nacido en Bobadilla o Castrogeriz.
Para colmo son diametralmente opuestos en forma y carácter. Mister George es galés; Pepito Paco, no sé. Mister George es bajito, Pepito Paco talludo. George luce un recortado bigote de militar colonial,
Pepe Paco siempre impecablemente rasurado. Jorge gusta del vino y el cante flamenco, Pepe Paco lee el Time y aguanta el sol. Jorge es soltero, vive con mi amigo Meléndez y su hermana, paseando su eterna curiosidad por las playas de Alicante.
Pepe Paco está casado con Rosarito, tiene una casa recoleta en los Boliches de Fuengirola y una niña regordeta de unos quince años que escribe en la arena húmeda.
Mr. George es delicioso, a pesar de sus reminiscencias victorianas. Al fondo de sus gafas Truman, siempre nítidas, brillan dos ojos azules con toda la inteligencia del United Kingdom y de su humor hay que cuidarse, que es fina lezna sin nacionalidad.
Pepito Paco todo lo dice con la expresión. Es un mimo cortés, delicadamente expresivo, al que parece acompañarle su esposa con su cara redonda blanqueada de cosméticos contra el sol.
Mr. George padece una implacable curiosidad; por lo divino y lo humano, muy educadamente deja traslucir que en España el razonamiento y el sentido común dejan algo que desear.
Pepito Paco acepta todo como está y orienta su butaca y la de su consorte, hasta los últimos rayos de sol con una sonrisa beatífica.
Indudablemente son distintos. Tan opuestos, que podía caer en la trampa de la clasificación simplista.
Pero en realidad no es eso lo que me preocupa. A mí lo que me inquieta es la edad de ambos y los espacios de tiempo en su agradable compañía, cada vez más breves.
¡¡ Tengo que ir a Alicante!!
De mi amigo Mister George, en realidad no sé ni cómo se apellida ¡¡Si no fuera por Manolo Meléndez camarada de mi infancia!! ... este Meléndez emigrante en Inglaterra, camarero y "cantaor" y ahora propietario en la Costa de la Luz... y sobrino de la mujer de Pata.
Pues ¿y de Pepito Paco? ¿Acaso sé más?
Ni el nombre. Le llamo Pepito Paco y a su mujer Rosarito porque me recuerdan a unos veraneantes de hace muchos años que iban a mi pueblo.
Nuestra amistad se decantó a lo largo de quince años; verano tras verano en el mes de Agosto colocábamos nuestras butacas en la playa en relativa proximidad. Allí la niña gordita que hacía pelotas de arena, engordó y cambió los castillitos por escribir ¡Dios sabe qué cosas! en la inmaculada arena del reflujo. Allí adelgazó y la vimos acompañada por un mozalbete, seguro, respuesta a sus escritos.
Pepe Paco y Rosarito no variaron un ápice a través de los años. Ni las butacas, ni el bañador, Cuando vendió mi suegro el apartamento donde veraneábamos, aún conservaba Rosarito su bañador celeste de flores y sus afeites blancos que le daban un aire de payasito y Pepe Paco su sonrisa gentil, que, unida a los movimientos de sus brazos hacia el sol, me decía cuanto apetecía el calor y cómo le molestaba el levante... porque nunca tuvimos ocasión de hablarnos.
<< ANTERIOR
SIGUIENTE >>
0 Comentarios

16) CHERCHEZ LA FEMME

15/3/2021

0 Comentarios

 
Imagen
Imagen
Era el pueblo, un pueblecito de Sierra Morena, verde, blanco y azul. Añade a los colores de su autonomía el azul del cielo. ¿No se les habrá olvidado?
Blanco de tanta cal, que en las paredes de las casas viejas tienen estratos a la manera de valvas de ostras.
Hubo un tiempo que tuvo lo menos tres caleras; sin duda, la mejor era propiedad de Comerrabos; pero para qué hablar de esto... todo el mundo sabe que se fue a Barcelona colocado de portero y solo viene el día de la Virgen y a coger su aceituna si la cantidad lo merece.
La cal desde hace tiempo la llevan de Constantina, aunque según me decía el calero, siempre trajeron de este pueblo cantidades apreciables en competencia con la aborigen más sebosa. Yo creo que esa competencia y su pregón lastimero y cansino, fue la que dio origen al dicho popular: ¡Tienes más "malage" que Enrique el Calero!
Y lo de cansino, razones tenía. Llevaba, según me contó, sesenta años recorriendo los dieciocho kilómetros que separan a los dos pueblos a un promedio de dos viajes por semana, con dos burros de jáquimas con bigotes y colas rapadas. ¡¡Menuda cara me puso cuando le dije que era lo mismo que si hubiese dado cinco veces y media la vuelta al mundo!!
Pues ya digo; este pueblecito que llegó a rondar las cinco mil almas en su casco original, apretado a la torre de la Iglesia, se nos ha quedado en dos mil, a consecuencia de los desarrollos, coyunturas, plataformas y demás zarandajas macroeconómicas. Y claro, con una enorme proporción de ancianos, de esos fenomenales jubilados de pueblo que ahorran con su austeridad a pesar de sus ridículas pensiones.
El partido Comunista de España que en esta villa es minoritario, ya que como se verá, no sacó el cinco por ciento del censo electoral, está dirigido por un obrero agrícola que une a sus conocimientos comprobados en las faenas del campo, un tesón doctrinario digno de todo elogio. No se me olvida que, en la Primera Comunión de su hijo, nos vendió el Mundo Obrero.
Esperaban todos que él fuese siquiera edil, ya que su candidatura flaqueaba en remos y cuartos, pero le falló el conservadurismo de los jubilados.
Esto no tendría mayor importancia que la 
desilusión de este hombre, acreedor de mejor suerte, siempre que hubiese sido una escaramuza perdida de tipo electoral. 
​Pero...ya llegamos al "cherchez la femme".

Es notoria en los pueblos la hipersensibilidad de las comadres ante el aumento de prosperidad o prestigio de sus convecinas, que se traduce en un estrechamiento de amistad, rico en solicitudes y consejas.
Era clara la inminencia de que la esposa de nuestro probo comunista, si este obtuviera un escaño, tendría que transformar su régimen de vida, medir sus palabras y sobre todo, renovar el ropero.
Para ello, yo creo que fue Fuerza Nueva, mandó a su agente secreto, vieja sibila que no dudó en señalar la importancia que, bajo la ropa, tiene una buena administración política en la modelación de los encantos femeniles.
La madre naturaleza, sabida es en ocasiones su dureza, tenía aquí preparado obstáculo muy firme. Porque, así como el futuro concejal era hombre cenceño, casi ético, ella, mujer sana, rica en partos como pobre en estatura, amén de abundante ubre que no molestó a la vista en sus años mozos, mantenía una clara esteatopigia, recuerdo de nuestros antepasados de clara factura hotentote.
Para subsanar estas abundancias no faltan recursos debidamente atendidos por el "ditero" del lugar, buen comerciante que, arropado por las vecinas acompañantes, se comprometió a corregirlo y estilizarlo todo, con las mejores calidades y sin desembolso inicial.
Un corazón de roca ha de tener la mujer que, ante tanto encaje, ballenas, filigranas y pequeñas flores astutamente colocadas, no se reblandece, y perdido el tino con los efluvios que el ditero no cesaba de insuflar con el "spray" desodorante, traspone sus cálculos hasta con deleite.
La resaca que puede ser aplicada al estado de realismo posterior a toda embriaguez, también la sufrió en forma de facturas y pagos semanales nuestra buena mujer.
No iba a tener peso la argumentación ante el marido de la necesidad de estas piezas en las recepciones con la esposa del gobernador, estando ya la derrota electoral cantada.
Me decía este buen hombre que él nunca le había puesto la mano encima ni a los hijos ni a la compañera que, si algo tenía que hacer, lo hacía con la correa.
<< ANTERIOR
SIGUIENTE >>
0 Comentarios

15) BURRADAS

14/3/2021

0 Comentarios

 
Imagen
Imagen
Un burro es tanto mejor burro, cuanto más burro es.
Yo he conocido muchos burros y también algunas burras; pero con casta solo a cuatro:
El de Pedro Camarero y el del "Tomiso" como garañones y sillas, el de Chapona, compartiendo la paternidad con el encabezamiento de una recua y el de Enrique el Calero, que simultaneaba el porte de cal con la distribución de su fecundidad, entre rebuznos chulescos con dejillos de Constantina.
El de Pedro Camarero era un burro serio. Seguramente de ascendencia catalana, tenía la adustez, responsabilidad y firmes maneras de un profesional conocedor de su oficio.
De gran talla, pelinegro y mohíno, no abría su boca al apretarle el albardón, ni al recibir al jinete; y era su paso fuerte y decidido, yo creo que por gustarle hacer chispas con las herraduras sobre el empedrado.
Salía de la posada al alba, lucio, pletórico de energía, con un atalaje castellano, lujoso de bocado y serreta y con algo de vanidad contenida.
Burro-padre sano y certero, percibía su dueño dos duros por el encuentro, y parecía que los años no pasaban por él en la discreción de sus servicios.
El del Tomiso era un patán. Vivía en la huerta de la Pelagia y cada vez que iba al pueblo metía la pata.
Era grandullón, desangelado, cabezón, de enormes orejas, vocinglero, procaz e incontinente. Burri-cano, no le faltaban mataduras y se tapaba siempre con aparejos remendados y jáquimas descosidas. No era raro verle con la cincha suelta y actitud provocativa. Para mí era un reprimido sexual:
Tenía atemorizada a la pollina del Granadal y andaba con la luna saltando cercados de espino, tras la casquivana borriquilla de la Viña del Cura o la ventruda y riente del huerto de Cirilo.
Comisario se llamaba el jumento que arreaba Enrique el Calero, cargado de cal desde Constantina al Pedroso dos días por semana.
Tenía una oreja despuntada por el mordisco de un rival y era buen mozo de pelo roano y genio vivo.
Llevaba arreos de contrabandista de piedras de mecheros y tabaco de Gibraltar, con flecos y borlones de lana roja, lomillos de paja de centeno rematados de cuero y anteojeras bordadas con estrellas. Era muy castizo.

​Cuando el mercado en El Pedroso se distribuía alrededor de la palmera de la plaza del Ayuntamiento, se ataban del cabestro, libres de alabarda y angarillas y a la reja del atrio de la Parroquia, las burras de las hortelanas que coceaban temblorosas de ​
emoción ante su rebuzno viril y gentil palmito. En una ocasión que se descuidó el Calero, perdió el Comisario los estribos ante tanta hembra desnuda y provocó una estampida con descuaje y arrastre de la valla.
El asno final era el de Chapona. Se llamaba Bandolero y fue cabecera de la recua de este arriero.
Más bajo de agujas, más cenceño, peor nutrido, más trabajado y más astuto que sus compañeros antes citados. Doctorado en todos los acarreos: pino, aceitunas, carbón, colmenas... su amo decía que tenía muy "mala leche".
Encabezaba en una ocasión una cáfila de catorce rucios, que portaban a lomos cincuenta colmenas primitivas de las llamadas de corcho por estar fabricadas de esta materia.
Van las abejas recluidas en un contenedor formado por dos piezas clavadas; el cuerpo de forma cilíndrica y la tapa circular.
La salida de un sol de primavera andaluza, sorprendió a la caravana y, el Bandolero, cargado con cuatro colmenas, iba retozón. La cuestión fue que, bien por la picadura de un tábano, la de alguna abeja que hubiera encontrado una ranura por donde escapar, o simplemente porque le mordiera el rabo el jumento que le seguía, Bandolero, que era un bromista, largó dos patadas simultaneas con respingo, resultado de las cuales fue el destripe de una de las colmenas más pobladas.
A partir de este momento una reacción en cadena se produjo a lo largo de la vereda en que los burros con sus cargas formaban fila de a uno.
Cada animal al sentirse atacado se arrojaba el suelo y aplastaba su cargamento, cuyas abejas al recobrar la libertad, sañudamente atacaban al asno siguiente y así hasta llegar al último y desprevenido rocín.
Los burros, como caballos salvajes en un rodeo, botaban y galopaban seguidos de los arrieros que, nublados de abejas y con las navajas en ristre, cortaban los lazos y las reatas para que pudieran soltar la carga y huir.
Al día siguiente, a los burreros no les entraban las cabezas en las gorras y los jumentos corrían como mostrencos por Sierra Morena.
Tenía como costumbre y gracia el muy ladrón del Bandolero, cuando en las monterías llevaba sobre su grupa algún cazador que le cayera antipático por gordo o elegante, aprovechar el paso del primer regajo fangoso para revolcarse sin previo aviso.
¡Era un ladino aquel Bandolero! ¡Era un ladino de los ollares a la baticola!
<< ANTERIOR
SIGUIENTE >>
0 Comentarios

14) CINEGÉTICAS

13/3/2021

0 Comentarios

 
Imagen
Imagen
Vaya, pajaritos
ya podéis salir.
Salgan cigüeñas con orden
águilas, grullas y garzas
gavilanes, avutardas
lechuzas, mochuelas grajas
salgan las urracas
tórtolas y perdices
palomas, gorriones
y las codornices...
 
​
 Son unos dieciocho kilómetros, los que separan o unen al Pedroso de Constantina. Gatea la calzada repleta de culebrillas, herencia de un trazado para carreteras, y los olivares que despiden y reciben al viajero, no acompañan más de una legua.
Luego es la dehesa rala y el monte bajo de jaguarzo y jara, la que nos asoma tímida a la perdiz o al conejo.
Son los prolegómenos de la aventura que es el viaje por este arriate de cantos y polvos, lleno de nombres del campo rebosantes de lógica campesina.
La huerta de la Loba, el Bañuelo, y la viña del Cura, dicen adiós desde el Pedroso. "Cantargallo" y la Teja dan la bienvenida en Constantina; y entre medias la Jarosa y los Tinahones donde suenan los cencerros, trucos y "cangallos" de retintos y bravos, piñonea el perdigón y maúlla la primilla reducida a un punto de lloroso en el azul radiante de los altos.
Ese fue mi andar durante años.
Iba y venía mañanas y tardes acompañado de mi mujer, y más de una vez desde la misma carretera, me decidía a disparar sobre una liebre o perdiz, conejo o chorla infringiendo todas las leyes de circulación, caza, tenencia de armas...
Estaba habituado a conducir y vigilar el campo del entorno, de tal manera que descubría la pieza casi oculta, paraba el vehículo, lo centraba en el telescopio del veintidós y bicho al zurrón.
Me era superior la pasión por lograr acertar y cobrar el trofeo, que todas las reflexiones sensatas, éticas y morales de las que, para mi desazón, tampoco me privaba. En el fondo era un martirio. ¡Un día cualquiera me 


aprehenderá la guardia civil, perderé el 
​permiso de conducir, y la multa será cuantiosa…!

¡Nada! Volvía a recaer a la vista de un igualón o un hopo.
​Y así días y meses gozando y sufriendo con las alegrías de lo prohibido y las coces de la conciencia.

Yo creo que en aquella ocasión había llegado el cenit de mi embrollo en el planteamiento de los escrúpulos.
Fue una tarde de Mayo en la que las perdices se aparean y los ardores del celo les hacen perder la cautela.
Volvíamos de Constantina mi mujer y yo silenciosos; conducía con los ojos repartidos entre el campo y la carretera como era habitual. Como tenía por costumbre yo, porque ella ¡Dios sabe dónde los perdía!, cuando lo descubrí.
Era un macho como un pavo que andaba gallineando sobre la pared de piedra. Paré, cogí el rifle, lo centré... y ¡¡¡chaaas!!! sonó el disparo, al parecer con más escándalo que nunca, y la perdiz redonda al suelo tras la pared.
Con aires de delincuente salté el muro en busca de la víctima y cuando la recogía tasando sus proporciones, la voz de mi cónyuge me sobresalto: ¡¡¡La pareja, Luis la pareja!!!
Al suelo pegué la figura como una lapa tapando el cadáver y cuerpo del delito con un pellizco de pasto y a San Huberto invocando.
¡Me tenía que, pasar, era el justo castigo a mi desorden, tanto va el cántaro a la fuente...estas y otras reflexiones me asaltaban, cuando de nuevo con más, urgencia exclamó ella: ¡¡¡Luis la pareja!!!
Como vi encima a los civiles, astutamente me bajé los pantalones y me coloqué en cuclillas con el cinto el cuello, para dar más verosimilitud a la coartada urdida en la angustia del apresamiento.
Así permanecí no sé qué tiempo, hasta el último sobresalto proporcionado de nuevo por mi esposa al asomar la cabeza por la tapia y decirme: "Eres como el galgo Lucas, que cuando veía la caza..." y te has dejado marchar a la hembra que estaba en la otra cuneta.
<< ANTERIOR
SIGUIENTE >>
0 Comentarios

13) LA GALLERA DE JUANITO CABALLERO

12/3/2021

0 Comentarios

 
Imagen
Imagen
El alboroto era enorme y el humo del tabaco era tan denso, que las caras de enfrente se veían como a través de un cristal traslúcido.
Recomendaba Juanito menos escándalo, advirtiendo la inminencia de la llegada de la guardia municipal mientras en el palenque un gallo asesinaba a navajazos a su rival, que atontado se defendía y al que se dueño mantenía en el ruedo, en la espera de un espolonazo de suerte.
Esparcían los aletazos la sangre de los contendientes entre los espectadores más cercanos, que jaleaban e insultaban a los luchadores.
Una vez "cantada la gallina" por el perdedor y separado el feroz ganador entre caricias y alabanzas, todos nos agolpábamos en el mostrador donde se pagaban las apuestas, rociadas con vinillo de Dª Mencía.
Había sido una buena pelea, cruel, indecisa, sanguina y el público salía vibrante y exaltado. Así debía haber sido el circo romano.
Y el final como siempre; quedamos tres o cuatro clientes ensordecidos, mudos espectadores de cómo enrollaba el tabernero el esparto del circo y de la vieja que espolvoreaba serrín para barrer la sangre.
En el verano se trocaba la ruinosa nave y antigua cuadra donde habíamos estado, por un claro del corralón a espaldas de la taberna. Allí, y hasta que la luna se caía al callejón en mesas esparcidas, se bebía, tapeaba con aceitunas y altramuces y se apuntaban al cante los cabales.
Todo este tinglado lo llevaba Juanito Caballero con gran adustez; hombre de mediana estatura, macizo y velloso, barba cerrada, cejas inmensas y respingadas por las sienes como un búho, y seco y parco en el decir.
Mocito viejo, compartía el celibato y la vivienda que pisaba la taberna con dos hermanas añejas y feas como la calumnia.
Este negocio se componía de dos locales comunicados por una pequeña puerta. El primero con un mostrador de mármol, era destinado al copeo de los hombres, el otro, más recatado y con aires de botica, vendía por litros a viejecillas y criadas. Al fondo el jahariz, de donde todo procedía, en fresca penumbra, lleno de garrafas, y donde en un desvencijado diván se trasponía en las siestas el bodeguero.

Se sentaba en su acera, con los primeros rayos de sol, a vigilar a un gallo de enormes espuelas y vientre pelón, untado de aguardiente de Rute, que paseaba marchosería desafiante.
Estas y otras guardias las hacía, siempre con su flexible negro, chapona cruda de dril de Priego y pantalones de "paten" acompañando a su gesto fosco. Serían las tres de la tarde cuando volvía de almorzar. Caía un sol de plomo sobre la solitaria y silenciosa calle y desde su puerta, un Juanito para mí desconocido, descubierto y con el camisón suelto sobre los pantalones, me apremiaba 
por señas que me acercara. Sin ninguna explicación me arrastró hasta el corral de su casa soplándose los dedos sobre los labios, imponiéndome silencio. Allí, sin mediar palabra y con un gesto de patética desesperación, me señalaba un cuartucho desplomado en una nube de polvo, en donde se entreveía una mujer.
Era la Paca. La conocí por su mata de pelo negro. Como tejones zapadores, interrumpidos sólo por el reclamo de silencio que de vez en cuando me hacía el tabernero, rescatamos a la siniestrada, que no daba razón de sí, y se cubría escuetamente con una combinación negra de seda.
La Paca era la "jembra" de Juanito Caballero. De sus mismas proporciones, generosamente abundante por detrás y por delante, tenía unas facciones duras, de ojos preciosos y un moño negrísimo como una endrina.
A duras penas la llevamos al sofá pues por donde yo creía mejor cogerla, a Juan, celoso, no le parecía bien; y en verdad aquello era pecado por todas partes. Al final la echamos en el diván; la Paca empezó a resollar y su amante me confinó en la taberna mientras la vestía. Después de todo fue grotesco. Juanito lloraba, acariciaba a su manceba y le clamaba silencio y ésta se lamentaba cada vez más fuerte.
Una vez repuesta y vestida, acerqué el coche a la puerta para restituirla a su casa, sin haber pronunciado una sola palabra ninguno, excepto los gemidos de Paca, que tenía un brazo colgando como una morcilla gorda.
Un lamento como de perro herido me espeluznó; lo había soltado la "jembra" al intentar recomponer el moño. Juanito lloraba y siseaba y yo, quieto como un palo, presenciaba cómo aquella valquiria morena y rolliza, se negaba a salir a la calle con la cabellera suelta. No lo pensé; me lancé, la cogí por los pelos y le di vueltas al mazo como si fabricara una maroma; se lo enrosqué en la coronilla y Juanito me acercó las horquillas que estaban en el cenicero.
La despedida fue muy sentida; la calle seguía sola, en la ventana me pareció ver a las zorras de las hermanas y Juan Caballero lloraba con un corsé de ballenas en las manos arrastrando los cordones.
Todos sabíamos que Juan recibía a su amada en horas discretas. Aquel día un remolino de verano levantó el techo del desvencijado retrete como una cometa, sorprendiendo a Paca "la Tinajita" en su intimidad. Lo demás ya está suficientemente explicado.
Pocos días después celaba su gallo Juanito como tenía por costumbre, cuando nos tropezamos.
Buenos días Juan Caballero ¿Y el gallo, cómo va?
El gallo hecho una fiera... y la gallina ya mueve el alón… ¿por qué no pone Vd. una peluquería? Y al sonreír me pareció verle como un tunante bonachón.
<< ANTERIOR
SIGUIENTE >>
0 Comentarios

12) LA TAHONA DE MADRUGA

11/3/2021

0 Comentarios

 
Imagen
Imagen
A las tres en el verano y a las cuatro en invierno, albeaba Madruga; Madruga el Panadero.
En las sofocantes noches estivales y una vez consumida la cena con la ensalada de lechuga por postre, daba cabezadas desde una silla de enea a la puerta de la casa en un equilibrio inestable, hasta la hora de empezar la faena.
En invierno cabeceaba también, pero sobre la mesa de camilla al calor del brasero, reposando en la cama un par de horas todo lo más. Estas dormi-velas y alguna flaca siesta le reponían a su trabajo al día siguiente fresco y jovial.
¡¡Niños arriba!! Gritaba a los hijos mientras prendía el horno.
Cuando los conseguía despabilar, ya la caponada de jaras ardiendo en la padilla, había perfumado a la noche y ellos ahuyentaban el sueño dando puñadas a la masa en un inmenso lebrillo que tenían por masera para heñir.
El viejo artesano vigilaba la briega de los hijos y la temperatura para la cocción abriendo y cerrando el tiro del horno y palpando la masa.
El pan amacerado, el de munición, los bollos franceses y las perrunas. Teleras, cuartales y roscas; cada cual con su harina, forma distinta y leudo diferenciado.
Todo esto sin olvidar el control de poyas y maquilas, que no eran más que acuerdos cerrados entre el labrador y el panadero, mediante el cual éste se comprometía a entregar al cliente cuarenta y ocho hogazas de pan por fanega de trigo recibida.
Una vez calentado el horno, recogía Madruga con la allegadera las brasas en un bidón de chapa y con ellas surtía el brasero y cocinaba Antolina su mujer.
Un saco de yute húmedo acoplado a un largo mango, le servía para dejar los ladrillos del piso, donde iba a depositar las piezas de pan, aljofifado y pulido.
​
Sudando a la boca de aquel infierno, el ventrudo tahonero, tocando con una camiseta sin mangas y pantalón de pana, cocía primero los bollos franceses, delicados panecillos y verdaderos repápalos, que vendía a grito un pelado rapaz.
Este, antes que el sol asomara, pregonaba su mercancía transportada sobre la cabeza en una espuerta, arropada y protegida por un saco.
​¡¡¡Y cómo "bajean"... calientes…!!!

Hogazas, teleras, cuartales y roscas, ya más entrada la mañana, eran repartidas a 
domicilio por los hijos, con la ayuda de una hermosa burra atalajada con una sera rígida forrada de lona blanca y con ribetes de cuero.
Los pastores, cabreros, rancheros, pelantrines y pegujaleros, recogían una vez por semana, junto con la cabaña, los sacos de perrunas para los mastines.
Para cargar el horno disponía siempre de una pila de haces de jara contra la pared de la fachada, junto al portón trasero. Esta calleja hace cuesta y desemboca en una plazoleta, donde una gran alcantarilla se bebe todas las aguas que fluyen de los angostillos que la rodean.
Una noche de tormenta el cielo se abrió derramando cántaros, orzas y tinajas de agua, de tal manera que ellas y el viento, arrastraron a las jaras hasta el sumidero y lo cegaron. La plazoleta se convirtió en una balsa cuyo nivel subía y se colaba en las humildes viviendas, y, ante esto, los moradores escaparon por los tejados en algarada.
Estos paroxismos hubo de aliviarlos el buen Madruga con muchos panes en reparación de más daños de los que hubo.
El aromático combustible, culpable de estos desaguisados, lo acopiaba un costilludo atijarero, dictador de siete asnos cansinos.
Cuando el sol trasponía por la vereda de la Laja en el Cubillo, entraban por las callejas del pueblo los burros de "Jabas Verdes" denunciando el aire su carga de monte resinoso.
Las muchas faceras sobre los lomos, malos caminos y escasas cebadas, fueron aclarando la reata hasta quedar el viejo asnerizo con una sola bestia para el transporte.
Al morir ésta, comida de mataduras y tábanos, quedó el "Jaba" solo, para con sus brazos descuajar los trompillos y a sus espaldas llevarlos a la tahona. Poco tardó en reunirse con su recua y la leña de encina hubo de suplir al primitivo y tradicional combustible.
Y así un año tras otro haciendo en pan, que, conforme a la bondad de los tiempos, podía ser más blanco o más atezado.
Falleció el viejo arrobero y los hijos modernizaron la industria sustituyendo el candil por la luz eléctrica, el hintero por la amasadora y la añeja bóveda de ladrillos con la sal en la solera y escorias en la cúpula, por el horno rotativo.
¡¡¡Ay!!! Pero ya, ni los panes ni las noches saben a jaras. 
<< ANTERIOR
SIGUIENTE >>

0 Comentarios

11) APOCALIPSIS

10/3/2021

0 Comentarios

 
Imagen
Imagen
Nada presagiaba un cataclismo. La tarde era calurosa; en la ciudad los habitantes proseguían sus quehaceres, no existían indicios de ninguna que alterara nuestra forma de vida y aún menos que amenazara nuestra integridad.
Como siempre, los mayores andaban engolfados en el difícil negocio de allegar el sustento y velar por la buena crianza de sus hijos y los pequeños les correspondíamos egoístamente, con la gula insaciable del golondrino y la torpeza de nudos de pelo.
Desde nuestro balcón, en el enorme edificio que habitábamos, mis tres hermanos y yo, contemplábamos el tráfago y bromeábamos con nuestros vecinos, mientras las farolas se encendían por las calles.
Después llegaron los padres; cenamos y a la cama; y para bien dormir, una vez más, los relatos de viajes con los que el jefe de la familia nos azorraba.
Mares inmensos, países exóticos, animales extraños…
“A orillas de ese gran río al que viajaremos cuando el verano aquí se enfríe, los hombres son de otro color, las ciudades escasas y distintas; también existen desiertos atroces donde la vida no tiene valor.
A estas horas ya se retiran del abrevadero las cebras y gacelas, y se oye otilar a la hiena y el tauteo del chacal…”
Y seguía y seguía narrando aventuras en mundos maravillosos, mientras su voz se alejaba y dejaba entrar al sueño, que se hacía profundo.
Así era un anochecer tras otro, como también se repetía al alba la explosión de vida, los cantos y las precipitadas salidas para el trabajo.
¡¡Malhadada noche, aquella de Mayo!!
Dio la alerta el castañeteo de miles de cigüeñas acompañado de horribles aullidos incalificables, que me empujaron a refugiarme despavorido entre mis padres. Después sobrevino un silencio tenso, como el que en las tormentas guarda la naturaleza entre sus 
exhalaciones.
​Este fue roto por una hórrida polifonía de caramillos, címbalos, salterios y tímpanos, que mi padre no dudó en calificar como síntomas bíblicos del Juicio Final.

Veíamos a miles de personas refugiadas en el circo donde compiten los atletas, adorando a una sacerdotisa, que igual parecía ménade que vestal, implorando piedad por su intercesión.
Pero el Gran Dios no tuvo compasión de nosotros. Las horas pasaban y el paroxismo de las multitudes ascendía; a nosotros el pánico nos hacía apretarnos temblorosos.
De pronto cesó todo ruido; tan solo se escuchaba un sordo murmullo como el de las aguas de una lejana cascada que producían miles de pies enfilando los vomitorios. Y a continuación sobrevino la hecatombe.
La noche se llenó de luces; el suelo escupía llamas, bestiales explosiones agrietaban nuestros hogares y todos los astros del firmamento nos cayeron sobre las cabezas, coloreándonos luces fantásticas.
Fue tal el terror, que los padres abandonaron a los hijos y éstos el tasín.
Los que restábamos nos repartíamos el espanto y las toses de la pajuela.
Después fue como si se hubiera abierto el Cuarto Sello y apareció el caballo bayo del Apocalipsis, sobre el que cabalga la mortandad.
En vano esperamos el agua y el alimento de la boca de los progenitores; desquiciados y alucinados perdieron el rumbo y los alambres; las antenas y el agotamiento completaron la catástrofe.
Yo caí del nido sobre una montaña de cáscaras de pepitas de girasol, y allí un vencejillo de mi edad, que renqueaba de una pata, me aclaró que solo había sido un festival de canciones con fuegos artificiales como fin de fiesta.
Quedamos discutiendo qué sería mejor para nosotros, si los dientes de una rata o las manos de un niño.
<< ANTERIOR
SIGUIENTE >>

0 Comentarios

10) LA FÁBRICA DE LA LUZ

9/3/2021

0 Comentarios

 
Imagen
Imagen
Un año antes que Pardiñas descerrajara el pistoletazo a Canalejas y como aventura progresista, el crupier de un indiano, propietario de casas de juego, inauguraba en un corralón el motor de gas pobre que, durante veinticinco años, generaría los primeros calambres en esta villa.
Producía un ruido constante, lento, pertinaz, sordo y roncador, que trasminaba hasta los cortinales. Era el pueblo, en las noches de luna como un enorme gato blanco ronroneante echado al pie del San Cristóbal.
Vicente el Corredor, que era medianero por la cuadra con la nueva industria, no podía descansar ni de día ni de noche, por lo que estaba indemnizado con una bombilla gratuita. y cuando anticuado el procedimiento se trajo el fluido de La Peña de la Sal, también se quejó Vicente de que al faltarle el ruido y hecho a él a través de tantos años, tampoco podía conciliar el sueño, por lo que la empresa le respetó la gratuidad de la bombilla.
Los apagones eran muy frecuentes, la luz de un rojizo tristón invitaba más al sueño que a la vela; pero como la competencia estaba representada por el candilillo de aceite, el quinqué petrolero y la lámpara de carburo, la parroquia se dividió una vez más entre conservadores y liberales.
El técnico electricista era Cayetano, que por esta razón respondía por Cayetano el de la luz, y el cobrador, Ortega el enterrador.
No existía contador y el aforo del consumo se hacía mediante un tanto alzado; una perra gorda por bombilla y día, de cuyo cobro el sepulturero se encargaba al atardecer.
El desconocimiento de los secretos de este fluido era general, acentuándose en el usuario, que consideraba mágicos los ajetreos de Cayetano, y dándose casos de lógica campesina, como la de aquél probo labrador que al notar alborotada la canga que cobijaba en una cuadra aneja, no dudó en cortar con la navaja el cordón para trasladar la iluminación al pesebre y tranquilizar a los animales. Suponía que la misión del cable era sostener la lámpara del techo.
El combustible era carbón vegetal y la refrigeración de este ingenio, que se ponía al rojo blanco, se lograba con el agua de dos estanques, en vasos comunicantes.
Como siempre, los primeros que lograron profundizar y sacar partido de las leyes que regían a esta moderna energía, fueron los chavales, que a los pocos días de su distribución ya tenían detectada una mancha de humedad en una pared que soltaba voltios a granel y, con la clásica malicia rural, se unían de las manos en hilera hasta llegar a la víctima, perro, gato, caballería o el bobo de turno, momento en que hacía contacto el cabecilla con el muro y proporcionaba la descarga al elegido, colocado en último lugar.
Al establecer la empresa Santa Emilia Fábrica de Fluido Eléctrico, que está era la razón social, el contrato con el salto de agua de Constantina, de la que se hacía revendedora, además de acabar prácticamente con la competencia, aumentó su potencial, dando más brillo al alumbrado y, sobre todo, concertó con el Ayuntamiento iluminar al municipio.
Era humilde y pobretón, pero cumplía con su cometido de pequeños faros en las esquinas para orientar y endilgar al cura, al médico, a la matrona, al borracho o al fantasma burlador.
Estos últimos fueron los únicos disconformes con las nuevas instalaciones que delataban sus aventuras, pues de tiempos remotos, en los pueblos, el fantasma ocultaba una trama amorosa; por ello ocurría que en las calles donde habitaba una hembra alegre, la bombilla siempre tenía una pedrada.

¡Bueno!, entiéndase. En los pueblos siempre hubo, además de fantasmas, brujos y duendes, que tienen sus diferenciaciones y ​
cometidos distintos, pero a los que la luz eléctrica hizo mucho daño, reduciendo su número y su prestigio.
El fantasma es el de mayor dignidad; de mayor estatura, se cubre de blanco o de negro, guarda las distancias, hace aspavientos, a veces le brillan los ojos y se desvanece como llegó. El arrastrar cadenas ha caído en desuso.
El brujo siempre es más viejo; está malformado, es socarrón, de poca estatura, la dentadura podrida y practica el curanderismo. Lo mismo que el fantasma, puede ser masculino o femenino.
El duende es un corre ve y dile de los anteriores, aunque ninguno tiene negocios en común; es un poco infantil, pequeñajo, orejudo, y su misión es enredar. Arrastra un talante mariconcillo.
Como fantasmas de prestigio, se recuerdan el del callejón de la Yesca, expulsado por el fragor de la discoteca, el del callejón del Latero de gran agilidad y el de la calle San Antonio, que exclamó ¡ay Dios mío! con timbre de voz parecida a la del droguero, cuando le dio la perdigonada el Ñacle desde su ventana.
Aún después de ser sustituido el carbón por el agua, como generadores de la electricidad de la villa, los apagones no dejaron de ser frecuentes.
Los temporales con sus vientos y aguas reblandecían y tiraban como fichas de dominó los palos del tendido, y Cayetano y un ayudante, se perdían por barrancos y malezas en un safari de aisladores y armados hasta los dientes de alicates y trepadores.
En esas noches en que las tinieblas y los elementos desenterraban los candiles y velones, no era raro que surgiera algún fantasmón incipiente.
Y es que a las brujas no les importa la luz; prueba de ello es que la Chicharra, de brujería acreditada, tenía consulta en el molino del Pradillo y de allí se la llevaron presa cuando le dio la pócima a la moza que codiciaba aquel viejo viudo. Se confirmó que el filtro, aliñado a base de salamanquesa, adormidera y corteza de adelfa, fue en su composición una triaca muy dura y la doncella se echó a morir.
Pero, bien fuera por la toma o por el daca de los olivarillos del vejete, la mozuela accedió al matrimonio y Paca la Chicharra, que tenía lengua de sierpe decía: "Ellos en la cama y yo en la cárcel y además, sin haber cobrado un duro".
Con el paso del tiempo la primitiva empresa fue absorbida por una sociedad anónima de ámbito nacional. Desaparecieron los postes de madera donde los pequeños hacían romas las púas de los trompos, pinchando una y otra vez y las avispas sacaban esquirlas para sus panales. Llegaron las torres metálicas abiertas de piernas y con soberbias alturas, utilizando como señal para disuadir a los escaladores, no la clásica calavera con las tibias, sino un muñeco contorsionado.
Al mando de la cuadrilla que desmanteló e instaló la red, venía un hombre de aspecto taciturno, al que las mujeres odiaban por el destrozo que ocasionaban sus empleados en las fachadas de las casas y el poco oído que prestaba a sus quejas.
Esta antipatía se trasformó en lástima al correrse la voz de su desgracia. Un día, ese duendecillo malino que anda por las tabernas, lo enredó más tiempo de lo que tenía por costumbre. Al volver a su casa para almorzar, pasó primero por la caseta del trasformador y, como viera una de las palancas desconectada, la volvió a su lugar estableciendo la corriente.
Con su mujer frente a frente remataba el puchero, cuando le vino a la cabeza, como un rayo, el recuerdo de que a su hijo lo había mandado él a reparar una avería en esa línea.
<< ANTERIOR
SIGUIENTE >>
0 Comentarios

9) VICENTILLO, EL MARQUES Y ALGUNOS MÁS.

8/3/2021

0 Comentarios

 
Imagen
Imagen
Cuando Vicentillo le dijo a su padre que ya no conduciría más a la "porcada" por sus eternos pasturajes de ejidos y cañadas, y que holgaba de ser riberiego por los caminos de sirga, los cerdos rustriendo y triscando, y él al acecho de una potámide, su padre, Vicente de Dios Enríquez, lo miró con sorpresa.
¿Por qué?
¡Porque no me gusta el olor!
Gracias a la presencia de su cuñado el Pilongo; pues si no, hubiera gustado de la garrota del viejo.
Estaba decidido; los cochinos que los guardaran sus amos, él iba de peón albañil con el Pilongo, que era maestro aguañón y tenía un puesto seguro por muchos años en el pantano del Pintado.
Vicente el hijo estaba cansao de jopárselas ante la guardia civil, pues por las bellotas que consumía su ganado estaba siempre fuera de la ley y la última vez que lo prendieron, un servidor de la Santa Hermandad lo golpeó con una verga de toro. Sí lo azotó; pero el filisteo le descalzó las alpargatas para propinarle en las plantas de los pies.
Y así, con su pariente el Pilongo, comenzó el aprendizaje de media paleta y desarrolló los remos en el pateo de estos veinte kilómetros, peregrinando los Sábados por la tarde y el regreso en la noche del Domingo, entre el pantano y su casa.
¡¡No tenía suerte Vicentillo!!
La noche que les abordaron en el camino de Mansegoso los extremeños, les sangraron los jornales de la semana; setenta y dos pesetas el peón y ciento veinte al maestro. ¿Cómo iba a mantener a su padre y darle a María para que comprara la lana del colchón?
Por eso no la debieron desollar cuando la llevó a su casa; fue como enfermera para cuidar del anciano, no como amasia. ¡¡¡Si no podían ni yacer juntos!!!
Por unas chapuzas que le hizo a Don Vito, éste le propinó con una bicicleta; pero no sabía montar, y la necesidad le obligó a un aprendizaje por aquellas pistas de tierra, baches y pedruscos que le ocasionaron abundantes descarrilos y descalabros.
Fue entonces cuando tuvo otro encuentro con la Benemérita, que le multó con cinco pesetas, por no llevar timbre.

La multa fue a cobrarla a la casa un guardia 
civil, y la notificación la recogió el padre que no sabía leer, no sabía lo que era un timbre y se horrorizaba ante un uniforme. Le habían matado dos hijos en nuestra última guerra civil.
Siguió pedaleando Vicentillo contra vientos y mareas, ejerciendo de tapagujeros por esos campos de Dios, siempre con una perrilla minúscula de raza indefinida, jinete en el trasportín. La misión de este inteligente animal, era, mientras su amo tiraba mezcla, hurgar en los vallados próximos y arrimarle a la capacha, sin fallar, uno o dos conejos para reforzar la merienda.
Por aquellos entonces lo contrató el marqués, y de milagro no fue a los Galindos, pero tuvo suerte; su tajo era más cercano y allí no mataron a nadie.
Pero la finca estaba acotada y el guarda tenía orden de eliminar todo perro extraño.
Entonces Vicentillo, para mantener su recova, ideó una estratagema, sabedor de la repugnancia del señor marqués hacia los ratones. Los roedores que la María, en el corral y en su antañón doblado, cazaba incansablemente, los presentaba el alarife al señorito de la finca como cacería de su perra, por los que éste le permitió la residencia y le asignó alimento a tan útil animal.
Vicentillo ya no campea por las orillas del Huesna vestido con sólo las ligas, ni empuja al biciclo las cuestas arriba a la vuelta del trabajo; se le ha arrugado mucho la cara, acentuado los ojos de García y le sigue por las tabernas un chucho, trasunto del que mimaba el marqués.
A pesar de la fortaleza de María y de las tretas de su marido, no han sabido hacer un chiquillo; por lo que, una vez que pare y lo desteta su hermana Fernanda, que lo hace todos los años, los recría en el corral junto con las gallinas, los patos, los palomos y un gato de rabo cortado como un cerval.
Vicente de Dios Enríquez murió hace años con la cabeza perdida, recordando su guerra en Filipinas cómo mataron a sus compañeros, cómo lo amparó una "guacha", cómo cuando lo vio triste lo llevó en la barca a un navío portugués, cómo llego a España dos años después que los de Baler con su fusil oxidado...cómo...cómo... cómo...
<< ANTERIOR
SIGUIENTE >>

0 Comentarios

8) JIMÉNEZ TONTERÍAS

7/3/2021

0 Comentarios

 
Imagen
Imagen
Jiménez Tonterías era un tunante, maestro en casi todas las especialidades del patio de Monipodio. Podía ser según conviniera, peregrino, lagrimante, temblador, o palpador, y con la práctica de estas industrias vivía a salto de mata como un pícaro del siglo de oro.
Sentado en la plaza del pueblo hacía las delicias de la chiquillada, contoneándose con dos lagartijas vivas colgadas de las orejas, que se mantenían como zarcillos por el mordisco que les obligaba a darle en el lóbulo, allí donde las mujeres y los piratas se hacen el agujero.
Con este reclamo vendía a tres chicas grillos, que trasportaba entre la boina y el cuero cabelludo, y hasta engañaba a los más pequeños, despachándoles por igual precio grillas, que todos sabemos que no cantan.
¡La cosa era engañar, dar gato por liebre!
¡¡ Si vendía castañas no se pelaban, si almendras casi todas eran agrias, si berros procedían del final de un albañal y por ello estaban tan desarrollados!... disfrutaba con su truhanería.
En años había traspuesto el umbral de los sesenta y seguía igual de pueril y excéntrico, por lo que le quedó vitalicio el apodo acompañando al apellido: Tonterías.
Era frecuente verle por los ejidos y callejones destacando su alta y huesuda figura con los pantalones en las canillas y una chaqueta de tres tallas más, rodeado de indinos, a los que iniciaba en los secretos de cómo inflar una rana soplándole con una pajita por la cloaca, recitándoles poesías con el regocijo de la golfería o compartiendo algún membrillo o granada de procedencia dudosa.
En la Romería y el día de la Virgen tiraba los cohetes, encabezaba sin el menor cansancio los ¡¡vivas!! a todo lo que bien cayera, y tocaba las campanas de la torre.
Iba al frente de la banda de música en la feria, repartía
los prospectos del cine, retransmitía las autopsias desde la ventana del local del cementerio a los curiosos distantes; en fin, cumplía una heterogénea gama de actividades sin contratación previa, por las que exigía incansable remuneración.
Inquieto viajero, abandonaba por largas temporadas a su pobre madre, efectuando largos periplos, cuyo inicio y trasformación de la figura lo efectuaba en los trenes.
En el correo de Madrid, vestido de peregrino con su almeja, la barba rala y los ojos sanguinosos de vidente atormentado, vendía estampitas de santos de advocación estrambótica, medallas milagrosas que traía de Tierra Santa y detentes de tres capas. Los viajeros, en aquellos coches de asientos corridos, adormecidos por el calor y el traqueteo uniforme en las llanuras de la Mancha, agradecían a Jiménez que rompiera el tedio con su figura insólita y su parla santurrona, por una limosna que recogía en una escudilla.
A esta faceta mística, a veces añadía la atlética, que forzaba el revisor o la pareja de escolta de la guardia civil. Entonces, la huida de vagón en vagón acababa con el apresamiento del romero y el abandono a su suerte en la primera estación, o burlaba a la justicia por los techos del tren, al aire sayo y esclavina entre el humo y los berridos de la 
locomotora.
​Estas aventuras, que tan solo están esbozadas, pues el protagonista de sí no hablaba, y otras filtradas del juzgado, dan pie a sospechar de una vida rica en contrastes, con interrupciones producidas por la aplicación de la ley de vagos y maleantes.

De un pueblo de Zamora hubo una orden de su busca y captura por actividades pornográficas, y parece ser que la cosa no fue para tanto, pues según explicó al juez de Cazalla, formaba parte de una compañía de variedades compuesta por dos señoritas y un enano que hacía contorsiones en bañador sobre una mesa en las tabernas, y él, cobraba y describía las dificultades y peligro de los números. La culpa la había tenido el enano que era un borracho y el público enardecido que no había respetado a las artistas.
Regresaba a la humilde casa de su madre siempre en situaciones límite, tanto legales como físicas, más flaco y señalado, como gato rematando el celo; pero rápidamente resurgía y montaba otra actividad en su pueblo para hacer olvidar a la anterior, que también acababa siendo delictiva.
Estaba acusado de intrusismo por el farmacéutico, el médico y los maestros, pero todas estas causas morían ante el juez o el comandante de puesto tan solo con su presencia, que invitaba más a risas que a procesos.
Curaba las verrugas con "Rabicana"(hierba cana), los diviesos con sanalotodo, la rija con saliva y a los ancianos les proporcionaba un afrodisíaco a base de apio y ortiga blanca, de resultado sorprendente...
A la hija del hortelano de la Lima, que le daban vahídos y andaba con la color quebrada, le diagnosticó el embarazo y planificó el aborto; pero el novio no aprobó el procedimiento y lo persiguió a punta de navaja, provocándole una nueva peregrinación por las Castillas. Seguramente entonces fue cuando le reconocieron en Candanchú con un silbato y una gorrilla de guardacoches, un día infernal de nieves.
Últimamente le habían conseguido una pensión por débil mental, y parecía más serenado. Tenía montada en el corral de su casa, bajo un olivo centenario, una academia para enseñar a leer y escribir a los jornaleros que precisaban el carnet de conducir motocicletas. Además, les explicaba el código de circulación y las señales de tráfico, por el mismo precio y en amigable compañía, amenizada la docencia, con la botella de tinto con canillero y el plato de altramuces.
Y murió la madre, esa pobre vieja toda su vida esperando a su hijo Jiménez Tonterías, con los recursos que le proporcionaba una pensión que en los pueblos llaman "la vejez". Y apareció, como llovido del cielo, el hijo, que la entierra y vende la casita con su patio de pizarras y su olivo retorcido, en cien mil pesetas. Después toma el tren, con unos pantaloncillos claros y una maleta de cartón.
A los diez días otra comunicación al juzgado; a Jiménez Tonterías lo había matado la carretilla de los equipajes en el aeropuerto de palma de Mallorca.
De la faltriquera que ceñía bajo la ropa, le contaron noventa mil pesetas.
<< ANTERIOR
SIGUIENTE >>

0 Comentarios

7) OLIVEROS

6/3/2021

0 Comentarios

 
Imagen
Imagen
El rastro ya no era tan claro... pero seguía el goteo. A mí me daba igual, no tenía prisa, ¡iya parará! Que no me barrunte y así también descansará y cuando de nuevo, recuperado quiera huir, en la bajada le ahogará la sangre o se vaciará por el portillo de la bala.
Quintín y el cuñado creen que la huella que les marca su perrilla es la buena, ¡vaya unos cazadores! No saben que la podenca en este caso debe soltar la ladra como a una res y lo que está haciendo es latir a conejos. ¡Están cazando todos los días con ella y todavía no entienden lo que les dice el animal!
No es torpe el Peine, pero ya no puede con la barriga y como le acompaña la niña y el novio, no querrá dejarlos solos en el mohedal. Se han traído un largomira, machetes, cantimplora, la máquina de retratos... ¡qué sé yo! Por los avíos, parece como si fuésemos a topar con un búfalo cafre.
¡¡Aquí se ha echado!! Ha bebido y se revolcó en el pasto, debe estar muy debilitado, pero sabe Dios hasta donde nos llevará en la angustia de la muerte, porque él sabe que darle alcance es para meterle las cinco postas en el codillo.
No era natural, no podía ser... con la perruna de la mañana y el segundillo a la puesta de sol, no se cría el unto ni luce el pelo que tiene Oliveros. Yo siempre recelé que tenía mejor dornajo, pero como en mi casa no faltaba nada, ¡siga la gallinita con su pepita!
Y el Francisquito como una matraca: ¿Oye Colorao, a ti te han faltado borregos?... Colorao, ¿no te faltan borregos? ¿Te faltan borregos? Oye Colorao...
Yo sé que tiene más ovejas, mejor cortijo y sobre todo una hermosa mujer que no se la merece, ¡lo que hace el dinero! Pero conmigo siempre anda con las orejas de punta desde el pleito que mantuvimos por aquel cochino que daba como suyo y estaba en mi zahúrda.
Por aquella rehoya irá desgalgado y escupiendo los bofes con tal de llegar el primero y rematarle por su mano. ¡Es una agonía!
¡Y Oliveros un león! Sin carlanca hizo cara más de una vez al lobo y causaba respeto su vozarrón en la noche… Pero se ha maleado.
¡Si no me hubiera causado daño... Estas cosas tienen difícil arreglo, pero lo hubiera intentado. Quizás amarrándolo y echándole una pelleja fresca y cuando la mordiera, arrearle buenas palizas... pero ya saltó la barda y perdió mi confianza.
¡Mira Francisquito, llevas razón, es mi perro el que se come los borregos! Esto tuve que decirle porque sabía que este tío urraca me denunciaba y además el mastín había mordido mi propia carne. Dos chivos me mataron una noche.
​
Luego, para qué hablar del tira y afloja que sostuvimos; según sus cuentas, Oliveros se comió en la paridera más borregos que tiene la cabaña de Badajoz. Al final nos arreglamos, yo le di el carnero viejo y me comprometí a matar al felón. Pero no tuve a mano un alambre para ahorcarlo y le solté un escopetazo como para doblar a un elefante... ¡qué correa tiene este bicho! Dio un aullido y se perdió en el jaral.
​Y como sé que Francisquito no quedó 
satisfecho con el remate del trato, por eso fui a verlo, para que entre los vecinos se organizara la búsqueda y dejar clara mi situación.
¡Ya se arrastra y está más cerca!, lo voy a tropezar echado detrás de cualquier charneca. Le daré el tiro de gracia y llamaré a esta partida de retratistas, porque esto es un bando de retratistas, y que vean muerto a este asqueroso bicho que me ha costado tanto dinero y disgustos.
Como maliciaba el Peine ha perdido a la pareja de novios, estarán haciendo fotografías, y viene para acá rompiendo el monte como un jabalí.
¿Y Quintín con su cuñado? ¿Qué andadas acecharán? ¡Si hubieran tenido que dar con el perro estos cazadores de escopetas nuevas y aparejos bonitos...!
Oliveros se empicó a comerse las parias y seguramente seguiría a la oveja parturienta con este fin; después tropezaría con algún mal parto y embaularía al feto y al final metería mano a todo morro de ombligo crudo. Así tuvo que ser. ¡¡¡Allí está!!! Él me ha visto también y quiere levantarse. Le cortaré el revesino, que no quiero andar más ni que caiga la tarde y se pierda en la oscuridad.
¡Te ha llegado tu hora, cuatrero!, le dije mientras le apuntaba y él me camelaba moviendo el rabo como si nada hubiese ocurrido. No se quejó. Y me senté junto al enorme cadáver a la espera de los otros batidores, que advertidos por el disparo y según convinimos, marcaría el lugar de reunión.
Quién primero acudió fue la podenca de Quintín y después, sudorosos y quebrantados los pies, todos, uno tras otro incluyendo la pareja de novios.
Este es el momento, pensé mientras se iban derrumbando en el suelo buscando el descanso.
"Francisquito, ya has visto que he cumplido mi palabra. Te he pagado los daños que te hizo el perro con mi mejor carnero, y como te prometí, ya no volverá a molestar al ganado, pero mis ovejas se han quedado sin protección, así es, que delante de estos señores yo te pido por favor que me des uno de tus cachorros". Como esperaba, todos apoyaron calurosamente mi bermejía y Francisquito accedió rebudiando como un castrón. ¡¡Tuyo es el verdugo de la mastina rubia!!
¡Ande Colorao, póngase al lado del perro que le voy a sacar una fotografía!
¡Parece un lobo! Dijo la niña del peine.
Y cogí a Oliveros que aún estaba caliente emplazándole con la intención de que se viera bien el rabo, al que de pequeño le corté al macho para que las moscas le tuvieran en las siestas alerta, hasta la cabeza con las orejas despuntadas para que en las noches de agua no tapara los oídos y se durmiera.
Estaba esperando el retrato, cuando noté algo raro. Aquel animal estaba vivo todavía...lo iba a soltar cuando hizo una cosa chocante. Abrió un ojo, movió ligeramente la cola y me lamió la mano, ¡¡Qué correa tenía este Oliveros!!

<< ANTERIOR
SIGUIENTE >>

0 Comentarios

6) EL RETRATISTA Y EL ARRIERO

5/3/2021

0 Comentarios

 
Imagen
Imagen
Cuando las cédulas personales pasaron a mejor vida, su hijo natural, el documento nacional de identidad, conmocionó a nuestros pueblos.
Hubimos de guardar cola para rellenar los impresos ante unos policías secretos que solo en las películas americanas habíamos visto. Nos tomaron a los honrados por primera vez las huellas digitales y nos tuvimos que retratar.
Todos estos datos y declarar nuestra verdadera edad, fue en más de una persona dura prueba.
Había pueblos que no tenían fotógrafos, muchas señoras mayores no estaban dispuestas a la impúdica difusión de la fecha de nacimiento; y a retratarse, ¡¡ni muertas!!
No había tampoco por Sierra Morena peluquería de señoras; lo más, peinadoras a domicilio para aquella que no sabía hacerse el moño, o para adobar a alguna pelirrata precisada de cumplir en un velatorio.
Ante todos estos inconvenientes, hombres de empresa y larga visión comercial que en las plazas de pueblos mayores venían vegetando con la foto al minuto, olfatearon negocio.
Ya no era la imagen del soldado, la boda o la primera comunión, sino la temporada larga de ingresos constantes de todos los mayores de edad, posando en idéntica postura.
Decía Lemos, y llevaba razón, que este tipo de retrato denigraba al artista, al privarle de recursos (léase posturas, luces, macetas...).
Claro que este hombre no era uno más entre los retratistas. Solo en su indumentaria podría confundirse con cualquier otro.
Alto, vareado, cano y limpio. Pasaría de los setenta y siempre en la brecha con su sobretodo de hábito de San Antonio y su máquina. Esta merece descripción.
Tenía forma de caja de zapatos con ribetes de zinc, limitada al frente por una trompetilla color ala de mosca con tapadera de goma. La apertura de este objetivo era manual y a ojo el cálculo del tiempo de exposición. En la parte opuesta, había una boquilla más corta, de cuyos aledaños partía como una talega de pana lisa y negra, dentro de la cual pasaba nuestro buen hombre, con la cabeza y manos metidas, luengos tiempos en mágicas maniobras.
​Los laterales de este artefacto estaban adornados con una selección de sus mejores obras...muchachas de recientísimas permanentes escaroladas, rudos varones de entrecejo corrido, abrochado botón sobre la nuez y pálidas frentes sobre renegridas mejillas, como secuelas de gorras de visera.
Hizo las mejores fotografías de todos estos
 pueblos y la mayoría de las utilizadas en los documentos nacionales de identificación.
Pero, las cosas como son, se le atribuye un fracaso; lo voy a contar porque uno solo en tan dilatada vida profesional, a nadie puede ofender.
EI Chico Pinante era un buen arriero de media estatura y gruesa tripa trabada con una larga faja negra de flecos, la que terciaba con una vara de adelfa. No le faltaba un sombrero de ala ancha y el colillón ensalivado.
Cierto día coincidieron a la puerta de una tasca en las afueras. Lemos con su máquina en eterna actividad y el Chico a pegarse un "trancazo" de mosto.
Le insistió el fotógrafo al arriero en la necesidad de hacerse el carnet, hasta conseguir su objetivo: la fotografía.
Sentóle contra la blanca pared de la taberna y lo descubrió no sin esfuerzo, dejando el sombrero en el respaldo de la silla junto con la vara.
De inmediato, comenzó Lemos sus ceremonias y ritos. Inmerso de cabeza y manos en la talega en febril "hojarasqueo", quizá se alargaba en preámbulos.
Esperaba el Chico con curiosidad el resultado, que también se demoraba.
Lemos bañaba la cartulina en la lata del revelador con gran nerviosismo, hasta que, apremiado por el arriero, hubo de confesar que no entendía lo ocurrido.
Presentaba una fotografía de gran nitidez como todas las suyas, en la que la silla, la vara y el sombrero, querían hablar, pero del Chico Pinante, ni rastro.
¡¡No lo entiendo!!, ¡¡No lo entiendo!! Debe ser radioactividad, balbuceaba.
Es tonto aclarar que el Chico, seco como un esparto, en esos momentos de abstracción del artista, había entrado a tornarse el mosto, coincidiendo su vuelta y nueva sentada con la parte final del ritual.
A nadie que lo conoció puede sorprender esta reacción del arriero, pues de expedito y directo, amén de sus asnos, muchos lo habían comprobado.
Y si no pregunten en el juzgado. Allí desconcertó hasta al Magistrado en aquella sentencia que, por daños de sus jumentos, dictaminó el juez que indemnizara con veinte pesetas. Nuestro hombre, sin perder el respeto, se acercó al estrado dispuesto al trato y rebaja de la cuantía, y descolgando una colilla de la oreja espetó a su Señoría:

​- ¡Veinte pejeta...!, ¡echa pa cá candela!, ¡¡veinte pejeta!!
<< ANTERIOR
SIGUIENTE >>

0 Comentarios

5) EL HUERTO DE DOMINGO

4/3/2021

0 Comentarios

 
Imagen
Imagen
No andaba muy sobrado de salud y con el ánimo quebrado por la convalecencia.
La paz que comunicaba una sola cigüeña planeando en un azul infinito, tenía en mí mucho parecido con el cansancio. Despacio y titubeando, como por casualidad, endilgué mis pasos por aquel callejón en el que las casas se van haciendo más bajitas, los ventanucos más estrechos y las tapias de los corrales degeneran en alambres de cercados.
Por allí deja sitio en su ojo, para que pase el arroyo, un puentecillo antiguo, que llaman por este favor el del Arroyo Hondo, y donde una sucia cloaca envilece a los álamos y almendros de sus orillas. Después el Arroyo Hondo se hace más hondo, y se emboza de carrizos, hediondos y algún cañaveral, hasta unirse en el cordel de ganado, al hoy regato de la Arrolava, que hace años fue "arroyo de lavar".
Pido disculpas al lector y le ruego retorne conmigo al primer puente, pues con estas disquisiciones he trasconejado el sendero del huerto.
Y volviendo a éste, allí también entre unos olivos, a los que el viento al volver sus hojas las hace parecer un banco de alevines en un mar trasparente, verdeguea el huerto de Domingo.
No llega a huerta; es un huertecillo en varios niveles con un cultivo desordenado, donde el té invade a los pimientos y el guindo ahoga en su sombra a los alcauciles.
A la casilla se llega por una estrecha vereda de finísimo polvo rojo, que se ensancha y apelmaza en una plazoleta ante la puerta, y se barre y riega al atardecer. La habitación se compone de tres piezas con dos ventanas, casi troneras, en la que el hogar encalado se topa a la entrada. Un espeso naranjo da sombra a la jaula del cardelina, al que hurtan el alpiste los gorriones, y la alberca que se nutre de un chorrillo cantarín, vierte la rebosadura en una media tinaja, ruina de alguna tarazana.
Yo no conocí a Domingo, pensaba al retreparme en el borde de la pila de lavar..., murió hace tantos años, que ya nadie lo recuerda; pero sí a Frasco, a Frasco el albañil y a su mujer la Tomasa.
Era una pareja sin hijos; él, mazonero de chapuzas y desconchados con retorcido bigote canoso, acrecía sus ingresos con las verduras del huerto, y tanto en una actividad como en la otra, andaba siempre achispado de aguardiente y jocoso de carácter,
En los días de huelga, de los que gozaba en abundancia, hacía el trueque de la gorrilla de alarife por el sombrero calañés, y a la pobre Tomasa la traía siempre sofocada por sus abundantes libaciones y prolongadas siestas. Más de una vez le había amenazado con frases como: ¡¡Algún día voy a hacer un disparate!!, ¡¡Me vas a enterrar!!... A lo que el bigotudo Frasco contestaba indefectiblemente al desplomarse en la cama: ¡Para cavar un agujero estoy yo ahora!
En una ocasión en que el compadrazgo del anís y el vino le produjo grave avería, regresaba Frasco al huerto con el sol declinando. En vano intentaba centrarse en la vereda que se le escapaba y de lejos clamaba a la Tomasa para que le auxiliara en la arribada y en el descalzarse.
​
Como la consorte no acudiera a su reclamo, se dirigió a la alberca con la idea de refrescar el semblante y en el pretil dar una culada, ¡¡Nunca la hubiera hecho! Horripilado, descubrió tendida en el fondo a una mujer 
vestida y completamente inmóvil.
La impresión le limpió los vapores alcohólicos y le trajo a la memoria las amenazas de su Tomasa.

Notándose próximo al insulto, corrió hacia el pueblo al grito herido de ¡¡la he matado!!, ¡¡la he matado!!..., y en ese puentecillo, el del Arroyo Hondo, al espanto le suplió el horror al dar de hocicos con su mujer, que venía en sentido contrario, reservada de los últimos rayos de sol por un paraguas.
Mucho tiempo tardó Frasco en reponerse de estas emociones, pues efectivamente en el agua del estanque había una mujer ahogada; era la Muda, una pobre lavandera del lugar que resbaló del brocal al sacar un balde para su colada.
Abandonó la bebida nuestro albañil que quedó tristón, y brotó la alegría en el rostro de la Tomasa como si se hubiera practicado un trasvase; pero Frasco ya duró poco; por ironía del destino fue Tomasa la que le dio tierra.
Hubo otros inquilinos del huerto, a cuyo recuerdo hoy se me niega la cabeza, anteriores a los actuales: Los Ponys.
El pueblo llano y soberano, cruel y certero, los apoda así por su escasa estatura. Desde luego son originales sus tipos y sorprendentes sus hábitos.
Han debido ir al pueblo, y desde mi poyete, observo la vivienda abierta registrada por las gallinas, la máquina de coser con el vientre al sol y de la ventana amarrado, un cachorro de podenco flaco y de ademanes pelotillero.
A pesar de mi estado de ánimo, al enjuiciarlos para mis adentros, me sorprendí una sonrisa.
Es el pater familias de media talla y rientes ojos claros, tras los que se oculta un miembro de la legión francesa, sargento en Indo-China.
Bueno; es padre de la mitad de la progenie, porque ella, la Pony, es viuda con cuatro vástagos del primer marido; los otros cinco son producto de su actual hombre con el que no está casada, para eternizar la pensión del primero.
De gruesas posaderas y rotundas mamas encuadradas en menos de vara y media de cuerpo, se place ella. Bizcos los ojos de garduña y peluda de patillas y bigote, lo recalca, cuando luce una camisa de baloncesto con unas axilas sin control.
Los días de cobro hacen su entrada en el pueblo en un disparatado multicolor de atuendos.
peregrinan gregarios de taberna en taberna, con una extraña solicitud por satisfacer los caprichos de los críos; beben todos sin distingos de edad cervezas y vinos, y no es extraño ver y oír a la Pony madre, arrancarse por fandangos de Lucena (que por cierto lo hace muy bien), jaleada por el legionario consorte y la prole de ambas sangres.
De madrugada se retiran al Huerto de Domingo, vacilante el Pony padre, exultante la Pony madre, los mayores empujando la moto donde van dormidos a caballo dos o tres infantes y otro, el más pequeño, en brazos de la hija mayor a la que auxilia solícito el novio.
Todos ellos aún dormidos, conservan en las bocas los palillos de dientes de las tapas, sistema de justo control y equitativo reparto de los beneficios, aplicado por la madre y que los asemeja a graciosos acericos.
Me notaba más tonificado ¿Serían los recuerdos? ¿Acaso el paseo? Me
gustaría ir otro día a la Viña del Cura...pero está tan lejos...También tiene mucho que recordar.
<< ANTERIOR
SIGUIENTE >>

0 Comentarios

4) PATO ZAPATO

3/3/2021

0 Comentarios

 
Imagen
Imagen
Porque no me viesen llorar
ayer tarde bajé al rio
y ¡¡tanto y tanto lloré!!
que sus aguas igual que el mar
mis lágrimas salaron
y no se podían beber.

 
Hay unos helechos muy tupidos al mismo borde del arroyo, en un sitio que llaman el Charco de la Piedra; allí estaba yo embeleñado.
Al mismo pie jugueteaba en el agua mi pato. Decía mi padre que era un capricho tonto el mantener a este animal y seguramente disculparía mi madre llorosa: ¡¡Para el tiempo que va a vivir!!
¡Se creían ellos que yo no estaba percatado! Los tísicos son caminantes de veredas cortas, me dijo el capador cuando vino a castrar el guarro; y yo estaba tísico.
Poco apetito, menos carnes y las calenturas por las tardes. Así es que como andaba tristón y ético, nadie me encomendaba trabajo y me pasaba los días en largas siestas, o perezoso, arrastrando los huesos regajo arriba y abajo, con un pato pequeño que cambié en el pueblo por un manojo de orégano. Me gustaba echarme en la frescura de aquel lugar, hacer recuento de mis amargos dieciocho años y, sobre todo, vigilar por las mañanas la casa del guarda que estaba aguas arriba, de la que bajaba a lavar la guardesa y siempre se arremangaba la bata para hacer lo mismo con su rollizo cuerpo. ¡A lo mejor si yo le hubiera dicho algo...! ¿Quién sabe?; pero se me adelantó "El Chato".
Yo les veía muchas veces revolcarse bajo el fresno gordo y, ¡¡cómo se abrazaban, Dios mío!!

"El Chato" era un chulo, chulo y fanfarrón. ¡Más vale que atendiera a su familia y en particular a su mujer, que tampoco andaba la pobre buena del corazón!
La guardesa no es que fuera mala, yo la veía como una mujer con mucha fuerza y el marido no podía con los pantalones. Pero no debió aceptar a 
"El Chato" que es un chulo y presume de matón. Siempre con la escopeta…, es un furtivo que hiere mucho y cobra poco, No debía esa mujer hacer eso con ese matachín, pues su marido es bueno…, pero no vale para nada...
Estas cosas medio trasoñaba cuando me despabiló con sobresalto el estampido del tiro, que fue casi a quemarropa.
Mi pato que tan dulce acudía por su nombre, Pato Zapato, que tenía poca más carne que una tórtola y algo menos que yo, se trocó en un puñado de plumas con sangre que arrastraba la corriente.
En la orilla opuesta,
"El Chato" soplaba el humo del cañón de su escopeta y me decía riendo el mal negocio que había hecho, pues más valía el cartucho que la pieza y que los patos saben a sapos y cienos.
Él sabía que el pato era mío, además era blanco; lo que quería era cachondearse de mí.
Descompuesto atravesé la charca por las piedras y llorando como un niño lo insulté, lo increpé, lo maldije a él y a toda su ralea, como no me creí capaz ante un hombre tan fuerte. Pero el criminal, sin prestarme atención, reía mientras se guardaba en el zurrón la cacería.
Perdido el control recurrí, por hacerle algún daño, a amenazarle con denunciar al guarda dónde se veía con su mujer.
Ahí su risa paró y con su tremendo brazo izquierdo me sujetó, abofeteándome con la mano derecha; la que tiene desfigurada por el reventón de un escopetucho.
"¡Óyeme, espía, soplón, alcahuete; si haces eso te curo la endeblez con todos los perdigones que llevo en la canana!", me dijo al tiempo que con una sacudida me hacía rodar entre aguas y guijarros.
El golpe, la ira y la humillación me nublaron la vista y el entendimiento.
Cuando intentaba levantarme, y él se colocaba la escopeta sobre el hombro, con el dedo extendido hacia mí y el ceño bestial, repitió: "no lo olvides maricón, procura cerrar el pico, que te hablo en serio". Y le echó ante 
mis narices lo que restaba de mi Pato Zapato a un perro garabito y hambrón que le seguía. ​
No sé de dónde saqué la fuerza y el valor; lo cierto es que cuando se volvía, con un ripio de buen tamaño que a mis manos estaba, le alcancé en la cabeza sobre la oreja, que sonó como la trompada de dos carneros.
Azogado por el pánico, lo vi derrumbarse de bruces sobre el arroyo y quedar con la cabeza sumergida en el agua. Como le notara moverse y hacer intención de respirar, salté sobre sus hombros y con otro matacán le volví a dar en la calavera y me senté sobre su nuca hasta que dejó de hacer gorgoritas,

​Mientras todo esto hacía, recordaba y me identificaba con un grabado de mi enciclopedia, en el que David decapitaba a Goliat con una sonrisa angélica. Luego corté una caña de la orilla con la que hice un canuto, se la metí en la boca y le soplé más de cien buches de agua por el garguero, para que el juez y la guardia civil no dudaran que se había ahogado y quitaran importancia a las pedradas.
…El porquero lo encontró a la tarde siguiente cuando los cochinos ya tiraban de su cuerpo; …y todo el mundo sabe que murió ahogado tontamente cuando iba de cacería. "El Chato" murió ahogado en la pasada del Charco de la Piedra por resbalar y golpearse la cabeza quedando traspuesto; algo parecido a lo que le pasó a Espárrago, porque así puede acabar un hombre fuerte en la bañera de un niño.
…Y siguió otro año la guardesa levantándose la ropa para lavarse bajo el aliso; y yo, acechando entre los helechos dudando siempre el momento de "echarle los tejos".
Yo lo comprendo, tanto esperé, tanto vacilé, que se me adelantó el arriero, Bautista, ese que siempre va cantando en el burro montado a la mujeriega.
Cuando le oía tararear por el camino, me iba a la escucha y desde allí lo veía trabar el burro bajo el fresno y llamar a la guardesa con un rebuzno de gran propiedad, a la que acudía esta como una perra salida.
Muchas veces los aceché, y cuando me quise dar cuenta, odiaba más al bullanguero Bautista que a "El Chato", que en paz descanse.
Una mañana le falló el reclamo al burrero; a su rebuzno salió el marido y el alegre burlador, al que tenía que reconocer le sobraban recursos, salvó la situación sacando un trasmallo del aparejo de su bestia y simulando pescar.
Advirtiéndolo así distraído, me acerqué despacio sin propósito definido y allí en la corriente, con los pantalones remangados, canturreaba Bautista mientras pescaba, sin perder de vista al guarda que trasponía con el caballo.
Al verle gacho y suponer que no me había visto, no sé qué me entró; cogí un rebollo y cuando le iba a dar en la chola, se volvió riendo con un pez en la mano y me dijo: "toma muchacho esta boga y dile a tu madre que te la adobe, a ver si te muda el pelo y echas la ruina fuera"; y siguió encachado calando la red.
Fui a darle otra vez... pero... ¿no serían muchos ahogados en el mismo sitio?
Mientras esto pensaba, el arriero seguía de espaldas en cuclillas con las manos en el agua y con un fandango entre dientes.
Si lo hiciera, la justicia sospecharía del marido y no de mí y si fuere necesario, para defenderme yo cantaría lo que veía". !!!Ahora es¡¡¡ pensé al voltear el brazo y... fue entonces cuando rebuznó el burro, que no el burrero; y se parecían tanto, que la guardesa abrió su puerta encaminándose con un cubo al regajo, y Bautista riendo le fue al encuentro. Yo quedé de piedra.
Todo esto lo recuerdo desde el sanatorio, ya no me puedo mover de la cama; como adivino que el fin está muy cerca, pensé contarlo todo, pero no, no se lo digo a nadie porque me he dado cuenta que yo no ahogué al matón de "El Chato" que en gloria esté, por lo que hizo a mi pato, porque a Bautista el arriero le libró un rebuzno y me había dado un pez.
Los hubiera ahogado a los dos, ¡ya lo creo!, pero la culpa, ahora lo comprendo, la tenía la guardesa. Que no era mala, lo que pasaba era que el marido era un calzonazos.
 ​
<< ANTERIOR
SIGUIENTE >>

0 Comentarios

3) TORMENTAS

2/3/2021

0 Comentarios

 
Imagen
Imagen
Como cuando se raja un costal, por el sonido; y por el olor, el azufrado que dicen es patrimonio del ángel malo, así me entró por los sentidos. Porque la luz no la vi, que me cegó el blao, y el resto de mis facultades las dediqué a ponerme a bien con Dios, seguro de la inminencia del tránsito.
¡¡¡Qué tormenta, Virgen del Espino!!!
De la encina, bajo la que sesteaban cien borregos, no quedaban más que pedazos humeantes a cincuenta varas y de mí, mejor no hablar; pues no quedé para recibo. Desde entonces, cuando suena un trueno, las secreciones, unas se me engalgan y otras se me aguijan.
Aún andaba traspuesto, y ya se me presentaban los recuerdos de aquel factor de los ferrocarriles, al que el rayo aprovechó que hablaba por el teléfono para colársele por la oreja, como un mal zumbido.
Seguía más turbio que las aguas del regajo y traía a mientes a esa lancha que todos llaman la piedra del rayo, que no anda lejos y de la que a la primera nube, todos huyen ¡¡por algo será!!... y muchas más razones para temerlas se me iban ocurriendo…
...En las dehesas las vacas y las yeguas, las noches de tempestad en las que los lobos acompañan a las centellas, se rodean en un collado con las testuces frente al peligro y tras las ancas las crías, mientras los sementales patrullan alrededor.
Contaba un viejo vaquero de la Jarosa, que de su padre y de su abuelo había sabido, que las "lobadas" amenazan esas noches cargadas de electricidad para que el ganado adoptara estas defensas, sabedoras de la atracción que ejerce sobre el rayo el bosque de cuernas reunidas en un altor.
Este lo acreditaba, narrando la mañana que descubrió catorce vacas muertas en círculo, mordidas solo algunas en la tripa del cagalar.
Porque es conocido que estas carnes no son "aprovechables con satisfacción ni por los carniceros silvestres; la sangre se hace un taco en las venas y la orina en la vejiga se cristaliza. Hasta la madera del árbol herido se corta mal; no sirve para labrarla y en el boliche se rebela no transformándose en carbón, y quedando siempre tizo…
Cuando cayó la exhalación en el transformador del callejón de la luz, no derivó a tierra como era de esperar, sino que salió a la calle reventando el alojamiento de un contador de agua; se paseó sin daño calle abajo entre las piernas de varias mujeres que ni vieron el meteoro en forma de melón azul y se perdió en la fragua. Tan solo aulló un perro…
Don Hilario quiso hacer un palomar en la Umbría del Aliso y lo situaron en la cumbre 
que mira hacia el Parroso. Ya estaba arrimada la piedra, y para protegerse los albañiles del sol y de las tormentas de Mayo, habían fabricado un chozo con techo de monte.
Aquel día revisaba Severo el encargado, con Lucas el maestro albañil, las obras; cuando surgió casi de repente una pequeña nube que no llegaba a tapar el sol, y que soltaba goterones como huevos.
​Severo, Lucas y el guarda buscaron abrigo en el chamizo, y aún liaban el cigarro cuando entró el centellón por el pináculo de la chaparrera, tomando tierra en Severo y encendiendo las retamas y tamujos del techo.
Lucas y el guarda también pudieron morir abrasados, el cabrero que acudió al fuego y los sacó por los chamuscados; a ellos dos y al muerto.
También allí barruntaron los animales la muerte y alertaron al cabrero, que solo oyó el trueno; pero las cabras se le desmadraron extrañamente.
Allí quedó la ruina del palomar, después don Hilario seguramente consideró desafortunada la colocación de la primera piedra...
En cambio, el burro del bizco Cepeda ni se enteró cuando a su jinete le entró la centella por la aguja de coser de los sacos que siempre llevaba pinchada en el sombrero.
Se desplomó de la cabalgadura, y el asno, que era poco diligente, allí se quedó clavado hasta que llegó el juez y se lo llevaron a la cuadra.
Dicen algunos que a consecuencia de este accidente perdió todas las muelas y acabó en el matadero; otros lo niegan y se lo achacaron a los años...
Y como siempre surge el milagro; y para triste ironía, se realiza en el tuerto; y lo que es el destino, todo fue porque se le gastó la piedra del mechero, porque si hubiera encendido el cigarro, no se habría acercado a la casa del pastor a pedir candela, ni la mujer le hubiera dicho que si quería una latilla de café, ni se hubiera sentado en la chimenea.
Como estaba lloviendo, calzaba unas botas de goma, y con la tercerola entre las piernas, sentado sobre un corcho, le sorprendió el rayo que bajó por la chimenea y tomó el cañón de la carabina por el punto de mira y salió por la culata.
La suerte le ayudó más, tenía el arma sujeta por la caja, que como madera ardió y el resto de los hierros se fundieron.
Él quedó trastornado y con quemaduras, lo llevaron al hospital, se repuso y por ahí anda...; anda y mal. El rayo le varió la condición; como al árbol, le estropeó la madera.
Todavía no he visto el juicio; porque entre el tuerto y su hijo mataron a Emilito el de los Conejos una mañana de cacería.
<< ANTERIOR
SIGUIENTE >>

0 Comentarios

2) CHARLA DE CAFE

1/3/2021

0 Comentarios

 
Imagen
Imagen
"Yo no he hecho más que trabajar, mire Vd." Fuimos ocho hermanos y con el tiempo, cinco fueron buenos y tres malos.
Mi padre, que llevaba arrendado Candelero, allí nos crió y nos enseñó los oficios del campo, y mi madre con mis hermanas, llevaba la casa y arreglaban la ropa de los siete gañanes que nos juntábamos.
Cocían el pan, hacían los quesos y todavía les restaba tiempo para tener macetas y flores.
Desde el más chico, Joselín, que era el cabrero, hasta el mayor, Carmelo, que sabía de cuentas, todo el trabajo estaba repartido y administrado por el viejo sin una disputa.
En el invierno todos sentados a la lumbre, y en el verano al sereno.
Estas cosas me barbotaba mi amigo Antonio el de Candelero, como todo el mundo le decía, con media tagarnina en la boca y derramando el café con los giros de la cucharilla.
Esta mañana lo encontré aliquebrado, por primera vez descubrí algo de chepa en sus cuadradas espaldas del siglo pasado.
Cuando murió mi padre, que era un hombre de mucho valer, podíamos haber comprado la finca, pero se casaron las hembras, Paco se fue al pueblo y tuvimos que desgraciarlo todo, desde el ganado hasta los aperos. Y aunque parecía que teníamos algo, al repartirlo, fuimos pobres.
Carmelo, Manuel y yo nos quedamos en arrendamiento con Garrapanes y allí nos casamos, nos hicimos de unas ovejas y ayudados por las labores, que no salieron malas, de nuevo entre los tres levantamos nuestras casas.
Porque mire Vd. ¡si nosotros no hemos hecho otra cosa más que trabajar!
Carmelo se encargaba de las vacas, Manuel de las ovejas, yo con los cochinos; y las siembras entre los tres. De los bichos había escogido llevar cada uno lo que más le gustaba; así no había disgustos.
Había regado la mesa con el café, gastado media caja de cerillas y se había comido del purillo, que no era cárdena. Se colocó otra media breva en la boca, sacudió la ceniza del pecho y sin darme respiro, siguió: "Mire usted, en el año veintiocho me ofreció el señorito la finca con muchas facilidades y, sabe usted lo primero que hice?, reunir a mis hermanos y a mis cuñados para comprarla entre todos.
¡Si sería inocente!
Unos por miedo, otros por perros, porque todo hay que decirlo; y otros por las mujeres que no querían más que pueblo, me dejaron solo.
Me estreché para hacerlo con Carmelo y Manuel, pero ya no había avenencia entre nuestras compañeras, ¡las mujeres son las mujeres!
Había habido disgustos entre ellas, porque nosotros no tuvimos ni un s¡, ni un no.
Partimos de nuevo y empecé a pagar y a llenar el cortijo de chiquillos".
Aquí se le revinieron los ojos y le temblequeó el mentón. Hizo un silencio, encendió y chupó el puro y quedó repicando la mesa con los dedos.
Yo supuse la charla por terminada; pedí la cuenta de los cafés y me aprestaba a levantarme, cuando me puso una mano en la rodilla y me dijo:
" ¡¡ Los hijos, que desengaño!! No haga usted nunca lo que yo. Todo lo repartí, hasta mi casa, y ahora en todas partes estorbo...
El dieciocho de Julio me cogió en Sevilla porque fui a pagarle a D. Enrique el último plazo de la finca y, cómo estarían las cosas, que a pocas me tengo que traer el dinero de vuelta, porque no me abrían el portón.
A mí me apreciaban él y la señora, porque sabían que era honrado.
Nunca me ha importado quitarme la gorra para saludar a un señor; ellos también se quitan el sombrero y además a eso me enseñó mi padre, a tener educación...
Cuando haya posibilidad de salir a la calle, tendrá usted la escritura, me dijo al rematar las cuentas. 
Y cuando creí que la finca era mía y que nadie me la podía quitar porque tenía 
los papeles, me dijeron en el Ayuntamiento que todos los bienes eran “del pueblo".
Como antes se humedecieron, ahora sus ojos se secaron, y dos arrugas serias le corrieron de los pómulos a las comisuras de la boca. Estaba viviendo aquel momento de animal acorralado, pero sólo fue un instante; Volvió a reír y siguió.
​
"La política es un veneno malo, mis tres hermanos que eran tres pedazos de pan, que se habían comido a lo bobo lo que les correspondió en la herencia de nuestro padre, ¡porque ya lo sabe usted!, unos salen maestros y otros nunca sirven para nada, y que arrastrados por mis cuñados no salían de los sindicatos si no era para entrar en la taberna, se avergonzaban de nosotros que rara vez aparecíamos por el pueblo, y nos llamaban carcas.
Ellos eran los buenos y nosotros los malos... En una ocasión que nos asignaron tres obreros forzosos, pedí que fueran cinco y nos mandaran a mis hermanos y cuñados, que estaban parados.
A esto respondieron que preferían ir con otro que fuera menos explotador del obrero. Y así, humillado, perseguido, robado y amenazado andábamos en el campo procurando pasar desapercibidos.
Sólo iba al pueblo cuando se acababa el café y el tabaco…
...Y un día vinieron los soldados; corrió la sangre, los valientes se escondían y no se veía más que denuncias y venganzas".
Bueno Antonio; todo eso queda ya muy lejos, esa locura ya pasó. La gente que vivió esa tragedia casi ha desaparecido, hay una generación nueva... corté yo, intentando quitar hierro a sus emociones.
"Si me deja usted terminar... y, como le iba diciendo, entraron los soldados y mi hermano Manuel vino corriendo a por mí, pues nuestras hermanas estaban presas en Cazalla.
​Llegamos a tiempo los tres hermanos malos, de salvarles la vida; pero ya las habían humillado con el pelado. Todos los varones de la familia, excepto nosotros tres, habían huido, y a las cinco familias recogimos y protegimos.
Luego de casa en casa solicitando favores para que pudieran volver sin daño, y después, en los años del hambre, darles trabajo y comida para sus hijos.
Entonces fuimos buenos nosotros".
Bien Antonio, eso era de esperar en usted, y supongo que se habrán agradecido.
"¡Agradecido! Ahora le voy a completar.
De todo esto han pasado muchos años; algunos han muerto, otros emigraron a Barcelona y a mí me jubiló la mujer que se le trastornó la cabeza.
Vendí la finca, los ganados y la casa del pueblo... y repartí los dineros entre mis once hijos, que ninguno es del campo. ¿Si estaría loco?
Me quedó sólo la paguilla de obrero agrícola, y ayer, cuando comentaba en la taberna con otros viejos como yo, la miseria de pensión que nos había quedado, porque, ¡yo no he hecho más que trabajar!, uno de mis sobrinos, de los que di de comer y saqué adelante, me soltó a quemarropa, que demasiado me daba el gobierno, pues había sido un fascista esquirol de los señoritos y abusador de la ignorancia de mis hermanos, a los que robé el capital del abuelo.
Así lo soltó, de una vez.
No abrí el pico.
Otra vez somos tres malos y cinco buenos, pensé, pero no; ya han muerto cuatro: Manuel, Carmelo, Aurora y el chico Joselín; malo, sólo quedo yo.
Cogí la gorrilla y el bastón y me fui triste para la casa, pidiendo a la Providencia que todo siguiera como ahora y no volvieran los tiempos a convertirme en bueno; porque ya no tengo fuerzas para hacer lo mismo".
Yo también di por terminada la conversación con el pico cerrado.
​Porque... ¿qué se puede decir para rematar esta charla airosamente?
<< ANTERIOR
SIGUIENTE >>

0 Comentarios

1) YO QUERÍA PONER LA MANGANETA

28/2/2021

1 Comentario

 
Imagen
Imagen
Hay una fuente en el hornazo de la linde del olivar del Sabio, que llaman y no sé por qué, del Abuelo. Tanto se empobrece en el estiaje que solo llena un charquito y da verdor a unos juncos.
Allí se acerca el verderón, el arrendajo o la tórtola; la perdiz al lumbrar el día y la liebre al declinar la tarde.
Salta o se escurre del olivar a la dehesa, donde tengo yo un chozo, y he tapado los derrames encajonando el agua por un regatillo a la medida de mi garlito.
Hay una hora de camino; por eso mañana de madrugada, con la luna por candil y al frente una estrella que tiembla, apeonaré esa vereda de polvillo colorado que pasa por Armengol.
Igual me da atrapar una tórtola, una perdiz o un jilguerillo para enjaular; quizás lo que más aprecie es el andar por el garrotal entre los fantasmas de los olivos y las caras redondas de las chumberas.
Una corteza de pan y un cachillo de queso callarán el ruido de las tripas, que traiciona al silencio de la espera y alerta a los animales.
Me asomaré a la coquera del alcornoque donde tiene su nido el autillo, para sorprenderme una vez más con los ojos violetas de los pollos entre el blanco plumón de la cama. Después, ya dentro del chamizo, esperaré la luz del día y seré notario del relevo de la vida sigilosa de los animales de la noche, por los alegres y escandalosos del día.
Al mastín del Patronato, que durante el día no abandona la sombra de la higuera, le sobornaré con algún hueso de pollo, pues ya tengo comprobado que su celo le hace vigilar lo que no es suyo, y abandona al caminante.

Me han dicho que al Castaño han llevado ​
ganado bravo, y yo sé que a los sementales les place vaguear las noches de luna llena, pero es seguro que las reses dormirán en el cercado, pues entre los olivos este animal es dañino.
Iré con un largo sueño cumplido, para que, al amanecer, cuando el vientecillo se mueve, no se me crucen las pestañas, ni cabecee como un bobo.
En el zurrón como recado echaré los clavos de la red, el bocadillo, la cantimplora con agua fresca, y en el termo un buchito de café...
Estoy seguro que no tiraré de la red para coger un jilguerillo o y chamariz, porque me resisto a tenerlos enjaulados; la tórtola es un bocado muy fino, pero yo carezco de arrestos para matarla y en cautividad trae mara suerte; la perdiz es plato caro, pero con ella tenemos el mismo conflicto; ni la mato, ni la enjaulo, y si entrara una liebre, que Dios no lo quiera destrozaría mi red y escandalizaría al campo con su "berraqueo".
La cría de autillo ya será volantona y habrá abandonado el nido...
El perro del Patronato es un mal bicho y lo creo capaz de preferir mis nalgas a un hueso de pollo... y no quiero pensar en tropezar con un cornúpeta ramoneándome el chozo...
Sí; bien pudiera ocurrir, que entre lástimas, supersticiones y el acoso del mastín o la presencia de un astado, no haga cacería y salude al sol desde la cruz de una encina.
Definitivamente no voy a poner la red, y que levante otro el acta del relevo de la vida animal.
​

¡¡¡ Yo no voy a poner la manganeta a la Fuente del Abuelo!!!

<< ANTERIOR
SIGUIENTE >>

1 Comentario

Cuadernillos del Arca del Agua. INTRODUCIÓN y PRÓLOGO

27/2/2021

0 Comentarios

 
Imagen
Mientras no los olvidemos, permanecerán.
Tomás L. Chaves Antolín

​Mañana comenzamos la publicación de esta obra de Luis Odriozola que en su mayor parte, es desconocida para el público en general.
Supe de su existencia cuando uno de los relatos apareció publicado hace años en  la Revista de Feria de El Pedroso. Me fascinó.
​Mi hermana Mª de los Ángeles, alumna que fue de Trini Sáez, me habló de la existencia de muchos más y... pasó el tiempo, las visitas a mi pueblo se hicieron frecuentes, se creó la Asociación Cultural LA FUNDICIÓN de El Pedroso, lanzamos el proyecto del Centro de la Cultura Escuelas Nuevas y entre todos se consiguió llevarlo a cabo. La colaboración de muchos pedroseños aportando piezas, objetos y fotos de nuestro pasado fue esencial. Esto hizo que me volviera a encontrar con la familia Odriozola Sáez... en concreto con Jose Mari, amigo de mi hermano Salvador, compañeros de oficio y de pasiones por nuestra tierra y su historia. Y mucha ha sido la colaboración que desde entonces nos ha prestado. Pero, ¡Dios! como había crecido aquel niño. Creo que la vez anterior que hablé con él fue una noche de Reyes Magos cuando, tras la Cabalgata donde tuve el honor de encarnar a su majestad el Rey Melchor, le entregué los juguetes que con tantos avatares habían llegado desde el mismísimo Oriente. Bueno, a él y a sus hermanos. Pero a él en concreto lo tuve en brazos. Doy fe de la extraordinaria acogida que nos dieron sus padres Trini y Luis, agasajándonos con todo tipo de dulces y delicias variadas entre las que no faltó la copita de aguardiente de guindas. Como no podía ser de otra manera, el director de tan magno evento, Winoco Marín, dejó constancia fotográfica de lo que digo y ahí os dejo la prueba:
Imagen
Pues bien, ha sido José Mari, al que ya hemos podido leer en estas páginas, quien me facilitó este delicioso libro preñado de historias que conforman el cotidiano de una época, pero que Luis Odriozola llena de vida a través de sus personajes con quienes las reviviremos y que os invitamos a leer durante 125 días, tantos como relatos.
Nuestro infinito agradecimiento a Trini Sáez por autorizarnos a publicar estos "Cuadernillos del Arca del Agua" en CRÓNICASblog, y por propiciar que no se quedaran en apuntes dispersos o en la mente de su querido esposo Luis.
Sea en su memoria.
Breve semblanza de un escritor
Por José María Odriozola Sáez


​Tomás ha tenido la deferencia de pedirme una pequeña reseña sobre el autor de “Los Cuadernillos del Arca del Agua”. Cojo el guante advirtiendo mi parcialidad. Si difícil es prologar una obra ajena y bien escrita, la cosa se complica si esta es la de tu padre. 
Don Miguel de Cervantes decía que para componer historias y libros de cualquier suerte que sean, era menester un gran juicio y un maduro entendimiento y Luis Vives mantenía que todo escritor tenía antes que haber leído mucho, meditado, ensayado y corregido.
En “Los Cuadernillos del Arca del Agua” encontramos ecos de sus lecturas: de las de juventud, como Julio Verne, Rudyard Kipling, Emilio Salgari, y Mayne Reid. Y también las de madurez como Galdós, Menéndez Pidal, Ganivet, Unamuno y Marañón. Sin olvidar a la generación maldita (ideológicamente) de Foxá, Ridruejo, Víctor de la Serna, César Gonzalez-Ruano; todos dejaron algo...
La facilidad para escribir estos relatos, muchos de ellos casi a capela, era fruto de su inteligencia, sensibilidad y erudición. Aún me parece estar viéndole frente a su Olivetti consultando apuntes garabateados en servilletas sobre varios tomos del Espasa apilados junto a su sillón.
Aunaba a su capacidad creativa la virtud de saber escuchar y así, personajes como “El Pollo”, “Pepito el Vaquero”, “Pedrito Bulla” o “Burrita” se sentían cómodos para contarles a su manera su vida, esa que ellos creían que a nadie importaba y que sólo parecía interesarle a Luis.
Mi padre fue consciente muy pronto de la información valiosa que se perdía con el cambio generacional. Estos testigos, protagonistas de muchos de sus relatos le regalaron la suficiente información para poder condensar en la brevedad de sus relatos la intrahistoria de su pueblo, El Pedroso.       
Escribió poco y muy tarde, solo la insistencia de mi madre logró que muchas de aquellas historias y personajes quedasen plasmados en papel. Una vez que su relato estaba finalizado, esperaba con interés e impaciencia las críticas de su mujer, de sus hijos y de sus amigos que asumía con deportividad literaria.
No olvidaré la expresión de su cara de asombro aquellas navidades que mi mujer y yo le sorprendimos regalándole su libro: “Los “Cuadernillos del Arca del Agua”. A hurtadillas fuimos sisándole los escritos de sus carpetas y tras pasarlos en secreto, lo devolvíamos sin la más mínima sospecha. Sabíamos que le ilusionaría y acertamos. Emocionado, nos dedicó el primer ejemplar con estas emotivas palabras:

A Eva y José Mª que han logrado, lo que yo no habría hecho nunca. Me han valorado más que yo a mí mismo.
Vuestro padre.


​
SIGUIENTE >
0 Comentarios
<<Anterior
Siguiente>>

    Autor

    Asociación Cultural 
    ​LA FUNDICIÓN
    ​de El Pedroso

    ​
    PULSA EN LOS SIGUIENTES ENUNCIADOS PARA LEER  LOS ARCHIVOS REFERIDOS:
    ​

    LA MEMORIA PRODIGIOSA.
    ​José Mª Durán Ayo

    ARTÍCULOS DE
    José Mª Durán Ayo


    MÁS ALLÁ DE MI MEMORIA​.
    José María Odriozola Sáez


    CUADERNILLOS DEL ARCA DEL AGUA. 
    Luis Odriozola Ruiz


    Archivos del blog por MES

    Noviembre 2022
    Octubre 2022
    Abril 2022
    Septiembre 2021
    Junio 2021
    Mayo 2021
    Abril 2021
    Marzo 2021
    Febrero 2021
    Enero 2021
    Agosto 2020
    Julio 2020
    Junio 2020
    Mayo 2020
    Abril 2020
    Febrero 2019
    Octubre 2018
    Septiembre 2018
    Agosto 2018
    Julio 2018
    Noviembre 2017
    Octubre 2017
    Septiembre 2017
    Agosto 2017
    Julio 2017
    Junio 2017
    Agosto 2016

ASOCIACIÓN CULTURAL LA FUNDICIÓN DE EL PEDROSO. Calle Cervantes, 28. 41360 - EL PEDROSO (Sevilla)
Email: lafundiciondeelpedroso@gmail.com
NOTA: ESTA WEB, EN TODOS SUS APARTADOS, ESTÁ ABIERTA A QUE COLABORES, AÑADIR O RECTIFICAR INFORMACIÓN, SI QUIERES HACERLO PULSA AQUÍ. GRACIAS.
Web-Design Th. Schlüsseln para LA FUNDICIÓN